sábado, 27 de marzo de 2010

El chivo expiatorio

Breve apunte sobre la Semana Santa para animar la Taberna...

domingo, 21 de marzo de 2010

La ruina

Hablo por teléfono con Paco Gallardo la primera tarde cálida de este año. Está en Sevilla, fumando un cigarro en la puerta de un bar con Jesús Beades. Mientras hablamos, contemplo desde la terraza de mi piso manchego los edificios abandonados que hay enfrente, y me pregunto qué rara satisfacción nos dan estas cosas viejas, inservibles, ruinosas. La ruina era una metáfora muy querida por los románticos. Schleiermacher la explicaba de la siguiente manera: "Si de una gran obra de arte no considerarais más que un fragmento particular y si, a su vez, en las partes concretas de este fragmento percibís contornos y proporciones totalmente bellos de por sí, que están contenidos en este fragmento y cuyas reglas cabe descubrir enteramente a partir del mismo, ¿no os parecerá entonces el fragmento más bien una obra de por sí que una parte de una obra?”. Pero la ruina no es sólo una categoría estética, basada en la constatación de que cualquier fragmento también es, respecto de sí mismo, un todo. También es una categoría ontológica: el mundo es la ruina que evoca su propia totalidad perdida. Contiene la belleza de lo efímero: el recuerdo de que el ser, incluso en su más espléndida forma, es tiempo, y por tanto, ocaso. La ruina es la memoria de que todas las cosas están, en el fondo de sí mismas, rotas. Pero lo ruinoso no sólo es atractivo en cuanto evoca un pasado, sino en cuanto convoca un futuro: el caos, decía Schlegel, "que espera del roce del amor para desarrollarse". Y en otro lugar: "Sólo es un caos aquella confusión de la cual puede surgir un mundo". Por eso la contemplación de la ruina provoca en nosotros la experiencia de una promesa, escondida en las vigas desvencijadas y en las grietas mohosas de los muros. Más aún si brillan bajo el sol de esta esperada primavera.

domingo, 14 de marzo de 2010

Hipocresía abertzale

En el fondo del conflicto vasco hay siempre un problema de falta de explicitación. Lo primero que hay que poner sobre la mesa en un conflicto son las reglas que lo van a regir. Uno de los grandes logros de la civilización fue, precisamente, la "guerra", entendida como forma reglada de matarse, para sustituir a la forma indiscriminada de hacerlo. Aquí esto no se ha aclarado. Por eso resulta tan grotesca la retórica del mundo abertzale. Con el asunto éste de Jon Anza, en Gara ya hablan del "día en que Francia dejó de pertenecer al mundo civilizado". ¿No les merece, al menos, el mismo juicio quienes ponen bombas en los aeropuertos y tirotean a representantes políticos en plena calle?.

Es curioso. Ante la sola posibilidad de que se trate de un caso de violencia policial, desaparece el reiterado discurso que declara: "Estas son las graves consecuencias de un conflicto político que hay que resolver". No parece que lo consideren una mera consecuencia "lamentable". De hecho, parecen muy indignados, se manifiestan, y reclaman justicia. Exigen que cosas así no se repitan. Todo esto se parece bastante a "condenar" estos hechos (incluso antes de saber si han tenido lugar o no). En Gara se dedican más páginas y más artículos a la mera sospecha de que Anza haya sufrido una detención ilegal, que al hecho constatable y verificado de que ETA se ha cargado de un tiro a un policía francés. Se ve que tampoco ellos se conforman con que el dolor y la violencia sean meras "consecuencias" de un conflicto. Lo verían más claro si hubieran estado desde el principio en la trinchera de las víctimas.

miércoles, 10 de marzo de 2010

¿Para qué educar?

Los cursos se suceden como los proyectos de ley: por inercia. A los niños les decimos que hay que ser tolerantes y les enseñamos cuatro o cinco chorradas; luego, toqueteamos los impuestos para que la gente se anime a hacer obras en su casa y -tal vez- se compre un coche. Y entre una cosa y otra, llega el viernes. Entonces hay tiempo de comer más, de dormir más, de viajar más, de reírnos más, de copular más: "lo verdaderamente importante", decimos. Mientras tanto, da la impresión de que la historia nos deja de lado. Una cruel ironía para Occidente, cuyo pensamiento más in (Fukuyama, Rorty, Vattimo...) quiso declarar la muerte de la historia, justo antes de morir a manos de ella. Y lo peor: la que vuelve es la misma Historia con mayúsculas que, según Hegel, utilizaba fugazmente a los pueblos para luego abandonarlos en el tiempo de un simple acontecer sin sentido ni destino. Así, China desmonta a golpe de PIB nuestra más vieja y preciada premisa: la que dice que, a más libertad, más bienestar. Cada informe de los organismos económicos internacionales prevé un crecimiento desmesurado en el Sudeste asiático, animado por la locomotora china, cuyo régimen desintegra por igual el dogma marxista de la propiedad privada y el dogma hegeliano de la libertad burguesa. China demuestra (al menos de momento) que la represión y la negación del individuo pueden coexistir con la tecnología y la satisfacción existencial. Pero allí se sabe bien cuánto cuesta domesticar al hombre y convertirlo en una herramienta dura y provechosa: nosotros tardamos siglos en hacerlo, y lo hemos desmontado en cuarenta años. Así, mientras los niños chinos tienen que aprobar duros exámenes para acceder a la educación secundaria no obligatoria, nuestros estudiantes universitarios celebran una perpetua fiesta de la primavera y nuestros chicos de la ESO forcejean con los maestros para que no se le quite el móvil. En las clases de todos los niveles educativos se respira un aire viciado: la apatía, la desgana, el aturdimiento. No sabemos para qué vivir, así que no sabemos para qué educar. Consecuencia: no educamos.

miércoles, 3 de marzo de 2010

El mar en La Mancha

El olor del pan tostado al levantarme. Las calles de T., con sus bicicletas y su imperfecto asfaltado. El pausado trajín de las mujeres en la plaza. Las vides, como una alfombra verde extendida a mi paso cada mañana. Después, su vino nuevo. Y ahora, el mar. ¿Qué más se puede pedir?