lunes, 28 de marzo de 2016

Filosofía contemporánea para iniciados

Obediente y servicial, ofrezco aquí una lista de libros para quienes me han pedido -por motivos diversos e inconfesables- introducirse en las oscuridades abisales de la filosofía contemporánea. Aún estáis a tiempo: corred, insensatos.

KIERKEGAARD. ¿Quién no querría leer libros titulados como La enfermedad mortal, Temor y temblor o El concepto de la angustia? Tiempo, angustia, muerte, Dios, libertad: los grandes temas de un gran filósofo.

SCHOPENHAUER. El arte de insultar: altamente polémico. Parece Twitter.

NIETZSCHE. Siempre recomiendo El crepúsculo de los ídolos para empezar con Nietzsche. Otras opciones sencillas, pero igualmente valiosas, son El nacimiento de la tragedia  o Más allá del bien y del mal.

MARX. Sería un sádico si recomendase El capital. Las obras de Marx son arduas y están llenas de conceptos de economía. Es mejor empezar con El manifiesto comunista, donde Marx quiso divulgar en un lenguaje más sencillo sus ideas.

FREUD. Un buen libro es El malestar en la cultura. Tiene de interesante que contiene las ideas fundamentales de Freud pero, además, las usa en una crítica a nuestra sociedad y sus múltiples represiones.  Sexo, violencia y dominación: ¿quién necesita a Christian Grey teniendo a Sigmund Freud?

HEIDEGGER Y SARTRE. Dos obras breves que deben ser leídas una detrás de otra: El existencialismo es un humanismo, y la respuesta de Heidegger a esa obra, su Carta sobre el humanismo. Cómo ser humanos y cómo pensar tras "la muerte de Dios". Polémica filosófica de alto voltaje.

ORTEGA Y GASSET. La rebelión de las masas. Una crítica a los movimientos totalitarios, un gran libro de filosofía política. Otra opción es Estudios sobre el amor. Dicen que Ortega ligaba bastante, pero no esperéis demasiado romanticismo en estas líneas: Ortega es Ortega.

HORKHEIMER Y ADORNO. Un libro bastante difícil, pero fundamental en el pensamiento político del siglo XX: Dialéctica de la Ilustración. Cómo, al intentar comprender la realidad, terminamos dominando y explotando al mundo y a los otros seres humanos.

RAWLS Y HABERMAS. Estos dos importantes filósofos de nuestra época (Rawls murió en 2002, pero Habermas sigue vivo) discuten grandes temas políticos en Debate sobre el liberalismo político.

RORTY. La filosofía y el espejo de la naturaleza es un importante libro que se considera clave en el llamado "pensamiento débil", la "nueva retórica", el "neopragmatismo" y en general la filosofía contemporánea que busca itinerarios nuevos partiendo de la idea nietzscheana y heideggeriana de que la metafísica está bien muerta y enterrada.

SCHUMACHER. No, no se trata del campeón de Fórmula 1 tristemente accidentado, sino del economista alemán que publicó Lo pequeño es hermoso: economía como si la gente importara. Es una obra menor al lado de las anteriores, pero es un hito en el pensamiento ecologista y en la búsqueda de alternativas al modelo económico existente. 


Creo que es suficiente para empezar. Cuando os sumerjáis en sus oscuras páginas, recordad las palabras de Ortega: "sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender".

viernes, 25 de marzo de 2016

Política y racionalidad

De entre los aburridos filósofos que, a lo largo del siglo XX, se dedicaron a la ciencia y al lenguaje científico, hay uno que me resulta muy simpático. Se trata de Karl Popper, judío austriaco, converso al liberalismo, apóstata del comunismo y el psicoanálisis, y nombrado sir por la reina Isabel II. Popper decía que el criterio para definir una teoría como científica y racional es la falsabilidad, es decir, que la teoría esté formulada de tal manera que se pudiera encontrar al menos un hecho que la desmintiese. Consecuentemente, la racionalidad no consiste en intentar confirmar nuestras teorías, sino en intentar refutarlas. Ello implica, además, que nunca estamos en posesión definitiva de la verdad: la ciencia, la racionalidad, es un proceso siempre incompleto, una aproximación infinita. Así, la física de Einstein es científica porque predice un montón de acontecimientos que, de no suceder, refutarían completamente la teoría. La teoría arriesga y en ese riesgo asumido revela su racionalidad, pues solo se mantiene en la medida en que, exponiéndose a la crítica, no sucumbe a ella. También el marxismo es una teoría científica: describe las leyes que determinan el funcionamiento de la realidad histórica y, como consecuencia de ese funcionamiento, predice tendencias y acontecimientos que no se han cumplido. La teoría de Einstein es una teoría científica no refutada de momento, mientras que la teoría de Marx es una teoría científica que ya ha sido refutada. Como el geocentrismo, el galvanismo o la creencia en el éter supralunar.

Popper decía que el marxismo murió de marxismo: fue una buena teoría que predijo el advenimiento de la dictadura del proletariado y la posterior disolución del estado como expresión del dominio de una clase social privilegiada. Pero con la dictadura del proletariado llegaron el hiperestatalismo, la dominación brutal, el exterminio, la guerra, la bancarrota. Stalin, Mao Zedong, Castro, refutaron a Marx. Por eso hizo bien el PSOE cuando, en el año 79, abandonó el marxismo como ideología del partido y lo transformó en un mero instrumento discursivo más.

Ocurre, sin embargo, que cuando una teoría es refutada, la inmensa estructura de poder montada a su alrededor se rebela para evitar su propio declive. Siempre ha sido así: la Inquisición contra Santo Tomás, los dominicos contra Galileo, los creacionistas contra Darwin. Quienes viven del chiringuito de una teoría se resisten a reconocer su ruina. A partir de ese momento, el carácter científico de la vieja teoría desaparece completamente. Se la intenta apuntalar con los modos de un fanático enfervorecido que quisiera reconstruir con sus propias manos un templo arruinado. Es difícil mantener la honestidad cuando uno asiste al crepúsculo de sus propios ídolos.


Ya no queda nada del marxismo como teoría científica. Entonces, sociológica y políticamente hablando, lo que hay es el marxismo como espacio simbólico al que referir un cierto sentido de la identidad, el marxismo como etiqueta, como estética ideológica, como postureo. Es decir, el marxismo degradado a ideología en el sentido marxista. El marxismo como sacralidad, como templo, como Kaaba, como pueblo elegido, más allá del cual están los infieles, los impuros, los idólatras. Y dentro de ese universo intelectual y emocional se dan cita todas las actitudes reaccionarias que precisamente el marxismo combatió con las herramientas críticas del hegelianismo: los sentimientos identitarios, la falsa conciencia de clase, la victimización arbitraria, el desconocimiento del sistema económico. Y entonces lo que tenemos es un marxismo degradado que continúa insistiendo en las nacionalizaciones, en una errónea concepción de las relaciones con las confesiones religiosas, en la estatalización, en el control político de los medios, en la alienación ideológica, en el discurso de la lucha de clases. Y así es como algunos siguen viviendo del marxismo en la política española, insistiendo en el error como si no hubiera pasado nada, como si no supiéramos ya adónde conduce y como si no se hubiera convertido, por la evidencia de la sangre y de la bancarrota, en el fantasma de una ciencia fracasada. 

Obra de arte total Sevilla

Las fiestas de una ciudad son, de algún modo, las fiestas de su fundación. Una ciudad se crea –y se recrea– en sus fiestas. Por eso la Semana Santa de Sevilla es una dramatización de sí misma, cuyo escenario lo constituye la ciudad entera, jerarquizando los espacios según un orden moral históricamente impuesto, recreando las condiciones originarias de la fundación, reuniendo a los ciudadanos fuera de los límites del orden económico convencional (marcado por la división del trabajo) e intensificando los lazos sociales por medio de una sorprendente y genial catarsis estética.

Mircea Eliade hizo famosa la idea de que la religión era, ante todo, la erección de un tiempo y un espacio sagrados. En nuestro caso, el centro de la ciudad, normalmente destinado a los edificios públicos y al comercio, se convierte en carrera oficial, y las zonas más históricas de la urbe se vuelven escenario de un espacio de sacralidad compartida. Otro gran teórico de las religiones, Rudolf Otto, interpretó la religión prescindiendo de categorías morales y racionales, y se centró en aquello que dio en llamar “lo numinoso” (una especie de emoción ante lo sagrado, la fuerza que late oculta bajo los objetos santos). Si unimos ambas definiciones, la religión vendría a constituir una división simbólica del espacio y el tiempo por medio de una experiencia de aquello que escapa a la razón y “sobrecoge”. En cierto sentido, ambas posiciones, la de Eliade y Otto, nos colocan en los límites: pues el espacio y el tiempo se racionalizan solo en la medida en que erigen fronteras más allá de las cuales no hay espacio ni tiempo, sino naturaleza, oscuridad, caos, o divinidad.

¿Sirve todo esto para clarificar y comprender lo que ocurre en la Semana Santa de Sevilla? ¿O aquí estamos, sin más, ante una performance propia de una ciudad en la que se suceden sin conflicto la Semana Santa, los conciertos de rock, la feria de Abril y la Cabalgata del Orgullo Gay? ¿O es que se trata de la pervivencia de un rito rural en una ciudad aún no plenamente consumida por la industrialización? ¿Debemos decidirnos entre autoridad tradicional u ocio urbano? ¿Entre coacción religiosa o libertad hedonista?

Es curioso, para empezar por lo aparentemente anecdótico, que aquí se celebre la Pasión y la Muerte de Cristo, pero apenas haya referencias al misterio cristiano celebrado por la Iglesia estos días: el Domingo de Resurrección pasa relativamente desapercibido. Ese día no culmina el sentido de la Pasión, pues la Pasión se explica por sí misma. El sacrificio mismo es lo que conmueve y, de acuerdo con los esquemas de la religión natural, lo que compensa la culpa y la salda. Lo que se persigue aquí es únicamente participar en el drama estético de la Pasión: la emoción (la conmoción) ante el Señor sufriente es la única redención, pues el que sufre injustamente por nosotros es digno de máximo amor, de máxima reverencia. En cierto modo, no es la Resurrección lo que diviniza la figura de Cristo, sino el sufrimiento que inmerecidamente sufre, por un lado, y su majestad estética sobre el paso y sobre la ciudad entera, por otro.  

Estamos ante la construcción colectiva de una obra de arte total: la gente acaricia el paso antes o después de persignarse, la ciudad huele a incienso y a azahar, los cirios se reflejan sobre el ladrillo rojo de los viejos edificios de Triana y sobre los muros de la Catedral. En cierto modo, podría decirse que el aspecto más teológico de la Semana Santa de Sevilla es el hecho de que reactualiza el misterio nuclear de la fe cristiana: la Encarnación. Todo el ritual estético-religioso en que consiste está encaminado a encarnar lo sagrado en formas sublimes y numinosas, y hacer de este un foco de emotividad y cohesión colectiva.


Hace unos años se publicó en España “Obra de arte total Stalin”, de Boris Groys, donde el autor germano-ruso retrataba el devenir del arte soviético desde el punto de vista de su aspiración totalitaria: el arte debía manifestar estéticamente la plenitud moral de la utopía socialista. Aquí, en una Sevilla que crece entre lo sagrado barroco y lo profano postmoderno, la obra de arte total es la representación colectiva de una ciudad que se reconoce a sí misma en el espejo de la Pasión con mayúsculas y de las pasiones con minúsculas. La ciudad de Sevilla está indisolublemente unida a un trato estético-festivo con lo divino, en el que este deja de ser una instancia judicial ante la que pedir (y rendir) cuentas, transformándose, en consonancia con el proceso mismo de la “modernidad líquida” (Bauman), en un objeto de contemplación, de disfrute estético y de consumo social. Una contemplación que tiene la forma de un contacto físico, corpóreo con lo sagrado. Es el modo como la ciudad de Sevilla realiza social, estética, artísticamente, la afirmación de Cristo: “Este es mi cuerpo”.

(Sevilla Report, 2014, actualmente inaccesible)