Las calles han amanecido completamente blancas. Aún así, he cogido el coche para ir al trabajo: la nieve ha disuelto en una misma sustancia los edificios, los coches aparcados, los columpios, las eras... Todas las cosas -pienso- vuelven a ser una. Pero es sólo (¿o no?) una ficción. En la ciudad, los peatones juegan con la nieve, y los conductores avanzan muy lentamente, cediéndose el paso, sin acelerones ni pitadas. Todos conducimos con tanta delicadeza que parecemos estar representando una utopía ecopacifista. ¿Sólo esto hacía falta para convertirnos en amables y felices ciudadanos? Salgo de la ciudad y avanzo por la carretera. Por alguna razón, los pájaros se concentran en el centro de la autopista y, cuando el coche se acerca, levantan el vuelo muy torpemente, ateridos. Muchos chocan contra el parabrisas y suena un golpe seco. Pienso en Hitchcock, y disminuyo la marcha. Los límites de las cosas se disuelven: ni siquiera existen ya direcciones, itinerarios, fronteras. Recuerdo el Aufstieg de Paul Klee. Las cosas, las pequeñas y frágiles cosas, intentan asomar más allá del manto repentino que las envuelve. Pero ya es tarde. El tiempo de lo múltiple ha pasado. El invierno es lo Uno: él nos enseña de dónde vienen y a dónde se dirigen todas las criaturas de la tierra.
3 comentarios:
Del tiempo que estuve doctorandome en Burgos aprendí lo que cuentas en esta entrada: cómo la nieve nos iguala a todos de alguna manera. En ella jóvenes y viejos caminan al mismo paso y ritmo, los coches de gran cilidranda van a la misma velocidad que una Vespa y así sucesivamente, ¿verdad?. Afortunadamente ahora vivo en la costa de Huelva, dónde hay más de dos estaciones, por allí arriba sólo hay dos: el invierno y la del tren :). Un abrazo.
Escribe más a menudo, ¡¡¡¡¡¡perroflauta!!!!!!
Es una hermosa manera de verlo. La nieve como símbolo de la igualdad entre los hombres, como elemento armonizador de la naturaleza en toda su extensión.
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