lunes, 31 de diciembre de 2012

La melancolía de todo lo terminado

Con este sintagma termina Nietzsche un fragmento de Más allá del bien y del mal. Cuando las cosas comienzan a declinar, es entonces cuando se vuelve evidente todo aquello que pudieron ser y no fueron. La luz de su propio crepúsculo ilumina su imperfección, su vejez, su fracaso. Como los ancianos que, al final de sus días, abandonan el cuidado del presente y se adentran en la cueva de la memoria, como si allí nunca nada fuera demasiado tarde. Y, sin embargo, lo es. Hay una dimensión del mundo que está dada. Y el tiempo es su núcleo vivo. Allí donde percibimos momentáneamente que toda permanencia es ilusoria, es donde más evidente se vuelve nuestra finitud. Y nada hay, en verdad, tan desolador para nuestro ego postmoderno que este encuentro con su propia impotencia. No todo está en nuestras manos. El fin del año es un momento para el remordimiento o el anhelo. Pero entre estos dos modos rencorosos de estar en el tiempo, entre la añoranza de lo que no pudo ser y el deseo de lo que será, está esa estancia que describe Eliot en sus Cuatro Cuartetos, en la que todo el tiempo está contenido en el ahora. En la fuerza extraída del dolor pasado y en la energía conquistada por nuestro propio proyecto. Y así, en el tránsito de un año a otro aprendemos que vivir es el tránsito mismo, la habitación serena del ahora, por cuyas ventanas contemplamos cómo fuera brillan las flores cubiertas de rocío, distintas pero iguales cada año, como bocas de pájaros cantando una liturgia secreta en la mañana.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Feliz Navidad

"La verdad se funde como la nieve en la mano de aquel cuya alma no se funde como la nieve en la mano de la Verdad" (proverbio sufí).

Os deseo Feliz Navidad a todos.

Deus natus est!


miércoles, 19 de diciembre de 2012

Nietzsche, la mujer y cómo pensar sin ideología


Llevo varios días dándole vueltas a un tema, o a varios temas, en los que querría poner un poco de orden. Así que lo cuento. Todo empezó con un mensaje de una antigua alumna contándome que estaba haciendo un trabajo en la Universidad sobre el tema de la mujer en Nietzsche. El hecho en sí me sorprendió (¿por qué la mujer? ¿por qué precisamente Nietzsche?), y la curiosidad me empujó a revisar los textos en los que el buen Fritz trataba el tema. Después decidí hacer un experimento (con riesgo de mi propia vida) y compartir con amigos un famoso fragmento de la Gaya Ciencia (§363) llamado “Cómo cada sexo tiene sus prejuicios acerca del amor”. El resultado fue el esperable: la defensa nietzscheana de una diferencia radical entre el amor masculino y el femenino, su afirmación de que la fidelidad no es consustancial al amor masculino, etc., todo eso son cosas que indignan.

Un par de aspectos me llaman la atención: en primer lugar, que el modo que tenemos, en general, de acercarnos al pensamiento de los otros es puramente computacional (verdadero / falso, ceros / unos) y facebookiano (me gusta / ya no me gusta) y que de esta manera se pierde justamente lo más interesante del pensamiento racional: el “pensar con”, lo que los románticos llamaban symphilosophieren, utilizar el pensamiento ajeno como un motivo para aligerar el propio. El hecho de que Nietzsche indigne no debería ser motivo para rechazarlo, sino justamente para preguntarnos por qué molesta, contra qué alto muro de nuestro ego embiste, y qué se esconde bajo la brillante armadura de la indignación.

Y es que lo preocupante es constatar cómo, una y otra vez, antes que razonar, juzgamos. Es decir, filtramos las opiniones ajenas en función de si nos parecen buenas o malas. No estamos dispuestos a aceptar una verdad que contradiga nuestras más íntimas convicciones morales, o que no esté redactada según los cánones éticos de la ideología dominante. En esto no hemos progresado gran cosa respecto a los viejos inquisidores: como ellos, podemos ser muy razonables hasta que el juicio ajeno traspasa la frontera de lo que consideramos sagrado. Y mientras la filosofía sea una actividad minoritaria, casi elitista, eso no cambiará. Las sociedades democráticas modernas siguen pensando inquisitorialmente, por mucho que sus tabúes ya no sean religiosos, sino éticos o políticos. Recuerdo un caso que ya he citado en otras ocasiones: cierto científico norteamericano, genetista, afirmó hace un par de años que los negros eran menos capaces que los blancos para determinadas actividades intelectuales. En seguida lo insultaron desde todos los medios, incluso personas que no tenían ni la más remota idea de genética, ni de neurología, ni probablemente de nada, lo tildaron de mentiroso y racista. Dado que la afirmación era racista, no podía ser verdad. Y esto es lo inquietante. Porque la cuestión es: ¿y qué si fuera cierto? ¿Qué haríamos ante una verdad que socavara nuestras íntimas convicciones morales? ¿Acaso el mundo está obligado a comportarse según el modo como nos gustaría que lo hiciera? Nietzsche afirma una diferencia entre el modo en que hombres y mujeres se aman. ¿Y qué? Tal vez nos iría mejor si, en lugar de enfadarnos ante la indignante afirmación de una desigualdad originaria, observásemos la realidad y dejáramos que fuera ella la que, sin filtros morales, nos mostrara lo que en verdad es. Y la verdad –la del amor, como la de todo lo demás– no es la que defienden los prejuicios religiosos, ni tampoco la que propaga la ideología del sentimentalismo burgués a través de Hollywood y los bestsellers. Las personas creemos cosas, y el mundo es otra. Por supuesto, también creemos cosas sobre nosotros mismos, pero nosotros mismos somos otros. Esto ha sido siempre así: somos hábiles maestros del autoengaño.

Habría que añadir a esto que, en todo caso, la cuestión moral viene luego, como un suplemento. Que hombres y mujeres fuéramos diferentes (cuestión de hecho) no impediría que juzgásemos necesario tratarnos todos como iguales (cuestión de derecho). Desde Freud, al menos, deberíamos saber que nada hay peor que negar la naturaleza humana, pues la verdad del hombre, de sus pulsiones y necesidades, siempre vuelve a la superficie, en formas distorsionadas y monstruosas. Tal vez la crisis de la pareja moderna y sus instituciones tradicionales tenga que ver, precisamente, con un profundo y prejuicioso desconocimiento del otro y de uno mismo. Nietzsche no siempre acierta, desde luego, pero nos acerca a la parte odiosa de la realidad: ésta no es necesariamente como nos gustaría que fuera. Y eso es duro de aceptar. Pero el evangelio de Zaratustra promete algo: que si uno logra mirar el mundo sin juzgarlo, verá en él un espectáculo maravilloso y fascinante; y entonces será fácil pensar y crear, transformar la realidad en una obra en la que podamos reconocernos, como niños artistas jugando en la inocencia del devenir.

martes, 11 de diciembre de 2012

Motivos para acabar con Historia de la Filosofía




Wert pretende acabar con la Historia de la Filosofía en 2º de Bachillerato, y me parece bien. Al fin y al cabo, ¿qué pasaría si se dejara de enseñar? En realidad, nada importante. No habrá ninguna perturbación en el Universo. Las parejas seguirán besándose en los parques, los chinos seguirán levantando presas y fabricando gatos que saludan, se servirán caracoles en los bares de Triana, los médicos recetarán ibuprofeno, y los hombres se volverán para mirar el trasero de las chicas que pasan. ¿Qué interés puede tener estudiar lo que han pensado y escrito aquellos viejos filósofos de épocas pasadas? Pensémoslo. Pitágoras creó una secta dedicada a desarrollar las matemáticas. Platón sugirió que los representantes políticos debían estar cualificados para ello. Los filósofos y místicos medievales se empeñaron en construir fabulosos e inútiles edificios conceptuales para mostrar que hay algo más adentro de todas las cosas, una realidad densa que, como la Existencia de Tomás de Aquino, no puede ser pensada. Moro, Campanella, Bacon… soñaron mundos mejores, reflexionaron sobre si sería posible construir una sociedad en la que reinara la paz y no existieran el hambre, la enfermedad y la injusticia. Y dieron forma a sus sueños con ayuda de la inteligencia. Newton basó en principios matemáticos su filosofía natural para mostrarnos que el mundo está regido por leyes predecibles y calculables. Locke defendió la tolerancia religiosa en un siglo de guerras. Hobbes, la seguridad del Estado en una época de incertidumbres. Spinoza, la libertad del pensamiento en un tiempo amenazado por la tiranía. Kant nos hizo creer que nuestro conocimiento del mundo está limitado, que no conocemos la realidad más que a través de la forma de nuestros órganos de percepción y comprensión. Nos hizo saber que somos más pequeños de lo que pensábamos. Pero también más grandes: esa extraña teoría ética suya en la que se fundan los conceptos de dignidad y derechos humanos. Nietzsche y Freud nos hicieron sospechar de todo cuanto hemos llamado “sagrado” durante siglos. Nos hicieron más libres y más responsables, pero a costa de quitarnos suelo bajo nuestros pies. Ortega defendió la terrible idea de que la vida es una construcción individual, un proyecto de nuestra imaginación, y que no hay solución al problema de la vida más allá de la que cada hombre sea capaz de encontrar para la suya. Defensores del individuo, agitadores de la polis, negadores de lo más sagrado. ¿De qué nos sirven? Sólo inquietan, desmoralizan, agitan la cálida cuna de nuestra existencia presente. Sabemos lo que es el hombre: es una pieza del sistema. Sabemos lo que debe hacer: rendir. Y sabemos lo que puede esperar: nada. Y, por esto mismo, deberíamos prescindir también de la música, esa pasión inútil. De los preludios de Bach y las sinfonías de Beethoven. Olvidemos los retratos a lápiz y las perspectivas. Alejemos a nuestros hijos de la gramática y el análisis sintáctico. Basta de poetas, de novelas y de dramas. Basta de relatos acerca del pasado: fechas, ciudades, imperios, movimientos sociales, revoluciones, cambios. Emprendamos, al fin, lo que queremos: un sistema educativo encaminado a formar seres capaces de funcionar eficientemente. La educación es simplemente “el motor que promueve la competitividad de la economía” (segundo borrador de la LOMCE). No hace falta nada más. Ya basta de esa antigua idea del hombre, de ese humanismo en el que tanta energía hemos malgastado. Eliminemos cuanto no sólo no mantiene nuestra realidad, sino que proporciona instrumentos para hacerla tambalear. Nacer, crecer, reproducirnos, morir. ¿No es acaso esto lo único que los hombres hemos venido a hacer en este mundo?


domingo, 9 de diciembre de 2012

La filosofía y Wert

Estoy desconectado del mundo, al menos de esta parte del mundo que se extiende sobre la superficie virtual de los blogs. Así que imagino que ya se habrán escrito cientos, miles de entradas sobre la última tropelía del que sin duda habrá entrado ya en el top ten de los peores ministros de la democracia española. Así que mi aportación se reducirá, al menos de momento, a tres notas: una sobre mi puesto de trabajo, otra sobre Wert, y otra sobre la asignatura que pretende torear

1) Las argumentaciones gremiales tienen mala fama. Parece que defender la filosofía debiera ser algo más excelso que defender las condiciones laborales de los filósofos. Y lo es. Pero tan legítimo es que los agricultores protesten cuando se les retiran subvenciones como que los filósofos protestemos cuando se nos quitan horas. Porque la cuestión es ésta: uno dedica cinco años de su vida para sacarse una carrera, malgasta otro en el CAP -ahora máster- y se encierra otra temporada en una biblioteca para aprobar unas oposiciones. Y esta inversión de vida, de tiempo, tiene lugar porque uno confía en la estabilidad del puesto al que opta. Opositar es como invertir en un fondo garantizado (poca rentabilidad, máxima seguridad), pero cada vez se parece más a uno de alto riesgo (sin contraprestación económica). Incertidumbre, bajadas de sueldo, desplazamientos, absorción de horas en asignaturas distintas a la propia... En mi caso -y cada uno tendrá su historia- descarté otras posibilidades laborales en el ámbito privado y me decidí a opositar, entre otras razones, porque la filosofía era una materia que se enseña sobre todo en Bachillerato, y la Ética, en el último curso de la obligatoria. Opté a eso, y no a cualquier otra cosa. Tenemos derecho a protestar por el ataque injustificado que supone la reforma de Wert a nuestro puesto de trabajo. Pues ¿qué se supone que haremos para completar nuestro recién engordado horario, ahora que la Ética y Filosofía II pasan a ser optativas, es decir, a desaparecer? Lo sabemos: daremos clases de materias para las que no estamos cualificados y para las que no optamos al opositar. Esto es malo para nosotros y malo para los estudiantes. Es malo para todos. Nadie quiere esta reforma, salvo Wert y aquellos a cuyos intereses sirve.

2) Hablemos del Ministro. Sus intervenciones públicas (desde Cataluña, pasando por la ratio de alumnos en las aulas, hasta su reciente autodesignación como toro bravo) revelan una personalidad zafia, sin profundidad, manipuladora y desafiante. Justo lo contrario de lo que cabría esperar de un Ministro de Educación y Cultura. Pero voy a intentar no convertir esto en un simple ad hominem. El universo educativo (padres, alumnos, profesores) lleva años esperando a ese mesías que se sentará en una mesa con la oposición y con los agentes educativos para dar de una vez una solución nacional y radical al problema educativo, una solución con vocación de permanencia y sin lastres partidistas. Esto es una urgencia nacional cuya desatención ha provocado y provocará el empeoramiento de la calidad de la enseñanza y, consiguientemente, de la vida económica, laboral, social y cultural de este país. Wert, como sus antecesores, va a perder la oportunidad de revertir el curso histórico de las leyes educativas españolas. En lugar de comportarse como un toro bravo, debería coger el toro por los cuernos y crecerse ante la verdadera adversidad, que es la de la situación educativa española. Pero Wert es un sociólogo, y su reforma es la reforma de un sociólogo. El borrador de la nueva ley educativa exhala ese aroma de la sociología decimonónica, según la cual la filosofía es sólo una etapa superada en el desarrollo del pensamiento. Pero mientras que para Comte la filosofía se superaba en la ciencia, para Wert la filosofía se supera en la sociología misma: "el fin de la enseñanza es la socialización de los alumnos", dijo. Esta es la monstruosidad ideológica que se esconde tras su reforma.

3) ¿Para qué sirve la filosofía? En clase siempre traigo un texto de Deleuze que se puede leer aquí. Pero hoy quisiera comentar otro aspecto. Si hay algo en el sistema educativo que está bien hecho es -con algunos matices- las asignaturas que en él se imparten, porque si el fin de la enseñanza es hacer humanos a los seres humanos, esto se consigue dándoles las herramientas para desarrollar aquello que son. El hombre tiene diferentes habilidades (físicas, lógicas, imaginativas, morales, estéticas) y las asignaturas clásicas han desarrollado estas habilidades. Yo no sé matemáticas, pero sé que no sería la misma persona de no haber estudiado matemáticas. Y, así, la filosofía es ya prácticamente la única asignatura que permite trascender el orden de lo fáctico para reflexionar desde un lugar distinto. Combina la inteligencia lógica y la imaginación poética en la experiencia que da origen al pensamiento occidental, a la ciencia y a la subversión política: ¿es éste el único mundo verdadero o es posible "salir de la caverna"? ¿Quién va a dar a los alumnos esa perspectiva cuando Wert corra su lápida sobre la entrada de la caverna? 

Cierro con una anécdota: en cierta ocasión me mandaron a un alumno de 2º de la ESO castigado a la clase de 2º de Bachillerato. Lo sentaron en la última fila y le dieron tarea. Era un chico noble, pero muy conflictivo, que vivía en unas condiciones muy difíciles que no voy a detallar. Yo explicaba a Descartes mientras él garabateaba algo en su cuaderno. De pronto, alzó la cabeza y dijo: "Hostia, es verdad, ¡qué paranoia!". Al día siguiente me buscó y me dijo: "ayer estuve toda la tarde sentado en un banco con mis amigos y no podía quitarme de la cabeza lo que contaste. Hasta me decían: ¿qué te pasa hoy?...". Esto es sólo una anécdota. Pero es una entre otras muchas. La filosofía despierta algo en el hombre. Algo radical. Hace que la mente se turbe, que no dé por sentado aquello en lo que acostumbraba a creer. Es el inquietante y doloroso despertar del espíritu lo que nos hace más libres, más críticos, más profundos, más radicales, más exigentes con aquello que podemos esperar de nosotros y del mundo. Más humanos, en fin. No debemos prescindir de ella.

martes, 4 de septiembre de 2012

El caos como obra de arte

Dicen los que saben que las vanguardias fueron el último intento por restaurar la dignidad del arte. Todavía Rodchenko, Malevich, y por supuesto Klimt, Shiele, creían -de diferentes modos- en el arte como depositario de una misión histórica. Tras ellas, el arte se vulgariza; y sus divinos templos se llenan de urinarios y mierda de artista enlatada. Pero aun estas obras mantenían una deuda con la tradición: el artista como sujeto consciente de una voluntad representativa. El fantasmagórico presente de la información nos propone, por contra, un espectáculo inédito: la no-artista hace involuntariamente un no-arte convertido de pronto en un espectáculo estético de alcance mundial. En un pequeño pueblo aragonés, una ancianita siente vergüenza por algo que podría haber presentado como la verdadera culminación de la muerte del arte, si tan sólo dispusiera de las herramientas conceptuales de un Klee, un Modrian, un Malevich. En el mismo escenario inconceptualizable del presente aparecen, ya casi como espectros en un plano en penumbra, el socialista que destruye su programa social y el liberal que sube los impuestos. Y toda una comitiva de criaturas bosquianas que los espectadores no son capaces de ubicar en la realidad. Las "semanas decisivas" se repiten. El "tiempo que se acaba" parece no acabar nunca. Las representaciones estéticas de la catástrofe y la salvación se suceden, como en un tríptico renacentista holandés. Y cuando el espectáculo parece alejarse tanto de la realidad que empieza a resultar inverosímil, aparece Alfonso Guerra -como el nexo ontológico entre la realidad y su reverso- para pedir que se deje caer a los bancos, mientras Zapatero, en esta psicodelia en que se mezclan pasado y presente, mira hacia otro lado, con el rostro desvanecido de un Cristo de Borja. Las clases comienzan en los colegios. Pero no se sabe muy bien para qué. Porque, en el espectáculo del caos, el futuro es un rostro que no somos capaces de restaurar, y que se deshace en las paredes envejecidas de la inteligencia.


jueves, 30 de agosto de 2012

Final del verano

El verano se acaba. Como cualquier otro tópico, es tan real que apenas es posible decir nada que lo ilumine.  Está, sencillamente, ahí. Igual que están ahí los crepúsculos con amantes, las mariposas en el estómago, las despedidas. El final del verano es, otra vez -¿cuántas veces?- una playa en la que unos adolescentes comparten sus cuerpos y su indecisión. Es este ventilador cuyas aspas parecen ir más lentas. Y es esta luz que declina antes de las nueve. Termina el verano y empieza otra vez ese tiempo que nos lleva a las puertas del muro del invierno. Todo es un ciclo. También nosotros, como el año, repetimos un papel, nos repetimos a nosotros mismos. Volvemos al niño aquel que se deja caer por las dunas de arena. A la breve felicidad de qué lejano instante. Allí donde reposa -pensamos- lo más auténtico de nosotros mismos, algo que no hemos perdido a pesar del abismo de la vida, este teatro -otro tópico- del que solo nos libran unos raros destellos de verdadera libertad. El resto ya ha ocurrido millones de veces. Termina agosto tristemente, como todas las cosas que terminan. Pero la tristeza y la alegría son dos amantes que ahora bailan en una playa de agosto, mientras las hogueras iluminan tenuemente la noche.

sábado, 24 de marzo de 2012

Razón, ciudadanía y educación

Cuando Aristóteles utilizaba el concepto de ζῷον λογικόν (animal con logos) para definir al hombre, pensaba a la vez en dos sentidos que, para nosotros, carecen de una relación tan obvia: logos es una habilidad discursiva que comprende el proceder llamado propiamente "lógico", deductivo, tanto como el proceder comunicativo y valorativo del lenguaje. Por eso ser racional es, al mismo tiempo, ser capaz de conocer, de deducir, de comunicarse, de dialogar, de valorar las acciones y los hechos. En Kant la separación es ya muy explícita, recogiendo la tradición de la modernidad que hunde sus raíces en el nominalismo. Si para Ockham la razón no tiene ni puede tener como objeto el valor moral, para Kant el uso teórico y el uso práctico de la razón apenas se entrelazan más allá de la común tendencia a lo universal de ambos. Desde entonces, los pensadores críticos -aquellos que se formaron en esa tradición especulativa que conecta a Kant con Marx a través de Hegel- no se cansaron de poner de manifiesto la deriva teorética de nuestra cultura: una vida colectiva basada cada vez más en el desarrollo de la razón instrumental (tal es la expresión de Horkheimer) a costa del olvido de la dimensión comunicativa de la misma (Habermas).

La diferencia entre ambos tipos (o usos) de razón no es absoluta, y el olvido de la dimensión comunicativa de la razón tampoco debe ser exagerado: al fin y al cabo, nuestra cultura ha conseguido notables avances en el desarrollo de instrumentos éticos y políticos razonables. Pero el descuido es obvio, entre otros ámbitos, en el educativo. Mientras se discute si la hora semanal de Educación Cívica y Constitucional debe reemplazar a la hora de
Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos, lo cierto es que hay un déficit que salta inmediatamente a la vista: los alumnos que parecen manejar bien ciertas destrezas cognitivas (el cálculo, el análisis, la memorización, etc.) carecen de las más rudimentarias destrezas éticas. Y digo éticas, no morales. Pues, afortunadamente, la moral, como su propio nombre indica, es costumbre, y se mantiene inercialmente al margen de las instituciones políticas. Con todo, las habilidades empáticas, la crítica, la suspicacia frente a lo dado, la capacidad para tomar en consideración las múltiples dimensiones de un problema..., son aspectos que quedan al margen de la formación social del animal racional, al menos si los comparamos con los aspectos teoréticos. Entre las generaciones adultas la cosa no mejora mucho. Así, la generalizada falta de sentido del deber, la rigidez de las estructuras de pensamiento y conducta, el sectarismo, la falta de un criterio operativo de justicia, de proporcionalidad, de mesura... son déficits que se revelan cada día a ojos de todos. Sin ir más lejos, qué escandalosamente obvia se muestra estos días la minoría de edad ética de tanta gente capaz de reconocer con absoluta nitidez e inteligencia los errores, mentiras y contradicciones de un partido político y ser absolutamente ciega, hasta los límites del subdesarrollo mental, ante los errores, mentiras y contradicciones del partido al que es afín por pura sumisión ideológica (en el sentido más peyorativo, esto es, marxista, del término). Todo esto da qué pensar sobre las carencias de nuestra educación, y más en cuanto que los valores no son contenidos conceptuales que puedan ser tratados como objetos y enseñados como informaciones acerca del mundo, sino que forman parte del tejido mismo de las acciones. Son constitutivamente transversales. Lo que no significa "secundarios", sino inseparables del transcurso incesante de la actividad social. Esto es lo que hay que impulsar. Al fin y al cabo, la educación es la más grande, la más esencial de todas las empresas colectivas.

domingo, 18 de marzo de 2012

Boris Groys sobre la literatura estalinista

“Un rasgo característico de los héroes de la literatura del período staliniano es la capacidad de realizar hazañas que de manera evidente superan las fuerzas humanas: esta capacidad se manifiesta en ellos gracias a su negativa a abordar la vida «formalistamente». Esta negativa les permite, con la sola fuerza de la voluntad, curarse de la tuberculosis, comenzar a cultivar plantas tropicales en la tundra sin invernaderos, paralizar al enemigo con la sola fuerza de la mirada, y así sucesivamente. El movimiento stajanovista, sin ninguna aplicación adicional de la técnica, con la sola fuerza de voluntad de los trabajadores, elevó la productividad del trabajo decenas de veces. Sin ninguna aplicación de los «métodos formalistas de la genética», el académico Lysenko logró convertir unas especies de plantas en otras completamente distintas. La frase «Para los bolcheviques no hay nada imposible» pasó a ser la consigna de la época. Toda referencia a hechos, posibilidades técnicas o límites objetivos era tratada como «pusilanimidad» o «poca fe», indignas de un verdadero stalinista. Con la sola aplicación de la voluntad se puede, como se creía, superar cualquier dificultad que a la mirada burocrática, formalista, le pareciera objetivamente insuperable” (Boris Groys, Gesamtkunstwerk Stalin. Die gespaltene Kultur in der Sowjetunion, München-Wien, Carl Hanser Verlag, 1988, pp. 66-67)

martes, 13 de marzo de 2012

Abrazos

En la pared de mi habitación tengo El regreso del hijo pródigo de Rembrandt. Es un póster, claro, y el marco tiene una esquina rota. En la misma pared cuelga un detalle del Friso de Beethoven, de Klimt: el abrazo final de dos figuras desnudas, bañadas de luz, frente al coro de ángeles del Paraíso. Todo el mundo que viene a visitarme se detiene brevemente a observarlos. El cuadro de Rembrandt agita la emoción del reencuentro paterno, el abrazo último (y primero también) en que todo descansa; el de Klimt evoca la alegría erótica de los amantes, la consumación de un itinerario platónico que nos lleva a lo Uno por medio del amor. Es la nostalgia de un amor sin fisuras, de una alegría sin sombras, la que me lleva a romper el horror pleni de mis paredes. Y los observo ahora que es de noche, y el día ha quedado atrás con su ruido, sus coches en doble fila, sus índices bursátiles... Tal vez esos cuadros están ahí porque haya dejado de creer en aquello que prometen, porque haya querido exhibir en la pared el cadáver de mi propio deseo, aquello que Bloch describía como "la visión no falseada ideológicamente del contenido de la esperanza humana". O tal vez reflejan, como espejos, la más sagrada verdad del corazón humano, que late de nuevo al recordarla.

lunes, 12 de marzo de 2012

Empezar la semana con... Kant

“Esta representación de una narración histórica del mundo venidero, que no es ella misma una historia, es un bello ideal de la época moral del mundo, efectuada por la introducción de la verdadera Religión universal, época prevista en la fe hasta su consumación, que nosotros no alcanzamos con la vista como consumación empírica, sino que a ella podemos dirigir la vista más allá de…–esto es: disponer con vistas a ella– sólo en el continuado progreso y acercamiento al supremo bien posible en la tierra (…). La aparición del Anticristo, el quiliasmo, el anuncio de la cercanía del fin del mundo, pueden adoptar ante la Razón su buena significación simbólica, y el último de estos acontecimientos, representado como acontecimiento imprevisible (como el fin de la vida, si está cerca o lejos), expresa muy bien la necesidad de estar en todo tiempo preparados para él, pero de hecho (…) la de considerarnos en todo tiempo efectivamente como llamados a ser ciudadanos de un Estado divino (ético). «¿Cuándo viene, pues, el reino de Dios?»–«El reino de Dios no viene en figura visible. No se dirá tampoco: mira aquí, o: allí está. ¡Pues ved, el reino de Dios está dentro en vosotros!» (Luc. 17, 21 a 22)"

(Kant, La religión dentro de los límites de la mera razón, Madrid, Alianza, 2001, trad. de Felipe Martínez Marzoa, pp. 167-168)

domingo, 29 de enero de 2012

Algunas propuestas sobre Educación

Aunque hay muchas propuestas, y mejores que éstas, circulando por la red, he aquí algunas cosas que yo propondría para la reforma educativa:

Ante todo, una reflexión colectiva acerca del hecho mismo de la educación, de la implicación de la sociedad y los medios. Luego, un análisis de sus fines: qué se quiere lograr. Y, entonces, un diseño coherente, que responda al doble objetivo de crear ciudadanos capacitados para la vida laboral, y capacitados para la vida social misma, en su dimensión ética y política.

Sería bueno, aunque no completamente necesario, que la reforma educativa fuera fruto de un consenso lo más amplio posible. Es el único modo de garantizar que los cambios en el sistema no tengan que ver con débitos ideológicos o de otro tipo, sino con la resolución técnica de problemas.

Sacar 1º de la ESO de los centros de enseñanza secundaria. En estas edades en que un solo año puede significar una gran diferencia en términos de desarrollo físico y mental, los alumnos de 1º se nos presentan, a quienes trabajamos en este ámbito, desorientados, descentrados, incapaces de afrontar un diseño totalmente distinto al que responde la Primaria, lo que tiene consecuencias muy negativas para ellos y para el conjunto de la etapa.

Reformulación del principio de educación obligatoria. Relajación del modelo carcelario de los centros de enseñanza. La obligatoriedad de la educación debe ser reinterpretada en un contexto histórico que es ya completamente distinto al que la propició. La coacción organizada que supone dicho modelo es perjudicial para los alumnos y para el sistema mismo.

Aumento a tres años del Bachillerato, acentuando la orientación de esta etapa hacia los estudios superiores, diversificando la oferta (como ya ocurre con los bachilleratos de arte, de artes escénicas, etc.) siguiendo el modelo inglés y centroeuropeo.

Supresión de esa estafa que son los programas de bilingüismo en su diseño actual.

Bifurcación de itinerarios en 4º de la ESO.

Concentrar los recursos económicos en la bajada de la ratio. Pagar ordenadores portátiles, pizarras digitales, sistemas de vigilancia, programas de gratuidad, etc., no sirve de nada si el profesor, en lugar de atender a un grupo relativamente pequeño, acaba teniendo a su cargo más de cien alumnos repartidos en grupos de treinta. La atención personalizada, el conocimiento de las especificidades de cada uno, se pierde, dañando gravemente la calidad de la enseñanza.

Supresión del programa de gratuidad. Los libros de texto, diseñados por editoriales privadas, no tienen por qué ser el eje de la enseñanza. La elaboración de materiales es responsabilidad del profesor experto en su materia.

Con el dinero ahorrado por el programa de gratuidad, incorporar un programa de becas basadas en el rendimiento académico y en la situación socioeconómica del alumno, con el doble objetivo de corregir las desigualdades no naturales y fomentar la mejora de resultados y la excelencia.

Reformar el Plan de Calidad vigente en Andalucía para que los incentivos a los profesores no estén directamente relacionados con la mejora estadística de resultados (bajo la tentación de facilitar aprobados injustificables para alcanzar los objetivos) sino con la propuesta y ejecución de planes de mejora educativa y proyectos de centro imaginativos en cuanto a su diseño y ambiciosos en cuanto a su alcance, que requieran una verdadera implicación del profesorado, justificando así el incentivo económico.

Unificar la oferta de formación del profesorado. Reformar los Centros de Profesores para que sean éstos quienes impartan una única oferta de formación seria, de calidad, homologada al menos a nivel autonómico. Desestimar los cursos propuestos por sindicatos, fundaciones, universidades. Acabar de una vez con la vergonzosa oferta de cursos homologados, donde un profesor puede obtener los puntos necesarios para su curriculum formativo, pagando él mismo o la Administración cursos sobre temas tan inauditos como el patinaje o un taller de gastronomía. Pagar dinero a sindicatos y empresas a cambio de puntos no es la mejor forma de propiciar la formación del profesorado.

Plantear un doble itinerario de cursos obligatorios para el profesorado: orientados a la adquisición de destrezas psicopedagógicas (psicología evolutiva, recursos de diagnóstico y terapia, técnicas de trabajo grupal, etc.), y orientados al desarrollo de recursos en las distintas materias, así como en idiomas extranjeros y uso de nuevas tecnologías.

Simplificación de las exigencias burocráticas y administrativas.

Implantación de exámenes nacionales en, al menos, dos puntos del itinerario educativo, según el modelo de las Pruebas de Acceso a la Universidad: al finalizar la Primaria, y al finalizar la Secundaria. Es el único modo de garantizar un seguimiento real del nivel alcanzado en los objetivos curriculares que nos permita corregir los déficits reales y mejorar nuestra desastrosa posición en los rankings mundiales de educación.

viernes, 27 de enero de 2012

Justicia, opinión y democracia

En la última semana, muchas personas han decidido echarse a la calle para protestar contra la justicia. No es la primera vez. De hecho, ocurre con cierta frecuencia. El asunto me da que pensar. En primer lugar, sobre el tema de "las opiniones". No tengo nada que objetar al hecho de que la gente tenga opiniones sobre casi todo lo que ocurre. Faltaría más. Sin embargo, cuando uno se toma en serio la decisión de pensar los acontecimientos del presente, lo normal es que, en seguida, y sin necesidad de llegar a la humildad socrática, se dé cuenta de que, en realidad, dispone de muy poca información como para tomarse demasiado en serio sus propias opiniones. En un mundo donde cada vez todo es más complejo, la simplicidad de la opinión parece establecer un suelo, un cimiento a la subjetividad. Ello es especialmente así cuando la opinión es, al mismo tiempo, un juicio moral. La indignación que nos provocan los "malvados" nos crea, en un reflejo especular, la ilusión reconfortante de nuestra propia bondad. Y, así, nada más fácil que convertir la sospecha en condena. De hecho, algunos antropólogos encuentran en el sacrificio victimario el origen de la vida colectiva primitiva. Así, se trate de asesinos, violadores, corruptos o terroristas, los acusados se convierten en culpables hasta que demuestren lo contrario. Y cuando lo hacen, siguen siendo culpables, y entonces tenemos dos culpas: la de ellos y la de quienes no lo reconocen. A partir de ese momento toma vigencia social la famosa teoría de la justicia defendida por el profesor Skinner (no el del condicionamiento operante, sino el de los Simpsons) cuando afirmaba: "No hay mejor justicia que una turba enfurecida".

Hay una confusión en todo esto, por la que conviene recordar una y otra vez que la democracia no es sólo el sistema político en que la gente vota. Ni siquiera es fundamentalmente eso. Y desde luego no es el sistema de la gente, el sistema del pueblo convertido en un Absoluto. La democracia es el sistema político que establece la vigencia universal de la ley. Es un sistema moral, en el que todo individuo renuncia, como explicaron Spinoza y Hobbes, al uso de su propia fuerza para convertir las fuerzas de la colectividad en un organismo racional, legal, organizado. Perfectible, pero racional. La gente no debería opinar sobre la culpabilidad o la inocencia de quienes son juzgados. Pero sobre todo no debería negar a los jueces esa potestad, organizar manifestaciones para acusar a una persona de todo aquello de lo que ha sido exculpada por los tribunales... toda esa actitud golpista, usurpadora de las potestades públicas, da miedo: no por lo que pueda llegar a ser (que será nada), sino por lo sintomático que resulta de la estructura moral de un pueblo que aún no ha asumido totalmente el significado del sistema político que lo ampara. Recuerdo que, en el famoso discurso de Pericles, la democracia no era simplemente el gobierno de la mayoría, sino un "ejemplo para otros pueblos", un auténtico sistema ético donde sólo la diferencia de méritos es causa de la diferencia de posición. La democracia, tal y como la entiende Pericles, es un motivo de orgullo precisamente porque pone la ley por encima del arbitrio caprichoso de los hombres. Sólo cuando se atisba su densidad moral, se la puede defender con pasión: esa pasión que nos falta a los españoles y, en general, a casi todos los viejos países europeos. A veces da la sensación de que este país, que parece un conjunto anarquista de tribus pre-romanas, no sólo no estuviera preparado para tener una democracia, sino que ni siquiera lo estuviera para tener un Estado. Y entonces -y ahora es cuando espanto a los pocos lectores que me queden- uno se pregunta si no será realmente necesaria una Educación para la ciudadanía.

miércoles, 11 de enero de 2012

Los partidos políticos

Siempre, desde que recuerdo, me ha atraído la política. Y, sin embargo, siempre he sentido completamente ajena la tentación de militar en un partido político. Ello tiene que ver con mi carácter, desde luego, que huye instintivamente de lo colectivo y de lo gregario. Pero no sólo. Básicamente, me resulta inconcebible la posibilidad de asumir, a priori, un ideario político cualquiera, como si pudiese valorar ese ideario antes de comprobar qué resultados tiene en la realidad. Para mí, la decisión entre intervencionismo y libertarismo, entre lo público y lo privado, entre el belicismo y el pacifismo, por decirlo así, sólo puede tener lugar en atención a los efectos. Dividirse en grupos políticos de acuerdo a concepciones ideológicas me parece tan absurdo como si los científicos se dividieran entre aquellos que confían ciegamente en el Gran Colisionador para descubrir el bosón de Higgs y aquellos que confiaban igual de ciegamente en el Tevatrón. ¿Qué se puede esperar de ambas posibilidades más allá del hecho de intentarlo y ver cómo nos va? Ni siquiera creo que la democracia representativa sea, a priori, el mejor sistema de gobierno posible. ¿Cómo se la puede defender seriamente más allá del hecho de que con otras formas nos ha ido peor?

Luego está esa ridícula autocomplacencia con que rápidamente se glorifican, unidos, el nombre del partido, la ideología, el bien y hasta lo sagrado, acompañada de la sorprendente ceguera con que algunos sólo ven errores y maldad en los demás partidos, y honradez y benevolencia en el propio. Mientras que el derechista se cree dueño de una visión realista y seria de la economía, el progresista cree sinceramente formar parte de una cadena histórica de defensores de la libertad. No hay manera de hacerles recordar, por ejemplo, que en el marxismo tradicional, la homosexualidad era vista como una aberración propia de la decadencia capitalista. Y lo sigue siendo, a juzgar por los discursos oficiales en China, Cuba y Bolivia. El marxismo, pues, tenía poco que ver con la libertad tal y como la entendemos nosotros: se basaba, más bien, en la necesidad con que se imponen las leyes de la historia. Las ideas, las consignas, los valores mismos atraviesan la historia, se entrecruzan, cambian de significado, crecen, y se pierden. Así que la idea de que cada uno puede hacer lo que le dé la gana mientras no haga daño a los demás es más bien liberal; y, con todo, encontramos que los liberales tampoco se quedan cortos cuando deciden ponerse a prohibir. Muchos militantes de partidos políticos sienten una verdadera fe eclesiástica en las bondades de su propia tribu, y una fidelidad fanática por encima de lo que desvela el más rudimentario sentido común. Cuando las ideas son perfectas y la realidad se resiste a reconocerlo, el pensamiento partidista se enfada con la realidad. El verdadero progresismo consistiría aquí, simplemente, en abandonar las ideas. Al menos, por ahora.

Y con esto llego al final. ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿De qué sirve la izquierda si, cuando la realidad dice "hola", se apura a dinamitar la política social, y de qué la derecha si lo primero que hace cuando llega al poder es subir los impuestos? O bien nos engañan con el discurso de que "sólo se puede hacer esto" -y, entonces, ¿por qué votarles?- o bien efectivamente sólo se puede hacer "esto" -y, entonces, ¿para qué sirven?-. O nos mienten para servir a soberanías que nada tienen que ver con la nacional, o la soberanía nacional es superflua tan pronto se impone el hecho de que la gente no sabría dirigir la economía. Y si la sustitución de la democracia por una tecnocracia es un hecho, uno no termina de ver para qué demonios afiliarse a un partido si, al fin y al cabo, vamos a terminar dándole la razón al paisano más bruto de la tasca del pueblo, cuando mira al televisor y, tras apurar el carajillo, sentencia: "no sirven pa na".

jueves, 5 de enero de 2012

Los Reyes Magos

Mañana vienen los Reyes Magos. Cuando era niño, mis padres solían esconder pistas por toda la casa, y mi hermano y yo, emocionados, tratábamos de descifrarlas en busca del lugar en que sus Majestades habían escondido nuestros regalos. Mirábamos bajo las plantas, subíamos la escalera estrecha que conduce a la azotea, buscábamos entre las hojas de los naranjos, en la hierba mojada del jardín, en las cerámicas de la chimenea... Cada pista nos acercaba poco a poco al milagro. Que tres sabios mazdeístas vinieran en camello desde Persia, Babilonia y Asia a Dos Hermanas para regalar cosas a dos pequeños zoquetes no era ninguna extravagancia que nos hiciera sospechar. Mientras más mágico e inaudito resultase, más real parecía. Para una mente que aún no ha sucumbido a la negatividad del mundo, nada más lógico que el hecho de que lo increíble suceda. Y al contrario: nada más incomprensible que la persistencia de lo negativo. Mañana, al despertarnos, tal vez vuelva, como otras veces, un breve recuerdo de aquella insólita magia: cuando, en casa de mis padres, mis sobrinas abran los regalos con los ojos luminosos, mientras, afuera, en el campo, comienza a brillar el rocío sobre las hojas temblorosas de los olivos.