martes, 15 de noviembre de 2011

Quien lo probó, lo sabe

Nunca escribo sobre el amor. Me pasa también con la poesía: apenas he escrito un par de poemas amorosos en mi vida. Y supongo que se debe al hecho de que, como Raymond Rarver, no sé muy bien de qué hablamos cuando hablamos de amor. Como casi todo el mundo en nuestra cultura, he sido educado en una visión esquizofrénica del amor: por un lado, los profundos vestigios de una caridad cristiana apenas visible en la vida social; por otro lado, la poderosa mitología cinematográfica del amor extático. La primera concepción dice que el amor es donación y entrega, abandono de sí en el otro, deseo de su bien y fruición de su presencia. Como una fuerza estabilizadora del espíritu, permite amar al enemigo y hacer el bien a los que nos maldicen. Aristocracia del amor que reparte sus dádivas entre los pobres, subido a lomos de un caballo blanco. Rebosa de sí, según la vieja metáfora, como el vino de una copa que debe derramarse. El otro relato, en cambio, asegura que el amor es fundamentalmente algo que el hombre no busca, ni posee, ni decide, sino que encuentra. No es el hombre quien lo entrega, sino quien lo recibe de manos del divino azar. Inesperado y fugaz como el azar mismo, cura al hombre de la indigencia y el raquitismo de su estado de soledad. El reverso es claro: la soledad es el valle de lágrimas, y el enamoramiento, la redención. Este amor, que cura y completa y hace feliz, no admite grietas, pues de lo contrario sería un falso Redentor. El primer amor supone una fuerza; el segundo, una carencia que ha de resolver otro. Entre el dar y el pedir, la distancia es tan grande como entre un dios y un gusano. Pero en esa distancia es donde enraíza el amor erótico: el hombre no busca el amor como quien realiza un acto de caridad, sino como un mendigo recién despertado a la conciencia de su propia desnudez. Quiere ser atendido, cuidado, protegido, respetado. Amado, en fin. Entonces esa conciencia requiere una gran dosis de humildad: pues no es nada fácil aceptar que nuestra felicidad dependa de una persona tan imperfecta como nosotros mismos, y es, en cambio, muy fácil creer que el otro es quien tiene la obligación, la tarea, de nuestra completud. Muy desolador contemplar los trazos imperfectos con que ha sido cortada nuestra media naranja, y muy difícil que eche raíces el amor allí donde uno, o los dos, simplemente se sienta a esperar a que el otro le traiga en bandeja los manjares de una Felicidad que, hasta entonces, se había presentado como una burlona máscara carnavalesca, apareciendo y ocultándose entre rostros, bailes, paisajes... Por eso hay tantas parejas que sólo subsisten por el miedo neurótico a regresar al estado de carencia inicial: preferimos los falsos profetas a los desiertos sin dioses. De ahí también la ceguera con que muchas personas se ven a sí mismas en sus relaciones amorosas, creando una imagen de sí que obvia el sutil maltrato, la manipulación, la inacción y el egoísmo. Y también, por supuesto, el engaño, el desprecio, la frustración y la tristeza. Porque, entre el abrazo apasionado con que termina la película y el difícil trabajo de reunir dos carencias, se nos olvida la cuestión fundamental: qué buscamos cuando buscamos el amor.

lunes, 10 de octubre de 2011

El cuidado de sí

Desde que la filosofía se diluyera, a lo largo de la modernidad, en una multitud de ciencias positivas, el filósofo profesional ha buscado su sitio entre el ideal metacientífico, el ideólogo ético-político y el pensador desencantado que se limita a levantar acta de todas las defunciones metafísicas. Rara vez la filosofía ha vuelto a buscar su sitio en ese lugar que Foucault describiera en sus célebres lecciones universitarias -"la inquietud de sí" (epimeleia heautou)-, sobre todo desde que se impusiera la interpretación de esa "inquietud" como un "conocimiento" teoréticamente diseñado. La cuestión que inaugura el siglo V a. C. como una nueva etapa post-cosmológica de la filosofía tiene que ver con la experiencia del "sí mismo" como una realidad no resuelta, como algo que necesita atención, un detener la mirada, un cuidado, y el diseño de una estrategia resolutiva. Foucault llama la atención sobre la ambigüedad del término "therapeuein", usado por Epicuro para designar esta misma cuestión, que se refiere a los cuidados médicos tanto como al servicio del siervo al amo, como igualmente al culto divino. Un cuidarse, pues, que es a la vez un servir y un rendir cuentas a lo sagrado. Ya dicen los místicos que el alma es aquello que se oculta bajo las múltiples máscaras del ego. De muchas maneras, el ser humano despliega su existencia tapando aquellas partes de su "sí mismo" que no le gustan y esforzándose por mostrar las que sí. La experiencia del "sí mismo" como una pantalla que oculta un significado decisivo. Pero esa pantalla está ahí por algo, cumple una función. Ya decía Robert L. Frost: "no tires una barrera hasta que no sepas para qué ha sido puesta". ¿Qué papel cumple la ocultación? -tal es la primera cuestión de la inquietud de sí. Por eso, la determinación emancipadora del autoconocimiento va unida a la aceptación de un sufrimiento: tal es el precio que paga el prisionero por abandonar la caverna. La actitud natural, no filosófica, es la opuesta: para evitar el sufrimiento, el hombre, con una sutileza pavorosa, renuncia a su libertad y al conocimiento de su verdadero rostro, asumiendo el guión de una película que no ha escrito. En los rasgos manifiestos del ego se evidencian siempre nuestros miedos más profundos: la pérdida del amor y la dicha, temida en una experiencia de soledad inicial que hemos aprendido a ocultar con la charlatanería, el perfeccionismo, la ironía o cualquier otro mecanismo enmascarador. El cuidado de sí exige una distancia y la aceptación de un vacío que provoca angustia, pues ¿y si nada nos espera bajo las múltiples máscaras del ego? En la experiencia mística se trata siempre de esa dialéctica entre el recuerdo de lo esencial y el olvido de la máscara, como en aquel canto sufí que dice: "De tal manera, con Tu recuerdo, me perdí a mí mismo, que le pregunto por mí a quien encuentro en el camino". Pero si la "terapia" (por traducir así el término de Epicuro) es cuidado, servicio y liturgia, ello es porque, en ese vacío último en que el hombre ha perdido todo cuanto creía ser, se encuentra la verdad, que es siempre sagrada. Y sólo así se entienden, tal vez, las palabras del Salmista: "vacate, et videte quoniam ego sum Deus".

domingo, 28 de agosto de 2011

Indignados, progres, fachas y estigmatizados

He estado en dos manifestaciones violentas en mi vida. La primera, contra un proyecto de ley educativa que ni siguiera recuerdo (supongo que sería la LOPEG); la segunda, contra las pruebas atómicas que realizó Chirac el año 95 en la Polinesia Francesa. En ambos casos yo tenía menos de veinte años. Gritar consignas, insultar a la policía y lanzar naranjas contra la Embajada o la Consejería de Educación era, lo recuerdo, emocionante. En situaciones así, la adrenalina se convierte en la manifestación fisiológica de un sentimiento de superioridad moral, a veces justificado, a veces no. La indignación fácilmente conduce a pretender dar a cada uno lo suyo, a separar el trigo y la cizaña: tiene una vocación judicial difícilmente evitable. Yo creo, con los indignados, que el mundo es imperfecto, que las instituciones son un coñazo, que el sistema económico es injusto, pero no veo ninguna bondad en juzgar a la humanidad, a la sociedad y a la historia desde el púlpito inmaculado de la propia conciencia y firmar una condena universal. En el tiempo de aquellas --ya lejanas, ay- manifestaciones, yo me sentía una especie de anarquista místico al que indignaban las guerras y los capitalistas. Recuerdo que a unos chicos del PCE les costó mucho venderme una revista que editaban, pues, como buen anarquista, miraba a los comunistas con cierta distancia. Es tan difícil romper la imagen que el ego proyecta sobre sí mismo: se tarda toda una vida (o sea, que nunca se logra del todo). Y, en parte, madurar es tomar distancia con respecto a tus propias ideas, entender que la realidad es más importante que tus ideas, y que uno mismo también es más importante que ellas. En cierto modo, siempre estamos más acá de nuestras ideas, de las que a veces, como de nuestras palabras, somos prisioneros. Si de algo sirve la experiencia es para que ella demuestre, una y otra vez, que las cosas siempre son más complejas de lo que los esquemas narcisistas del pensamiento permiten ver. Hay quienes pasan por la vida sin dejarse agitar si quiera por la experiencia, por la providencial verdad de que el mundo siempre es más que yo. Por eso no tienen madurez, ni autonomía, ni verdadera libertad aquellos para quienes sus ideas valen más que su prójimo, pues éste es siempre infinitamente más real que cualquier idea. Ni quienes conciben la libertad como afirmación de uno mismo, en vez de como reconocimiento del otro. Y no hay pensamiento allí donde la inteligencia se dedica a clasificar a las personas en dos bandos (progres y fachas, por ejemplo, o creyentes e infieles, buenos y degenerados) para asentar una visión maniquea del mundo desde la que justificar cualquier acto. El progresismo, cuando es más que un enésimo conjunto más o menos coherente de ideas, es una forma de una ingeniería, que opera allí donde la inteligencia y la voluntad humana trabajan para vencer la resistencia natural de las cosas. El progresismo no es una etiqueta para estigmatizar a los otros: el estigma, la clasificación de las personas en castas (raciales, sexuales, morales, religiosas), es posiblemente el pecado más antiguo del hombre. Progresar es superar el estigma. Y no es nada fácil, pues el estigmatizador no siempre se siente tal: lo espeluznante del Holocausto es siempre el modo como los nazis concebían sus actos como legítima defensa frente a milenarios agresores. Si algo une claramente la modernidad y el cristianismo es la impugnación del estigma, la puesta en primer plano de aquello que ha sido dejado en los márgenes de la conciencia, de la sociedad, de los dioses. Progresar es recoger los restos de las cunetas de la historia. Pienso, viendo cada día las diversas manifestaciones de la indignación, que la ética es la reflexión sobre el modo de solucionar los problemas humanos, no sobre cómo crear nuevos problemas a los humanos. Y no creo en ninguna ideología que no dé cabida al escepticismo: al menos a ese escepticismo que conduce, no al cinismo, sino al humor, que es la primera forma, la más obvia, del amor.

jueves, 21 de julio de 2011

Una mano invisible

Comienza agosto. El periódico anuncia que la prima de riesgo de la deuda española alcanza los 400 puntos. Hace unos días volvían a manifestarse los indignados. Sería un buen momento para retomar el blog, pienso. Decir algo sobre la economía o la democracia. Recuerdo que, en el famoso discurso de Pericles, la democracia no era simplemente el gobierno de la mayoría, sino un "ejemplo para otros pueblos", un auténtico sistema moral, donde sólo la diferencia de méritos es causa de la diferencia de posición, un orden político que garantiza la igualdad de derechos en la defensa de lo privado, etc. Lo que causa espanto, y tristeza, es contemplar cómo los ciudadanos de los países democráticos, más de dos siglos después de la Ilustración, tienen grandes dificultades para tomar decisiones racionales en torno a las cuestiones que les atañen. ¿Qué ocurriría, cuánto duraría la polis, poniéndonos serios, si todas las decisiones económicas, bélicas o ambientales, fueran decididas por referéndum? Es decir, si tuviéramos el valor de construir una democracia real, como la que había soñado Rousseau y reivindicaban los acampados. La tragedia de las democracias de masas es que no puede haber consenso racional: demasiada gente, demasiada desinformación, demasiada complejidad. Las decisiones importantes las toman unos cuantos no se sabe dónde, zarandeados por poderes internacionales que les superan. Los ideales morales de la democracia se rinden a una mano invisible que conduce la historia por caminos nada transparentes. Así que, si uno es honesto consigo mismo, ha de reconocer que no encuentra alternativa ni sabe cómo encarar todo esto. El hombre democrático es políticamente impotente. Mira la pantalla y escucha mensajes de alarma, demoniza un sistema que le supera y ataca poderes que ignora, pero su indignación no es suficiente para crear nada nuevo. Por eso se convierte tan fácilmente en rabia y resentimiento. Por eso, entre el miedo por las angustiosas noticias económicas y el letargo que me provoca este agosto templado, desisto de decir nada, y me quedo mirando por la ventana de mi habitación, preguntándome, ignorante, impotente, en qué va a terminar todo esto.

lunes, 27 de junio de 2011

Ahora lo entiendo todo

Los fundamentos intelectuales y morales del 15-M, según Vasile.

miércoles, 15 de junio de 2011

Se veía venir

Decía Hegel que la esencia siempre se manifiesta al final. Y aquí lo tenemos: la esencia totalitaria del movimiento 15-M objetivada a los pies del Parlament, impidiendo a los cargos electos acceder a las instituciones de representación democráticas, insultando a políticos recién investidos, y autoproclamándose -en la mejor tradición del fascismo de derechas y de izquierdas- verdadero "Pueblo". A ver cuál es la próxima...

sábado, 11 de junio de 2011

La Revolución en la que creo

-grafiteada por un hermano en un muro de Ciudad Real... :-)

martes, 31 de mayo de 2011

A ver si se acaba ya esto

Deslegitimación del Estado, negación de la democracia representativa, odio a los banqueros, desprestigio de los partidos políticos. ¡¡Benito, Adolfo, estaos quietos!!

ACTUALIZACIÓN: Ya han empezado a hablar de limpiar...

sábado, 21 de mayo de 2011

Democracia real... cada vez menos

Esta entrada es, fundamentalmente, una respuesta a los comentarios hechos a la anterior. Ante todo, muchas gracias a quienes se han tomado la molestia de hacerlos, tanto a los elogios como a las críticas. En primer lugar quiero puntualizar mi referencia al mundo islámico: el motivo de mi preocupación no era el hecho de que se tome ideas de ellos -que lo hemos hecho, y a menudo, a lo largo de la historia- sino que da la impresión de que aquí ya no crece nada propio: no hay ni visión ni ideas. Todo es un simulacro de algo que ocurrió en el pasado o que está ocurriendo en el presente en otra parte del mundo.

Yo puedo entender el entusiasmo que causan estos espectáculos de euforia moral colectiva. En un mundo repetitivo, individualita y desestructurado, todo atisbo de cohesión social en torno a ideas morales no puede sino causar entusiasmo. El propio Kant -y eso que tenía un carácter poco revolucionario- describía así su percepción de la Revolución Francesa: "La revolución de un pueblo lleno de espiritu, que hemos visto realizarse en nuestros días, podrá tener éxito o fracasar; puede, quizá, estar tan repleta de miserias y crueldades, que un hombre bienpensante, que pudiera esperar ponerla en marcha por segunda vez, no se decidiera a un experimento de tales costos: una revolución tal, digo no obstante, encuentra en los ánimos de todos los espectadores que no están ellos mismos involucrados en el juegouna tal participación en el deseo, que rayana con el entusiasmo incluso si su exteriorízación resulta peligrosa; tal, en suma, que no puede tener otra causa que una disposición moral del género humano". Con todo, mi carácter se acerca más al de Gómez Dávila cuando escribía (cito desde mi mala memoria) "nada hay tan deprimente como una multitud en el espacio; ni nada tan entusiasmante como una multitud en el tiempo".

Me parece muy bien que la gente exprese su descontento. Tenemos muchos motivos para ello. También me alegra que cada cual ejerza su derecho democrático a reivindicar lo que crea justo (incluso aunque muchos no asuman la posibilidad de estar equivocados). Lo que no acepto es diluirme en un fascio cuyo único contenido político perceptible es la pura negación de lo que hay. Es tan entusiasmante como infantil e irresponsable lanzarse al monte de los profetas, desde donde es tan fácil decir qué malvados son los déspotas y los idólatras... Se señala el pecado, pero no la redención. Y lo cierto es que aquí no se aporta ninguna solución porque ni siquiera se sabe de qué problema exactamente se habla. Ya deberíamos tener suficiente memoria histórica para desconfiar de todo esto.

Con todo, lo peor, a día de hoy, es lo que menciona Fernando. La democracia y su conservación requieren una fina mirada moral que le falta a la mayoría de la gente, especialmente en este conjunto de tribus anarquistas que llamamos España. Me refiero al hecho de que las instituciones deben ser respetadas salvo allí donde son efecto de una manifiesta ilegitimidad. Lo difícil -y por ello especialmente necesario- de aceptar es el hecho de que las instituciones públicas, fruto del consenso constitucional y de una legitimidad incuestionablemente democrática- merecen ser, no ya respetadas, sino custodiadas. Protegidas con el celo del que las sabe resultado de una dura y penosa conquista histórica. Como decía Ortega, "nada de lo que da la civilización es el fruto natural de un árbol endémico. Todo es resultado de un esfuerzo". Las instituciones son ineficaces, lentas, irritantes... y, con todo, son lo único que garantiza la unidad de la ley frente al múltiple arbitrio de las voluntades. Hoy es jornada de reflexión. Idos todos a casa.

jueves, 19 de mayo de 2011

Democracia real... todavía no

Las protestas organizadas últimamente por movimientos sociales como “¡Democracia Real Ya!” me han animado a actualizar el blog, que lo tenía muy abandonado. Trataré de ser conciso, aunque el tema merecería una perspectiva mucho más amplia: lo que en primer lugar me llama la atención de estas protestas es el hecho de que la vieja y revolucionaria Europa ahora necesite tomar ideas de los pueblos islámicos para saber cómo reaccionar ante los problemas del orden socio-económico que ella misma ha creado. Primer signo preocupante. En segundo lugar, que en ellas se mezclen toda clase de reivindicaciones, más o menos razonables, pero sin ninguna unidad real más allá del hecho de que quienes las defienden están allí en la misma plaza: la ley D´Hont y la monarquía, la congelación de las pensiones y el paro juvenil. Las revoluciones políticas se hacen arrastrando a las masas detrás de dos o tres ideas simples pero convincentes. No se cambia un país, y menos un sistema globalizado, por meter todas las frustraciones existentes bajo la misma tienda de campaña. Es la falsa y abstracta generalidad -que ya desenmascaró Hegel, y tras él Marx- de lo que no posee más unidad que la de la acumulación. Pero, en fin, lo que más me inquieta de las protestas es la evidente falta de realidad, su fijación en mecanismos de mera negatividad, de inadaptación al mundo. En la psiquiatría clásica, eso se llamaba “neurosis”; y en filosofía, “romanticismo”. Ante todo, esa fe infantil en que la democracia (el gobierno del pueblo) ha de coincidir necesariamente con la prosperidad, la felicidad, la justicia y la paz, y que cuando éstos no se dan, ha de haber un culpable. En definitiva, todo ese afán judicial por estar continuamente condenando el carácter deficitario de lo real: afán, por cierto, que nada tiene que ver con la sana esperanza del “todavía no” que siempre crece sobre la lucidez que otorga el contacto con la realidad. Toda buena política es el resultado de un difícil equilibrio entre utopismo y realismo. Cuando este equilibrio se rompe a favor de una impugnación obsesiva de lo real y de una exaltación de “lo otro”, sin contenido alguno, la política corre el riesgo de convertirse en mesianismo, y el resultado de esta forma de conciencia política suele ser el autoritarismo, no la libertad. Lo que, en todo caso, podemos decir de estas protestas es que constituyen, sin duda, un signo de agotamiento, y deberían ser consideradas como un motivo de preocupación.

viernes, 22 de abril de 2011

Tiempo presente

En Sevilla no hemos tenido "madrugá", ni en general Semana Santa, al menos sociológicamente hablando. Lo cual es inquietante, pues uno termina las vacaciones con la sensación de que no ha pasado nada de lo que se supone que tendría que pasar. No ha parado de llover y desde la ventana de mi cuarto veo cómo se llena de agua sucia la piscina que están construyendo mis padres. Me paseo por la casa y miro la estantería de mi cuarto de cuando niño, y reconozco los libros de Verne, los cuentos de los hermanos Grimm, un montón de tebeos... Y también los de la adolescencia: la Odisea, Erasmo, una antología de textos de Marx... en fin, un batiburrillo de cosas inconexas que, sin embargo, tienen un sentido muy definido para mí. De algún modo, los libros que recuerdo trazan mi biografía autoconsciente e iluminan momentos muy precisos de mi pasado. Dejan huecos, por supuesto, que lleno con otro batiburrillo de cosas igualmente inconexas. Es el narcisismo de la memoria, que se empeña en sostener la imagen del yo sobre el deseo de algo que nunca fue como creo. Entre la nostalgia -el deseo del pasado- y el anhelo -el deseo del futuro- la ansiedad nos aleja de la serenidad: el deseo del presente. Pues el pasado y el futuro son las dos formas en que -según me leía Beades en un pasaje de Lewis- nos engaña el demonio para sacarnos del presente, el único tiempo real y misteriosamente unido a la eternidad: allí donde todo está vivo y tiene consistencia. Como en los Cuatro cuartetos de Eliot: Time past and time future / what might have been and what has been / point to one end, wich is always present. Y en ese presente, llueve, no hay procesiones, la piscina se llena de polvo y de hojas, y sólo queda mirar por la ventana y desear que las cosas sean lo que son. Y sin embargo...

domingo, 17 de abril de 2011

Heauton ekenosen

Empiezo la Semana Santa aún aturdido por la noticia de que no me han dado traslado a Andalucía, como había pedido, y por la vorágine de reuniones, compromisos, exámenes de las últimas semanas. Así que casi no he encontrado tiempo para escribir sobre lo que realmente me apetecía: qué significa aún para nosotros la noticia de la kenosis divina, que culmina estos días con la Pasión y Muerte de Cristo. San Pablo dice, en Flp 2,7, que Cristo "se vació de sí mismo" (heauton ekenosen), y pienso que lo crucial de la historia del cristianismo está contenido en esas palabras, en el modo como rompe radicalmente la visión de un Dios divorciado del tiempo y de la carne. Pero dejaré esa reflexión para otro día. Hoy me basta con recordarme a mí mismo, en este inicio de Semana Santa, que todo sujeto está llamado, de algún modo, a vaciarse de sí mismo y dejar espacio a cualquier otra cosa que no sea el propio yo, con la esperanza de que, paradójicamente, sea ésta la única forma de encontrarse consigo mismo. Porque, en un mundo donde no existe el examen de conciencia, apenas quedan espacios de introspección más allá de ese estar ocupándose permanentemente del propio estado de ánimo, tan característico de la subjetividad postmoderna. Así que hoy decidí dejar pasar la tarde mientras, a ratos, me asaltaban las enigmáticas palabras del Evangelio: "el que quiera salvar su vida, la perderá".

jueves, 31 de marzo de 2011

La razón y el tabaco

Hace tres meses que no fumo. Es la tercera vez en mi vida que dejo de fumar: en las dos anteriores aguanté más de un año, así que supongo que no me será difícil resistir la tentación otros tantos meses más. Lo triste, de hecho, es que la tentación casi no existe; de manera que a veces me sorprendo a mí mismo buscándola. Es la sensación de no querer fumar lo que me inquieta, porque no desear es, al menos para nosotros los occidentales, la experiencia más cercana al vacío, a la nada. De hecho, superar un vicio es deshacerse de una parte muy real de uno mismo. Lo cual tiene severas consecuencias teológicas y éticas. Si cada día sintiera una débil -o incluso una poderosísima- pulsión de fumar, tendría al menos el placer de vencerla, confirmando así esa glorificada supremacía de la razón sobre la pulsión en la que hemos creído durante bastantes siglos. Pero la ausencia de la pulsión es desoladora, pues la razón se retira tan pronto como no tiene ningún obstáculo que vencer. Esto lo sabía Fichte cuando afirmaba que sólo hay Yo en la medida en que se pone a sí mismo un No-Yo. Sin esa tensión, compulsiva ella misma y en realidad neurótica, la imagen de un yo estable y distinto del mundo pierde consistencia. Por eso vuelvo una y otra vez a las puertas de los bares de copas y al rincón de la calle donde se reúnen los profesores que fuman: para estar cerca de lo prohibido que seduce, para vencerlo casi siempre, y para reconocer que sucumbir a la tentación es, sin duda, mucho más valioso que haberse desprendido totalmente de ella.

sábado, 19 de marzo de 2011

Entre el laicismo y la magia

El episodio de la capilla de Somosaguas me parece un ejemplo perfecto de la incapacidad del laicismo ibérico -de la que ya hemos hablado en otras ocasiones aquí- por aceptar la religión y su práctica como un hecho social más. Que en la Universidad no se planteen dudas acerca de la presencia de sucursales bancarias o asociaciones anarquistas, pero sí se cuestione la existencia de un lugar de culto, muestra la naturaleza totalitaria y excluyente de estos adalides de la libertad. Con todo, lo que más me ha llamado la atención de la noticia es la organización de una "misa de desagravio". Desde luego, si yo estuviera rezando en una capilla y entrasen de pronto unas universitarias descamisadas, me parecería una maniobra reivindicativa más agradable que ver a los barbudos de UGT y CCOO tocando el tambor por la calle. En todo caso, la distracción podría irritarme si yo fuese un señor con problemas cardiacos o una señora poco agraciada. Lo que en ningún caso podría pensar es que Dios deba ser desagraviado por semejante ofensa, y que deba serlo nada menos que por mí (!) y mis compañeros de oración. La misa de desagravio me parece un incomprensible residuo de paganismo mágico absolutamente ajeno al espíritu del cristianismo. Éste no posee lugares sagrados sensu stricto. Tampoco concibe a Dios como una fuerza cuya ira -provocada por los malvados- deba ser aplacada por los ritos de los buenos. Más bien, pone a los "malvados" en el centro de su mensaje y desprecia la autocomplacencia moral de los "buenos". El episodio de la capilla de Somosaguas nos deja de nuevo la imagen de una sociedad idiota, dividida entre el radicalismo intolerante de unos y la histeria supersticiosa de otros.

martes, 8 de marzo de 2011

Razón y soledad

La modernidad es el momento de la crítica. Aunque sus raíces son teológicas, se inaugura allí donde Kant sienta al mundo ante el tribunal de la razón. Todo puede ser sometido al severo juicio de la crítica, cuyo veredicto es siempre el mismo: las cosas nunca son conforme al modelo que la razón tiene de lo que deberían ser. Así, el Estado, las costumbres, la religión, pueden y deben ser impugnadas en virtud de aquello que deberían ser y no son. Pero este proceso de impugnación universal termina afectando a la razón misma: también ella puede ser sometida a crítica. Así se inaugura el pensamiento contemporáneo, que absolutiza la sospecha y lleva a sus últimas consecuencias la vocación judicial encomendada por Kant a la razón. El resultado de esta deconstrucción es una sociedad en permanente cambio. La libre crítica individual siempre termina socavando los mitos que ha construido la cultura para mantener intactos los lazos sociales. Pero esto tiene un precio. En Occidente sabemos que la razón no es un pensar abstracto del que todos participamos (Averroes), sino un "yo pienso" (Tomás de Aquino, Kant) que tiene necesariamente la forma de un acto individual. El pensamiento crítico conlleva necesariamente una atomización de la vida social. El hombre recupera parte de la libertad robada por la cultura, pero a costa de hacerle perder el sentimiento de seguridad, cohesión e integración. Eso explica que, "después de la Cristiandad", la angustia y la Geworfenheit pasen a convertirse en categorías ontológicas de primera magnitud. El hombre occidental está solo porque su cultura no le ofrece un horizonte colectivo, sino que justamente ahonda la división. A ello contribuye indudablemente -pues es sólo la otra cara de lo mismo- la dinámica económica del consumo, que exige individuos emancipados para crear en ellos expectativas y deseos siempre nuevos, con los que alimentar la maquinaria del mercado. Pues "lo nuevo" es aquello que la razón, en los orígenes de la modernidad, concibió como el mundo propiamente mejor, y que ahora, en la soledad de una cultura atomizada, nos es ofrecido por la fiesta hedonista de la publicidad. Esa fiesta (Weltverjüngungsfest llamó Novalis al mañana) es el único espacio de universalidad por el que aún formamos parte de lo mismo.

viernes, 4 de marzo de 2011

Entrevista a Gadafi

Este fragmento de entrevista a Gadafi no tiene desperdicio. Me gustaría saber dónde leerla en versión completa...

lunes, 28 de febrero de 2011

Qué es la metafísica

Ni ciencia primera, ni conocimiento de los primeros principios, desde luego. Pero tampoco "la más larga mentira" desvelada por Nietzsche, ni el olvido del ser heideggeriano. La metafísica, vendida a "4 en 1", es una disciplina que nos enseña cosas como: "¡piensa lo bueno, y se te dará!". O eso asegura una tal Conny Méndez, realmente llamada Juana María de la Concepción Méndez Guzmán, en este libro que me encontré el otro día en una librería. Me impactó tanto que le hice una foto con el móvil para poder recordar luego que fue real, que no lo soñé. La portada asegura que se han vendido más de 750000 ejemplares en español (así que alguien pensará que esto es pura envidia). Si se tiene estómago para abrirlo, se encontrarán dentro cosas como la siguiente:

"Las vibraciones mentales forman un aura de forma ovoide alrededor del cuerpo, y en esa aura se ve toda la composición de colores que emanan del pensamiento individual. El Subconsciente limpio, positivo, produce un aura luminosa, multicolor, como el oriente de la perla. Como las altas frecuencias dominan a las bajas, ningún pensamiento negativo que viene de afuera puede penetrar en un aura y un ambiente positivo".

Como dicen en mi tierra, me queo muerto.

sábado, 26 de febrero de 2011

La luz en el invierno

Para Paco Gallardo

La primavera ha aparecido repentinamente en medio del invierno. Sin embargo, sabemos que este calor es engañador: un genio maligno meteorológico que quiere hacernos creer que el alma está frente a la luz, cuando en realidad está rodeada de oscuridad y nieve. Las noches son largas y frías. Son muchas las cosas que ocultó la nieve y muchas las que nos asaltan en mitad del insomnio. Y a pesar de todo, amanece hoy como si el sol llevara horas, días, detenido en lo alto: será la batalla de Gabaón. Así que ¿cómo no aceptar con gratitud esta paradoja y cómo no acallar la voz de la sospecha que dice “el frío aguarda”? Porque también hay gracia, y salvación, en medio de las escorias.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Antología improvisada de sentencias románticas

“Buscamos por todas partes lo incondicionado y sólo encontramos cosas” (Novalis)

“La filosofía es propiamente nostalgia: el deseo de estar en todas partes en casa” (Novalis)

“Un ideal es a la vez idea y factum. Si los ideales no tienen para el pensador tanta individualidad como los dioses de la Antigüedad para los artistas, entonces toda ocupación con las ideas no es más que un cansino y aburrido juego de dados con fórmulas vacías” (Schlegel)

“El mundo debe ser romantizado. Así se encuentra de nuevo su sentido original. Romantizar no es sino una potenciación cualitativa. El Yo Mismo más bajo es, en esta operación, identificado con un Yo Mismo mejor. (…) En la medida en que doy al sentido vulgar uno mejor, al aspecto cotidiano uno llena de misterio, a lo conocido la dignidad de lo desconocido, a lo finito una apariencia infinita, en esa medida lo romantizo” (Novalis)

“El poeta se atreve a hacer sensibles ideas de la razón de seres invisibles: el reino de los bienaventurados, el infierno, la eternidad, la creación, etc. O también se atreve a hacer sensible aquello de que ciertamente encuentra ejemplos en la experiencia, como por ejemplo la muerte, la envidia y todos los vicios, y también el amor, el honor, etc., más allá de las limitaciones de la experiencia, mediante una imaginación que quiere igualar el juego de la razón en la consecución de un máximo, en una perfección de la que no se encuentra ejemplo en la naturaleza. Y es propiamente en la poesía donde se puede mostrar la facultad de las ideas estéticas en toda su magnitud” (Kant)

“Poeta y sacerdote eran al principio lo mismo, y sólo en tiempos posteriores se separaron. Pero el verdadero poeta ha permanecido siempre sacerdote, como el verdadero sacerdote ha sido siempre también poeta” (Novalis)

“Después de cada incursión de su espíritu en lo Infinito, debe exteriorizar la impresión que éste haya producido en él, como un objeto comunicable mediante imágenes o palabras, para gozar de nuevo de él transformado en otra figura y en una magnitud finita, y él debe, por tanto, incluso involuntariamente y, por así decirlo, lleno de entusiasmo (...), exponer a los demás lo que le ha acontecido a él, como poeta o vidente, como orador o artista. Un tal individuo es un verdadero sacerdote del Altísimo” (Schleiermacher)

“La poesía es el gran arte de construcción de la salud trascendental. El poeta es por tanto el médico trascendental. La poesía hace y deshace con el dolor y el deseo, gana y desgana, error y verdad, salud y enfermedad, mezcla todo eso para su gran fin de todos los fines: la elevación del hombre sobre sí mismo” (Novalis)

“Hay una poesía cuya esencia es la relación de lo real con lo ideal, y que por analogía con la terminología filosófica podría llamarse poesía trascendental. Empieza como sátira con la absoluta diferencia entre lo ideal y lo real, se trasforma en medio en elegía, y termina como idilio en la absoluta identidad de ambos” (Schlegel)

“La poesía romántica es una poesía progresiva universal. Su meta no es simplemente unir otra vez todas los géneros de la poesía y hacer que la poesía se de la mano con la filosofía y la retórica. Quiere, y debe también, unir o fundir poesía y prosa, genialidad y crítica, poesía del arte y poesía de la naturaleza, y hacer poéticas la vida y la sociedad” (Schlegel)

“Si de una gran obra de arte no considerárais más que un fragmento particular y si, a su vez, en las partes concretas de este fragmento percibís contornos y proporciones totalmente bellos de por sí, que están contenidos en este fragmento y cuyas reglas cabe descubrir enteramente a partir del mismo, ¿no os parecerá entonces el fragmento más bien una obra de por sí que una parte de una obra?” (Schleiermacher)

“Fue la propia cultura la que infligió a la nueva humanidad esta herida. Tan pronto como, por un lado, la creciente experiencia y el pensamiento determinado hizo necesaria una fuerte división de las ciencias, y por el otro lado el mecanismo de los Estados hizo igualmente necesario una severa separación de las clases y negocios, así rompió también la unión interior de la naturaleza humana, y una lucha nociva enemistó sus armónicas fuerzas” (Schiller)

“El resultado de la manera moderna de pensar se llamó filosofía, y en ello se incluía todo aquello que se opusiera a lo antiguo, y por tanto especialmente toda ocurrencia contra la religión. El inicial odio contra la fe católica se volvió pronto odio contra la Biblia, contra la fe cristiana y finalmente contra la religión misma. Y aún más, el odio contra la religión se volvió de un modo natural y consecuente contra todos los objetos de entusiasmo, a la fantasía y al sentimiento, anatemizó la fantasía y el sentimiento, moralidad y amor al arte, futuro y prehistoria, con dificultad puso al hombre a la cabeza de los seres naturales, e hizo de la infinita música creadora del Universo el uniforme traqueteo de un monstruoso molino, movido por la corriente de la casualidad, un molino en sí, sin constructor ni molinero, y un verdadero perpetuum mobile: un molino que se muele a sí mismo” (Novalis)

“El deseo revolucionario de realizar el Reino de Dios es el punto elástico de la formación progresiva, y el principio de la historia moderna” (Schlegel)

“El Espíritu Santo es mucho más que la Biblia. Él debe ser nuestro Maestro del cristianismo, y no la letra muerta, terrenal y ambigua” (Novalis)

“Hay sólo un templo en el mundo, el cuerpo humano. Nada es más santo que esta forma suprema. Inclinarse ante un hombre es un homenaje a esta revelación en la carne (…) Se toca el Cielo cuando se acaricia un cuerpo humano” (Novalis)

“Nada es más necesario para la verdadera religiosidad que una mediación que nos comunique con la divinidad. De forma inmediata, el hombre no puede ponerse en contacto con ella. En la elección de esa mediación debe ser libre el hombre” (Novalis)

“Dios es sólo comprensible por medio de la representación” (Novalis)

“Toda vida es un proceso de renovación exuberante, que sólo por el lado de la apariencia conlleva un proceso de destrucción” (Novalis)

domingo, 13 de febrero de 2011

Sobre animalismo y otros ismos

Hace tiempo, el responsable del blog Mester de Juglaría tuvo la amabilidad de ofrecerme una entrevista sobre diversas cuestiones relacionadas con el animalismo, el veganismo, y la tauromaquia principalmente. Aunque no soy ningún experto en estos temas, me pareció interesante intercambiar ideas al respecto, y acepté, muy honrado, la propuesta, que ahora puede leerse aquí. Para quien le interese. Aprovecho para agradecerle de nuevo a Carlos su interés.

jueves, 3 de febrero de 2011

Sobre víctimas, cristianismo y secularización

"...una intuición que ya había sido elaborada parcialmente por Max Weber, y argumentada más recientemente por Marcel Gauchet, a saber, que la secularización -y por tanto el laicismo- son sustancialmente productos del cristianismo; es decir, que el cristianismo es la religión de la salida de la religión, y que la democracia, el libre mercado, los derechos civiles y la libertad individual, han sido, no diremos inventados en sentido absoluto, sino facilitados por las culturas cristianas -hasta tal punto que incluso un filósofo escéptico y alérgico a todo lo religioso como Richard Rorty admitió hace poco. (...)

Desde la perspectiva de Vattimo (...) la muerte de Dios es encarnación, kenosis: un debilitamiento de su potencia trascendental que nos ha conducido históricamente a la consiguiente desestructuración de todas las verdades ontológicas que han caracterizado la historia y el pensamiento del hombre. Para Girard (...) la muerte de Dios es la muerte real de una víctima inocente, de la víctima inocente por antonomasia, Cristo: aquel que es capaz de revelar, precisamente a través de su muerte, las cosas ocultas a los hombres desde la fundación del mundo. (...)

El nexo entre religión y violencia, tan evidente hoy, no nace porque las religiones sean intrínsecamente violentas, sino porque la religión es ante todo un saber sobre la violencia de los hombres. (...) La muerte de Cristo, y su rememoración a través de los evangelios y los instrumentos litúrgicos, ha contribuido a la percepción gradual de la actitud persecutoria adoptada por los hombres y las sociedades en el curso de los siglos. (...)

El cristianismo representa el momento en que el hombre se libera de la necesidad de recurrir a los chivos expiatorios y a su inmolación para resolver los conflictos y las crisis comunitarias, y reconoce la inocencia de esas víctimas y la arbitrariedad de su culpabilización. (...)

El horizonte ideológico de la cultura contemporánea está construido por completo en torno a la centralidad de las víctimas, las víctimas de la Shoa, las víctimas del capitalismo, las víctimas de las injusticias sociales, de las guerras, de las persecuciones políticas, del desastre ecológico, de las discriminaciones raciales, sexuales, religiosas. Y, sobre todo, la tradición judeocristiana ha colocado esta víctima inocente en el centro de nuestro horizonte discursivo".

(Pierpaolo Antonello, "Introducción" a: Girard, R., y Vattimo, G., ¿Verdad o fe débil? Diálogo sobre cristianismo y relativismo, Barcelona, Paidós, 2011, pp. 10-25)

sábado, 29 de enero de 2011

¿Qué fue de los rusos? Un apunte sobre Florenski

Entre las noticias más leídas en el diario El Mundo están, como era de esperar, que ya hay peli porno inspirada en las orgías de Berlusconi y que Shakira se va a vivir a Barcelona. Sin embargo, un poco más abajo puede encontrarse -bien visible además- un artículo dedicado al estado de la literatura rusa actual en el que se refieren algunos de los autores más representativos del pasado (Dostoievski, Nabokov, Pasternak...). El artículo, que lamenta la tradicional falta de traducciones en castellano realizadas directamente del ruso así como la relativa ausencia de literatura rusa actual en nuestras librerías, me ha hecho pensar en el tristemente olvidado Pavel Florenski, al que no se cita. No quiero polemizar con ello: sin duda no aparece allí porque Florenski no fue novelista (sin duda, una de las pocas cosas que Florenski no fue).

Y es que este impresionante genio, al que dedicamos en Númenor un monográfico (descargable en pdf aquí), fue un sacerdote, matemático, químico, filósofo..., cuyas obras se las vieron con la censura del régimen soviético, sufrió en numerosas ocasiones la represión policial, y terminó ejecutado después de pasar los últimos años de su vida en un gulag. Uno no puede repasar la lista de sus obras sin sentir un escalofrío ante lo titánico de su trabajo intelectual: entre los innumerables títulos dignos de mención, cito brevemente un par de obras tan profundas y heterogéneas como el estudio La perspectiva invertida, en torno al icono bizantino y el arte en general, y definido por Groys como "postsuprematista"; o Pensamiento y lenguaje, sobre el ritual ortodoxo y el lenguaje bíblico; además de sus incontables estudios científicos.

El artículo de Boris Groys que traduje para el monográfico de Númenor ("Entre Bizancio y el futurismo") concluye con las siguientes palabras: "Veinte años tuvieron que pasar tras la muerte de Florenski para que sus escritos fueran divulgados por el samisdat y empezaran a ser cada vez más leídos. Sobre todo tuvieron una recepción entusiasta en los círculos artísticos: Florenski abrió para muchos el camino que permitía unir la vanguardia rusa con la tradición reprimida de la espiritualidad rusa, y liberar así la “verdadera esencia” de la pintura y la poesía vanguardistas frente a las aspiraciones del socialismo utópico que condujeron a la vanguardia a la cercanía de la ideología soviética y a comprometerse con ella. Hoy en día, Florenski es honrado en Rusia como pensador y mártir, y asumido ideológicamente por todas partes: también por quienes quieren comprender y valorar sus convicciones conservadoras, pero no sus preferencias y opiniones estéticas".

Filósofos (1917), obra de Mijaíl Nésterov: en ella aparece Pável Florenski, de blanco, junto a Sergéi Bulgákov

domingo, 23 de enero de 2011

Bien e Ilustración

Habitualmente damos por supuesto que moralidad y racionalidad van, de un modo u otro, unidas: por ejemplo, que el desarrollo de una cultura científica y antisupersticiosa trae consigo una mayor sensibilidad hacia la dignidad de nuestros iguales, y que, por el contrario, la credulidad y el dogmatismo sólo traen consigo crueldad y servidumbre. A este respecto, quiero compartir un par de textos que siempre me han dado que pensar: no sólo para leerlos en relación a ese prejuicio que acabo de exponer someramente, sino para constatar -no sin asombro- qué distinto resultado tiene la cuestión racial en un pensador ilustrado, defensor del universalismo moral y de la moralidad de la razón, frente a un Papa renacentista, de dudosa reputación, nepótico y promotor del Índice de libros prohibidos, entre otras cosas. Ahí van:

"La humanidad encuentra su mayor perfección en la raza de los blancos. Los indios amarillos tienen un talento menor. Los negros están muy por debajo, y en el lugar inferior está
una parte de los pueblos americanos (...) Tan fundamental es la diferencia
entre estas dos razas del hombre y parece ser tan grande al considerar
las capacidades mentales, como al considerar el color". Y en otro lugar: "Los negros de África carecen por naturaleza de una sensibilidad que se eleve por encima de lo insignificante" (Kant, Observaciones sobre lo bello y lo sublime, 1764).

"Nos pues, que aunque indignos hacemos en la tierra las veces de Nuestro Señor, y que con todo el esfuerzo procuramos llevar a su redil las ovejas de su grey que nos han sido encomendadas y que están fuera de su rebaño, prestando atención a los mismos indios que como verdaderos hombres que son, no sólo son capaces de recibir la fe cristiana, sino que según se nos ha informado corren con prontitud hacia la misma; y queriendo proveer sobre esto con remedios oportunos, haciendo uso de la Autoridad apostólica, determinamos y declaramos por las presentes letras que dichos Indios, y todas las gentes que en el futuro llegasen al conocimiento de los cristianos, aunque vivan fuera de la fe cristiana, pueden usar, poseer y gozar libre y lícitamente de su libertad y del dominio de sus propiedades, que no deben ser reducidos a servidumbre y que todo lo que se hubiese hecho de otro modo es nulo y sin valor, [asimismo declaramos] que dichos indios y demás gentes deben ser invitados a abrazar la fe de Cristo a través de la predicación de la Palabra de Dios y con el ejemplo de una vida buena, no obstando nada en contrario" (Pablo III, Sublimis Deus, 1537).

viernes, 21 de enero de 2011

Walking T.

Me llega por correo electrónico un breve relato digno de lectura. He pedido a su autor -al que, por su santidad y compasión hacia todas las bestias, llamaremos Francisco de T.- que me deje reproducirlo aquí. Y así lo hago. Es un poco extenso, pero yo lo he disfrutado mucho, y merece la pena si queréis haceros una idea de cuán dura es la vida que llevamos los exiliados in hac lacrimarum valle llamado T. Ahí va:

WALKING T.

Hoy he ido al médico. Me llevó mi cuñada en coche. Me bajé en la rampa del ambulatorio, frente a las escaleras que dan acceso a la puerta de entrada. La puerta no es automática. Entraba y salía gente. Yo con mis dos muletas me acerqué y esperé con la inseguridad de que no podía resistir un leve empujón, ni de la gente ni de la puerta con muelle. Nadie me cedió el paso ni se ocupó de abrirme la puerta.
La salida fue penosa, comprobé que la distancia que puedo recorrer no va más allá de un pasillo de un piso normal. Después de veinte metros noto la dureza del suelo golpeando mis muñecas que empuñan las muletas, y el peso muerto de mi cuerpo sobrecargando la pierna buena. Me fui a desayunar a una cafetería cerca del ambulatorio. Me dispuse a sentarme en una mesa más amplia que estaba al fondo del local, apenas ocupado, sólo por mujeres. Al otro lado de la barra un hombre grande, con cara de amargado. Pedí mi cruasán y un café con leche. No vi un atisbo de amabilidad ante la torpeza de mi invalidez. Parsimoniosamente me levanté a coger la prensa. Un Interviú y la Razón era la prensa nacional que había, cogí los dos. Quise disfrutar de pequeños placeres del pasado. Una cafetería aceptable, un cruasán, prensa, tiempo libre. Como en los tiempos de Procurador, mucha cafetería rellenando, entre estrés y estrés, la espera de los juicios. Ojeo el Interviú sin atreverme a detenerme en la chica semidesnuda, los artículos hablan de la Eta y de que Fraga permitió las negociaciones con la banda; que el “sinfein” aconsejaba a los batasunos tener tres hijos por aberchale y así en veinte años ganarían las elecciones; el escándalo del dopaje en el atletismo; que si un hijo de un nazi protegido por Franco es un corrupto de Málaga... Llego a las páginas de la chica desnuda del todo y ni me atrevo a abrirlas del todo, además me gustaba más la actriz... Se van todas las mujeres como si hubiese sonado una sirena. El local queda vacío. Sigo con mi cruasán y con la Razón. La portada no me seduce mucho. La paliza del consejero murciano. Dice que fue alentada por la izquierda... No me suena a noticia reciente. Miro la fecha del periódico ¡y es de hace tres días! La ilusión del pequeño placer de mi desayuno casi urbano se desinfla, no sé muy bien porqué. Tampoco ha pasado nada objetivamente malo. Pido la cuenta y me da el cambio sacándolo del bolsillo y lo deposita todo de un golpe en mi mano. No sé tampoco porqué me entristece la situación. No sé si me hacía ilusión que me hubiesen puesto la nota en un platillo con la vuelta. No sé si se trata de los detalles y no del cruasán, que estaba bueno, pero es todo extraño, sin sabor, triste. La cara ausente del camarero, ni una palabra recitada de su oficio. De su rito. Del rito obligado.
Llego penosamente a la puerta tampoco automática y con torpeza, la justa, salgo a la calle. La niebla en vez de levantarse se ha caído aún más, a plomo sobre la acera y mis hombros. Antes de levantarme de la mesa llamé por el móvil a un taxi.
-Buenos dias, quería un taxi. Estoy en Don Gelato en la calle Antonio Huertas. -Es que voy a Ciudad real, pero usted a dónde va? No entiendo bien el diálogo, pero le respondo. -Voy al Aldi, enfrente. -Es que estoy conduciendo, tiene usted el otro número? -Sí, sí, lo tengo. -Pues llame a ese, es que yo ahora no le puedo atender. Me habla como si estuviese muy ocupada y no logro imaginármela en la autovía que lleva a Ciudad Real, que es monótona y recta como un desierto. Salí del local y a pesar de la niebla y de las muletas me pareció bien caminar un poco. Los pasos pronto se me hacen interminables. Me detengo en una esquina fácil para que se detenga el taxi sin alterar el tráfico. La acera desierta. Sólo una señora con un andador de anciana se cruza conmigo. Los dos torpes nos cruzamos lentamente. No sé porqué espero una mirada de complicidad. Apenas me mira, pero por un instante lo hace. Su mirada es entre torva e inexpresiva. Me viene a la cabeza la serie walking dead. Apenas sería preciso maquillarla. La niebla ya me pesa el corazón. Me apoyo en la esquina del Soho, pasan dos magrebíes -dos moros, de mauri, los llamaban así los romanos, no es despectivo-. No sé por qué imagino que me dan una paliza al verme indefenso. Pero la verdad es que ni los miro, y ellos a mí tampoco.
Llamo por el móvil al otro número de teléfono. No se oye bien. -Por favor me puede mandar un taxi a la calle Monte esquina Don Antonio Huertas? -Usted cómo se llama? Me sorprende la pregunta pero hace tiempo decidí adaptarme a este pueblo, al menos no oponer resistencia, así que la acepto y dócilmente le respondo. -Francisco. Insisto. -Me puede mandar un taxi a la calle Monte? Me responde como estresada y le reconozco la voz. Es la misma mujer de antes. -Pero no estabas en otro sitio? Me sorprende la pregunta y que sea la misma mujer. -Perdone creo que he hablado con usted hace un momento. -Sí, es que tengo yo los dos teléfonos. Me pareció que lo decía entre una sonrisa como si le hiciese gracia, o es una proyección de mi lógica. Ella insiste. -Pero no estabas en otro sitio? Sigo sin entender el interés de la pregunta e insisto en dónde estoy. Finalmente me rio, pero sarcásticamente y digo: Esto es increíble, coger un taxi en T. es imposible. Se acelera a responderme, ya no le interesa dónde estaba antes, y me parece un poco ofendida por mi espontánea exclamación. -Ya me ocupo y le mando un taxi. Sigue con un tono de urgencia, como de prisa o estrés. Y yo vuelvo a imaginar la autovía a Ciudad Real, desierta, recta, sin más movimiento que los mojones monótonos que van quedando atrás como a cámara lenta. Yo le digo que llevo dos muletas. Se me ocurre darle ese detalle, aunque en la calle Monte no hay nadie, ni parece que lo vaya a haber.
Bueno, pues ya está. A ver cuánto tarda en venir. No tengo prisa. Observo algún coche que pasa. Noto cada vez más la humedad de la niebla. Pasa un buen rato. Deseo que los coches que pasan de tarde en tarde sean mi taxi. Al rato suena mi teléfono. Pienso que será mi mujer. Pero no, es la mujer otra vez. -Cuanto lo siento, no hay ningún taxi en las paradas, lo lamento además estás cojo, no? Me lo dice como si fuera una tendera que quiere que vuelvas al día siguiente. Yo me despido con amabilidad. -No se preocupe, no importa, no importa, adiós. Buf. Me alivia que no voy a volver a hablar con ella. Que se acabó el trance.
Qué más me da. No tengo prisa. Voy a caminar, quizá poco a poco... Pero cada metro que avanzo es una victoria costosa. Es imposible. Vuelvo sobre mis pasos. La cafetería de origen me parece que está lejísimos. Me sobrepongo. Ahora entiendo el reproche de la empresaria de taxis. Quién me mandó a mí moverme de sitio. Poco a poco. Se me ocurre que en el ambulatorio, al pie de la rampa hay una marquesina de bus. No está lejos, me sentaré y ya veremos, porque estoy un poco cansado. Ahora que es mi destino la miro con detalle. Quizá vengan las líneas y los horarios. En realidad no lo espero, pero no sé, uno a veces quiere creer. No hay nada, ni un letrero ni una pegatina. La mayoría de los cristales están rajados, y todos emborronados con espray de grafitero sin pulso y opacos de letreros arrancados. Nada que se parezca a un horario. Intento sentarme como puedo. El asiento es un madero estrecho, como una traviesa de tren de vía estrecha, por la espalda me entra frío. El cristal que parecía limpio sencillamente no está. Llamo a mi mujer. -"Lo siento, a ver si puede ir mi hermano a recogerte. Mi madre dice que a y veinte o a y media pasa el autobús, refúgiate en algún sitio mientras tanto". La niebla me había calado poco a poco y estaba aterido. Así que subo la rampa, las escaleras, la puerta manual. Esta vez me la abre un pedigüeño rumano que ha empezado su jornada en la puerta del ambulatorio. Reconozco que no tengo intención de darle una propina. Me mira con amabilidad de marketing, pienso. Otra vez la sala de espera. Y la calefacción. Observo a la gente. Un pesimismo difuso me inunda como la niebla, por dentro. Esas miradas. Esos hombres de faz tan dura. Pienso en la Guerra Civil, en el odio y las muertes que aquí ensangrentaron la tierra de forma más despiadada. Pienso que los imagino fácilmente empuñando un arma y disparando. Llega la hora. Vuelta rampa abajo. Vuelta a la marquesina. No hay nadie. Al poco llega un hombre. Se va a sentar; parece que va a saludarme. Me adelanto y le saludo yo. -"Buenos días". Silencio. Pasan segundos. Cuando ya no espero respuesta espeta: -"Los cojones de buenos días". No me altero, creo que he comprendido lo que quiere decir. Le respondo. -"Ya, la niebla. Me mira el pie sin zapato, abultado por la venda". -"Cuidado con la escayola, el frío es muy malo, yo llevé escayola, mi madre es de Salamanca...". Yo intenté por un momento pensar que no era de aquí, que sería de Salamanca, que aunque tosco sería amable. -"Diecisiete bajo cero, tuvieron que ponerme bolsas de agua caliente para calentar la escayola". Pensaba que podría decirle que yo no llevaba escayola, que era una venda. Pero ya no dejó de hablar. Vino otro señor a la parada, su retahíla cambió de destinatario y de tema. Ahora era la política. -"Zapatero vale poco, pero los otros.... son hijos y nietos del franquismo. ¿Para qué quiere Rajoy ganar si hay cinco millones de parados? Tienen el poder económico y ahora quieren el político". Yo hace tiempo que ni le miro ni le asiento, apoyo la cara en las muletas.... Llega el autobús. Casi todos llevamos bastón o muleta. El conductor va dejando a la gente en sus portales. Parece que todos son habituales. Hay una mujer coja que no habla, es como muda o demente, pero da gritos agudos de vez en cuando. Es anciana, me cedió el paso con otro grito. No me gustan los gritos, pero me agarro a él para no desfallecer. Me siento triste. No sé si es por la niebla, cada vez es más espesa aunque son las doce del mediodía. El autobús da vueltas y vueltas, aunque casi no hay pasajeros, y no hay paradas. Sale del pueblo, para en el hospital, y sigue dando vueltas y vueltas. Finalmente voy reconociendo las calles. Ha pasado mucho tiempo. Llega mi esquina. Abre las puertas. Echo de menos un escalón bajo que tienen los autobuses, hoy realmente lo necesito -me dijeron que lo tiene pero que nunca lo tienden, será parte de la rehabilitación, pienso-. Ha parado justo encima de un parterre embarrado, entre una alcantarilla y el bordillo muy alto del parterre. Me paro concentrado en decidir dónde voy a poner mi pie sano. Lo logro con alivio. Me alegra verme en mi acera. Paso a paso. A mi refugio, a mi invalidez, a no salir de casa. Poco a poco, llego a casa. Mi casa. Qué cansado estoy, y qué triste.

jueves, 20 de enero de 2011

Esperar y perder

De aquello hace ya siete años. Yo tenía, por tanto, veinticinco. Pero los largos días neblinosos en La Mancha me han traído de repente aquella imagen: camino por el Türkenschanzpark, que mi querido y ya fallecido profesor Manuel Pavón me había descrito como "el más hermoso de Europa". Los árboles están robustos y verdes como nunca antes los había visto, aunque el buen tiempo no termina de llegar del todo: la hermosa luz de mayo en Viena, que muestra de pronto los cuerpos femeninos, largos meses ocultos, y llena las terrazas de gentes, y el aire de músicas y de idiomas que apenas reconozco. Pero, al mismo tiempo, se pierde el romanticismo de los cementerios y su niebla, los grajos negros sobre los tejados de las casas, y los pueblos nevados entre los montes de Austria.

Y en este preciso momento, siete años después, mientras levanta la niebla al final de la tarde, vuelve aquella misma emoción: que el dolor de toda pérdida es mayor que la alegría de una hermosura nueva.

miércoles, 12 de enero de 2011

Religión en las escuelas

Mi gremio -el de los profesores en general, y el de los profesores de filosofía en particular- es especialmente hostil a la existencia de una asignatura de religión en las escuelas e institutos públicos. Se acepta la tesis de que la religión es una hora aprovechada por curas y semi-curas para llenar la cabeza de los niños de supersticiones y aberraciones morales. Por mi parte, y siendo verdad que mi experiencia pudo ser muy singular, sólo puedo recordar a quien quiera oírlo que fue en la asignatura de religión donde se me habló por primera vez de Nietzsche, de Freud, de Feuerbach: recuerdo cómo discutíamos en clase sobre el resentimiento, la alienación de lo humano en lo divino, la sublimación, etc., mientras el único discurso contra la religión que habíamos oído durante años era esa masa de consignas en que se funden las Cruzadas, la Inquisición y los condones. Hoy, que puedo ir más allá de aquella experiencia intelectualmente fructífera de mi adolescencia, pienso que la asignatura de religión es a menudo el último reducto de libertad de pensamiento que queda en las instituciones de enseñanza: el único sitio donde es posible escapar del discurso monocorde de los medios y de la educación pública, y respirar algo distinto; el único lugar donde las cuestiones éticas no están ideológicamente resueltas como si fueran tabúes morales superados, sino abiertas a un cuestionamiento racional, y donde los interrogantes trascendentes sobre la libertad, la vocación existencial, la autenticidad, etc., no se diluyen en el magma de una existencia planificada por otros; el único sitio donde, por último, es posible aprender algo serio sobre la religión, más allá de la retahila insufrible sobre la moral sexual católica y los curas pederastas. Por eso, desde el establishment ideológico de este país nunca se cuestiona verdaderamente el programa de esta asignatura, ni quién debe impartirla, ni bajo la tutela de quién: la genial ocurrencia de idear un sustituto a la religión consistente en no hacer nada tenía como objetivo alcanzar su definitiva eliminación. Mucho me temo que los jóvenes españoles aprenderán qué es la religión viendo a Anne Germain comunicarse con Rocío Wanninkhof. Al fin y al cabo, esto era exactamente lo que se pretendía.

sábado, 1 de enero de 2011

Violencia sin adjetivos

Uno de los más nefastos errores en el modo como se aborda actualmente el problema de la violencia es pensar que ésta es resultado de diferentes ideas equivocadas y que, por tanto, debe ser corregida en un nivel conceptual o ideológico. Cada violencia compartimentada tendría su propia causa, que sería necesario atajar por medios intelectuales. Básicamente, la versión postmoderna del viejo intelectualismo moral socrático viene a decir que el mal es desconocimiento; y que, por tanto, existe una "violencia machista" consecuencia del hecho de que los hombres se creen superiores a las mujeres (sea por la pérdida de un determinado concepto de familia, o por culpa de los curas). De tal manera que si lográsemos corregir el error, la violencia -que es consecuencia de aquél- se diluiría por sí misma. Del mismo modo, habría una "violencia racista" cuya solución radicaría en explicar a la gente que los negros, los gitanos y los judíos son iguales que nosotros, etc.

Frente a esta visión racionalista, hay que decir que la violencia no es consecuencia de ninguna idea. La más perversa de todas las ideas es incapaz de producir, por sí misma, acciones violentas si no va precedida de un estado fisiológico determinado. La prueba más intuitiva de ello es que me resulta difícil imaginarme convertido en un maltratador de mujeres o en un skinhead sólo porque la ciencia lograse probar -es una hipótesis para el caso- que las mujeres o los negros son, efectivamente, más tontos, más débiles, o más incapaces.

La violencia tiene su propia lógica: una lógica de aniquilación aplicada a todo aquello que es percibido como negatividad por el propio yo. Un yo que, como mencionaba hace unos días, no es capaz de construirse a sí mismo más que por la negación del otro. Por tanto, una lógica del sometimiento que necesita víctimas (un "chivo expiatorio", diría Girard) para justificar y conjurar el propio malestar. Por eso siempre recae en los más débiles: como lo son casi siempre las mujeres frente a los hombres, los niños frente a sus padres, las minorías étnicas frente a las mayorías sociales...

Mientras se siga abordando el problema de la violencia de un problema técnico, que requiere una solución parcelada en función de la "idea errónea" de la que procede, estaremos, me temo, muy lejos de solucionarlo.