jueves, 31 de diciembre de 2015

Brindis de Nochevieja


Brindis de una tarde de verano 
(que podría ser de invierno)

A lo lejos el sol se hunde en la marisma.
Yo la contemplo desde los altos cerros
y veo la montaña de sal oscurecerse.
La vida sabe a poco en los labios del hombre:
apenas un destello, un relámpago sordo.
Pero un año es eterno debajo de la luz
que se derrama, lenta, sobre las parras verdes
y sobre los olivos de esta tierra. Los hombres
vuelven de sus labores con cestos, a lo lejos,
y las mujeres llevan delantales manchados.
Caminan sobre el manto de la tierra
recogiendo las uvas verdes de la alegría.
Pero el vino es liturgia de la tierra
que levanta en su altar las plegarias del mundo.
Por eso alzo mi copa,
en las últimas luces de este día
antes de que las sombras inunden nuestros ojos.
Brindo por nuestros cuerpos tumbados en la hierba
de un campo interminable, por la dicha
de unos ojos que miran otros ojos
como un espejo puro de metal y fuego.
Brindo por las mañanas de San Juan,
por los niños corriendo por los largos pasillos,
por las luces nocturnas de la ciudad dormida,
por las dunas cubiertas de enebrales
con hileras de hormigas avanzando en sus hojas,
y brindo por las calles infectadas del puerto.
Brindo por esta tierra,
patria de las cigüeñas y los buitres,
por sus montes brillando bajo la luz de mayo,
por la risa nerviosa de una muchacha frágil
y por su piel de almíbar, porque un hombre
que no es nada y que nada merecía
tuvo la extraña suerte de la dicha.
Brindo por el misterio de esta hora
mientras arde a lo lejos, como un disco de fuego,
toda la luz del mundo sobre el mar.

Feliz entrada en el 2016, amigos

Original en: Premios Orola 2015 

martes, 29 de diciembre de 2015

Lamentaciones


Los actos generan normas. Se pretenda o no. Lo pensaba esta mañana mientras veía las noticias con el desayuno y le daba vueltas al hecho de que cada vez esté más extendida en toda España la idea de que la solución lógica al problema de Cataluña sea la celebración de un referéndum. Porque el problema aquí es precisamente este: ¿qué norma generaría su realización? ¿Que cualquier territorio puede decidir erigirse en estado independiente? ¿Que lo pueden hacer solo los territorios autodenominados históricos? ¿Que lo puede hacer cualquiera con tal de llevar un tiempo reclamándolo? ¿Que se puede hacer eso con una mayoría simple? ¿Con dos tercios? ¿Y una ciudad puede hacer lo mismo? ¿Una comarca? ¿Un pueblo? ¿Y podría volver a integrarse en el estado del que se separó? ¿Y en ese caso podríamos decidir algo los demás? La razón por la que el derecho de autodeterminación no aparece en ninguna constitución normal es precisamente ese: que el acto no genera una norma asumible, sino caos y disgregación. Lo contrario de un Estado. 
Me temo que todavía tendremos que ver -y pagar- la escasa cultura política de este país, la pobreza intelectual con que se despacha cualquier análisis sobre nuestra vida colectiva, este infantilismo pseudodemocrático del derecho a decidir, como si una nación pudiera funcionar sometiéndose a sí misma a un plebiscito permanente. Lástima de nosotros, pero sobre todo lástima de los muertos que murieron para esto.

jueves, 17 de diciembre de 2015

Breves enseñanzas providenciales

El otro día me ocurrió algo ridículo. Había quedado con unos padres en el instituto para hablar de su hija. Fui en bici, que es el vehículo que usamos los que agotamos la treintena, confirmando que hemos dejado muy atrás la época veloz y contaminante de los veinte. Tras la reunión, me fui al gimnasio (así, sin esperar a los propósitos de Año Nuevo) y, al terminar, volví al instituto para recoger la bici. Era ya de noche. Abrí lentamente la pesada puerta de metal azul, y luego la pesada puerta de metal blanca, y por último la liviana puerta de aluminio y cristal. Entonces vi los sensores de la alarma colocados en la pared y comenzó a sonar un timbre estridente. Inmediatamente me imaginé rodeado por la policía nacional. Pero no desistí en mi empeño de recoger la bici. Me adentré por los pasillos oscuros y fantasmales del instituto, con mi mente asediada por viejas imágenes de terror cinematográfico. Imaginé lo que diría a los policías cuando, al salir en chándal y con una bicicleta en la mano, me encañonasen con sus armas reglamentarias. Decidí que gritaría "¡soy profesor de filosofía!", porque cualquiera podría comprender que los rateros del barrio no saben decir "filosofía" correctamente. Imaginé el tono de voz que debía poner para evitar que el agente más novato, en un movimiento nervioso, acabase esparciendo mis sesos por la puerta trasera del instituto. Definitivamente, no quería morir en un centro educativo andaluz. Recordé a Def Con Dos y sentí pánico a una muerte ridícula. Abrí cuidadosamente la puerta exterior y, frente a mí, el semáforo emitía un sonido estridente. No era la alarma lo que sonaba, sino el aparato que guía a los ciegos para cruzar la calle. En solo un instante, una pequeña gota de realidad diluyó historias y miedos que se extendían como una telaraña por mi mente. Pensé en cuántas veces nos ocurrirá esto, cuánto ruido psicológico impidiendo escuchar lo obvio cada día. 
Hoy andaba igual, esta vez con la política, imaginando escenarios apocalípticos y discursos inexistentes, cuando abrí mi correo electrónico. La Providencia, que no se cansa de intentar enseñarme, había dejado en mi bandeja de entrada un mensaje de spam que decía: "Keep calm and love, Alejandro". Y, dentro de mí, sentí vergüenza. Y gratitud.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Una profecía inquietante

En el gimnasio. Veinteañero barrigudo, gorra blanca y tatuajes, le cuenta a su colega que se quiere comprar una bandera de EEUU. De pronto le asalta una duda: "¿El tío Sam quién é allí, quillo? Como aquí Franco, ¿no?". La conversación se vuelve confusa a partir de ese momento, pero al final alcanzo a escuchar: "Nosotros semo er futuro, quillo, nosotros semo er futuro". Y qué razón tiene.

Breve reflexión a la derecha

El PSOE dice que Ciudadanos es de derechas, como Podemos dice que el PSOE hace políticas de derechas, como IU dice que Podemos ha asumido el discurso de la derecha.

Cuando una palabra designa cualquier cosa es que no significa nada: es, literalmente, palabrería.

sábado, 12 de diciembre de 2015

Ideología, violencia machista, emancipación


¿Qué es la ideología?

En la tradición marxista, la ideología tiene como misión garantizar la pervivencia del orden económico y las estructuras de dominación que le son inherentes. Se trata de un conjunto de ideas, más o menos coherente, producido por las clases dominantes para defender sus intereses. Así que la ideología es, por su propia naturaleza, reaccionaria. Voy a poner un ejemplo de nuestros días: un producto ideológico –que inunda el cine, la literatura, las redes sociales, la televisión, el discurso político– es la idea de que “cualquiera puede alcanzar sus sueños si se esfuerza lo suficiente”. Es ideología porque, mientras la gente cree que eso es así, no se da cuenta de que el sistema mismo en que vivimos impide de hecho que cualquiera pueda alcanzar sus sueños. Mientras creemos en el mito de una voluntad omnipotente, se nos escapa la verdad de un sistema que rara vez premia el mérito. En una carta a Mehring, fechada el 14 de junio de 1893, Engels definía la ideología del siguiente modo: «La ideología es un proceso realizado conscientemente por el así llamado pensador, en efecto, pero con una conciencia falsa (mit einem falschen Bewusstsein); por ello su carácter ideológico no se manifiesta inmediatamente, sino a través de un esfuerzo analítico y en el umbral de una nueva conyuntura histórica que permite comprender la naturaleza ilusoria del universo mental del período precedente». Si Engels tiene razón, la ideología solo es percibida como tal, solo es desenmascarada, cuando el período histórico llega a su fin. Mientras tanto, es incuestionable, al menos para la sociedad en su conjunto. Por eso está llena de tabúes. Por muchos análisis filosóficos que pueda hacer un pensador adelantado a su tiempo, la ideología es –para la sociedad en general– la verdad misma.


Violencia machista

Eso es, a mi juicio, lo que ocurre con la violencia machista en una cultura que no dispone de ningún paradigma moral ni andamiaje emocional para sus individuos y que, en lugar de soluciones capaces de alterar el orden social, ofrece en su lugar una ideología cosmética incapaz de disminuir significativamente los casos de violencia contra la mujer. Estos días hay una gran polémica por el tema de la violencia machista y la postura de Ciudadanos al respecto. Polémica excesiva, en mi opinión, dado que el programa de Ciudadanos recoge un alto número de propuestas encaminadas a terminar con esta lacra y el propio Albert Rivera se encargó de aclarar que lo que pretenden es elevar las penas de todas las violencias domésticas. Aún así, el socialista Antonio Hernando reprochaba hace unos días a Marta Rivera lo siguiente: "Si ustedes no son conscientes de que las mujeres mueren y son asesinadas precisamente por su condición, es que no han entendido nada". Sin embargo, el problema que vivimos cada día con cifras espeluznantes tiene que ver casi siempre con mujeres maltratadas y asesinadas, no por cualquiera, sino por sus parejas. ¿Por qué se obvia entonces la cuestión emocional y sexual, volcándose todo en la cuestión del género? Después de tantos años de políticas infructuosas, podríamos hacer el esfuerzo de plantearnos si la ideología no nos deja ver el bosque. Encontraríamos más claves resolutivas mirando en otra dirección. Por empezar con lo más obvio, la dirección de nuestro sistema educativo, que margina totalmente la educación en el conocimiento de uno mismo, en el control de las emociones, en la autoestima. Yo doy clases en un instituto de secundaria y veo constantemente parejas adolescentes inmersas en relaciones insanas, y cómo los jóvenes, sin apoyo del sistema y de la sociedad, crecen pensando que su autoestima, su felicidad y su éxito social dependen de lo que logren de su pareja. ¿Pero contra esto puede hacer algo un sistema que vive precisamente del descontrol de nuestras emociones, de esa falta de autoestima que explota el mercado? Por poner otro ejemplo, ¿no encontraremos claves en la permisividad con que –por falta de coraje político– se permite a los medios de comunicación emitir programas y series donde se repiten patrones verdaderamente vergonzosos en las relaciones de pareja? ¿Tampoco hay nada que analizar en el hecho, científicamente constatado en multitud de ocasiones (fuente), de que la testosterona está en la base de la conducta violenta y que ni la sociedad ni las instituciones enseñan a los individuos formas de gestionarla y canalizarla? 
La ideología devora completamente este asunto: por ejemplo, desde los colectivos feministas se denuncia "que el catolicismo tradicional, así como el fomento de estructuras y políticas públicas heteronormativas, hacen que esta violencia se perpetúe cada día en nuestra sociedad" (fuente), ocultando los datos reales de que en los países europeos de tradición católica -en el Parlamento de Polonia no hay, a día de hoy, un solo partido de izquierdas- hay menos casos de violencia contra la mujer que en Reino Unido o Dinamarca (fuente). 
Un último apunte ideológico: Pablo Iglesias pidió en su día (fuente) que se terminase con la excepcionalidad de los presos de ETA y, sin embargo, parece que la excepcionalidad penal en la cuestión de género le merece más respeto. No voy a entrar en la cuestión. Solo constato, una vez más, que el análisis de la realidad se eclipsa por los intereses particulares de las ideologías.

Emancipación

Hay mucha falsa conciencia detrás de las ineficaces políticas que padecen las mujeres en nuestro país. Al fin y al cabo, un planteamiento sanador implica necesariamente enfrentarse a las grandes contradicciones de nuestras sociedades, a sus problemas irresueltos, a sus huecos. Enfrentar de verdad el problema de la violencia –en general, y de la llamada violencia machista en particular– implica toparse con las estructuras más sólidas y más arcaicas de nuestra sociedad y de nuestra naturaleza, estructuras que no estamos dispuestos a cuestionar. No hay progreso en la historia que no pase por arrancar de raíz los tabúes y los dogmas ideológicos en los que se asienta cada época. Tabúes y dogmas que tienen como meta desviar la atención. Cuando estemos en condiciones de pararnos a pensar qué está ocurriendo en la cara oculta de la realidad, veremos un horror vastísimo y prácticamente eclipsado. Hay que escarbar mucho para encontrar, por ejemplo, que en EEUU se suicidan 30.000 personas al año como consecuencia de un divorcio (de las cuales 22.500 son hombres y 7.500 mujeres). También estos datos nos hablan de una sociedad que no ha sabido integrar el matrimonio y la vida familiar en el sistema económico, laboral y jurídico occidental. Los datos son parecidos en España: solo en 2013 se suicidaron 3870 personas (un 22% más que en 2010), y de ellas 2911 fueron hombres, frente a 959 mujeres. ¿No hablan estos datos contra la supuesta emancipación y contra el modo como están integradas las relaciones de pareja en el orden social? El suicidio mismo está silenciado. No se habla de él, ni los datos aparecen en los informativos o en las primeras portadas de los diarios. Una sociedad donde la gente (sobre todo hombres) se suicida  tras un divorcio dice mucho contra el dogma ideológico de la emancipación y la felicidad occidental. Algo similar ocurre con la violencia infantil, otra realidad espeluznante en la que no se pescan votos y cuyo análisis nos obligaría a replantearnos unas cuantas cosas. En 2012 fueron atendidos en hospitales 1778 niños como consecuencia de agresiones físicas y abusos sexuales. ¿Cuántos casos puede haber de maltrato no atendido? La Fundación ANAR, que se dedica a este problema, realizó 13.106 intervenciones solo en 2012. Hace poco conocimos la noticia de que, en China, un padre asesinó a su hijo por haberse orinado en la cama y, según UNICEF (fuente) en Australia una de cada diez personas considera adecuado castigar a sus hijos con palos o cinturones. Solo en Reino Unido 17.000 niños tienen que recibir atención especial por casos de maltrato. Esta violencia no gana votos, así que ni tiene adjetivos ni merece agravantes. Entre las acciones bienintencionadas pero ineficaces y la pura hipocresía, lo cierto es que seguimos realizando políticas de maquillaje –como las políticas lingüísticas, las campañas de concienciación– que no podrán acabar con el problema porque están a galaxias de enfrentar sus causas. "La verdad os hará libres", decía el Evangelio. Políticamente esto significa que no hay emancipación real allí donde no hay una constatación amplia y un análisis sin prejuicios de la realidad. Una realidad que está muy lejos de la imagen que nos venden cada día.


martes, 8 de diciembre de 2015

Anotaciones al debate

Me gustó mucho el debate de ayer en a3media, y no tanto por lo que allí se dijo, que fue poco y poco nuevo, sino por su contexto: en este país la política está dejando de ser un tabú conversacional y vuelve a provocar más interés que hartazgo. Más de nueve millones de personas vieron el debate y en Twitter no se hablaba de otra cosa. Muchos jóvenes que aún no han terminado el instituto ven los últimos debates y hablan de política. Y esta misma mañana, en una cafetería de barrio en Dos Hermanas, las señoras comentaban las propuestas en educación. Este país necesita una política nueva, y eso que precisamente los candidatos de la "nueva política" mostraron ayer qué fácil es caer en la vieja política del vacío: un discurso de mínimos para no pillarse los dedos con nada. En este sentido, he visto a Albert Rivera mucho más concreto y sólido en otras ocasiones, teniendo en cuenta que me sigue pareciendo la alternativa más viable al impasse político de este país. Hay que decir lo que se piensa de la guerra, de la contratación y de los impuestos. Precisamente ahí estuvo muy bien Pablo Iglesias cuando, por ejemplo, defendió el referéndum soberanista. Decir esas cosas nos aclara a los ciudadanos a quién no debemos votar si no queremos que una sola legislatura dinamite la gran conquista histórica de la unidad nacional. Los ciudadanos quieren oír discursos sólidos, propuestas viables, proyectos tangibles, para no correr el riesgo de que el discurso político se convierta, como decía Popper respecto de la pseudociencia, en un conjunto de afirmaciones infalsables, y por tanto, completamente irrelevantes. Ayer Rajoy, como siempre, se ausentó. Es el presidente que se oculta a sí mismo, el Sanctasanctórum, la Kaaba: en su no manifestarse, intenta crear la ilusión de su propia divinidad. Y como lo Absoluto no puede manifestarse (Éxodo, 33:18-23), mandó a su profeta Soraya, que no estuvo nada mal teniendo en cuenta que iba camino del Gólgota. Recibió a tres bandas, con cierta dignidad. A Rajoy, en cambio, no le gusta que le pregunten cosas. Las divinidades no dan explicaciones a la chusma. Por el contrario, sí estuvo en casa de Bertín Osborne, otra divinidad, en un bochornoso acto de propaganda grosera donde se alternaban relatos enternecedores de su infancia con fotos antiguas y música nostálgica. Pero de los sobres y de los pobres, de la política económica y de la economía politizada, de las aulas y los hospitales, no tiene nada que decir. La estrategia estética de Rajoy es la de los emperadores japoneses y los faraones egipcios: solo exponerse ante el populacho en escenificaciones de su propia grandeza. Con independencia de los frutos que pueda recoger de esta estrategia, ayer fue el peor del debate y demostró, una vez más, que no está a la altura de lo que merece España. Y eso que ni siquiera estaba.