viernes, 30 de abril de 2010

Cuatro sencillas normas para levantar un país


1. Saber qué es un país.

Es decir: obviar los debates nominalistas y las metafísicas que sólo esconden ejercicios de dominación y retrocesos sociales. Atender al conjunto de personas, en su bienestar y en sus derechos, pero también como instrumentos de un afán histórico y de una ilusión colectiva.

2. Saber para qué se quiere levantar ese país (fines).

Priorizar objetivos: tecnológicos, económicos, culturales. Como primer objetivo, desde luego, la mejora de las condiciones materiales de existencia. Pero también las metas a largo plazo, siempre definidas por grandes valores (¿la libertad?, ¿la justicia?...), con los sacrificios que ello conlleva: la renuncia a una existencia vegetativa, posthistórica, a un cuerpo de vacaciones, la maximización del esfuerzo, la heroicidad del trabajo bien hecho...

3. Saber cómo se puede levantar ese país (medios).

Un país se levanta sobre una economía, pero ésta, a su vez, es inviable sin un sistema de valores, de fines, sin una educación del cuerpo y del espíritu. Por eso la verdadera estructura, en el sentido marxista del término, es la "educación". Y no en el sentido institucional del término, sino en cuanto trama de símbolos intelectuales y emocionales, así como de hábitos físicos, forjados en la interacción social. Como proyecto, en fin, en el que deben estar implicadas todas las fuerzas de la sociedad ("toda la tribu educa" -repite Marina). Entender que no se puede sostener un país dejando que se extiendan por todas partes, como un cáncer, las pasiones más mezquinas y los afectos más narcotizantes.

4. Saber cómo se protege un país.

Elegir como aliados a aquellos países que comparten con nosotros grandes objetivos históricos (véase norma 2) y mantener con ellos vínculos de trabajo, de cooperación, de acción. Mantener esos vínculos por encima de los mezquinos intereses de los partidos y de los cambios de gobierno. Y establecer, cómo no, un sistema de garantías sociales que impida los abusos y equilibre las desigualdades producidas por la naturaleza o los vaivenes del mercado.

miércoles, 21 de abril de 2010

¿Qué es un golpe de Estado?

Dado que uno de los fundamentos de la democracia moderna es la división de poderes, cada uno de esos poderes constituye una parte respecto al todo en que se expresa la soberanía popular. Que una sección del poder ejecutivo -en este caso, la Generalitat de Cataluña- niegue legitimidad al Tribunal Constitucional, se asigne a sí mismo funciones judiciales -en tanto intérprete del espíritu de la Constitución-, y amenace con no acatar las decisiones del mismo a no ser que coincidan con los proyectos políticos de dicho gobierno: todo esto es lo más parecido que ha vivido España a un golpe de Estado desde el 23-F (más aún que el Plan Ibarretxe, que no llegó a nada, y que la huelga de los jueces...)
ACTUALIZACIÓN. Feliz coincidencia: acabo de ver que Enrique lo explica más extensamente y mejor que yo aquí.

El Estado... ¡somos nosotros! Qué risa, ¿no?

domingo, 18 de abril de 2010

Los hermanos Grimm: esos malditos machistas

Las cosas más estúpidas de este mundo son aquellas para las que no encuentras argumentos con que refutarlas...

sábado, 10 de abril de 2010

Diplomático en el Madrid rojo

Hace unos años Abelardo Linares me encargó para la Editorial Renacimiento la traducción de un famoso texto de Felix Schlayer titulado Diplomat im roten Madrid. La edición se retrasó y, estando el texto en imprenta, apareció una versión del mismo en la editorial Áltera. En ella había cambios significativos: por ejemplo, el título del libro se había transformado en el apocalíptico Matanzas en el Madrid republicano. Paseos, checas, Paracuellos... Ciertamente, el libro habla de todo eso, pero bastante traidor es ya todo traductor como para encima esforzarse en parecerlo, y el título no añade nada al elegido por Schlayer para sus memorias, salvo una buena dosis de demagogia y marketing. Pronto comprobamos que había algún que otro desliz en la traducción de Áltera: traducía "kommunistisch" por "socialcomunista", haciendo sutilmente partícipes a los socialistas de lo que hacían las organizaciones comunistas. Pero el error más importante es que, en una conversación entre Carrillo y Schlayer, se traduce "y a mí esto me pareció posible" (möglich) por "lo cual me parecía inverosímil". Es decir, según la traducción de Áltera, Schlayer habría considerado imposible que Santiago Carrillo no supiera nada de los crímenes que se estaban cometiendo, cuando el texto dice justamente lo contrario.

Hasta aquí lo reprobable. Y ahora vienen las matizaciones: pues con estupor descubro que quienes defienden la traducción que yo propuse, se quedan agarrados férreamente a esa frase, como si en ella se condensase toda la moraleja del libro: según esta lectura, en el Madrid republicano se habrían cometido muchos crímenes, pero Schlayer afirma que Carrillo y los grandes dirigentes políticos del momento no supieron nada. Aquí hay un debate sobre esto. Así que me veo obligado a matizar: ciertamente Schlayer dice en ese momento que le pareció posible que Carrillo no supiera nada, pero en el relato inmediatamente posterior el autor va volviéndose escéptico respecto a su impresión inicial. Nada más decir que le pareció posible que Santiago Carrillo no supiera nada, continúa: "Pero incluso en esa noche y al día siguiente, se continuó con la deportación desde las prisiones, sin que Miaja o Carrillo se esforzaran por hacer algo. Y esta vez no tenían la excusa de no saber nada, pues ya habían sido informados por nosotros" (p. 140). Así pues, todo el libro pone en cuestión el tan cacareado espíritu democrático de los líderes republicanos, sugiere la absoluta despreocupación del gobierno, cuando no su implicación directa, relata crímenes concretos de las organizaciones obreras contra civiles considerados "burgueses" (secuestros, robos, asesinatos, asaltos a embajadas extranjeras...), presenta una versión desconocida de la Pasionaria al poner en su boca que la solución al problema político era "que una mitad de España extermine a la otra" (p. 244), lamenta la inexistencia en España de una clase media realmente democrática, etc., etc. No es, por tanto, necesario ni justo deformar las frases del libro para hacerse una imagen desmitificada de los últimos años de la Segunda República. Lo necesario y justo para nosotros es leer el relato de Schlayer con la dosis precisa de interés y espíritu crítico: es una parte fundamental de nuestra memoria histórica.

viernes, 2 de abril de 2010

El Dios al que pasean por las calles

Más sobre monoteísmo e imaginería (entre otras cosas) en la Taberna.