miércoles, 29 de septiembre de 2010

Prácticamente pequeñitos

Quería yo escribir otra monserga más de las que me gustan sobre la dejadez, mediocridad, pereza, infantilismo, aturdimiento intelectual y físico de los jóvenes (y no tan jóvenes) de nuestro país. Pero me encuentro con este artículo del genial García-Máiquez, que no tiene nada de monserga y sí mucho de lo que hubiera gustado decir:

http://www.diariodesevilla.es/article/opinion/800110/generacion/niniyni.html

sábado, 18 de septiembre de 2010

Cosas que ocurren en el pasado

De un modo menos cursi, muchos escritores han dicho que amar es desear la permanencia de lo amado. Sin embargo, hay cosas amadas cuya extinción es precisamente lo que las hace amables. Quizá "extinción" sea una palabra demasiado dura: más bien es un pacífico quedarse atrás. Me ocurre con series míticas de la infancia, cuya imagen se resquebrajó definitivamente ante mí el día en que cometí el error de traerlas al presente: los Caballeros del Zodiaco sólo son épicos y sublimes en el pasado. Pero también la chica del pupitre de al lado, que hoy es sólo una señora más que pasa a lo lejos; el olivar donde las largas horas de los juegos infantiles, que hoy es sólo un descampado aburrido y yermo, en el que no sabría qué demonios hacer; ¿y qué decir de Axl Rose, aquel rebelde descamisado que cantaba cosas como "I'm a cold heartbreaker fit to burn...", y que ahora reaparece como un señor gordo y enganchado al botox? Hay cosas que, como la lluvia de Borges, están hechas para suceder en el pasado, y mezclarse allí todas, y permanecer dormitando, como los monstruos de Alcmán, en el seno de un hervoroso mar.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Violencia en las aulas

Hoy he hecho un paréntesis en mi vida de profesor -que, como todo el mundo sabe, tiende a la vagancia, la dejadez y la desinformación- y me he puesto a curiosear lo que ofrece la red sobre educación, estrategias en el aula, recursos pedadógicos, etc. Dejo para otro día una reflexión más extensa sobre los que enseñan a enseñar. De momento os dejo esta perla acerca de cómo debe afrontar un profesor el ataque de un chavalín, perla que selecciono entre muchas otras del fondo de un auténtico mar de sabiduría. Señalo en negrita mis frases preferidas. Ahí va:

"Lo primero es crear un espacio físico entre el alumno y el profesor, basta con echarse un paso atrás. En caso de un segundo puñetazo el profesor debe defenderse sin pegar al niño (evitar los golpes, inmovilizarle sin agredirle), inmediatamente se le dice que si puede refrenar sus impulsos, los dos podrán explicarse con tranquilidad. De esta forma se dará cuenta que la interrupción del ataque llevará consigo una recompensa inmediata (la posibilidad de decir algo) y no un fuerte castigo inmediato. Una vez que el alumno se haya calmado el profesor tratará el tema con perfecta objetividad, sin dar muestras de enfado o de sentirse ofendido".

(http://www.quadernsdigitals.net/datos_web/biblioteca/l_1343/enLinea/8.htm)

viernes, 10 de septiembre de 2010

Quemar el Corán

Ridiculizar o destruir símbolos religiosos no puede estar amparado bajo el derecho a la libertad de expresión. Las doctrinas religiosas o los actos de quienes administran una determinada fe están expuestas a la opinión, el análisis, el juicio de la comunidad humana, y no pueden blindarse al dictamen de la ética colectiva. Sin embargo, los símbolos no son ideas, ni doctrinas, ni acciones. En La interpretación de las culturas decía Geertz que "lo que un pueblo valora y lo que teme y odia están pintados en su cosmovisión, simbolizados en su religión y expresados en todo el estilo de vida de ese pueblo". Destruir un símbolo religioso no es el modo de discutir la moral sexual católica, la política del gobierno israelí o el terrorismo yihadista. Sea cual sea su fin, la destrucción de los símbolos religiosos sólo consigue desatar ese thymos tan bien descrito por Sloterdijk, a propósito del Aquiles homérico, como el órgano que designa "la cocina pasional del orgulloso yo-mismo al mismo tiempo que el sentido receptivo por el cual las llamadas de los dioses se manifiestan a los hombres" (Ira y tiempo), y que se encuentra en ese lugar del espíritu donde se amontonan cuestiones esenciales como el honor, la identidad personal, el respeto a aquello que es justamente sagrado por ser fuente de la vida y garantía de la justicia. Como decía Weber, "una nación puede perdonar la lesión a sus intereses; pero nunca el que se hace en contra de su honor, y menos aún el que se infiere con el clerical vicio de empeñarse en tener siempre la razón". Sé lo que dicen muchos conservadores europeos: si los objetos quemados fuesen Biblias y los promotores de la ocurrencia, un grupo de librepensadores en autobús, las consecuencias no serían tan dramáticas. Pero eso sólo es un hecho que apunta a la intensidad de lo sagrado en el Occidente cristiano. Aquí, lo que nos tiene que hacer pensar en este caso es: por qué la ocurrencia sacrílega de un cateto tarado en una minúscula iglesia de Florida hace temblar al mundo entero.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Olvidarse de Kant

La filosofía es una disciplina en permanente autocuestionamiento. Por eso es, y ha sido siempre, exasperante para muchos. Ya a Erasmo de Rotterdam los filósofos le parecían "odiosos. Y eso no es de extrañar, dada una diferencia tan grande entre vida y pensamiento. Pues, ¿qué cosa se realiza entre los mortales que no esté llena de estulticia, y hecha para estúpidos?”. Sin embargo, un par de cosas ha descubierto la larga marcha del pensamiento filosófico, y ha servido para, al menos, poner sobre la mesa la ingenuidad de muchos de nuestros presupuestos y la arbitrariedad de innumerables juicios. Kant, por ejemplo, mostró que las estructuras de nuestro entendimiento son el marco de aquello que llamamos "realidad", que nuestra mente está hecha de una determinada forma para comprender e interpretar los fenómenos que nos aparecen, también condicionados por la forma de nuestra sensibilidad. De ahí que aplicar las categorías del entendimiento a algo que, por su propia definición, no puede ser objeto de nuestros sentidos, no es más que un error, una ilusión, y la fuente de todos los dogmatismos. Esto olvidan, sin embargo, aquellos que, como parece sugerir Hawking y como hace incesantemente Dawkins, hacen juicios sobre la existencia de Dios, o como Francis S. Collins, que, investigando la estructura del ADN, creía ver allí "el lenguaje de Dios". Olvidando ambos que conceptos como "existencia", "causa", son meras categorías del entendimiento, y que otros como "Dios", o "Mundo", no son más que "ideas" de la razón; esto es, expresiones de la tendencia de la razón hacia lo incondicionado, pero no conceptos que encierren una pluralidad de objetos. Olvidarse de Kant es, en este como en otros casos, una vuelta al dogmatismo y a las especulaciones ociosas. Espero que les sirva, al menos, para vender muchos libros.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Animalismo y antropofobia

En la entrada de un blog que habla sobre la figura del torero, leo este comentario:

"maldita sea por q no mataron al torero para q el toro gritara ole ole ole ole ole ole buey por q maltratan a los toros en publico estabien q no ablen pero no le agan semejante babosada creen q es bonito sacrificar a un toro simplemente por divercion por dinero q ipocritas son me cay de madres q se ve mejor a un carnicero q un pinche marica de torero q simplemente tiene agas para enfrentar a un pobre animal. a todos los toreros del mundo les deseo la muerte y ojala mueran en los cuernios de un toro para q les griten ole ole ole ole ole ole y un saludo desde lo eterno".

Si uno consigue soportar la catástrofe sintáctica y ortográfica, y va al fondo del comentario, percibe fácilmente qué hay detrás del animalismo: odio contra el ser humano. No es el único comentario que leo o escucho en ese sentido. Por lo demás, en otras ocasiones he preguntado a miembros de asociaciones animalistas por qué no dedican ese tiempo libre a ayudar a familias desfavorecidas o visitar a niños con cáncer. La razón es obvia: en una cosmovisión sentimentalista alimentada por Disney, los perros dan más pena que los gitanos, y las focas despiertan más compasión que los esquimales. Los hombres son malos y mezquinos: los animales, inocentes. Pero esa inocencia animal no es un más allá del bien y del mal, sino siempre un paroxismo del bien: bien y belleza en forma inmaculada. Una imagen de los mitos occidentales de la inocencia y la redención, hipostasiada allí donde no se ven perturbados por el sucio rastro de la condición moral y de la historia. En una sociedad nihilista y autodestructiva, la empatía es sólo el eco, el recuerdo del oso de peluche de una infancia perpetua, y el amor a los animales se convierte, en manos de los militantes del Reino Animal, en la más exquisita flor del jardín de la antropofobia.