jueves, 24 de diciembre de 2009

Os deseo a todos Feliz Navidad


El viento arrastra, en el bosque de invierno,
como un pastor, los rebaños de copos,
y algún abeto intuye qué ligero
se está haciendo sagrado y luminoso.
Está a la escucha. A los blancos senderos
les dispone sus ramas como alfombras
y crece contra el viento, pretendiendo
tocar la sola Noche de la Gloria.

(Rilke)

(Es treibt der Wind im Winterwalde / Die Flockenherde wie ein Hirt, / Und manche Tanne ahnt, wie balde/ Sie fromm und lichterheilig wird. / Sie lauscht hinaus. Den weißen Wegen / Streckt sie die Zweige hin bereit / Und wehrt dem Wind und wächst entgegen / Der einen Nacht der Herrlichkeit).


lunes, 14 de diciembre de 2009

Nieve

Las calles han amanecido completamente blancas. Aún así, he cogido el coche para ir al trabajo: la nieve ha disuelto en una misma sustancia los edificios, los coches aparcados, los columpios, las eras... Todas las cosas -pienso- vuelven a ser una. Pero es sólo (¿o no?) una ficción. En la ciudad, los peatones juegan con la nieve, y los conductores avanzan muy lentamente, cediéndose el paso, sin acelerones ni pitadas. Todos conducimos con tanta delicadeza que parecemos estar representando una utopía ecopacifista. ¿Sólo esto hacía falta para convertirnos en amables y felices ciudadanos? Salgo de la ciudad y avanzo por la carretera. Por alguna razón, los pájaros se concentran en el centro de la autopista y, cuando el coche se acerca, levantan el vuelo muy torpemente, ateridos. Muchos chocan contra el parabrisas y suena un golpe seco. Pienso en Hitchcock, y disminuyo la marcha. Los límites de las cosas se disuelven: ni siquiera existen ya direcciones, itinerarios, fronteras. Recuerdo el Aufstieg de Paul Klee. Las cosas, las pequeñas y frágiles cosas, intentan asomar más allá del manto repentino que las envuelve. Pero ya es tarde. El tiempo de lo múltiple ha pasado. El invierno es lo Uno: él nos enseña de dónde vienen y a dónde se dirigen todas las criaturas de la tierra.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Los malos

La impactante noticia de un hombre falsamente acusado del asesinato y violación de su hijastra está dando que hablar. Hechos como éste -y otros muchos anteriores- deberían hacernos reflexionar a todos sobre si no sería conveniente cambiar la legislación para impedir que los sospechosos sean linchados por el populacho (recordemos las frecuentes imágenes de muchedumbres apostadas a las puertas de cualquier juzgado), por los medios o por los mismos políticos, que aprovechan estas tragedias para revestirse del aura de majestad que confiere la indignación y firmeza frente a los malos. Pero algo más habría que pensar, más allá de la inocencia y la culpa: por ejemplo, podríamos constatar de una vez en qué horrible jauría de bestias sedientas de venganza se convierte una sociedad cuando prescinde del aspecto misericordioso que ha de tener todo trato con el mal. Que el acto malo no destruye nunca la dignidad en nosotros es un pensamiento demasiado metafísico -sí, demasiado cristiano también- para tener cabida en un mundo donde los cobardes, los hipócritas y los resentidos están siempre dispuestos a saltar desde sus escondrijos para tirar la primera y hasta la última piedra.