domingo, 29 de marzo de 2009

Nonato

Hace días que quiero escribir sobre el aborto y no sé cómo hacerlo. Por un lado, hay tanto escrito sobre el tema que me parece que no tengo nada que aportar a lo que han dicho, y mejor, otros. Por otra parte, este tema es tan complejo, tan problemático, hiere tantas sensibilidades, que las discusiones a que da lugar suelen perderse por los meandros de las filias y las fobias, el arrojadizo tu quoque y toda clase de genealogías morales. No quiero entrar en nada de eso. Conozco y comprendo que existen terribles situaciones que pueden llevar a alguien a tomar, en circustancias dramáticas, la decisión de abortar. Comprendo las razones de quienes la apoyan desde posturas sinceras, razonadas y apartadas del odio grupal. Partían de la constatación del aborto como un mal, y a partir de ahí podíamos entrar, con sinceridad, en la discusión casuística, siempre más compleja y dura que la mera teorización. Pero la discusión en España ya no está en ese punto, puesto que ahora se pretende quitar a este acto el carácter excepcional y dramático para convertirlo en un episodio de cirujía, un mero ejercicio de derechos sobre el propio cuerpo por el que no hay que dar explicaciones ni rendir cuentas a nadie.

Yo dejo en manos de los metafísicos de uno y otro género la enojosa tarea de fundamentar el derecho a la vida. Parto de un dato sencillo: cuando alguien nace, lo llamamos "persona", y si alguien se acerca a la cama de la parturienta y lo mata, llamamos a ese acto "matar a una persona". No creo que ninguna madre reclamase otra denominación para su hijo recién nacido. A partir de ese hecho, hago un sencillo ejercicio mental: trato de reconstruir hacia atrás la evolución orgánica de esa persona y me resulta imposible encontrar un momento en que ya, con toda seguridad, puedo dejar de llamarlo así. Salvo el momento de la concepción, no hay ningún salto. Aunque Mosterín piensa que no, que un embrión no es un hombre ("igual que una bellota no es un árbol" -sic!), sino un mero "conglomerado celular", tendrá al menos que reconocer que es un "conglomerado celular" mágico: sin serlo, ¡se transforma en un hombre! Y es que ninguno de los adalides del abortismo está en condiciones de justificar racionalmente, por medio de un argumento coherente, cuál es la línea temporal detrás de la cual tenemos un "conglomerado celular", y pasada la cual nos las habemos con un "hombre". Cuándo el renacuajo potencialmente humano adquiere el "acto" humano, por usar la terminología aristotélica que a Mosterín tanto le gusta. Lástima que nuestro filósofo, inmerso en la defensa de los derechos de los animales, no le preocupen los renacuajos potencialmente humanos tanto como los renacuajos actualmente ranas.

Pero sin ese argumento, estamos necesariamente en el ámbito de lo arbitrario: tres o cinco meses, cinco meses u ocho. ¿Cómo decidir? ¿cómo pedir que se respeten criterios si ya hemos renunciado a todo criterio? Lo preocupante del tema es que todo esto no importa, porque ha dejado de ser una cuestión racional. Hace ya tiempo que el aborto salió del ámbito de la reflexión ética para pasar a ser una cuestión estrictamente política. Eslóganes, imágenes impactantes, proclamas de derechos, insultos, todas las técnicas de las ideologías de masas asaltando el espacio que debería ocupar el debate racional de un pueblo democrático. Se trata del Triunfo de la Voluntad: el momento en que la razón, definitivamente, declina la tediosa tarea de defender su espacio y lo deja en manos del deseo, el griterío y la arbitrariedad. Da miedo.

miércoles, 25 de marzo de 2009

La tierra prometida

Quienes vivimos desterrados corremos el peligro de dejarnos llevar por el sentimiento mosaico de espera de la tierra prometida. Pero el destierro tiene un sentido que se agota en sí mismo y que no puede justificarse sólo por el retorno a casa. Ocurre lo que en la vida misma, que no debería entenderse únicamente como un estar a la espera (como sugiere la famosa y escalofriante sentencia del Hermano Rafael, según la cual “toda nuestra ciencia consiste en saber esperar”). Creo que no, que la ciencia de la vida tiene más que ver con cierto goce intenso del presente, animado, si se quiere, por esa línea ascendente que lo lleva más allá de sí: el instante intensificado que, al solidificarse, esculpe la única imagen posible de la eternidad. Así que ahora estoy, otra vez, en mi terraza, escuchando el Groaning the Blues de Clapton que Beades me ha enviado por email, pensando que hoy, en este trozo de tierra inundado de luz en que me encuentro, podría decir: “¡que se repita eternamente!”. Aunque no todos los días sean de oro. Aunque ya huela a azahar en la tierra prometida.

jueves, 19 de marzo de 2009

Izquierda abertzale

Aunque ya tiene unos años, acabo de descubrir esta carta de Anasagasti a Otegi. Merece la pena.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Idiosincrasia de T.

Es difícil hacer comprender a quienes no conocen T. hasta qué punto es éste un lugar absolutamente fantástico, capaz de dar la vuelta a todas las expectativas que podamos tener respecto a la raza humana y su civilización. El panorama apenas queda siquiera esbozado si me pongo a hablar de la ausencia de normas de tráfico, de las bicis circulando sin luces en las horas más oscuras de la madrugada, o si refiero algunas de sus expresiones más autóctonas: "¿no te abulta?", "hace chorrete, ¿en?", o esa misteriosa expresión irreconocible que Charo transcribe como "¡agüivayá!" y cuyo origen no hemos logrado descubrir. Dos anécdotas quizá posean la suficiente plasticidad para facilitar una imagen más precisa de T.:

La primera de ellas tiene lugar en el aula de un curso de 1º o 2º de E.S.O. El profesor, un chico joven y bien avenido con los alumnos, les pide que dibujen una nave. Él, que también fue niño un día y dibujó aviones, barcos y naves espaciales, esperaba encontrarse con algo parecido a la Enterprise, un Ala-X o una nave imperial. Sin embargo, cuando el primer niño le enseñó su dibujo, el profesor se encontró sobre el papel un rectángulo monolítico cuya estructura hacía difícil creer que aquello pudiera volar. Así que preguntó:

-¿Qué es esto, Rodrigo?

-Una nave de pollos, maestro.

Como se puede pensar, la nave de pollos de Rodrigo pulverizó en un segundo la nave nodriza que había planeado por la imaginación del profesor mientras ideaba su ejercicio de motivación. Pero la esencia rural de T. brilla aún mejor en la segunda anécdota que quería anotar, y que Charo, de viva voz y gesticulando, cuenta de una forma que consigue hacer llorar de risa. Le ocurre a ella en una clase de 2º de E.S.O. En Educación para la ciudadanía, tratan el tema de la llegada del nazismo al poder, la II Guerra Mundial y el Holocausto. Los niños la miran asombrados al oír por primera vez las persecuciones sufridas por los judíos a manos de los nazis. Extrañado por el comportamiento errático de los judíos, un niño -que no para de mirar a Charo con ojos de estupor- pregunta:

-Pero maestra... ¿y por qué no se iban corriendo por la era...?

domingo, 15 de marzo de 2009

Noticia en torno al debate sobre el aborto

Ejemplo de cómo la ciencia no se encuentra, a priori, ligada a ninguna moral, y de cómo el "pensamiento laico" elude entrar en debates éticos con el pretexto del supuesto origen religioso de las posturas contrarias. Atención al primer párrafo de la noticia: produce, como poco, "estupor".

La poesía y la música

No sé si será excesivo decirlo de este modo, pero hay pocos poemas memorables. Mientras la música triunfa, la poesía fracasa, pobre y desnuda, como la filosofía. No hay ningún poema estremecedor y definitivo, ninguno que pudiera cerrar el último capítulo de la literatura, ninguno en el que ya esté consumada y justificada la historia del lenguaje humano. Ésta sigue marchando a la búsqueda del poema que todos querríamos escribir: el que todos los poetas han imaginado una vez, el que algunos incluso han intuido, y pocos acariciado. Frente a la impotencia del lenguaje, tal vez la música sea una de las pocas tareas humanas realizadas, conclusas. Ahí están para probarlo la Pasión según San Mateo y según San Juan, el Magnificat (con su omnes generationes dejando caer todos los siglos sobre nuestros oídos), los abismos de Gesualdo, los solos de Hendrix, los discos de Paco de Lucía desde el 81 al 87 (por lo menos), el Morente de los años ochenta, pero también de Omega (gracias, Javi, por el descubrimiento), algunas óperas de Wagner (aunque a Woody Allen le den ganas de invadir Polonia), las primeras dos décadas del rock (The Doors, Clapton, Leonard Cohen, Led Zeppelin, Deep Purple, Jethro Tull...), las canciones que me cantaba en sefardí una amiga judía serbia (todavía hoy, al recordarlas, me recorre un escalofrío de los pies a la cabeza...) Si es verdad la definición aportada por Beades no sé dónde, citando a Lewis, de que la poesía despierta un deseo y lo satisface en parte, ¿no es la música el arte que despierta en nosotros un deseo y lo satisface del todo?

Tal vez el porqué de este hecho tenga que ver con el carácter total de la obra musical: es espíritu, como la palabra, pero espíritu encarnado en la madera, en el metal, en el viento, y espíritu que vibra y retumba en lo más profundo de nuestro estómago. Pocos rasgos tan diferenciadores de la música frente a otras artes como el hecho de que canse, especialmente -aunque no sólo- en el acto de su ejecución: la música consume energías físicas. Como partitura, como escritura fantástica, subsiste en un reino platónico de Ideas, pero aparece como fuerza natural, como aire, como tierra. Los instrumentos y los sonidos, pura materialidad más allá de todo símbolo, conocen sin embargo las claves secretas de nuestro cuerpo. Aunque no tienen significado, son significativos. Y pueden agitar todo el espíritu, hasta reconciliarlo de nuevo con el cuerpo en un último acorde, después de un viaje por el otro lado de nosotros mismos.

miércoles, 11 de marzo de 2009

La razón y la muerte (un sueño)

Hace tiempo tuve el siguiente sueño: voy subiendo por una escalera de metal a la azotea de mi casa. En el sueño, mi casa es desorbitadamente alta y tardo mucho tiempo en llegar arriba. Mientras avanzo, siento un vértigo enorme, por lo que subo con mucho cuidado, paso a paso. Cuando ya estoy arriba y vuelvo la vista, me doy cuenta de que mi padre viene detrás de mí, y de que sube dando grandes zancadas. Tengo mucho miedo de que se caiga. Cuando le falta poco por llegar, da un extraño y temerario salto, y resbala.

Ha caído desde muy alto y, aunque no lo veo, sé que ha muerto. Siento un enorme dolor. Me dejo caer al suelo y lloro desconsoladamente. Pero cuando logro sobreponerme lo justo para asomar la vista, aparece mi padre, vivo y sonriendo, detrás de mí. Entonces lo observo e intento que me explique cómo es posible que se haya salvado, que esté realmente vivo. Aunque insisto en mi pregunta, él sólo masculla unas palabras, y rehusa darme una explicación, de manera que, a pesar de tenerlo otra vez allí, no consigue tranquilizarme del todo ni apagar mi sentimiento de tristeza, que me dura hasta en las primeras horas del día.

He interpretado el sueño así: ante el hecho brutal de la muerte y la frágil esperanza de la resurrección, la razón se ve arrastrada en el torbellino del porqué. Frente a ella (¿sobre? ¿tras? ¿bajo?), el desesperado deseo de negar la posibilidad de que mueran aquellos que amamos, y al mismo tiempo, la incapacidad absoluta –incluso para el inconsciente, tan poderoso fingiendo anhelos– de explicar cómo podría eso ser posible.

lunes, 2 de marzo de 2009

Pequeña reflexión tras las elecciones

A los que vivimos fuera del País Vasco, uno de los aspectos del problema que más difícil nos resulta comprender es por qué miles de personas siguen apoyando una opción política que no sólo no se desvincula de la violencia, sino que a menudo la aplaude y apoya. Nos parece obvio que, por muy fuertes e irracionales que sean determinados vínculos afectivo-simbólicos, la defensa de la vida es, en condiciones socio-económicas normales, un valor infinitamente mayor y absolutamente incomparable a cualquier apuesta política. En el fondo, no nos damos cuenta de algo esencial aquí: el fanatismo nacionalista es un reactor con un núcleo incandescente, si se me permite reciclar la metáfora que Sloterdijk usó para describir la religión. Ese reactor está fabricado para consumir y liberar energías, y quienes se acercan a su núcleo corren el peligro de "ponerse al rojo". Es un reactor hecho de lenguaje, de símbolos, de consignas, de mitos... y también de lógica. Una lógica imperfecta, si se quiere, pero con pocas fisuras si prescindimos de su desorden original.

El reactor emocional del nacionalismo no puede apagar el natural sentimiento de empatía de los seres humanos, pero puede canalizarlo, transformarlo. En su famosa obra Eichmann en Jerusalén Hannah Arendt se preguntaba por los métodos utilizados por los nazis para conseguir la aparente eliminación del sentimiento moral entre los miembros de las distintas organizaciones. Y decía lo siguiente: "(...) De ahí que el problema radicara, no tanto en dormir su conciencia, como en eliminar la piedad meramente instintiva que todo hombre normal experimenta ante el espectáculo del sufrimiento físico. El truco utilizado por Himmler -quien, al parecer, padecía muy fuertemente los efectos de aquellas reacciones instintivas- era muy simple y probablemente muy eficaz. Consistía en invertir la dirección de estos instintos, o sea, en dirigirlos hacia el propio sujeto activo. Por esto, los asesinos, en vez de decir: "¡Qué horrible es lo que hago a los demás!", decían: "¡Qué horribles espectáculos tengo que contemplar en el cumplimiento de mi deber, cuán dura es mi misión!"".

Es el mismo lenguaje que utilizan los adalides de la izquierda independentista cuando hablan de las "dolorosas consecuencias del conflicto". Esta técnica evita la confrontación moral con el hecho mismo y sus consecuencias, para dirigir el sentimiento moral hacia un todo simbólico (la patria) como sujeto del sufrimiento. De modo que, como el reactor nacionalista existe, lo único que se puede hacer con él es "refrigerarlo". Y ello se consigue destejiendo la red de símbolos, de discursos, de espacios rituales... Ojalá el próximo gobierno vasco sea ese refrigerador.