jueves, 31 de marzo de 2011

La razón y el tabaco

Hace tres meses que no fumo. Es la tercera vez en mi vida que dejo de fumar: en las dos anteriores aguanté más de un año, así que supongo que no me será difícil resistir la tentación otros tantos meses más. Lo triste, de hecho, es que la tentación casi no existe; de manera que a veces me sorprendo a mí mismo buscándola. Es la sensación de no querer fumar lo que me inquieta, porque no desear es, al menos para nosotros los occidentales, la experiencia más cercana al vacío, a la nada. De hecho, superar un vicio es deshacerse de una parte muy real de uno mismo. Lo cual tiene severas consecuencias teológicas y éticas. Si cada día sintiera una débil -o incluso una poderosísima- pulsión de fumar, tendría al menos el placer de vencerla, confirmando así esa glorificada supremacía de la razón sobre la pulsión en la que hemos creído durante bastantes siglos. Pero la ausencia de la pulsión es desoladora, pues la razón se retira tan pronto como no tiene ningún obstáculo que vencer. Esto lo sabía Fichte cuando afirmaba que sólo hay Yo en la medida en que se pone a sí mismo un No-Yo. Sin esa tensión, compulsiva ella misma y en realidad neurótica, la imagen de un yo estable y distinto del mundo pierde consistencia. Por eso vuelvo una y otra vez a las puertas de los bares de copas y al rincón de la calle donde se reúnen los profesores que fuman: para estar cerca de lo prohibido que seduce, para vencerlo casi siempre, y para reconocer que sucumbir a la tentación es, sin duda, mucho más valioso que haberse desprendido totalmente de ella.

sábado, 19 de marzo de 2011

Entre el laicismo y la magia

El episodio de la capilla de Somosaguas me parece un ejemplo perfecto de la incapacidad del laicismo ibérico -de la que ya hemos hablado en otras ocasiones aquí- por aceptar la religión y su práctica como un hecho social más. Que en la Universidad no se planteen dudas acerca de la presencia de sucursales bancarias o asociaciones anarquistas, pero sí se cuestione la existencia de un lugar de culto, muestra la naturaleza totalitaria y excluyente de estos adalides de la libertad. Con todo, lo que más me ha llamado la atención de la noticia es la organización de una "misa de desagravio". Desde luego, si yo estuviera rezando en una capilla y entrasen de pronto unas universitarias descamisadas, me parecería una maniobra reivindicativa más agradable que ver a los barbudos de UGT y CCOO tocando el tambor por la calle. En todo caso, la distracción podría irritarme si yo fuese un señor con problemas cardiacos o una señora poco agraciada. Lo que en ningún caso podría pensar es que Dios deba ser desagraviado por semejante ofensa, y que deba serlo nada menos que por mí (!) y mis compañeros de oración. La misa de desagravio me parece un incomprensible residuo de paganismo mágico absolutamente ajeno al espíritu del cristianismo. Éste no posee lugares sagrados sensu stricto. Tampoco concibe a Dios como una fuerza cuya ira -provocada por los malvados- deba ser aplacada por los ritos de los buenos. Más bien, pone a los "malvados" en el centro de su mensaje y desprecia la autocomplacencia moral de los "buenos". El episodio de la capilla de Somosaguas nos deja de nuevo la imagen de una sociedad idiota, dividida entre el radicalismo intolerante de unos y la histeria supersticiosa de otros.

martes, 8 de marzo de 2011

Razón y soledad

La modernidad es el momento de la crítica. Aunque sus raíces son teológicas, se inaugura allí donde Kant sienta al mundo ante el tribunal de la razón. Todo puede ser sometido al severo juicio de la crítica, cuyo veredicto es siempre el mismo: las cosas nunca son conforme al modelo que la razón tiene de lo que deberían ser. Así, el Estado, las costumbres, la religión, pueden y deben ser impugnadas en virtud de aquello que deberían ser y no son. Pero este proceso de impugnación universal termina afectando a la razón misma: también ella puede ser sometida a crítica. Así se inaugura el pensamiento contemporáneo, que absolutiza la sospecha y lleva a sus últimas consecuencias la vocación judicial encomendada por Kant a la razón. El resultado de esta deconstrucción es una sociedad en permanente cambio. La libre crítica individual siempre termina socavando los mitos que ha construido la cultura para mantener intactos los lazos sociales. Pero esto tiene un precio. En Occidente sabemos que la razón no es un pensar abstracto del que todos participamos (Averroes), sino un "yo pienso" (Tomás de Aquino, Kant) que tiene necesariamente la forma de un acto individual. El pensamiento crítico conlleva necesariamente una atomización de la vida social. El hombre recupera parte de la libertad robada por la cultura, pero a costa de hacerle perder el sentimiento de seguridad, cohesión e integración. Eso explica que, "después de la Cristiandad", la angustia y la Geworfenheit pasen a convertirse en categorías ontológicas de primera magnitud. El hombre occidental está solo porque su cultura no le ofrece un horizonte colectivo, sino que justamente ahonda la división. A ello contribuye indudablemente -pues es sólo la otra cara de lo mismo- la dinámica económica del consumo, que exige individuos emancipados para crear en ellos expectativas y deseos siempre nuevos, con los que alimentar la maquinaria del mercado. Pues "lo nuevo" es aquello que la razón, en los orígenes de la modernidad, concibió como el mundo propiamente mejor, y que ahora, en la soledad de una cultura atomizada, nos es ofrecido por la fiesta hedonista de la publicidad. Esa fiesta (Weltverjüngungsfest llamó Novalis al mañana) es el único espacio de universalidad por el que aún formamos parte de lo mismo.

viernes, 4 de marzo de 2011

Entrevista a Gadafi

Este fragmento de entrevista a Gadafi no tiene desperdicio. Me gustaría saber dónde leerla en versión completa...