jueves, 24 de diciembre de 2009

Os deseo a todos Feliz Navidad


El viento arrastra, en el bosque de invierno,
como un pastor, los rebaños de copos,
y algún abeto intuye qué ligero
se está haciendo sagrado y luminoso.
Está a la escucha. A los blancos senderos
les dispone sus ramas como alfombras
y crece contra el viento, pretendiendo
tocar la sola Noche de la Gloria.

(Rilke)

(Es treibt der Wind im Winterwalde / Die Flockenherde wie ein Hirt, / Und manche Tanne ahnt, wie balde/ Sie fromm und lichterheilig wird. / Sie lauscht hinaus. Den weißen Wegen / Streckt sie die Zweige hin bereit / Und wehrt dem Wind und wächst entgegen / Der einen Nacht der Herrlichkeit).


lunes, 14 de diciembre de 2009

Nieve

Las calles han amanecido completamente blancas. Aún así, he cogido el coche para ir al trabajo: la nieve ha disuelto en una misma sustancia los edificios, los coches aparcados, los columpios, las eras... Todas las cosas -pienso- vuelven a ser una. Pero es sólo (¿o no?) una ficción. En la ciudad, los peatones juegan con la nieve, y los conductores avanzan muy lentamente, cediéndose el paso, sin acelerones ni pitadas. Todos conducimos con tanta delicadeza que parecemos estar representando una utopía ecopacifista. ¿Sólo esto hacía falta para convertirnos en amables y felices ciudadanos? Salgo de la ciudad y avanzo por la carretera. Por alguna razón, los pájaros se concentran en el centro de la autopista y, cuando el coche se acerca, levantan el vuelo muy torpemente, ateridos. Muchos chocan contra el parabrisas y suena un golpe seco. Pienso en Hitchcock, y disminuyo la marcha. Los límites de las cosas se disuelven: ni siquiera existen ya direcciones, itinerarios, fronteras. Recuerdo el Aufstieg de Paul Klee. Las cosas, las pequeñas y frágiles cosas, intentan asomar más allá del manto repentino que las envuelve. Pero ya es tarde. El tiempo de lo múltiple ha pasado. El invierno es lo Uno: él nos enseña de dónde vienen y a dónde se dirigen todas las criaturas de la tierra.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Los malos

La impactante noticia de un hombre falsamente acusado del asesinato y violación de su hijastra está dando que hablar. Hechos como éste -y otros muchos anteriores- deberían hacernos reflexionar a todos sobre si no sería conveniente cambiar la legislación para impedir que los sospechosos sean linchados por el populacho (recordemos las frecuentes imágenes de muchedumbres apostadas a las puertas de cualquier juzgado), por los medios o por los mismos políticos, que aprovechan estas tragedias para revestirse del aura de majestad que confiere la indignación y firmeza frente a los malos. Pero algo más habría que pensar, más allá de la inocencia y la culpa: por ejemplo, podríamos constatar de una vez en qué horrible jauría de bestias sedientas de venganza se convierte una sociedad cuando prescinde del aspecto misericordioso que ha de tener todo trato con el mal. Que el acto malo no destruye nunca la dignidad en nosotros es un pensamiento demasiado metafísico -sí, demasiado cristiano también- para tener cabida en un mundo donde los cobardes, los hipócritas y los resentidos están siempre dispuestos a saltar desde sus escondrijos para tirar la primera y hasta la última piedra.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Mera ciencia

Hubo un tiempo en Europa en que los hombres -más exacto sería: algunos, muchos hombres- depositaron sus esperanzas de felicidad y emancipación en el pensamiento científico. Sobre los escombros de los idola teatri se alzaría mañana la ciudad transparente de la razón, la Nueva Atlántida en que los irracionales hábitos contraídos en épocas de sumisión serían demolidos para abrir paso a un nuevo hombre hecho a imagen de sí mismo, proyecto consumado de un logos cuya voluntad de expansión no conocería límites. Aquellos hombres que forjaron el proyecto de una Ilustración científica -desde Bacon a Comte, por lo menos- unieron en su representación las nociones de ciencia, progreso, emancipación y felicidad. Pero doscientos, trescientos años después, su sueño se ha revelado vano, a pesar de que algunos se aferran a las promesas de un mesianismo invertido que pertenece al pasado. Por todas partes, los hombres que habitamos el planeta después de la II Guerra Mundial vemos que la ciencia, al forjar nuevos modelos del cosmos, no nos reconforta; que los remedios para las viejas enfermedades no nos libran de otras nuevas; que las grandes invenciones tecnológicas, lejos de acercarnos a la utopía de una sociedad autosatisfecha, más bien despiertan la pesadilla de una hecatombe total. La situación real de nuestra época es que el hombre sigue enfermando, sigue muriendo, y sigue siendo infeliz.

Entre tanto, tampoco la ciencia parece haber satisfecho la promesa de conocimiento con que inició, segura de sí, su andadura. Mientras más complejo es nuestro saber acerca del universo, de la materia, del hombre mismo, más claras se manifiestan nuestras insuficiencias y más nítidamente se revelan los contornos de nuevas lagunas. Por si fuera poco, la misma ciencia se retira de aspectos de la realidad que nos atañen demasiado: ¿por qué, si el pensamiento religioso es una etapa primitiva de conocimiento, sigue persistiendo de una forma tan firme incluso allí donde razón y experimentación consuman su feliz ayuntamiento? ¿no parece, por otro lado, que las realidades estéticas y morales del hombre siguen requiriendo un modo de comprensión que se muestra más hermenéutico que propiamente explicativo?

Justamente en el ardor con que algunos defienden el credo fundamentalista de una ciencia que no existe, se revela que el verdadero interés no es, ni ha sido, la verdad, la emancipación, o el progreso, sino mantenerse agarrado a cualquiera de los muchos maderos del naufragado barco de nuestra historia.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Elogio del tabaco

El artículo de mi amigo Rafa sobre el tabaco en los institutos me ha hecho pensar. En primer lugar, en el hecho de que la discusión sobre el tabaco se reduce casi por completo a que sus detractores subrayen la insalubridad del mismo, y a que los fumadores asientan, entre avergonzados y resignados, asumiendo su impotencia frente a la adicción del asqueroso vicio. Se repiten, con una actualidad aterradora, las palabras que le dedicara Fernández de Oviedo, sin saber nada de la nicotina y el alquitrán, en su Historia General y Natural de las Indias: "Usaban los indios desta isla, entre todos sus vicios, uno muy malo, que es tomar unas ahumadas, que ellos llaman tabaco, para salir de sentido".

Todo rastro de romanticismo en el tabaco queda relegado ya a una imagen del hombre superada, representada por Humphrey Bogart, o a un exótico vestigio de religiones del pasado, como la que practicaban los algonquinos de las Grandes Llanuras... Sin embago, el hábito del tabaco no se reduce a esa imagen del estresado occidental, tristemente común, que se arroja en busca de su cajetilla de Marlboro nada más levantarse y que va llenando de colillas un apestoso cenicero a lo largo de su estresado día de trabajo. Una imagen que veríamos recluída en el cuadro de las patologías si no fuera porque nuestro mundo no nos ha enseñado a disfrutar de la vida sino bajo la nube negra de la ansiedad, convirtiendo toda pulsión en una compulsión. El sexo es voracidad; la música, una vertiginosa sucesión de no-silencios; la felicidad, la incansable sonrisa estúpida de los anuncios publicitarios. Como ocurre con todo, el tabaco es algo estúpido cuando se ha convertido en una cosa más. Como cepillarse los dientes, ir a trabajar, conducir, llamar por teléfono. Como la sonrisa, la música y el sexo. Y doblemente estúpido si, además de monótono, resulta ser dañino.

Ciertamente, desde el punto de vista de lo sensato, de la razón normal, nada bueno hay en el tabaco. De la misma manera que nada hace preferible el vino al mosto, la cerveza a la leche de soja. Y sin embargo el hombre no concibe la fiesta sin ellos. Pero la fiesta es lo contrario del vicio: es el tiempo excepcional, la excepción del tiempo. Festejar es abrir el espacio de lo sagrado, de lo que se sustrae al espacio profano de la razón, la división del trabajo, el orden, las normas, el sentido, la moral y... la salud. Por eso, sin su dimensión "demoníaca", el tabaco, como el alcohol, sería absurdo. "Vicio para salir de sentido": he aquí el verdadero peligro del tabaco, su naturaleza moralmente pervertidora, que hacía a los indios vagos y licenciosos, libidinosos y holgazanes...

Fumar tabaco es un rito, y además un hermoso rito. En él tomamos la tierra viva y la transformamos en un espíritu apaciguador que entra y sale de nosotros. Pues el espíritu es aliento, y el aliento, humo. Comunión, pues, con la tierra, y con los otros hombres. El tabaco es inseparable de los viejos amigos en el reencuentro tabernario, del último frío de la madrugada antes de regresar a casa. O de estas mañanas neblinosas del invierno manchego, en que el humo, espeso por la humedad del aire, dibuja hermosas formas mientras flota pesadamente hacia lo lejos.

sábado, 31 de octubre de 2009

Felicidad natural

Ya que estamos con la poesía, vamos a seguir con el -para mi gusto- mejor poema de un libro que me ha dejado leer este fin de semana mi amiga Sara: Eros es más, de Juan Antonio González-Iglesias, profesor de Filología Latina en la Universidad de Salamanca. El poema, titulado "Felicidad natural", expresa ese encuentro estético-religioso con la naturaleza, al que la mejor poesía de todos los tiempos acaba volviendo, una y otra vez, cuando se han agotado las introspecciones reiterativas, las temáticas urbanas y postmodernas, los experimentos lingüísticos y los vanguardismos. Dice así:

"Es bueno para el cuerpo contemplar los trigales
verdes esta mañana de principios de mayo.
Es bueno para el cuerpo imaginar
que esta alta pradera, tan sometida al viento
que parece estar hecha sólo del mismo viento,
no terminara nunca en una suma
de áridas aristas.
Es bueno para el cuerpo que el único sonido
sea
el rumor de la lluvia sobre el techo del coche.
Es bueno para el cuerpo detenerse.
Y salir.
En un punto indeterminado de esta península, la más occidental de Europa,
recuerdo la liturgia de la Iglesia de Oriente,
que en el momento de la comunión
se limita a decir:
lo bueno,
para los buenos"

(Eros es más, Madrid, Visor, 2007, p. 31)

viernes, 30 de octubre de 2009

La poesía de Jorge Teillier

El otro día, curioseando por la red, descubrí al poeta chileno Jorge Teillier, a quien no había leído. Suele ocurrirme con muchos poetas sudamericanos: me impacta (creo que ése es el verbo apropiado) la forma que tienen de usar el lenguaje, como si éste fuera una húmeda arcilla fácilmente moldeable con la que se pudiera construir casi cualquier cosa. Y también la riqueza (a veces exótica) de su vocabulario, la precisión de los sustantivos y los adjetivos. Pero en fin... yo no quería escribir esta entrada para teorizar sobre su obra, sino para compartir a Teillier con quienes aún no lo hayan leído. Copio sólo un par de fragmentos:

"Siento correr por las venas del campo
un jinete nocturno enmascarado.
La noche. También galopan en caballos robados
los cuatreros arreando los vacunos.
Surgen los trenes. Las reces dormidas se levantan
allá en los grandes galpones de madera."

(Muertes y maravillas, -¡de donde toma su título el poemario de otro gran, también "lárico", poeta hispano: Rafael Adolfo Téllez!)

"Me despido de una muchacha
que sin preguntarme si la amaba o no la amaba
caminó conmigo y se acostó conmigo
cualquiera tarde de esas en que las calles se llenan
de humaredas de hojas quemándose en las acequias."

(El árbol de la memoria)

"Esta noche duermo bajo un viejo techo,
los ratones corren sobre él, como hace mucho tiempo,
pero sé que no hay mañanas y no hay cantos de gallos,
abro los ojos, para no ver reseco el árbol de mis sueños,
y bajo él, la muerte que me tiende la mano."

(Muertes y maravillas)

Un poema completo:

"Cuando ella y yo nos ocultamos
en la secreta casa de la noche
a la hora en que los pescadores furtivos
reparan sus redes tras los matorrales,
aunque todas las estrellas cayeran
yo no tendría ningún deseo que pedirles.
Y no importa que el viento olvide mi nombre
y pase dando gritos burlones
como un campesino ebrio que vuelve de la feria,
porque ella y yo estamos ocultos
en la secreta casa de la noche.
Ella pasea por mi cuarto
como la sombra desnuda
de los manzanos en el muro,
y su cuerpo se enciende como un árbol de pascua
para una fiesta de ángeles perdidos.
El temporal del último tren
pasa remeciendo las casas de madera.
Las madres cierran todas las puertas
y los pescadores furtivos van a repletar sus redes
mientras ella y yo nos ocultamos
en la secreta casa de la noche."

(Poemas del país de nunca jamás)

Y un último ejemplo: en una web que recoge una selección de su obra, se dice que Teillier escribió este poema, “Estación sumergida”, con 17 años (!). Éstas son sus dos últimas estrofas:

“Alguien me debe esperar -quizás algunos muertos-
pues voy hacia las chimeneas rústicas, los aserraderos vacíos,
las grandes, prestigiosas casas de madera sureña venidas abajo
como flores destrozadas por los duros dientes del olvido,
y busco el sol en los huertos cuyos párpados lo esconden.
Todo me espera en la estación sumergida, nuevamente,
en la empapada de malezas, la crecida de sueños angustiados y torvos,
mientras el tiempo detenido cierra sus pesados portones
y confusamente respira en el mar del invierno”.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Los patriotas

Javier Arzalluz nos vuelve a brindar, aquí, un buen ejemplo de aquello sobre lo que conversamos en una entrada anterior: lo impúdico, lo despreciable, lo antidemocrático del nacionalismo supuestamente moderado no es su deseo de construir un nuevo Estado para el territorio que él acota como "su patria". Lo indignante es ver cómo, una y otra vez, califican de "amigos" a quienes ni siquiera son capaces de denunciar que, para conseguir sus fines, se pongan bombas y se le pegue tiros a la gente. Para un demócrata, el orden de los valores es inverso: primero la vida, las personas, la incondicional defensa de lo más sagrado, de lo irrenunciable; después los programas, los deseos legítimos, las reformas políticas. Amigos: los que mueren a manos de los despreciables; enemigos: los que no levantan la voz o incluso sostienen la mano que debe apretar el gatillo. Pero para los patriotas la cosa va por otro lado: no se trata de reestructurar fronteras o desplazar competencias. Se trata de materializar una idea, de alumbrar un sueño escatológico. Este sueño es una obra de arte total, y para la consumación de esta visión mesiánica, el nacionalismo relativiza todas las contingencias del presente: seres humanos incluidos, por supuesto. Tener esto presente nos debe recordar que la civilización se encuentra siempre asediada por el mal, que hay fuerzas irracionales que acechan, como un ejército de insectos enloquecidos, los débiles pilares del bien. Que se debe sostener con firmeza los muros de la polis: pues más allá de ellos se extiende la barbarie.

viernes, 23 de octubre de 2009

Acosados por las cosas

Al terminar la conversación, Jaime y yo estábamos de acuerdo: sólo deberíamos poseer lo que pudiéramos llevar con nosotros en el coche. Alguien malpensará: “para salir huyendo en cualquier momento, ¿no?”. En parte sí: o al menos para tener la sensación de que nada nos ata a ningún suelo. Pero sobre todo, para hacerse espacio a uno mismo en medio del asedio de los objetos: ese ejército de cosas que va creciendo alrededor de nosotros, asaltando nuestro hogar, y sobre las que a veces reparamos para constatar qué ajenas son a nosotros mismos. Todas ellas tienen su propia idiosincrasia: acumulan el polvo de una determinada manera, requieren un lugar preciso donde ser guardadas, se entorpecen entre sí de diversos modos...

Y lo cierto es que esto también vale para los fetiches de los que nos hablaba Jesús el otro día, en los que objetivamos todo cuanto amamos para finalmente convertir el amor en un objeto. Si pudiera elegirlo –pero qué pocas cosas elegimos, ay, de nosotros mismos–, cambiaría esta habitación (hojas, guitarra, tickets de aparcamiento, libros empezados, calculadora, clips, tres pares de zapatos, cds, cuadros, ventilador, cenicero, gorra, marioneta de bruja, recuerdos de lugares donde no he estado, mechero, cartas abiertas…) por la solitaria imagen de ese monje que, empequeñecido frente a un mar y un cielo inmensos, se sabe dueño de sí: dueño de nada.


Caspar David Friedrich, Der Mönch am Meer (1808-1809)

lunes, 12 de octubre de 2009

Ecce comu. Cómo se llega a ser lo que se era

Quien conozca la trayectoria intelectual de Gianni Vattimo, estará familiarizado con su famosa Kehre cristiana, sorprendente para quienes leíamos a este autor como un liberal de izquierdas postmoderno que, desde una posición hermenéutica, se interesaba por temas como la democracia y los medios de comunicación. En Creer que se cree (y más tarde en Después de la Cristiandad), Vattimo ofreció una sugerente idea que implicaba reflexiones de Nietzsche, Heidegger, Girard y otros autores en una interpretación del destino de Occidente que ganaba el esquema secularizador de Löwith para la causa postmetafísica. En resumidas cuentas se trataba de lo siguiente: pensar el círculo que se manifiesta en el hecho de que el fin heideggeriano de la filosofía haya sido históricamente posibilitado por una religión (la cristiana) cuyo acontecimiento fundamental es la kenosis, el vaciamiento de Dios entendido como una entidad metafísica sólida. La propuesta de Vattimo era, pues, un reencuentro con el cristianismo, pero sólo como nihilismo, como aquello que nos ha posibilitado librarnos por fin de la metafísica.

Pues bien: si fue sorprendente aquella tesis que vinculaba esencialmente la filosofía de Nietzsche y Heidegger a la religión cristiana, más sorprendente le resultará ahora al lector de Ecce comu. Cómo se llega a ser lo que se era enterarse de que el discurso postmetafísico heredado de aquellos autores no sólo nos reconduce a la esencia cristiana de Occidente, sino que también nos devuelve a un posicionamiento político comunista. Pero lo que antes era una necesaria vinculación histórica entre cristianismo y nihilismo, ahora se reduce a “la recobrada (o redescubierta) esperanza comunista”, que ya no va unida a la escatología cristiana, sino meramente “a la predicación de la fraternidad que está presente en todas las grandes religiones” (pp. 10-11).

En este nuevo libro, Vattimo da rienda suelta a su gusto (a veces heideggeriano) por las generalizaciones y los vínculos imposibles, en virtud de los cuales el mismísimo Marx se pone del lado del pensiero debole para atacar la creencia soviética en leyes objetivas de la historia (p. 18). Además, Vattimo se alinea con las más burdas posiciones antisistema: abandona su pacifismo evangélico para preguntar “¿y si de una vez por todas constatásemos que todas las revoluciones, o las resistencias, han dado comienzo bajo la forma de actos terroristas?” (p. 26). Los medios de comunicación de masas, otrora elementos de emancipación (La sociedad transparente), ahora –¿no pudo prever Vattimo lo que Berlusconi haría con ellos?– son vistos a través de las lentes pesimistas de Adorno (p. 31). Después de celebrar el mundo heraclitiano de lo nunca igual, ahora se queja de que el nuevo proletariado oprimido sea “toda la masa de gente que, cuando trabaja, ejecuta tareas difícilmente clasificables, según modelos variables, flexibles, que por lo general no requieren y, además, ni siquiera permiten (dada su flexibilidad) adquirir un oficio y una identidad de clase” (p. 31). Frivoliza Vattimo con los atentados del 11 de septiembre (p. 113), asume sin tapujos la falta de proyectos de la izquierda cuyo único deber es “derrocar a la derecha, y luego ya veremos” (p. 115). Dedica casi tantos elogios a la Venezuela de Chávez (p. 151) como a la Cuba de Castro “por su resistencia al imperialismo estadounidense” (p. 87). Incluso exime al régimen de sus ataques contra libertades y derechos: “el embargo y la hostilidad activa y constante de los Estados Unidos impiden a Cuba desarrollar una política de cariz más democrático (la amenaza de invasión y de ataque por sorpresa obligan a la isla a un clima de alerta permanente, como si se tratase de un país en guerra y, por esta razón, los cubanos aceptan tantos sacrificios que en circunstancias normales no aceptarían)” (p. 87). Y este crescendo reivindicativo alcanza su paroxismo cuando el autor relativiza el totalitarismo staliniano, cuyo verdadero mal fue –según se nos informa– el afán por imitar el industrialismo capitalista (p. 144).

Es verdad que esta retahíla de consignas políticas no constituye, por sí misma, ningún pecado filosófico. Lo que sí resulta menos fácil de aceptar es el modo como Vattimo se aventura más allá de su retórica anterior –que le llevaba a vincular continuamente sus argumentaciones con referencias biográficas, desde sus catequesis juveniles hasta su homosexualidad–, para ahora prescindir de argumentos y reducir el discurso a un relato de la propia “experiencia”, unida a la esperanza de que el lector casualmente la comparta.

Tal vez hayamos malinterpretado el libro de Vattimo: quizá su público, su gestación, su necesidad, tengan más que ver con el debate político italiano que con las preocupaciones de los filósofos “profesionales”. Mucho nos tememos, sin embargo, que esta alianza de radicalismo ideológico y derrotismo filosófico sean todo lo que nos deparaba un pensamiento que quizá renunció a demasiadas cosas demasiado pronto.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Un mundo ciego

El otro día, al hilo de algunos comentarios a mi entrada “Homosexualidad y evolución”, me quedé pensando en dos malentendidos, que quiero retomar brevemente ahora:

Tengo la impresión de que mucha gente considera la selección natural como “el modo” como opera la naturaleza. Quizá sea ésta la "metafísica" subyacente a quienes trabajan en ese campo. No lo sé. Yo, en todo caso, creo que es sólo “uno” de los muchos acontecimientos que tienen lugar en la naturaleza: sólo que, como los seres que se adaptan sobreviven, los únicos acontecimientos que perduran son justamente los que se adecuaban a esa “ley”. Pero, en sí misma, la naturaleza no tiene ninguna finalidad. Por sí misma, no quiere alcanzar ninguna conciencia, ninguna complejidad, ningún estado final, y ni siquiera pretende “permanecer en su ser”, sólo que los seres que lo pretenden… ¡permanecen!

El otro malentendido me lo sugirió Fernando al decir que hay homosexuales “congénitos que odian serlo durante toda su vida”. Creo que en este ejemplo se pone particularmente de manifiesto qué lejos estamos de nosotros mismos: que un homosexual odie serlo no prueba, en absoluto, que su homosexualidad sea "congénita", sino más bien qué desordenada, conflictiva y cruel es la vida psíquica del hombre. Ésta no se agota, ni de lejos, en aquello de que podemos dar cuenta conscientemente. Yo odio ser desordenado, pero lo soy, como el transexual odia ser hombre, pero lo es. El mundo es ciego, y el yo es sordo: no atiende a aquello que querríamos hacer de él, porque somos productos, facturas, no únicamente de la naturaleza. Para bien y para mal, somos artificios creados por otros hombres, y no podemos escapar de ese destino.

jueves, 1 de octubre de 2009

La educación en España


Contar todo lo que opino sobre la educación, y además argumentarlo, podría llevarme a escribir una larguíííísima entrada que acabara siendo un coñazo, así que directamente dogmatizo sobre tres o cuatro ideas, y así ahorramos tiempo:
1. A mí me parece estupendo que a los profesores nos conviertan en “autoridad pública”, pero me descojono con el contexto en que se plantea la propuesta: hordas de adolescentes colocados arrojando botellas a agentes de policía armados. ¿A esos chicos se pretende impresionar convirtiéndonos en “autoridad”? Pero nos darán un lanzallamas, ¿no?
2. Los estudiantes adolescentes no son –al menos los que yo he tenido ocasión de tratar– una panda de degenerados sumidos en un estado de barbarie. Y no se puede idear un nuevo modelo educativo partiendo de la premisa de su maldad originaria. Así que convendría no perder los papeles...
3. En España tenemos una concepción errónea de lo público, que está en el origen de casi todos nuestros males. En Alemania o la República Checa, por ejemplo, se es extremadamente exigente en la educación pública. Lo público es lo pagado por todos a base de mucho trabajo: y se hace el esfuerzo colectivo de financiar una educación pública para que todos los que la quieran, puedan tenerla. Pero quien no quiere, quien está allí por pasar el tiempo, boicoteando clases y dejando pasar las horas, los días y los cursos, impidiendo a los demás su ejercicio del derecho a la educación, etc., sencillamente acaba fuera de ella, teniéndose que pagar sus estudios en la enseñanza privada. ¿Se entiende esto? Buenos: público, pagado por todos. Malos: privado, pagado por su señora madre. No al revés.
4. O sea: el sistema educativo español está hecho para asfixiar la excelencia: el otro día miraba, desde las ventanas de la cafetería, un curso de 2º de la ESO. Los buenos estudiantes, sentados en los primeros bancos, hacían esfuerzos para atender al profesor, mientras que, al fondo de la clase, un grupo de chicos mugía, gritaba y se lanzaba objetos. ¿Esta es la equidad y la igualdad de oportunidades que se persigue? Otro ejemplo: mi hermano trabaja en el instituto de un pueblo con poca vocación cultural, digámoslo así. La mayoría de los alumnos quiere trabajar pronto y el objetivo de las clases se resume prácticamente en un esfuerzo titánico por mantener el orden. Apenas hay espacio para enseñar nada. En este instituto, los cinco o seis grupos de los primeros cursos de la ESO se acaban convirtiendo en sólo dos 4º. De estos dos grupos, sólo algunos pocos alumnos se animan a hacer el bachillerato, para lo que tienen que trasladarse a otro pueblo. Allí fracasan estrepitosamente, después de años impedidos a tener una educación de verdad. ¿Es esto justo?
¿Para qué tantos millones de inversión pública? ¿Sabemos realmente para qué educamos, o la educación es ya sólo una institución que persiste por pura inercia?
Otro día más...

sábado, 26 de septiembre de 2009

Homosexualidad y evolución

Se terminó el verano. Toca volver a trabajar y, ya que estamos, atender un poco el blog, que lo tengo algo abandonado. Como vengo con las pilas cargadas, voy a tocar un tema de éstos que uno evita normalmente por pereza.

Uno va encontrando, aquí y allá, los más variados intentos por explicar la homosexualidad en términos evolutivos. El principal problema que le veo a ese análisis es que parece "demasiado bueno": la homosexualidad pretende ser sancionada -en términos evolutivos- por una enorme cantidad de hechos que, sin embargo, a menudo son contradictorios entre sí: por ejemplo, la homosexualidad crearía nuevos lazos sociales, pero también serviría para maltratar a los dominados (ver aquí). Además, algunos de los fines que se le atribuyen (favorecer la cohesión del grupo) no son contradictorios, pero tampoco suficientes (si se trata de eso, ¿no podrían monos y hombres rascarse la espalda en lugar de sodomizarse?). Tengo la sensación de que el mismo hecho podría ser explicado con otras causas, y que dichas causas podrían conducir a hechos distintos. En fin, me parece todo cogido por los pelos.

El problema de la fe en las ideas es que acaba volviéndonos ciegos a los hechos. Los defensores del determinismo biológico en su versión evolucionista no tienen más remedio que dar cuenta de por qué se perpetúa un fenómeno que obviamente casa mal con los fines que se presupone a las leyes de la evolución.

Es evidente que la sexualidad humana tiene una estructura biológica, pero, como todos los impulsos humanos, también adolece de una enorme indeterminación (precisamente esa indeterminación que nos ha permitido adaptarnos culturalmente a cualquier contexto). De ahí que los impulsos sexuales se canalicen en el contexto de una educación sentimental, histórica y culturalmente determinada. Nuestras emociones se educan a través de modelos de acción, y se desarrollan miméticamente en nosotros. En el curso de ese desarrollo, las filias y las fobias se reparten sobre multitud de objetos: hombres corpulentos, zapatos de tacón, collares, uñas largas y rosas... ¿De dónde surgen, si no, la zoofilia, el sadomasoquismo, la necrofilia, el travestismo, así como las diferentes filias más convencionales? ¿Acaso tienen su propio gen y su propia función en el curso de la evolución animal? La homosexualidad es una respuesta divergente a un instinto cuyo objeto está indeterminado, aunque el origen de ese instinto se encuentre en el contexto reproductivo. Y lo que diferencia los gustos sexuales, las diferentes maneras de concretar el impulso sexual, no es más que el modo en que, en un determinado momento de la historia, podemos asumirlos éticamente en función de unos valores que, obviamente, tampoco nos han dado los genes y tampoco nos aseguran la supervivencia de la especie.

sábado, 29 de agosto de 2009

viernes, 28 de agosto de 2009

Lo numinoso en la ciencia

La ciencia no ha superado a la religión por su racionalidad, sino, más bien al contrario, por haberse apropiado del carácter numinoso de aquélla... (Sigue en La taberna del fin del mundo)

domingo, 23 de agosto de 2009

El diálogo

Una de las cosas más nefastamente afectadas por la apatía racional de la postmodernidad es el diálogo. Nuestro Padre Platón estableció hace siglos lo que debiera ser un diálogo sensato, y de hecho toda su filosofía es -como dice Tomás Calvo- una especie de orthoépeia, una reflexión sobre la palabra y el discurso correctos. Que esto no es lo que era lo demuestran los debates políticos televisados, pero sobre todo las discusiones en los blogs. Si en los diálogos platónicos la discusión debía remontarse a un punto de partida comúnmente aceptado por los hablantes y, desde allí, discurrir juntos en el establecimiento de nuevas verdades, relativizando la posición personal de cada cual, los diálogos blogueros se parecen más bien a esos personajes de los relatos de Raymond Carver, donde cada uno, sin ningún interés por alcanzar nada, va soltando lo primero que se le viene a la cabeza mientras apura la copa de ginebra. La palabra sólo sirve para expresar un estado de ánimo. Pasamos, sin mediación alguna, de la función denotativa a la función expresiva, y nos instalamos así en una metafísica invertida donde hemos abandonado la posición de un objeto abstracto y trascendente por la de un sujeto vaporoso y solipsista. Una metafísica cuya sustancia única se expresa en millones de bytes malgastados en mantener intacto, como la guerra orwelliana, un estado de cosas cada vez más intocable.

viernes, 21 de agosto de 2009

Perros y gatos

Me gustan mucho los gatos: su pose aristocrática, su elegancia y su independencia. Parecen no tener exigencia alguna; lo que dan, lo dan porque quieren, y lo que reciben, lo agradecen sin humillación. Establecen con los hombres una armoniosa relación que no daña la independencia de nadie. Acostumbrado a sus maneras, se me olvida a menudo todo aquello de que carecen y que caracteriza a sus enemigos más íntimos: los perros. Hoy, en la calle, me he quedado mirando un perro atado a la cadena de un tipo enorme. Al observarlo, ha ocurrido algo extraordinario: me ha devuelto la mirada. Los perros te miran, lo hacen con frecuencia, y reaccionan a los gestos y matices de nuestros ojos. Este choque inesperado con un fenómeno tan trivial me ha llenado de una extraña alegría. Fue como si, al mirarnos, perteneciéramos por un momento a un mundo de iguales, y aquel hermoso perro de color castaño y orejas colgonas hubiera alcanzado, en ese gesto fabuloso, la dignidad de los hombres. Casi se me escapó de la boca: "¿ah, pero tú también?".

jueves, 20 de agosto de 2009

La Extra-Vagante

"La Extra-Vagante" es el nombre que han dado unos amigos a la librería que acaban de abrir en La Alameda de Hércules de Sevilla. Estuve en la inauguración. Se encuentra en la planta baja de una casa con patio, es pequeña, pero el espacio está tan bien organizado que da una sensación de amplitud. Me pareció que la librería era muy original, lo que resulta difícil conseguir tratándose, al fin y al cabo, de una tienda de libros. Está especializada en viajes (venden, además de guías de viajes, globos terráqueos, cartas, utensilios de navegación como regalos...), pero tanto Kiko como Maite son buenos lectores y han completado la librería con una muy cuidada sección de literatura (literatura de viaje, sí, pero también novela contemporánea, relatos, libros para niños, poesía, etc.). También se van a organizar charlas, seminarios, cuentacuentos, etc. Por si fuera poco, tienen a disposición de los clientes una taza de los mejores cafés. Les deseo mucha suerte.

Librería La Extra-Vagante
Alameda de Hércules, 77
655434127 / 680782060

martes, 11 de agosto de 2009

El cristianismo, "nuestra moral" y los ateos


La blogosfera, como las librerías, está llena de un tipo intelectual muy interesante, que me anima a salir de mi indolencia vacacional y escribir algo: se trata de aquél que, a falta de precisión, llamaría el “ateo cientifista”. Como todo ser humano, este individuo está sumamente convencido de algunas cosas. Por ejemplo, considera que el pensamiento científico constituye la única forma de pensamiento digna, aunque casi nunca se aclara con qué narices es eso del pensamiento científico. Además, se siente parte de una secta que se remonta a los tiempos de Lucrecio y, aunque de ella fueron activistas gentes de cien mil raleas, cree que esta secta encuentra su momento álgido en la Ilustración y, últimamente, en Richard Dawkins, a quien venera como Ángel de Oriente. Suele saber poco de teología, aunque habla todo el tiempo de ella, repitiendo los lugares comunes más pedestres en un lenguaje refinado. Su psicología es peculiar: aunque detesta el apostolado religioso y lo considera fuente de odio y barbarie, casi nunca renuncia a esa voz que, en su interior, le susurra: “Id por todo el mundo y enseñad la Buena Nueva a toda criatura…”.

En esos círculos se discute últimamente mucho sobre el papel de la religión cristiana en nuestra moral, y por lo general acaban resolviendo que su papel es, o bien muy limitado, o bien decididamente adverso. Esa cuestión es, en realidad, imposible de resolver sin aclarar antes el sintagma “nuestra moral”, aunque realmente el lugar decisivo de esa reflexión es el “en”. Así, pues, en primer lugar: ¿Qué quiere decir “nuestra moral”? Es decir, ¿quiénes somos “nosotros” y a qué llamamos moral? ¿Nos referimos al Marqués de Sade poetizando las torturas a la madre de Eugénie de Franval, o también consideraremos a Kant enredando su cuerpo en mantas antes de dormirse para evitar la tentación del onanismo? ¿El monje trapense y el director porno? ¿Rouco Varela y Almodóvar? ¿Hablamos de la moral que empuja al 25,6 por ciento de los varones españoles a contratar los servicios de una prostituta o de la que empuja anualmente a 5 millones de personas a peregrinar al Santuario de Fátima? Y luego: ¿qué quiere decir “en nuestra moral”? Es decir: ¿la religión cristiana influye en nuestra moral y luego se retira?, ¿influye y la determina radicalmente quedándose en ella?, ¿influye pero no más que otras doctrinas?, ¿influye negativamente en ella, oponiéndosele?

Primera cuestión: cuando hablamos de “nuestra moral” nos referimos a Occidente, claro. Pero en Occidente no hay virtud ni vicio que no haya tenido lugar en cualquier otro lugar y época del mundo. En realidad, después de la Cristiandad no hay ya casi nada que sea “nuestra moral”. No hay un conjunto de cosas consideradas buenas o malas que se diferencie mucho del conjunto de cosas que otros han considerado buenas o malas. Pero sí hay un espíritu de Occidente, que tiene memoria y que ha alcanzado conciencia de sí a través de un proceso complejo y contradictorio: una historia que nos ha conducido a lugares comunes, maneras de enfrentar los problemas, y sobre todo, a un estado de cosas (en el arte, la ciencia, la política, la sociedad…). Quizá no haya normas de conducta “nuestras”, pero sí hay un espíritu occidental: la civilización, sin más. Esa historia es sólo una de las muchas historias acontecidas en el mundo desde que el hombre lo pisa. Pero es una historia peculiar, porque se trata de una historia de emancipación y liberación que sólo ha ocurrido aquí (esto es: en el Mediterráneo judeocristiano, Europa después, y que ha terminado por extenderse con mejor o peor suerte por todo el mundo), y que es una historia eminentemente religiosa.

No tengo tiempo ni espacio para profundizar en esto, pero en líneas generales esa historia comienza en el Génesis, cuando el mundo se presenta como algo hecho y sometido a un logos que el hombre puede pronunciar. Se deja ver en la literatura sapiencial, en los profetas, en la mentalidad mesiánica, histórica, liberadora, y ¡científica! (que tan bien refleja no recuerdo qué libro sapiencial, mandando a los hombres “ir al médico” cuando enfermen, mientras las culturas circundantes consideraban las enfermedades una maldición de los dioses a la que no cabía oponerse). La Encarnación, la relativización de lo ritual y la Ley, el mensaje de la caridad, el Sermón de la Montaña… todo ello crea las condiciones míticas de nuestro pensamiento. Los conceptos del pensamiento occidental (moral, científico…) no son sino el producto de una reflexión cuyo origen son los mitos judeocristianos. A estos mitos se incorporaron, por supuesto, las filosofías griegas, pero en un modo radicalmente transformado, en el que ni “mundo” ni “hombre” podían significar ya lo mismo. La historia se vuelve más divertida en el siglo XVIII, donde los ateos cientifistas creen encontrar su particular Edad de Oro. Pero lo cierto es que los tipos más anticlericales de la Ilustración francesa (como Voltaire) o los más amorales (como Sade), fueron todos de letras, salvo el tipo más ateo, el médico La Mettrie, formado –no es un chiste– en la teología jansenita. Por el contrario, los nombres de la ciencia triunfante (como d´Alembert) están unidos a la fe cristiana. En cuanto a la filosofía: existe una línea continua que une las heterodoxias medievales (Hus, milenaristas, etc.) con los grandes nombres de la filosofía moderna, especialmente, del siglo XVIII, a través de la Reforma y de grupos como los pietistas, los rosacruces, etc. Algún día contaré este asunto más despacio.

Pero, en fin: fieles a su propio dogma de que la religión es ajena al avance moral y científico de Occidente, los protohombres del ateísmo cientifista continúan su particular cruzada contra la oscuridad: el caso más triste de toda esta historia es la lamentable campaña contra Francis S. Collins. Ya no importan sus cualidades como científico: doctor en química, médico, director del Proyecto Genoma Humano... Su declaración de fe cristiana le ha costado ser el centro de una campaña de ateos ilustrados –sobre todo el tal Steven Pinker, cuya contribución a la ciencia real es, comparada con la de Collins, limitada y tremendamente especulativa– que se han puesto en pie de guerra para protestar por su nombramiento como director del Instituto Nacional de Sanidad de EEUU. Al parecer, no les basta que, a pesar de sus estúpidas creencias, Collins sea una figura irremplazable en la decodificación del genoma humano. Siguen pensando que los prejuicios religiosos son barreras al conocimiento, mientras que los prejuicios antirreligiosos son instintos saludables en el avance del saber. Esto es lo que hace de ese ateísmo cientifista, no sólo algo poco elegante, sino lo que revela finalmente su lado más falso, fanático, y peligroso.

jueves, 30 de julio de 2009

El nacionalismo moderado

Anasagasti, político nacionalista cuya inteligencia y sentido del humor admiro, tiene una entrada en su blog en la que se queja de las típicas críticas al PNV por poner una vela a Dios y otra al diablo. Bien: es cierto que el nacionalismo no es culpable de lo que hace ETA, pero sí es responsable de su existencia. Durante años, ha diseñado y fomentado un discurso de permanente deslegitimación de la nación española, y luego de la Transición y el orden constitucional. Es responsable de una peculiar idiosincrasia psicológica, exótica en Europa, que idiotiza a algunos con la nostalgia de un Reino sometido hace siglos, y que convierte a otros en sádicas alimañas capaces de las más horrendas crueldades.

ETA es un injerto marxista en el vetusto árbol del nacionalismo, surgido en el contexto de una lucha reaccionaria contra el liberalismo y la modernidad. Es cierto: los del PNV siempre condenan la violencia. Pero podrían hacer mucho más: podrían decir que el gobierno de Patxi López es infinitamente más legítimo que dejarse investir por quienes ni siquiera alzarían la voz si aquél fuese asesinado mañana; podrían agradecer la presencia de las FSE en el País Vasco y presentarlas como garantes de las libertades y derechos cívicos, en lugar de comparar unas simples maniobras militares con la invasión de Perejil; podrían aplaudir cada una de las actuaciones judiciales e iniciativas políticas contra el entramado social de la banda en lugar de presentarlas como anomalías propias de una falsa democracia; podrían proclamar que la autodeterminación y la independencia son deseos legítimos, pero no derechos conculcados por los que deban sentirse heridos y humillados; y, en fin, podrían dejar de ir por ahí reparando el honor de la Madre Patria con liturgias, banderitas e himnos. Pero, entonces, ¿qué les quedaría?


¿Te imaginas, querido lector (¿hay alguien ahí?), a Zapatero o Rajoy celebrando en Fuenterrabía la batalla de San Marcial con banderas rojigualdas y tarareando la Granadera...? Pero lo que es anormal para alguien normal es normal para un anormal. No sé si me explico...


Las despedidas de Takita

Ayer, Las despedidas, de Yojiro Takita, en el cine Alameda. Daigo Konayashi y su esposa Mika se ven obligados a volver al pueblo natal de Daigo tras fracasar como violonchelista, su vocación de niño, en una orquesta de Tokio. Allí acepta un puesto de trabajo tan indeseado que ni siquiera el anuncio del periódico dice claramente de qué se trata: amortajar a los muertos. Lo que comienza siendo una desagradable contingencia en su vida laboral termina revelándose como su verdadera vocación. De hecho, no son los detalles humorísticos los que hacen soportable una trama cuyos protagonistas son la muerte y el dolor, sino justamente el modo como la ceremonia misma, su intensidad estética y su belleza ritual, consiguen dignificar el hecho de la muerte, crear la estancia de un último momento de sentido con el difunto. Una ceremonia que, además, terminará reconciliando a Daigo con el padre que lo abandonó siendo niño. La música, increíble. Un peliculón.

jueves, 23 de julio de 2009

Blasfemia y tolerancia

Los países democráticos modernos suelen tener leyes que penalizan el que insultemos a otras personas u ofendamos su honor. Se basan, creo, en una intuición moral muy saludable: la idea de que, además de los intereses materiales (vida, propiedad, etc.), el Estado debe proteger los sentimientos y valores legítimos de los ciudadanos (esto es: aquellos que no implican conductas dañinas para los demás, en el contexto de una concepción más o menos liberal de la convivencia). Obviando esta obviedad, los laicistas se han enfadado mucho con la anunciada ley irlandesa contra la blasfemia, y con un par de querellas que quedarán –acuérdense– en nada. A mí, personalmente, que un autobús diga que Dios no existe, que un tarado meta un crucifijo en el horno o que algún vanguardista trasnochado pinte a una Virgen en plan porno, son cosas que, dicho mal y pronto, me la refanfinflan. Por lo demás, si alguna vez una emisora, periódico o televisión me han resultado hirientes, he dejado de verlos, sin más. Al contrario, por ejemplo, que aquellos fascios de la izquierda ibérica apostados para linchar a Jiménez Losantos por blasfemar contra lo que ellos sí consideran sagrado.

En todo caso, hay gente que, al ver u oír determinadas ocurrencias anticristianas, se siente profundamente dolida. Y, la verdad, no veo qué necesidad hay de herir sus legítimas convicciones religiosas en nombre de una supuesta libertad de expresión que se ha convertido en la excusa para todo tipo de atropellos. Uno puede muy bien criticar las maldades que crea encontrar en ritos, obispos, creencias…, pero jugar a que los objetos de la fe denostada son verdad sólo para tener ocasión de cagarse en ellos, me parece un abuso de las reglas de juego. Un abuso, por lo demás, peligroso, en cuanto puede alentar rencores, odios, fanatismos que, de otra forma, no aparecerían. Me acuerdo de Weber, a propósito de otra cosa: “Una nación perdona el daño contra sus intereses, pero no el que se hace a su honor”. Mutatis mutandis, eso mismo.

Al final, como en otras ocasiones, quienes dicen no creer en cosas sobrenaturales, vuelven a mostrar que no están dispuestos a hacerles un hueco entre las cosas naturales. Aceptarán como normal que no se pueda llamar puta a la madre de nadie, ni cagarse en sus muertos o mearse en una tumba (¿habrá cosa más sobrenatural que los “muertos”?), pero se rasgarán las vestiduras cuando alguien proteste porque se han herido sus sentimientos religiosos. Les basta con su firme creencia en que los objetos de la creencia de los demás son falsos. Pero no darán un paso más allá para admitir que la creencia misma es real, y que como tal merece un puesto entre las cosas que el hombre quiere proteger, y que es justo sean respetadas.

lunes, 20 de julio de 2009

Muy por encima de su clara forma

Cuando vine a vivir a La Mancha, recordé que un amigo de mis padres solía hablar de "la belleza metafísica de Castilla". Lo entendí en invierno, mientras atravesaba con el coche estos parajes desnudos, donde los ojos, ante la nada grisácea de los campos, se vuelven sobre el propio pensamiento. Aparecen, como en el poema de Claudio Rodríguez, "muy por encima de su clara forma". Pero la estación cálida desvela ahora la belleza sensible de Castilla: el trigo está intensamente verde; aquí y allá se extienden mantos de amapolas rojísimas que cubren como una plaga los campos. Y es como si el Espíritu hubiera estado aguardando este momento para desdecirse, para mostrar que todo páramo desolado es un preludio, el preámbulo de la fiesta total de los sentidos.










martes, 14 de julio de 2009

Reivindicaciones

Siempre he sentido simpatía por los utopistas y los antisistema. En la Universidad se me daban bien los idealistas, Marx y los frankfurtianos, y de adolescente me sentía cómodo entre los rebeldes. Presto mucha atención a las camisetas de mis alumnos, a los graffiti del cercanías y a las pintadas que cubren los muros de las ciudades que visito. Pero se me hace triste ver cómo los viejos sueños europeos de una humanidad emancipada se convierten en pesadillas estéticas o meros tribalismos lingüísticos.

De los muchos ejemplos que podría tomar para hablar de las reivindicaciones, empiezo con uno de mi propia tierra: la pancarta que colgó un conocido borracho sevillano en el puente peatonal de Bellavista. Decía así: “El indio quiere casa”. El hombre, disfrazado de piel roja, había asentado los reales bajo el puente y, litrona en mano, saludaba amablemente a los conductores que se paraban en el semáforo, esperando pacientemente la llegada de su casa. La genialidad reivindicativa del "indio" se basaba en su transparencia. Casi todas las reivindicaciones despiertan en nosotros la sospecha de una intención no confesada y oculta. Pero él era simplemente un holgazán borracho que quería una casa. Nada más.

De las chapas de los adolescentes, me quedo con la de los curas, tal vez por lo divertido de la doble negación. Y un capítulo aparte merecerían, claro, las reivindicaciones de los estudiantes, conformistas y reaccionarias como pocas: desde los años sesenta, se han mantenido devotamente fieles a la ortodoxia de lo ya dicho. Yo mismo he protestado ante la Delegación de turno, con pelos largos y autoconciencia anarquista, por lo mismo que protestan ahora: al parecer, cada pocos años a alguien se le ocurre privatizar la educación, cerrar las carreras de letras, poner a los estudiantes a trabajar para los capitalistas (¡menudos cabrones!). Sería fácil hacer un catecismo del estudiante revolucionario. Pero por no aburrir, se resume en la idea de que existe una confabulación mundial dirigida por los siguientes agentes: la Iglesia Católica, los judíos, las multinacionales, los partidos políticos que obtienen muchos votos, los gobiernos, el G-8, la policía, el ejército, los publicistas, el Rector de la Universidad. Así pues, esa entente está constituida por “La Derecha” o, más coloquialmente, “los fascistas”, y ha sido creada con los siguientes fines: impedir que la gente sea libre, hacerle creer cosas estúpidas y fantásticas, oprimir a los pobres, enriquecer a los ricos, calentar el planeta, hacer sufrir a los toros y a las gallinas.

Al final, mis reivindicaciones favoritas son aquellas pocas que todavía consiguen provocarme, despertar en mí esa sensación de asombro, tan rara en la época de la disponibilidad universal, de conmoción, de salto a otro plano de realidad. He aquí un ejemplo, para despedirme por hoy, que tomé de una calle de Ciudad Real, la ciudad más dada al surrealismo reivindicativo. De las mejores pintadas que he visto.

domingo, 28 de junio de 2009

En busca de la voluntad perdida

Nunca he hablado aquí de mi amigo Dani. Tal vez porque ya no sea mi amigo, y no porque nos peleáramos. Simplemente fue una de esas amistades intensas y breves como el fogonazo de una cerilla. Él era de Madrid y nos conocimos en Viena, en el Erasmus. Era, como yo, estudiante de filosofía, más bien bajito, y tenía una mirada, entre melancólica y opiácea, que a las chicas les resultaba irresistible. En cierta ocasión, me contó una historia que ejemplificaba perfectamente su carácter: resulta que vivió un año alojado en una familia norteamericana profundamente religiosa. Era muy divertido escucharle contar cómo él no quería participar en la vida religiosa de la familia, pero era incapaz de decir no y de mostrar desagrado. Un psicólogo diría que tenía un problema de asertividad. En todo caso, sin querer ni saber cómo, una templada mañana del invierno tejano, Dani fue bautizado en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Puedo decir entonces, estrictamente hablando, que conocí a un mormón licencioso, bebedor y mujeriego. Pero yo quería contar otra anécdota que me recordó la entrada anterior. Un día -ya no recuerdo de qué mes- nos fuimos a Budapest los dos. No reservamos hotel, y compramos los billetes en la estación unas horas antes de la salida del tren. Cuando llegamos a la capital húngara, y tras esquivar una docena de guías turísticos, fuimos a buscar alojamiento, encontramos habitación en una pensión que me ahorro describir, y nos lanzamos a la ciudad a la caída de la tarde. Mientras paseábamos junto al río, se nos acercaron dos chicas (rubias, por supuesto) y empezaron a charlar con nosotros. Mi inglés era bastante peor que el de Dani, a pesar de lo cual "me tocó" la más guapa y la más comprensiva con mi incompetencia lingüística. Reconozco que por un momento creí que nuestro magnetismo ibérico fue lo que las atrajo a nosotros, pero pronto me di cuenta de que tenían también algo de interés en nuestro dinero. Yo sabía que Dani no se había dado cuenta, así que se lo dije tal cual: "Dani, yo creo que son putas". Él me miró con sus ojos opiáceos: "Ah, ¿síiiii?".

Ahora venía lo difícil: cómo hacer entender a aquellas chicas, de un modo cortés y sin ofenderlas, que queríamos prescindir de sus servicios. Para mí era difícil, porque mi inglés era tan refinado como el alemán de un vendedor de kebaps en una estación de tren de Berlín. Todo dependía de Dani. Pero si fue incapaz de negarse a su bautismo mormón, pedirle que se negara a dos rubias del Este en minifalda, era poco realista. Así que, cuando nos quisimos dar cuenta, estábamos a las puertas de un local, vigilados por la mirada de dos enormes expresidiarios tatuados.

Nos sentamos dentro. La sala estaba más bien oscura y en la mesa había una lamparita de color rojo. A mí me sudaban hasta las pestañas. Dejando al margen otro tipo de consideraciones, realmente no teníamos dinero y estábamos a punto de pedir una copa, así que me veía empeñando el reloj que me regalaron mis padres para evitar que un gorila me rompiera la cabeza contra una acera de Budapest. Supliqué a Dani:

-"Tío, di algo ya, lo que sea, pero vamonos de aquí".

Entonces escuché cómo salía de su boca una frase que, en su precisión, era justo lo que requería el momento:

-"We have no money"

Fue perfecto. No negaba nada, no rechazaba nada, no se oponía a nada. Simplemente describía un estado de cosas, como las proposiciones atómicas de Wittgenstein. Además, la chica no tuvo tantos problemas de cortesía y su respuesta, también exacta, fue tranquilizadora:

-"Ok. Bye!". Ambas se levantaron.

Salimos detrás de ellas. Mientras las dos se alejaban hacia el Danubio en busca de mejor suerte, "la mía" se volvió un instante. Vi sus ojos azules brillar fugazmente en la noche de Budapest. Fue lo más poético de aquel viaje.

viernes, 26 de junio de 2009

Las putas de T.

Hace tiempo que no cuento anécdotas de T. La que toca hoy es algo increíble, y quizá algunos pensaréis que me la invento. En todo caso, no tengo constancia directa del hecho. Lo narro tal y como se lo escucho al señor A., quien, por ser lector de este blog, seguro que podrá darnos más detalles si quiere pasarse por aquí.

El caso es que un tal señor X., conocido del señor A., llega a su nuevo destino como policía en T. Al pasar por cierta calle, le llaman la atención unos bares de aspecto licencioso. Cuando llega a la comisaría, pregunta a sus compañeros qué piensan hacer respecto a estos locales. Éstos responden a su ingenua intromisión: “nada, hombre, nada. Es que al alcalde le parece bien, porque mientras haya putas, los hombres no violan a las mujeres”.

El argumento es claro, y propio de ese desolador realismo manchego que sólo pueden igualar las madres, los extremeños y los esquimales: si los hombres feos no tienen puticlubs, violarán a las mujeres. Eso es asín, y hay que saberlo. A la mierda el feminismo, la emancipación, y los derechos humanos. Hombres feos + puticlubs cerrados = mujeres violadas.

Os lo juro: cuando abandone para siempre este lugar, clavaré un cartel en el muro más visible de la entrada: lasciate ogni speranza, voi ch´intrate!

martes, 23 de junio de 2009

Fin de curso


Termina el curso. Los alumnos van y vienen por el instituto regateando las últimas décimas de los últimos exámenes. Se empiezan a ver los primeros saltos de alegría y las primeras lágrimas. Fuera y dentro hace un calor como de selva amazónica y los profesores deambulamos de aquí para allá en un nimbo entre burócrata y cafetero.

Enseñar es una tarea dura. A muchos les cuesta la felicidad, y otros han aprendido a soportar las horas de clase como el precio con el que pagas tu derecho a existir el resto del tiempo, entre la maldad o la ingratitud de los alumnos, la desidia de los padres, el desinterés de la sociedad, y el sinsentido del sistema.

Sin embargo, cuando tienes la suerte de encontrar un grupo de alumnos que merece la pena, y te involucras en sus flaquezas y en su fuerza, en sus risas y decepciones, piensas por una vez que estás trabajando con el material más noble del planeta y ves cómo, con el paso de los meses, se ha ido templando el metal de unas vidas de las que ya, inevitablemente y para siempre, formas parte. Entonces te convences de que no hay vocación más importante ni oficio más hermoso, y recuerdas con ánimo menos escéptico las palabras de Platón: “Educar es dar al alma y al cuerpo toda la belleza y perfección de que son capaces”. El año se acaba, pero no se pierde. Almas y cuerpos siguen adelante, ganando la batalla al fracaso, al conformismo, a la pereza.

Gracias a todos mis alumnos de este año. Os dejo este poema:

Peregrino
¿Volver? Vuelva el que tenga
Tras largos años, tras un largo viaje,
Cansancio del camino y la codicia
De su tierra, su casa, sus amigos.
Del amor que al regreso fiel le espere.
Mas ¿tú? ¿volver? Regresar no piensas,
Sino seguir siempre adelante,
Disponible por siempre, mozo o viejo,
Sin hijo que te busque, como a Ulises,
Sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.
Sigue, sigue adelante y no regreses,
Fiel hasta el fin del camino y tu vida,
No eches de menos un destino más fácil,
Tus pies sobre la tierra antes no hollada,
Tus ojos frente a lo antes nunca visto.
(Cernuda, del libro: Desolación de la quimera)

miércoles, 17 de junio de 2009

Mi amigo Otegi y el nacionalismo asimétrico

Soy amigo de Arnaldo Otegi, sólo que él no lo sabe. A ver… resulta que un día vi una noticia en la tele en la que éste salía participando en no sé qué homenaje a no sé qué etarra. Así que me fui a dormir cabreadísimo con el incomprensible fanatismo de esta gente. Pero esa noche tuve un sueño: en él, Otegi y yo éramos viejos amigos. Cuando me acerqué a saludarlo después de un mitin, me abrazó y regaló un libro sobre Historia de España (!). Al despertar, estaba reconciliado emocionalmente con él y, aunque hace años de esto, no consigo –haga lo que haga y diga lo que diga– sentirle antipatía. (Si algún día consiguiéramos controlar los sueños de la gente, ¿no sería éste un método maravilloso para crear paz y amor en el mundo…?)

Pero bueno, le dejaremos esto a mi psicoterapeuta. El caso es que hace un par de días vi –con ojos fraternales, naturalmente– la entrevista que le hizo a Otegi el Follonero y que tanta polémica suscitó. Yo no sé si era para tanto o para más, pero de lo que no me cabe la menor duda es de que el Follonero le podía haber dado tanta caña –por lo menos– como a la Iglesia, al Opus y a Jiménez Losantos. Pero no: a Otegi le podía tutear, decir cosas como “joder tío” y la conversación transcurría en el plan buen rollo de la izquierda cool.

Me quedo con un detalle de la entrevista: el único momento comprometido tiene lugar cuando el Follonero le sugiere “echarle huevos” un día y condenar la violencia, a lo que Otegi responde: “es muy español eso de los huevos, y la testosterona”. Vaya, hombre. Y mira que Sabino Arana dejó claro que los españoles éramos unos afeminados y los vascos unos tiarrones viriles. Pero bueno, testiculocéntricos o maricas, el caso es que somos un asco. En este tipo de detalles creo que se desvela la verdadera naturaleza del nacionalismo separatista, que nunca es simétrico. No basta con señalar que hay dos naciones diferentes. Es necesario crear jerarquías, establecer juicios de valor divergentes. La pureza de la izquierda vasca, comprometida con las mujeres, los obreros y los bosques, frente al falocentrismo nacionalcatólico, monárquico, bananero, taurino de la casposa Iberia. Distinguir es distinguirse. Y es esta disposición moral, esa previa satanización de lo otro y autoveneración totémica, la que permite convertir una abstracción estúpida en una profunda necesidad espiritual, y la que hace que estos sujetos puedan, con igual fervor, defender la flora de los Pirineos y crear huérfanos y mutilados. Tiene huevos la cosa.

domingo, 14 de junio de 2009

Dencansar

"Por una vez descansar, no iniciar nada, no aceptar nada, no aprobar nada, no reprobar nada, no relacionar algo con algo. Más bien sólo estar ahí, como en la orilla la tina, aunque sin arena entre los dedos, sin olas en la mirada. Olas, sin embargo, las mareas viejas, lo siempre igual, no precisamente de hoy, el delicioso aburrimiento fracasa, fracasa y fracasa. Ven, consuelo de la noche, pero precisamente por la noche ellos se presentan ante ti y te abren bruscamente los párpados, exigen de ti la declaración testimonial, sí, precisamente de ti"

(Marie Luise Kaschnitz, Aún no está decidido, Valencia, Pre-Textos, 2008, traducción de Hans Leopold Davi, pág. 73).

Gracias a Charo, que me lee los textos de Kaschnitz, después de descubrirme a Sloterdijk.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Origen, justificación y motivación de la moral

(Esta entrada es una respuesta al Prof. Jesús Zamora. Me disculpo ya porque mi exceso de trabajo me impide de momento desarrollar mejor este asunto ni, llegado el caso, entrar muy a fondo en una discusión sobre un tema que, por lo demás, lleva siglos de debate)

Ignoro cuál es el origen de la moral. Puede que tenga razón Kant y sea una ley inscrita en la conciencia de cada hombre desde el principio de los tiempos, aunque lo dudo. Puede ser que tenga razón Dawkins y sea el producto de una mejora adaptativa, aunque dudo también que eso sea suficiente para explicarla del todo. De todas formas, y aunque es un problema interesante, me parece que es en último término secundario. Porque, con independencia de dónde proceda la moral, lo que nos importa es justificar nuestros juicios morales aquí y ahora. El hecho es que hay diversidad de criterios morales en el mundo, y nos vemos frente a la cuestión de su justificación: ¿son unos preferibles a otros? ¿preferibles para quién? Y si lo son, ¿cómo justificar que efectivamente lo son, si ni el bien ni el mal tienen una realidad objetiva, empírica e intersubjetivamente controlable?

Muchos intentan partir de las emociones, aunque yo, que tengo en mucha estima a Hume, creo que es un callejón sin salida. En último término, y dejando al margen el problema de la falacia naturalista, en muchas ocasiones realizamos acciones que consideramos buenas aunque estén radicalmente enfrentadas a nuestras emociones, e incluso radicalmente enfrentadas a los instintos de supervivencia y autoafirmación más elementales. Por eso creo que hay que analizar algo que yo creo que muchas veces se ignora porque se piensa que el placer es un asunto meramente emocional y físico. Me refiero al hecho de que la razón siente un tipo de placer muy particular: el placer en el orden, en la regularidad. En último término, ése el placer del conocimiento. Por eso tiene razón Kant: encontramos el bien en la constatación de una máxima que podría ser aceptada por cualquiera. Y es que, cuando la razón se encuentra con el problema de la acción, su funcionamiento se modifica, porque carece de hechos empíricos que pueda someter a leyes, sistemas, etc. Se las ve con un tipo particular de realidad: los valores. Pero también ahí la razón busca orden y universalidad. Por eso todas las normas morales se expresan universalmente. En este sentido, la búsqueda de un criterio moral que pueda aceptar cualquiera (aunque esto sea un ideal nunca realizable del todo), implica renunciar a la arbitrariedad y someter los dilemas a un debate que exige consistencia. (En el caso que nos ocupa: si todos consideramos a los homo sapiens sujetos del derecho a la vida, resulta difícil justificar que no debamos considerarlos tales a los tres meses de su desarrollo, porque si esos derechos no van unidos a su ser homo sapiens, sino, por ejemplo, a la conciencia, deberíamos negárselos a las personas con daños cerebrales, a los retrasados profundos, etc. Cuando se quiere justificar que un individuo de la especie homo sapiens carece de los derechos que les reconocemos a los homo sapiens, entonces hay que decir por qué. No son los antiabortistas los que tienen el onus probandi en este caso. Y cuando el abortismo trata de argumentar su opción moral, se ve enredado en la cuestión de qué parte de nosotros nos hace humanos y, por consiguiente, sujetos de derechos, y por consiguiente, hace que los fetos no sean merecedores de los mismos).

Queda la última pregunta: la motivación. Si conseguimos establecer el bien, ¿qué puede motivarnos a realizarlo? Porque una cosa es conocer el bien y otra hacerlo y querer hacerlo. Al fin y al cabo, como dice el propio Kant, ésa es la dialéctica natural en que se enreda la razón práctica, porque el bien no siempre garantiza la felicidad (al menos la propia), sino que incluso la dificulta. Para unos, Dios es el único garante de una motivación moral. Para otros lo es la presión social, el condicionamiento educativo, etc. Y queda la vía –débil e insuficiente, pero no veo otra universalizable– de considerar que la única satisfacción del bien (y por tanto, la única motivación moral) es el placer que siente la razón al actuar en el mundo conforme a unas leyes que ella misma se ha dado. El placer de vencer la arbitrariedad y el caos (aquí podría decir mucho el evolucionismo) con la libertad, la universalidad y el reconocimiento mutuo de los seres humanos en eso que Kant llamaba el reino de los fines. Entusiasmar al hombre en ese proyecto es, desde mi punto de vista, la verdadera tarea de la educación.

domingo, 24 de mayo de 2009

Tesis, antítesis y síntesis

La ministra Aído, que tiene conexión directa con los fundamentos científicos de la realidad,


ha afirmado, como es sabido, que el embrión es un ser vivo, pero no un ser humano, y ha basado tal distingo en la revelación de la mismísima Ciencia, que ella conoce bien de su intenso trabajo en el laboratorio.

Pero el caso es que, discutiendo hace unas semanas en el blog de Santiago, me enteré de que el embrión es “humano”, pero no un ser humano.

¿Cómo superar la encrucijada dialéctica? Sólo uno es capaz…



Georg Wilhelm Friedrich Hegel. 1770-1831. Nationality: German

Group Alliances:“Genocidal” German Idealists, “Abominable” Absolute Idealists

AKA: Hateful Hegel, "Stay Still" Hegel, "Great While Fighting" Hegel, The Antithesis with Fifty Fists

Powers: he is infinite

Weaknesses: he is finite

Notes: These figures are highly collectible, so people who buy them now can expect them to become more and more valuable as time passes

¿Por qué no vivimos en un país laico?

Ayer publicaba el Diario de Sevilla un artículo de D. Antonio J. Durán, repitiendo los agotadores lugares comunes del agotador catecismo anticlerical, cuyos cientos de dogmas proceden de este único silogismo: todo lo que afirma la Iglesia es de naturaleza religiosa, todo aquello que es de naturaleza religiosa es malo; luego... etc. El autor del artículo muestra su indignación por la oposición de la Iglesia a que se usen embriones en la investigación médica. Y dice lo siguiente: "este rasgarse los clérigos las vestiduras y llamar asesinato a una actividad científica ejercida en un ámbito protegido por una estricta y exhaustiva regulación legal, no es sólo una calumnia -o sea, una acusación falsa hecha maliciosamente para hacer daño-, sino una muestra más de la perenne cruzada clerical por conseguir que la ley del Estado se subordine a sus designios morales".

Hoy no querría entrar en el tema de los embriones, aunque la cantidad de retórica y falacias concentradas en el artículo daría mucho juego. Prefiero decir algo sobre la última parte del texto citado, esto es: la cuestión de la separación Iglesia-Estado.

Es verdad que, a lo largo de la historia y hasta fechas recientes, ha existido en la Iglesia un innegable conato de poder terrenal, especialmente bajo el pontificado de Bonifacio VIII, aunque recurrente a lo largo de los siglos. Hay que decir, en todo caso, que el Estado no se encontraba menos ávido de poder espiritual (Aviñón, cisma de occidente...). Al fin y al cabo, quien posee el poder espiritual posee el verdadero poder. Dicho esto, la siguiente pregunta no resulta inoportuna: ¿es la Iglesia la que pretende reconquistar el poder político, o es el poder político el que se resiste a dejar el espíritu fuera de su alcance?

Es obvio que las relaciones entre la civitas Dei y la civitas terrena no acaban de ajustarse del todo. Pero, contra lo que se dice habitualmente (esto es: que la causa de ello se debe a la nostalgia eclesiástica de un predominio social y político perdido), me temo que parte de culpa le corresponde también a ciertos "laicistas" que siguen empeñados en no aceptar que la Iglesia es una realidad social más, que, como tal, representa determinados intereses (discutibles, pero legítimos) y que tiene una vocación de participación en la vida pública. Exactamente igual que COLEGAS, Amigos de la Legión, los actores, el Sindicato de Estudiantes y la CNT. Con la diferencia de que el número de "afiliados" es notablemente superior en el primer caso. Hay quienes consideran que el Estado no debería participar en la financiación de ningún culto, aunque sí todo tipo de intereses y gustos privados (actividades deportivas y lúdicas, cursos de formación, etc.). En el fondo, es paradójico: al negar a la Iglesia su derecho a la participación en la vida pública, se niega su carácter estrictamente social, reconociéndole así a contrario sensu la naturaleza espiritual que pretendía negársele.

Cada vez que la Iglesia (o sea, el clero) expresa una opinión contraria a los dogmas morales y políticos establecidos por el establishment ideológico de este país, empieza a tronar la sempiterna cantinela de la intromisión (aquí, aquí y aquí por no seguir). Con ello se le niega su pertenencia a la ciudadanía, al corpus social. Pertenece a un extraño nimbo sociológico, a medio camino entre este mundo y el otro, desde donde puede contribuir a labores sociales y educativas, pero no expresar públicamente sus preferencias ideológicas.

En buena medida, no vivimos en un país laico porque hay quienes se empeñan en dictar un juicio condenatorio universal contra la religión, en postular como axioma que su naturaleza es esencialmente perversa (como ven, se trata de la versión anticlerical del dogma del pecado original), y deducir de ahí todo un proyecto vital apostólico encaminado a la destrucción de dicha perversión (¿les suena todo esto?). Bajo el peso de tantos dogmas y en medio de esta carencia de lo que hoy llaman "cultura democrática", resulta difícil que este país pueda llegar pronto a aquello que el propio Savater afirmaba en la segunda de sus tesis sobre el laicismo: "En la sociedad laica tienen acogida las creencias religiosas en cuanto derecho de quienes las asumen, pero no como deber que pueda imponerse a nadie. De modo que es necesaria una disposición secularizada y tolerante de la religión, incompatible con la visión integrista que tiende a convertir los dogmas propios en obligaciones sociales para otros o para todos. Lo mismo resulta válido para las demás formas de cultura comunitaria, aunque no sean estrictamente religiosas".

jueves, 21 de mayo de 2009

Iniciativa Internacionalista y la democracia cuestionada

Leo en Gara un artículo firmado por Luis Ocampo, representante general de Iniciativa Internacionalista. En él se queja de la falta de democracia del Estado español, y resume esta falta en siete puntos. Voy a comentarlos.

1. Legitimidad de origen. Al parecer, el Estado español no es democrático por la continuidad que representa la Corona con el régimen anterior. Pero como ya explicó Hume en su momento, la legitimidad no viene dada por el origen, sino por el ejercicio del poder. En caso contrario, sólo sería legítimo un régimen surgido en su totalidad (instituciones, normas, procedimientos, valores, estructuras sociales...) de condiciones consensuales puras, al margen de las vicisitudes de la historia y de la memoria cultural, lingüística, moral de un pueblo. Tarea harto compleja, según me parece.

2. Separación de poderes. Según explica D. Luis Ocampo, tal separación no existe en España, lo cual le irrita. Yo ante todo querría celebrar esta asunción de un principio tan profundamente liberal y burgués por parte de la extrema izquierda, ya que, tradicionalmente, sus compañeros de lucha anticapitalista no lo tenían tan claro. Con todo, convendría matizar: la separación de poderes es un mero instrumento, y no puede entenderse nunca como un valor democrático en sí mismo. Precisamente el planteamiento verdaderamente revolucionario de un régimen democrático es la concepción unitaria del sujeto del poder: no los reyes, las dinastías, los señores feudales, las Iglesias... sino el Pueblo, como único sujeto soberano. De hecho, la denominación correcta es "separación de funciones", pues el "poder" democrático en sentido estricto es uno. El sujeto de este poder diversifica los modos de aplicación del mismo para el mejor funcionamiento de la sociedad, para evitar que las "funciones" asuman un carácter absoluto que, en rigor, sólo corresponde al pueblo. Pero el poder, que es uno, sirve para lo que sirve: mantener la paz y crear las condiciones sociales de una vida buena.

3. Libertades fundamentales. De nuevo, se niega que en el "Estado español" se respete la libertad de voto, y de nuevo, otra falacia. Al acusar al Estado de negar el ejercicio del derecho al voto a determinadas formaciones políticas, se omite que las libertades sólo pueden ser reconocidas en la medida en que no interfieran en el ejercicio de otros derechos (o de otras libertades). Pero la siempre triste limitación de ese ejercicio estará justificada mientras la presencia institucional de determinadas formaciones políticas permita una estructura estable de apoyo y financiación de una banda terrorista cuya violación de derechos y libertades ha alcanzado un nivel verdaderamente insostenible. Al fin y al cabo, la democracia española se ha dado casi treinta años de margen antes de tomar una medida tan drástica.

4. Ausencia de presos políticos. Pasa aquí como con el punto anterior: la posibilidad de expresar determinadas ideas sólo tiene cabida en el orden constitucional en la medida en que la expresión de las mismas no suponga un peligro para la justicia social ni una humillación para las víctimas. Por lo demás, cuando la extrema izquierda se queja de la encarcelación de sus compañeros de trinchera, ¿dedica el mismo esfuerzo a aquellas situaciones en que las ideas perseguidas no le son tan afines? ¿se queja igualmente del atropello a las libertades que supone el que, por ejemplo, los alemanes o austriacos no puedan negar públicamente el Holocausto, llevar una esvástica en la camiseta o presentarse a las elecciones con consignas nacionalsocialistas?

5. Seguridad jurídica. Les parece mal a los de I.I. que las leyes se cambien en virtud de las circunstancias. Ciertamente es de lamentar: ya defendí en cierta ocasión la sentencia de Aristóteles según la cual "es mejor para la polis tener leyes malas y no cambiarlas, que tenerlas buenas y estar cambiándolas continuamente". Por desgracia, la excepcionalidad de la violencia política en nuestro país hace necesaria una planificación inteligente -"maquiavélica", si se quiere- de medios legítimos encaminados a obstruir la acción de dicha violencia contra la sociedad.

6. Igualdad de los ciudadanos y ciudadanas ante la ley. Aquí los chicos de I.I. se quejan de la irresponsabilidad penal del Jefe del Estado. Creo que este problema será mejor tratarlo cuando veamos a la infanta Leonor tirar cócteles molotov. Mientras tanto, son ganas de ejercer un antimonarquismo realmente ridículo.

7. Carácter no represivo de las fuerzas de orden público. Vamos a ver: las fuerzas de orden público son esencialmente represivas, en todo Estado, democrático o no. Precisamente existen para neutralizar los problemas que la sociedad no ha conseguido resolver por otros medios. No hace falta un doctorado en Ciencias Políticas para saber que la violencia estatal es la forma en que un pueblo monopoliza la totalidad de sus propias fuerzas con el único fin de preservarse a sí mismo. Esto ya lo decían Spinoza, Hobbes, pero claro... ¿quién necesita filósofos teniendo consignas?

Por último no quiero dejar de añadir un fragmento de la respuesta dada por el señor Ocampo en una rueda de prensa, al ser preguntado por el asunto de la violencia: "Cada pueblo evidentemente decide sus formas de acción, que nos pueden parecer mal, regular o absolutamente mal, pero evidentemente cada pueblo decide a través de la historia sus formas de lucha, y ese pueblo será el encargado de decidir si son o no son legítimas. Esa es la cuestión. Será el pueblo vasco, a través de sus mayorías sociales, o minorías, los que deciden... Esa no es nuestra competencia". Esto sí que es un asalto al progreso, a la democracia, y a la civilización.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Dialecto de T.

En la carta de tapas de un estupendo bar de T., llamado La bodeguilla, encuentro una antología de expresiones autóctonas. Algunas las había oído, pero nunca era capaz de recordarlas. Copio aquí las mejores. No tienen desperdicio:

El t.-ero no es que no preste atención: lleva su hilo
El t.-ero no es cabezota: ¡es muuu terco!
El t.-ero no sorprende: abulta
El t.-ero no se queda en la cama: está empielecío
El t.-ero no se mete donde no le llaman: echa sopas
El t.-ero no es cotilla: es regular de bacín
El t.-ero no se asoma: s´abocica
El t.-ero no se sube en algo: s´engarabita
El t.-ero no se mancha: s´ace erramagiles
El t.-ero no se apoya: s´apesca
El t.-ero no se mete en la vida de los demás: es licinciao deprisa
El t.-ero no incordia: es un poco guisque
El t.-ero no dice “me quedo”, dice: ¡estoy a ir!
El t.-ero no dice “idiota”, dice: cipotón, o en su defecto, socipotón
El t.-ero no dice “sí”, dice: “¡ea!”
El t.-ero no dice “no”, dice: “¡sí, hermoso, sí!”
El t.-ero no se emborracha: s´alimona o s´empapa
El t.-ero no crea discordia: es un cita, o en su defecto, engalía
El t.-ero no es de pueblo: es del pueblo
El t.-ero no se arrepiente, pero se queda con “recochura”

lunes, 11 de mayo de 2009

Gómez Dávila: la lucidez impotente

Copio aquí algunos aforismos de la imprescindible antología de Gómez Dávila editada por Juan Arana para la editorial de Abel Feu. Merece la pena hacerse con ella.

"Alma es lo que les nace a las cosas cuando duran.

Amar es rondar sin descanso en torno a la impenetrabilidad de un ser.

El ateo nunca le perdona a Dios su inexistencia.

Hay blasfemias que son jeroglíficos de Dios en contexto ateo.

Burguesía es todo conjunto de individuos inconformes con lo que tienen y satisfechos de lo que son.

Mientras el clero no haya terminado de apostatar va a ser difícil convertirse.

Lo que no parece digno del hombre suele serlo de casi todos.

A cierto nivel profundo toda acusación que nos hagan acierta.

Que rutinario sea hoy insulto prueba nuestra ignorancia en el arte de vivir.

El diablo no puede hacer gran cosa sin la colaboración atolondrada de las virtudes.

Pregonar el "consuelo" de la religión es gesto de feuerbachiano clandestino.
Dios no es subsituto de placeres ausentes, de apetitos sofrenados, de codicias incumplidas. Dios es la presencia invisible que corona la plenitud terrestre más colmada, el éxtasis más alto de la dicha más ebria, la hermosura en que florece la hermosura.
Dios no es compensación inane de la realidad perdida, sino el horizonte que circunda las cumbres de la realidad conquistada.

En el océano de la fe se pesca con una red de dudas.

El escepticismo es la humidad de la inteligencia.

La humanidad es el único dios totalmente falso.

Nada más deprimente que pertenecer a una muchedumbre en el espacio.
Ni más exaltante que pertenecer a una muchedumbre en el tiempo.

Los intelectuales revolucionarios tienen la misión histórica de inventar el vocabulario y los temas de la próxima tiranía.

Sin el bien que encierra, como vestigio o como augurio, el mal es estéticamente opaco.

Para creer en la posibilidad del milagro, basta observar el carácter contingente de la "necesidad".

Al que pregunte con angustia qué toca hacer hoy, contestemos con probidad que hoy sólo cabe una lucidez impotente.

Quien tenga curiosidad de medir su estupidez, que cuente el número de cosas que le parecen obvias.

Progresar es prolongar inercias.
Reaccionar es desmontar automatismos.

De los modernos sucedáneos de la religión probablemente el menos abyecto es el vicio.

Los ritos preservan, los sermones minan la fe".

(Nicolás Gómez Dávila, Escolios escogidos, Sevilla, Los Papeles del Sitio, 2007)

lunes, 4 de mayo de 2009

Estampas feriales

Vaya por delante la confesión de que soy un sevillano atípico: no ceceo ni seseo, hablo en tono más bien bajo y pausado, y carezco de un repertorio de chistes, por lo que tampoco me esfuerzo en hacerme el gracioso. Tampoco salen de mí frases del tipo "E´to é lo mejón der mundo", "qué arte, miarma" o la ya internacional "¡esto está de lujo!", aunque reconozco que alguna vez me permito alguna licencia "doshermanera". Tan atípico soy que, hasta el fin de semana pasado, hacía casi diez años que no pisaba la feria. Pero esta vez lo he hecho, y me llevo al destierro manchego dos estampas inolvidables.
La foto está hecha desde el lado sevillano del puente de Triana (que viene a significar, en términos no geográficos pero sí simbólicos, casi el pleno centro de la ciudad). Sé que no es de muy buena calidad, pero se entrevé que los dos animales se encuentran en medio de un parterre de flores, van montados por dos jinetes en traje corto, y están frente al Isbiliyya, conocido bar de ambiente. Como no doy crédito a lo que veo, me paro, hago la foto y sigo mi camino. Mientras me alejo, escucho un breve fragmento de la conversación que uno de los jinetes mantiene con alguien del bar. Y esa frase se me queda en la memoria:

-Claro que soy maricón, miarma, maricón, maricón, pero de verdá...

Bien. La siguiente escena no es tan divertida, es bastante menos folclórica, pero en todo caso igual de surrealista. Se trata de la estampa que nos dejan en la carretera las concentraciones de motos de Jerez. Con los años, uno se hace enormemente tolerante con las aficiones y gustos de los demás, por muy extravagantes que parezcan. Acepto con relativa calma que haya gente que disfrute viendo los gladiadores americanos, las obras del metro, o las peleas de gallos. Así que lo de las motos, vale, pase. Lo que me sigue impactando de estas escenas es que ponen en cuestión toda mi jerarquía de valores, según la cual hay cosas que merecen más la pena que otras. Jerarquía resbaladiza, sin duda, pero en cuya base se encuentran actividades que no repercuten en una intensificación de mis energías vitales (físicas o espirituales). Por ejemplo: ver pasar motos. Y es que no puedo evitar preguntarme: todas estas personas congregadas en los puentes de hormigón de las autopistas, ¿no tenían nada mejor que hacer aquel hermoso y radiante domingo de primavera? ¿nada había mejor que aquella retahila monótonas de máquinas motorizadas pasando -una y otra y otra más- bajo el cegador sol de mayo? Ay, qué vida.

sábado, 2 de mayo de 2009

La primavera

El relato El extranjero, de Camus, retrata a un hombre apático y nihilista, cuyos actos y pensamientos se encuentran a merced del tiempo, el calor, la humedad... En cierto sentido, su conciencia moral es un asunto climatológico. Yo siempre me he sentido identificado con el personaje. Después de todos estos meses de lluvia y frío, mi psicópata interior había crecido bastante, y sentía que estaba a punto de convertirme en un monstruo existencialista. Por suerte, la primavera empieza a aparecer y, con ella, me invade una facilidad para el amor al prójimo, la gratitud, la paz interior. Entre los olivos y en los bordes del camino, asoman las margaritas, las amapolas y los acianos. Sobre el suelo arenoso resplandece la luz con el fulgor dorado de una liturgia griega. Y las bocas de todas las criaturas de la primavera recitan este endecasílabo: "Nunca la oscuridad dura mil años".

martes, 28 de abril de 2009

Hölderlin: la subjetividad extravagante

De Hölderlin se ha escrito mucho. A menudo es citado, junto con Rilke, como el poeta de los filósofos. Esto es cierto aunque sólo fuera en el sentido de que él mismo fue ambas cosas. En su famoso Urteil und Sein (Juicio y Ser) propuso, haciendo uso de una etimología dudosa, que todo juicio (Urteil) supone una separación radical u originaria (Ur-teilen): cuando tratamos de decir la verdad de las cosas, el entendimiento lanza su red sobre la realidad, y realiza una división entre sujeto y objeto que es previa, que por tanto es presupuesta, y que nos impide acceder a la dimensión nouménica de la realidad. Casi por los mismos años, Novalis explicaba que el lenguaje, en tanto producto del entendimiento, es siempre derivado, y que el entendimiento mismo se eleva cuando hemos dejado atrás el ser.

De ahí que Hegel opinase de estos autores que "en ellos la extravagancia de la subjetividad se convierte a menudo en locura". Pero nosotros sabemos por Don Quijote que la locura es a menudo una forma de conocimiento moral de la realidad, alienada y oculta por los esquemas establecidos y los supuestos universalmente aceptados. En Hölderlin, perder el juicio significa ganar la verdad. Y ello sólo puede ser obra de un lenguaje no enajenado, libérrimo, violentador de la sintaxis y los esquemas de la gramática: sólo la poesía, como lenguaje no sometido a las estructuras del entendimiento, puede obrar aquello que la filosofía vanamente desea: la presencia cegadora de la verdad.

Hölderlin mismo explica esto en un poema, que traduzco a continuación:

A las Parcas

Dadme sólo un verano, poderosas,
y un otoño que hagan madurar mis canciones,
para que el corazón se vea saciado
del dulce juego y pueda al fin morir.
El alma, a la que en vida fue negado
su sagrado derecho, ni en el Orco descansa.
Pero si alguna vez alcancé lo sagrado,
el poema, que tanto he deseado,
entonces bienvenido, oh silencio del mundo de las sombras.
Estaré satisfecho aunque mi lira tampoco me acompañe: una vez
viví como los dioses, y eso basta.

(Nur einen Sommer gönnt, ihr Gewaltigen! / Und einen Herbst zu reifem Gesange mir, / Dass willinger mein Herz, vom süssen / Spiele gesättiget, dann mir sterbe! / Die Seele, der im Leben ihr göttlich Recht / Nicht ward, sie ruht auch drunten im Orkus nicht; / Doch ist mir einst das Heil'ge, das am / Herzen mir liegt, das Gedicht, gerlungen, / Willkommen dann, o Stille der Schattenwelt! / Zufrieden bin ich, wenn auch mein Saitenspiel / Mich nicht hinabgeleitet; Einmal / Lebt'ich, wie Götter, und mehr bedarf'snicht).

Y aquí un poema que le dediqué en Aquel lugar, pensando que la poesía quizá tampoco tenga la última palabra:

La lira de Hölderlin

De qué me sirve haber vivido como un dios
si fue sólo una vez. De qué me sirve
saber que en un momento alcancé algo innombrable. Ahora vuelvo
por las calles gastadas por millones de pasos,
por sucias multitudes a través de los siglos.
Soy uno más. Recorreré esas calles
de la misma manera; como ellos
amaré a una mujer, y también frente a mí
estallarán las buganvillas cuando
llegue abril. Pasarán un par de cosas,
y nada más. Escribiré unos versos
que ya no tendrán luz, porque la luz fue tuya
solamente un instante.
Aquello será niebla,
desaparecerá
como un amanecer sobre las olas
en el recuerdo de un anciano.
Se perderá la luz. Te perderás.
Y serás desdichado, y no sabrás por qué.

lunes, 20 de abril de 2009

La Pasión según Bach

Para compensar el hecho de que yo escribí el poema sobre Gesualdo que Beades querría haber escrito, he de decir que Beades escribió, en Centinelas, el poema sobre Bach que querría haber escrito yo. Lo tenía en mente la noche anterior al Domingo de Ramos, mientras entraba en el Teatro de la Maestranza para escuchar La Pasión según San Juan. No sabría decir por qué Bach me parece como venido del otro lado de la galaxia y por qué las emociones que consigue despertar en mí son incomparablemente más profundas y salvajes que las que alcanza cualquier otro músico. Me parece que, de algún modo, todo el mundo, al sentir la emoción de las composiciones religiosas de Bach, debe lograr algo parecido a la fe: el sentimiento de pequeñez infinita, de redención incondicional, y de consuelo gratuito. Kant decía que el sentimiento de lo sublime surge en nosotros cuando contemplamos algo tremendamente grande o poderoso, para lo cual no tenemos concepto. Y como no tenemos concepto, buscamos vanamente en nuestro interior qué será aquello tan enorme que se manifiesta y oculta en esta música titánica. Sublime es el Herr, unser Herscher que da comienzo a la obra y que arrastra, desde la primera nota, a los abismos de la criatura diminuta e impotente, abrumada por aquello que la sobrepasa.



Pero el Dios de Bach no es sólo ese oceánico gobernante del mundo, sino también el Jesús doliente a cuya Pasión pudo dedicar un aria tan llena de ternura como ésta:



La fe de Bach es también la del alma que corre, como en San Juan de la Cruz, llena de alegría, trepando por todos los montes hacia su salvación:


Y la consumación de la Pasión misteriosamente nos devuelve a casa, allí donde las vides y los carneros, donde la mano amorosa del padre nos acaricia la cabeza. Pero eso es antes de que se enciendan las luces, rompan los aplausos, y volvamos, entre aturdidos y espantados, al reino de lo inane.