sábado, 29 de agosto de 2009

viernes, 28 de agosto de 2009

Lo numinoso en la ciencia

La ciencia no ha superado a la religión por su racionalidad, sino, más bien al contrario, por haberse apropiado del carácter numinoso de aquélla... (Sigue en La taberna del fin del mundo)

domingo, 23 de agosto de 2009

El diálogo

Una de las cosas más nefastamente afectadas por la apatía racional de la postmodernidad es el diálogo. Nuestro Padre Platón estableció hace siglos lo que debiera ser un diálogo sensato, y de hecho toda su filosofía es -como dice Tomás Calvo- una especie de orthoépeia, una reflexión sobre la palabra y el discurso correctos. Que esto no es lo que era lo demuestran los debates políticos televisados, pero sobre todo las discusiones en los blogs. Si en los diálogos platónicos la discusión debía remontarse a un punto de partida comúnmente aceptado por los hablantes y, desde allí, discurrir juntos en el establecimiento de nuevas verdades, relativizando la posición personal de cada cual, los diálogos blogueros se parecen más bien a esos personajes de los relatos de Raymond Carver, donde cada uno, sin ningún interés por alcanzar nada, va soltando lo primero que se le viene a la cabeza mientras apura la copa de ginebra. La palabra sólo sirve para expresar un estado de ánimo. Pasamos, sin mediación alguna, de la función denotativa a la función expresiva, y nos instalamos así en una metafísica invertida donde hemos abandonado la posición de un objeto abstracto y trascendente por la de un sujeto vaporoso y solipsista. Una metafísica cuya sustancia única se expresa en millones de bytes malgastados en mantener intacto, como la guerra orwelliana, un estado de cosas cada vez más intocable.

viernes, 21 de agosto de 2009

Perros y gatos

Me gustan mucho los gatos: su pose aristocrática, su elegancia y su independencia. Parecen no tener exigencia alguna; lo que dan, lo dan porque quieren, y lo que reciben, lo agradecen sin humillación. Establecen con los hombres una armoniosa relación que no daña la independencia de nadie. Acostumbrado a sus maneras, se me olvida a menudo todo aquello de que carecen y que caracteriza a sus enemigos más íntimos: los perros. Hoy, en la calle, me he quedado mirando un perro atado a la cadena de un tipo enorme. Al observarlo, ha ocurrido algo extraordinario: me ha devuelto la mirada. Los perros te miran, lo hacen con frecuencia, y reaccionan a los gestos y matices de nuestros ojos. Este choque inesperado con un fenómeno tan trivial me ha llenado de una extraña alegría. Fue como si, al mirarnos, perteneciéramos por un momento a un mundo de iguales, y aquel hermoso perro de color castaño y orejas colgonas hubiera alcanzado, en ese gesto fabuloso, la dignidad de los hombres. Casi se me escapó de la boca: "¿ah, pero tú también?".

jueves, 20 de agosto de 2009

La Extra-Vagante

"La Extra-Vagante" es el nombre que han dado unos amigos a la librería que acaban de abrir en La Alameda de Hércules de Sevilla. Estuve en la inauguración. Se encuentra en la planta baja de una casa con patio, es pequeña, pero el espacio está tan bien organizado que da una sensación de amplitud. Me pareció que la librería era muy original, lo que resulta difícil conseguir tratándose, al fin y al cabo, de una tienda de libros. Está especializada en viajes (venden, además de guías de viajes, globos terráqueos, cartas, utensilios de navegación como regalos...), pero tanto Kiko como Maite son buenos lectores y han completado la librería con una muy cuidada sección de literatura (literatura de viaje, sí, pero también novela contemporánea, relatos, libros para niños, poesía, etc.). También se van a organizar charlas, seminarios, cuentacuentos, etc. Por si fuera poco, tienen a disposición de los clientes una taza de los mejores cafés. Les deseo mucha suerte.

Librería La Extra-Vagante
Alameda de Hércules, 77
655434127 / 680782060

martes, 11 de agosto de 2009

El cristianismo, "nuestra moral" y los ateos


La blogosfera, como las librerías, está llena de un tipo intelectual muy interesante, que me anima a salir de mi indolencia vacacional y escribir algo: se trata de aquél que, a falta de precisión, llamaría el “ateo cientifista”. Como todo ser humano, este individuo está sumamente convencido de algunas cosas. Por ejemplo, considera que el pensamiento científico constituye la única forma de pensamiento digna, aunque casi nunca se aclara con qué narices es eso del pensamiento científico. Además, se siente parte de una secta que se remonta a los tiempos de Lucrecio y, aunque de ella fueron activistas gentes de cien mil raleas, cree que esta secta encuentra su momento álgido en la Ilustración y, últimamente, en Richard Dawkins, a quien venera como Ángel de Oriente. Suele saber poco de teología, aunque habla todo el tiempo de ella, repitiendo los lugares comunes más pedestres en un lenguaje refinado. Su psicología es peculiar: aunque detesta el apostolado religioso y lo considera fuente de odio y barbarie, casi nunca renuncia a esa voz que, en su interior, le susurra: “Id por todo el mundo y enseñad la Buena Nueva a toda criatura…”.

En esos círculos se discute últimamente mucho sobre el papel de la religión cristiana en nuestra moral, y por lo general acaban resolviendo que su papel es, o bien muy limitado, o bien decididamente adverso. Esa cuestión es, en realidad, imposible de resolver sin aclarar antes el sintagma “nuestra moral”, aunque realmente el lugar decisivo de esa reflexión es el “en”. Así, pues, en primer lugar: ¿Qué quiere decir “nuestra moral”? Es decir, ¿quiénes somos “nosotros” y a qué llamamos moral? ¿Nos referimos al Marqués de Sade poetizando las torturas a la madre de Eugénie de Franval, o también consideraremos a Kant enredando su cuerpo en mantas antes de dormirse para evitar la tentación del onanismo? ¿El monje trapense y el director porno? ¿Rouco Varela y Almodóvar? ¿Hablamos de la moral que empuja al 25,6 por ciento de los varones españoles a contratar los servicios de una prostituta o de la que empuja anualmente a 5 millones de personas a peregrinar al Santuario de Fátima? Y luego: ¿qué quiere decir “en nuestra moral”? Es decir: ¿la religión cristiana influye en nuestra moral y luego se retira?, ¿influye y la determina radicalmente quedándose en ella?, ¿influye pero no más que otras doctrinas?, ¿influye negativamente en ella, oponiéndosele?

Primera cuestión: cuando hablamos de “nuestra moral” nos referimos a Occidente, claro. Pero en Occidente no hay virtud ni vicio que no haya tenido lugar en cualquier otro lugar y época del mundo. En realidad, después de la Cristiandad no hay ya casi nada que sea “nuestra moral”. No hay un conjunto de cosas consideradas buenas o malas que se diferencie mucho del conjunto de cosas que otros han considerado buenas o malas. Pero sí hay un espíritu de Occidente, que tiene memoria y que ha alcanzado conciencia de sí a través de un proceso complejo y contradictorio: una historia que nos ha conducido a lugares comunes, maneras de enfrentar los problemas, y sobre todo, a un estado de cosas (en el arte, la ciencia, la política, la sociedad…). Quizá no haya normas de conducta “nuestras”, pero sí hay un espíritu occidental: la civilización, sin más. Esa historia es sólo una de las muchas historias acontecidas en el mundo desde que el hombre lo pisa. Pero es una historia peculiar, porque se trata de una historia de emancipación y liberación que sólo ha ocurrido aquí (esto es: en el Mediterráneo judeocristiano, Europa después, y que ha terminado por extenderse con mejor o peor suerte por todo el mundo), y que es una historia eminentemente religiosa.

No tengo tiempo ni espacio para profundizar en esto, pero en líneas generales esa historia comienza en el Génesis, cuando el mundo se presenta como algo hecho y sometido a un logos que el hombre puede pronunciar. Se deja ver en la literatura sapiencial, en los profetas, en la mentalidad mesiánica, histórica, liberadora, y ¡científica! (que tan bien refleja no recuerdo qué libro sapiencial, mandando a los hombres “ir al médico” cuando enfermen, mientras las culturas circundantes consideraban las enfermedades una maldición de los dioses a la que no cabía oponerse). La Encarnación, la relativización de lo ritual y la Ley, el mensaje de la caridad, el Sermón de la Montaña… todo ello crea las condiciones míticas de nuestro pensamiento. Los conceptos del pensamiento occidental (moral, científico…) no son sino el producto de una reflexión cuyo origen son los mitos judeocristianos. A estos mitos se incorporaron, por supuesto, las filosofías griegas, pero en un modo radicalmente transformado, en el que ni “mundo” ni “hombre” podían significar ya lo mismo. La historia se vuelve más divertida en el siglo XVIII, donde los ateos cientifistas creen encontrar su particular Edad de Oro. Pero lo cierto es que los tipos más anticlericales de la Ilustración francesa (como Voltaire) o los más amorales (como Sade), fueron todos de letras, salvo el tipo más ateo, el médico La Mettrie, formado –no es un chiste– en la teología jansenita. Por el contrario, los nombres de la ciencia triunfante (como d´Alembert) están unidos a la fe cristiana. En cuanto a la filosofía: existe una línea continua que une las heterodoxias medievales (Hus, milenaristas, etc.) con los grandes nombres de la filosofía moderna, especialmente, del siglo XVIII, a través de la Reforma y de grupos como los pietistas, los rosacruces, etc. Algún día contaré este asunto más despacio.

Pero, en fin: fieles a su propio dogma de que la religión es ajena al avance moral y científico de Occidente, los protohombres del ateísmo cientifista continúan su particular cruzada contra la oscuridad: el caso más triste de toda esta historia es la lamentable campaña contra Francis S. Collins. Ya no importan sus cualidades como científico: doctor en química, médico, director del Proyecto Genoma Humano... Su declaración de fe cristiana le ha costado ser el centro de una campaña de ateos ilustrados –sobre todo el tal Steven Pinker, cuya contribución a la ciencia real es, comparada con la de Collins, limitada y tremendamente especulativa– que se han puesto en pie de guerra para protestar por su nombramiento como director del Instituto Nacional de Sanidad de EEUU. Al parecer, no les basta que, a pesar de sus estúpidas creencias, Collins sea una figura irremplazable en la decodificación del genoma humano. Siguen pensando que los prejuicios religiosos son barreras al conocimiento, mientras que los prejuicios antirreligiosos son instintos saludables en el avance del saber. Esto es lo que hace de ese ateísmo cientifista, no sólo algo poco elegante, sino lo que revela finalmente su lado más falso, fanático, y peligroso.