De Jiménez Lozano: la gran falacia de la sociedad democrática es que todo lo bueno es accesible para todos.
Así, inversamente, lo que no es accesible para todos debe ser malo, antidemocrático. Es necesario llamar “educación” a la ignorancia, que es lo único que todos podemos llegar a tener en común; es necesario llamar “arte” al mal gusto, que a todos une; es necesario que incluso la fama pueda ser alcanzada por cualquiera, justamente por el hecho de ser “cualquiera”, y la televisión se encarga de que ya nadie recuerde que la fama era el resultado de la acción excepcional. Lo excepcional, lo sobresaliente, son conceptos fascistas. Quedan fuera del circo.
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"En cambio, sería falso decir que un individuo influye en la proporción de su talento o de su laboriosidad. La razón es clara: cuanto más hondo, sabio y agudo sea un escritor, mayor distancia habrá entre sus ideas y las del vulgo, y más difícil su asimilación por el público. Sólo cuando el lector vulgar tiene fe en el escritor y le reconoce una gran superioridad sobre sí mismo, pondrá el esfuerzo necesario para elevarse a su comprensión. En un país donde la masa es incapaz de humildad, entusiasmo y adoración a lo superior se dan todas las probabilidades para que los únicos escritores influyentes sean los más vulgares; es decir, los más fácilmente asimilables; es decir, los más rematadamente imbéciles" (Ortega y Gasset, España invertebrada). Un texto, entre otros muchos, de Ortega sobre esa laminación de todas las cumbres que ocurre cuando una insana democracia empieza a despreciar "la aristocracia", la fuerza de lo mejor, de lo excepcional. Una democracia que, dentro de su seno, no permite que que se dé una aristocracia, es una democracia condenada a la vulgaridad.
La excelencia se ha vuelto algo desagradable, pedante, pretencioso. Y, ojo, ese rechazo cala tan hondo, por invisible, que nos puede afectar a todos.
Bien traída esa cita, Suso. Ortega, cuando se deja de metafísicas raras y se dedica a hacer de sociólogo y filósofo político, es buenísimo.
El filólogo Nietzsche explicó que el origen de las palabras "bueno" y "malo" tenían mucho que ver, en muchos idiomas, con lo excelente y lo vulgar: "schlecht" (malo) es "schlicht" (simple). Ahora parece que la mera distinción es un acto discriminatorio.
Y sí, Beades, nos puede afectar a todos en nuestras valoraciones. Pero lo verdaderamente grave es que afecta a nuestras instituciones: educación, política, cultura. Sólo hay que ver las aulas, las exposiciones, los libros...
Cuánta razón, Alejandro. En el terreno educativo, que conozco bien, los buenos alumnos, los destacados, son siempre los perjudicados por la normativa. Como si se pensara que, por el hecho de ser buenos, ya tienen suficiente: que se las apañen solitos. La excelencia no se protege ni se potencia. Y así nos va.
Mira qué curioso, Alejandro: cuando leí, de joven, La rebelión de las masas, de Ortega, me pareció un libro viejo, de una época ya muy pasada: pensaba que hablaba de la Europa de antes de la II Guerra, una curiosidad histórica.
Cuando luego crecí, empecé a trabajar y conocer la vida más a fondo, fui valorando más y más la tesis, y el libro en general. Venía a ser, ya sabes, que la democracia era una gran cosa aplicada a la política, pero que su extensión a todos los campos de la vida era desastrosa.
Tus comentaristas han apuntado buenos ejemplos de esto; yo sólo añado la pretensión de cualquiera, por muy iletrado que sea, de poder pontificar sobre las grandes cuestiones de la vida, sin humildad, porque ha leído un artículo en El País o ha visto un reportaje en Cuatro sobre ese tema.
Muy ingenioso lo de que hoy en día cualquiera puede aspirar a ser famoso.
Pues sí, Fernando. Ortega da esa impresión al principio, pero luego te das cuenta de que sus predicciones y análisis alcanzan un tiempo y una sociedad que él no pudo conocer, pero sí "oler".
Y los ejemplos que ponéis Juan Antonio y tú son de los más evidentes. De hecho, pocas cosas tan llamativas de este panorama espiritual como el hecho de que todo el mundo se siente obligado a tener una opinión sobre cualquier cosa. A parte de eso, está la educación, claro: allí todas los cambios del sistema, de los cursos, de las formas de evaluación, etc., están orientadas a dificultar al máximo la existencia de jerarquías. Y se olvida que las jerarquías, cuando no son productos de causas arbitrarias (como situaciones económicas desfavorables), sino productos del esfuerzo y de la diferencia de aptitudes, son necesarias y buenas para la estructuración de la vida social.
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