lunes, 19 de octubre de 2015

La nueva política en la barra del bar

Ayer, mientras mi pueblo entero festejaba una romería que había sido cancelada por la lluvia, yo me tragué el debate entre Iglesias y Rivera organizado por Jordi Évole en La Sexta. El programa comenzaba con el small talk de Pablo y Albert en el asiento de atrás de un coche. Llegan a Nou Barris y, por la calle, un señor mira al líder de Podemos con cara de adoración: "Usted es Pablo Iglesias, ¿verdad?". A Rivera no le dice ni hola, así que el pobre se echa a un lado y todos pensamos que se han topado con un votante de Podemos. Hablan unos segundos y cuando se van a despedir, Évole le pregunta al señor: "bueno, ¿y usted a quién ha votado?". Entonces el señor confiesa haber votado PSOE en las municipales, luego señala con el dedo a Rivera como si fuera el hijo de la vecina y dice: "En las autonómicas, a Ciudadanos". Y sigue mirando a Iglesias con cara de alucinado. Me pareció tan genial que es el detalle que mejor recuerdo de la entrevista.

Bien. Los tres se van a un bar y, nada más entrar, la dueña se queja de que ningún candidato se pasa por Nou Barris. Y este primer detalle, esta estética ya dice algo de lo que está pasando, a pesar de que el eslogan de la nueva política se repita como un mantra hasta el punto de que la saturación nos empuje a dudar de él. Algún tuitero bromeaba ayer con que a la entrevista solo le faltaba un tío saliendo de cagar del baño. En España, el pueblo son los bares. Allí se escuchan las quejas, las preocupaciones, las opiniones de la gente. Dos políticos y un periodista tomando café con leche en un bar de barrio es una escenografía distinta, radicalmente nueva, a la que representa ese político asomado a un plasma para responder preguntas previamente dadas a los periodistas. Solo hacía falta tratar de imaginar allí las figuras artificiosas de Rajoy y Sánchez para entender que estábamos en otra dimensión.

El contenido: flojo en mi opinión, muy del gusto del formato televisivo. Faltó completamente la cuestión ecológica, al parecer irrelevante para la política actual. De dos temas tan importantes como la educación y la sanidad solo se dijo lo que alimenta la polémica mediática: la segregación por sexos en los colegios, en cuanto a lo primero, y la atención sanitaria a los inmigrantes, en cuanto a lo segundo. Dos asuntos que, mirados con atención, rozan lo irrelevante. Ambos líderes son hábiles y usan cualquier detalle para barrer para casa. Pero Rivera estuvo mucho más ágil: lo tiene más claro, explica mejor las propuestas del partido y se evidenció como un candidato a la altura de La Moncloa. Iglesias vaciló, no pudo concretar, diluyó propuestas iniciales en mera declaración de intenciones, regulativas, como las ideas de la razón de Kant. Propuso cosas que le van a quitar mucho apoyo a nivel nacional (como el acercamiento de presos de ETA, la celebración de un referéndum en Cataluña y la excarcelación de Otegi). Pero incluso en ellas hay que reconocer la honestidad de un político que afirma y explica aquello que cree bueno para su país, sin rodeos ni concesiones a la ambigüedad. Rivera hace lo mismo con temas económicos: le gustaría -dice- un salario mínimo más alto o una jubilación temprana, pero lo ve imposible en las condiciones demográficas y económicas actuales. Las malas noticias hay que explicarlas con honestidad: la gente lo entiende y lo valora.

La diferencia entre nueva y vieja política se ve especialmente al contrastarla con el nivel de la mesa de El Objetivo, que tiene lugar justo después de la entrevista. Allí Pablo Casado (PP) se ríe, con esa ironía cansina y falsa de los políticos profesionales, por las coincidencias entre Iglesias y Rivera. La estrategia es espantar a los votantes del PP de una posible huida a Ciudadanos. Y no entiende que a los ciudadanos que no adoramos a nuestros partidos como sectas, esas coincidencias nos parece que van en la buena dirección: la de que partidos tan distintos puedan ponerse de acuerdo en la regeneración institucional del país. Pero no solo: Casado también ironiza con el hecho de que ambos candidatos reconocieran haber pagado en alguna ocasión en negro. Entonces uno, como telespectador, contempla atónito cómo este Pablo Casado, representante del partido de la mentira, el expolio y la corrupción generalizada, se pone moralista porque ambos líderes declaren haber pagado en su vida alguna cosa en negro. Y luego está Adriana Lastra, la representante del PSOE, que usa su condición de mujer para pedir que no la interrumpan (!) y que se enfada con Íñigo Errejón porque el hombre mueve las cejas cuando ella habla.

Bien. En una sociedad en la que, como decía Erich Fromm, se ha perdido la gran esperanza en la política, quizá lo nuevo de la nueva política consista en que ya no nos mueva un gran sentimiento al que entregar el corazón, sino un compromiso sosegado con las buenas ideas. Quizá sea el momento, no de grandes revoluciones, sino de grandes consensos, de reformas surgidas de una puesta en común que, según todos los sondeos, va a ser inevitable. Al hilo de la entrevista pensaba, precisamente, que la Constitución Española no fue más que el resultado de múltiples renuncias. La renuncia a lo propio en atención a lo de todos. Esto a veces se olvida. La gran esperanza se diluye entonces en una confianza razonable: la de que es posible mejorar ciertas cosas. No conquistar el cielo, pero sí mejorar la tierra. Sin sectarismos ni certezas absolutas. Al terminar la entrevista, me acordé del personaje que apareció al principio: el pueblo español se parece mucho a ese señor que pasea por las calles de Nou Barris, vota PSOE en las municipales, Ciudadanos en las autonómicas y mira con simpatía a Pablo Iglesias. Que a la nueva política no se le olvide.

lunes, 12 de octubre de 2015

Día de la Hispanidad

Decía Spinoza que nadie sabe cuánto puede un cuerpo. De la misma manera, uno nunca sabe hasta dónde puede llegar la ignorancia fanática de este país. La ignorancia, bastante universal, es el desconocimiento de la realidad de la que se habla. El toque fanático, típicamente hispano, lo aporta esa seguridad con que hablamos, sea desde el púlpito eclesiástico o desde la tribuna de la red social. La última ocurrencia de la ignorancia fanática hispana es el rechazo al Día de la Hispanidad. El argumento es que celebramos el inicio de un proceso de colonización violento. Entonces se ignora, supongo, que la herencia latina o árabe -de las que hoy nos sentimos tan orgullosos- fueron resultado de la invasión militar llevada a cabo por pueblos que en un momento concreto de la historia alcanzaron la hegemonía política en cierta zona del mundo. Nadie se escandaliza de que los franceses conmemoren el día de la Toma de la Bastilla, hecho que dio lugar a un período revolucionario en el que rodaron cabezas a diestro y siniestro y que culminó con la ocupación militar de media Europa. Solo hay que entender la letra de la Marsellesa para hacerse una idea de lo violenta y cruel que es la historia del surgimiento de una nación. Allí, en Francia, hay columnas y plazas dedicadas al golpista Napoleón de la misma manera que la República Italiana está plagada de estatuas y calles en honor del rey Víctor Manuel. Tampoco es frecuente escuchar reproches al hecho de que la conquista del Oeste, la creación misma de EEUU como nación, fuera realizada por medio de un exterminio tal de los pueblos amerindios que apenas quedan hoy de ellos más que unas cuantas reservas donde malviven, subadaptados a la sociedad surgida de la colonización. Por supuesto, tampoco se escucha la obviedad de que lo celebrado hoy es el día de la llegada a América, no las barbaridades que unos u otros pudieran cometer desde entonces. También se ignora -y de ahí el enfado fanático desde el que se habla- que esos pueblos conquistados fueron a su vez pueblos conquistadores: que los aztecas, por ejemplo, oprimían a los pueblos anteriores a su llegada o que hacían espantosos sacrificios humanos a sus dioses. Que en la llamada Colonización española intervinieron también pueblos americanos, aliados ocasionales de los españoles para librarse de viejas tiranías. Se olvida que fue un fraile español, Fray Bartolomé de las Casas, quien inició un proceso de defensa de los derechos de los indios de tal envergadura que es considerado por muchos politólogos como el nacimiento del Derecho Internacional: fue Carlos I de España quien promulgó en 1542 las Leyes Nuevas que prohibían expresamente la esclavitud de los indios americanos y que son el primer documento legal inventado en la historia para proteger a los habitantes de los territorios colonizados. En fin: a mí me pasa, como a Paco Ibáñez traduciendo a Brassens, que "cuando la fiesta nacional / yo me quedo en la cama igual / que la música militar / nunca me supo levantar". Pero una cosa es no tener emociones excesivamente patrióticas y otra muy distinta es encubrir el resentimiento en toda una mitología al servicio de la estupidez.