martes, 26 de octubre de 2010

Resumen de la semana

Voy a sacar dinero de un cajero: introduzco la tarjeta, el código, marco "sacar dinero", cojo la tarjeta y me voy. "¿Dónde he puesto los cien euros...?" -me pregunto, en la cola de Caja Castilla La Mancha, veinte minutos después. Me consuela la imagen de Tales, cayéndose en un pozo. En mi airada sensación de idiotez, me siento brevemente sabio. Por la noche, Antena 3 versiona la lucha de Viriato con el poder de Roma de este modo: un pastorcico lusitano, que habla como un chulapo madrileño, intenta rescatar del campamento de Astérix a una Ana de Armas con un pelo Pantene que ya quisiera la mujer del César, y a la que los romanos castigan echándole agua -pobrecita- con la fortuita consecuencia de que se le transparentan las tetas, también típicamente lusitanas. Tres días seguidos de exámenes de 2º de Bachillerato: desde la mesa del salón me observa, implacable, una pila de exámenes. Se abre el telediario con la siguiente noticia: el pulpo Paul ha muerto. Y la noticia del día anterior: en los móviles hay más gérmenes que en los vestuarios de un gimnasio. Por un momento, pienso que no sé qué cosa llamada Wikileaks dejó caer por ahí que nos hemos cargado más de 70000 civiles en una guerra absurda que nadie entiende. Pero yo miro mi móvil y pienso en el pulpo Paul. La semana se acaba: llega el puente. Tengo que traducir, corregir, sacar tiempo para descansar un poco. Puedo permitírmelo, mientras el presidente de Mango no llegue a ministro.

lunes, 25 de octubre de 2010

Algo inquietante está siendo ocultado

El último ha sido un fin de semana de mucho trabajo, así que el ocio se ha reducido casi exclusivamente a un paseo por el videoclub. La película elegida, en esta ocasión, ha sido Moon. Es curioso comprobar cómo el cine sigue siendo capaz de nutrirse de la vieja e inquietante idea cartesiana del genio maligno: cada circunstancia puede revelarse repentinamente como una farsa, cada mundo puede ser un teatro. Recuerdo que Boris Groys señaló en cierta ocasión que el espectador de los años veinte y treinta se cansó de la exposición del procedimiento artístico propio de la vanguardia y lo que quiso es precisamente su ocultación. Desde entonces, este deseo de ocultación perdura en la sensibilidad estética de nuestros días: el cine y la publicidad viven de él. Algo inquietante está siendo ocultado bajo la superficie simbólica del mundo, algo que debe ser tapado hasta el final para mantener la tensión de la sospecha, que es el origen de la metafísica y de la fruición artística. Este fenómeno estético es posiblemente uno de los signos más determinantes del fin de la modernidad: la clausura de una cosmovisión según la cual todo ha de ser finalmente transparente a la conciencia. La conciencia es, antes bien, el escenario del engaño, de la duda y de la sospecha. De ese modo, supone, inversamente, el triunfo de un cierto escepticismo romántico: la conciencia es el fenómeno de un proceso abismático que siempre la supera.

sábado, 16 de octubre de 2010

La inmortalidad como ideología

Hace un par de días pusieron en La 2 un interesante programa en el que se entrevistaba a varios científicos que trabajan en el problema del envejecimiento. La idea es que la vejez no debe ser considerada un proceso natural inevitable, sino que puede y debe ser tratada como una enfermedad más: un deterioro orgánico cuyas causas pueden ser estudiadas, y sus consecuencias, revertidas. Destaca, sobre todo, el famoso Aubrey de Grey, con sus trabajos sobre "senescencia negligible ingenierizada" para rejuvenecer el cuerpo humano y conseguir un tiempo de vida indefinido. No pretendo entrar ahora en las consecuencias de esta posibilidad: cómo afectaría a la procreación, a los sistemas de división del trabajo, por no hablar de la enorme carga moral que supondría que el hombre tuviera que decidir su propia muerte. No quería hablar de todo eso, como digo. Tan sólo pretendo anotar cómo, una vez más, se perpetúan discursos que no hacen más que rediseñar -con el más sutil de los maquillajes: el de la ciencia- los viejos trasmundos de la metafísica: una nueva vuelta de tuerca a la incapacidad humana (occidental, al menos) de aceptar la finitud y a su vicio de postergar la felicidad a un mañana incierto. Como al Fausto de Goethe, el demonio promete belleza y felicidad al hombre moderno. Promete, pero nunca da. Mientras, esa promesa sirve como opiáceo para olvidar que las condiciones de vida material en el planeta empeoran. (En este sentido, es curioso constatar cómo las nuevas utopías relegan a un segundo plano la vieja cuestión social -que sí aparece aún en Campanella, o en un cientifista mesiánico como Bacon- para pronunciarse sólo sobre las mejoras científico-tecnológicas, sin responder a la cuestión de quiénes tendrán acceso a esas mejoras). Y, lo que es más importante, esa promesa sirve para olvidar también que el hombre occidental ya no concibe su propia felicidad como un estado corporal presente, sino que la sublima como un multiverso virtual. El resultado es la ansiedad del perpetuo consumidor: el trabajador que toma bayas del Goji con zumo de arándanos antes de acostarse y que, tras escuchar hablar a los biólogos sobre la senescencia, se duerme soñando con que mañana -siempre mañana- le espera la vida eterna.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Violencia contra los niños

En este preciso instante mi vecina está gritando a su hija. Casi todos los días la insulta y, cuando no lo hace directamente, acompaña sus amonestaciones con espantosas expresiones de cólera y de rabia. Cuando vivía en mi anterior casa, vi una escena terrible: mi vecina llamaba a su propio hijo, que acababa de derramar no sé qué cosa en el garaje, “cabrón, hijo de puta”. El niño estaba frente a ella, inmóvil, con la cabeza agachada mirando al suelo. Recuerdo que sentí una enorme tristeza y un enorme asco. Y recuerdo también que mi cuñada me contó, en cierta ocasión en que paseaba con mi sobrina por el parque, cómo un hombre se refería a sus propias hijas, unas gemelas preciosas, como “este par de perras”.

Sin llegar a la agresión física, estas tres escenas resumen la ubicuidad del maltrato infantil y de la violencia mecanizada de nuestra sociedad. Los seres más indefensos de la comunidad humana –justo aquellos a los que deberíamos enseñar a crecer desde la fragilidad y el miedo hacia la confianza, el respeto y la dignidad–son permanentemente vejados y humillados, y convertidos en el vertedero de nuestras frustraciones, de nuestra ira y de una violencia que, a su vez, hemos aprendido. La violencia se convierte, así, en un patrón de conducta adquirido, que, al no poder ser satisfecho en la vida social, es interiorizado patológicamente en multitud de trastornos, o exteriorizado en forma de nuevos maltratos a las generaciones siguientes. La violencia es omnipresente en una sociedad hipócrita que ha hecho de ésta un tabú para sus fines ideológicos, pero a la que hace espacio cada día, en la intimidad de los hogares, convertidos en auténticos bastiones de la impunidad, y que se perpetúa como un cáncer, bajo la mirada indiferente de todos.

domingo, 3 de octubre de 2010

Diálogos platónicos en T.

Me dirijo a una conocida sala de T., el lugar de La Mancha donde vivo, a escuchar un concierto de rock. Tocan Las aspiradoras, una banda compuesta por músicos de Daimiel y de Toledo, y The Satelliters, un grupo alemán de "garage rock" que empezó a tocar a principios de los noventa. Es la primera vez que puedo asistir a un concierto en esta legendaria sala, así que, con la emoción, llego media hora antes. En la puerta del local me encuentro un tipo con pinta de rebelde noventero. Lleva chaqueta de cuero y tiene cara de dar positivo en casi cualquier control de casi cualquier cosa. Le pregunto cuándo se abre la sala, nos presentamos, y comienza el siguiente diálogo:
-Soy Chucho.
-Yo, Alejandro.
Mientras digo mi nombre, caigo en que "Chucho" no es un mote, ni un nombre propio, sino el nombre que reciben aquellos daimieleños que dependen de la parroquia de Santa María (frente a los "Borregos", que son los daimieleños que dependen de la parroquia de San Pedro). Entonces, como me puede el deseo de no ser descortés, le digo: "Ah, de Daimiel. Yo trabajo allí de profesor".
El tipo se muestra sorprendido y trata de explicarme dónde vive. Pero no lo consigue. Empieza a enumerar caóticamente lugares y calles de Ciudad Real, Manzanares, y otras cuantas ciudades manchegas, hasta que desiste:
-"¿Y de qué eres profesor?"
Dudo si debo responderle o no. Pero, como no aprendo, me animo:
-"De filosofía".
-"¡Hostia! ¿Y cuál es el filósofo que más te gusta?".
Vuelvo a dudar, pero esta vez la duda viene con cierta ansiedad.
-"Kant" -titubeo.
-"¡Hostia! ¡¡Un chinaco!! ¿Y no te gusta más... Gasset?
Noto que la ansiedad empieza a convertirse en un auténtico malestar físico. Quiero terminar cuanto antes esta conversación. Pero el tipo continúa:
-"Dime una frase de Kant".
Ahora sí que me encuentro mal. Intento evitarlo, miro hacia el interior de la sala y expreso mi intención de tomarme una cerveza. Tengo la esperanza de que, como está drogado, se le olvide la pregunta. Pero no, insiste:
-"Pero dime una frase o algo del Kant ese"
Así que cedo. Pienso en algo sencillo:
-"Te voy a decir lo que pone en su epitafio: dos cosas me llenan de admiración: el cielo estrellado sobre mí, y la ley moral dentro de mí.
Como veo que no reacciona, añado:
-"¿Qué me dices?."
-"¿Qué te voy a decir, macho? Lo has dicho tú tó".

sábado, 2 de octubre de 2010

Cristianismo y nazismo (y, de paso, otros ismos)

El estupendo blog Pensamiento del vacío nos propone una genealogía cristiana del nacionalsocialismo. La serie de entradas que Anti-Pensador dedica al tema están bien argumentadas y documentadas. Me interesa especialmente el énfasis que pone en el tema de la educación violenta de los niños, al hilo de la película La cinta blanca, inquietante asunto al que se ha dedicado la famosa Alice Miller. Sin embargo, para ser justos analizando este tema, además de leer la tediosa literatura epilogal de la propaganda comunista de los sesenta, no estaría de más tener en cuenta también lo que dicen en sus cartas los prisioneros demócratas franceses, belgas e ingleses encarcelados por los nazis: también ellos creían tener a Dios y a Cristo de su lado, lo que no convierte al cristianismo en el origen de la democracia. Estaría igualmente bien releer los testimonios sobre Josef Müller, católico activo en la resistencia antinazi y contacto con el Vaticano; lo que dicen del papel de la Iglesia en los años del nazismo gente como Isaac Herzog, Leo Kukowitzki, o el propio Einstein, no sospechosos precisamente de catolicismo. Tampoco está de más repasar las indicaciones contenidas en la Encíclica Mit brennender Sorge acerca del pecado de idolatrar la raza, el Estado o las autoridades públicas, leída en el 37 en todas las iglesias católicas alemanas. Plantearse también por qué el Programa del Partido Nazi defiende explícitamente la libertad religiosa, y señala claramente el problema judío como una cuestión exclusivamente racial, desvinculada de toda connotación religiosa. No está de más tampoco pensar en la condena vaticana a la invasión de Polonia, así como en las ejecuciones de clérigos por parte del gobierno nazi (desde el gran Bonhoeffer al famoso y beatificado obispo de Münster Clemens August Graf von Galen). Por último, sería bueno plantearse por qué países protestantes y católicos (como Reino Unido y Polonia) no produjeron un movimiento nacionalsocialista. Y, sobre todo: por qué movimientos de masas autoritarios y genocidas como el comunismo bolchevique o el imperialismo nipón, que responden a las mismas características de sadismo, exterminio, autoritarismo, obediencia ciega, etc., no responden sin embargo a ninguna de esas supuestas fuentes cristianas que con tanta facilidad se ponen sobre la mesa para explicar la génesis del nazismo. Sospecho que cuando uno tiene una teoría que demoniza las propias obsesiones personales, los hechos acaban volviéndose sorprendentemente selectivos.

viernes, 1 de octubre de 2010

El irresistible encanto de la revolución

La huelga ha servido, al menos, para una cosa: hemos podido constatar la calaña de quienes pretenden erigirse en contrapeso al modelo económico y social vigente. En Sevilla, el responsable de Economía y Empleo del Ayuntamiento manifiesta ante las cámaras, con acento de paleto e ideas de paleto, estar orgulloso de participar en un piquete violento, y de paso, aprovecha para culpar a la policía de la "provocación". Mientras, en Barcelona, una panda de niños de papá se lo pasa en grande luchando contra el sistema y, de paso, llevándose unas cuantas chupas guapas del Zara. En Madrid, los huelguistas gritan: "¡Policía, asesina! ¡Policía, asesina!". Un observador imparcial se sentiría horrorizado y buscaría ansioso los cadáveres que han dejado a su paso los antidisturbios. Pero mostraría no entender nada de la metafísica revolucionaria: no es el lenguaje el que debe adaptarse a la realidad, sino al revés. No se trata de hechos, sino de algo mucho más real: se trata de ideas. Todos los poderes de la vieja Europa (recuerdan el manifiesto de Marx, ¿verdad?), esto es, el Papa y el Zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los espías alemanes, se han unido en Santa Alianza: no importa que esa vieja Europa ya no exista. El enemigo de la revolución está siempre ahí: es el orden presente. Es la naturaleza fáctica de las cosas. Es la estabilidad de lo real. Encuentra una satisfacción morbosa en la agitación, y sobre todo en la destrucción de un chivo expiatorio hecho a medida. Se trata, por tanto, de una forma colectiva de neurosis, basada en el odio a lo real y en la negativa a aceptar su primacía. Pero si las revoluciones clásicas (la bolchevique incluida, por supuesto) estaban cargadas de positividad y de proyectos, nuestros revolucionarios no tienen nada que oponer a lo real. Frente a la destrucción creadora de los genios, la destrucción resentida de la plebe. La exaltación de lo otro, de la pura posibilidad desencarnada. En cierto sentido, nada hay tan postmoderno y tan sistemático como estos revolucionarios nuestros: se tira piedras contra la policía como se asiste a un partido de fútbol o se reservan una vacaciones en Tailandia. La vida es una multiforme aventura sensorial: ¿acaso no es emocionante formar parte de los oprimidos de la tierra, al menos por un día, y sentir arder en el pecho el celo de la justicia? Cuando la aventura termina, la pantalla queda oscura: volvemos a nuestras vidas rutinarias, sistemáticas: los niñitos, a pintar grafitis; los liberados, a tomar café. El Caos era sólo una ilusión más, en medio de anuncios de cosméticos y noticias sobre la vida sexual de los murciélagos.