martes, 8 de marzo de 2011
Razón y soledad
La modernidad es el momento de la crítica. Aunque sus raíces son teológicas, se inaugura allí donde Kant sienta al mundo ante el tribunal de la razón. Todo puede ser sometido al severo juicio de la crítica, cuyo veredicto es siempre el mismo: las cosas nunca son conforme al modelo que la razón tiene de lo que deberían ser. Así, el Estado, las costumbres, la religión, pueden y deben ser impugnadas en virtud de aquello que deberían ser y no son. Pero este proceso de impugnación universal termina afectando a la razón misma: también ella puede ser sometida a crítica. Así se inaugura el pensamiento contemporáneo, que absolutiza la sospecha y lleva a sus últimas consecuencias la vocación judicial encomendada por Kant a la razón. El resultado de esta deconstrucción es una sociedad en permanente cambio. La libre crítica individual siempre termina socavando los mitos que ha construido la cultura para mantener intactos los lazos sociales. Pero esto tiene un precio. En Occidente sabemos que la razón no es un pensar abstracto del que todos participamos (Averroes), sino un "yo pienso" (Tomás de Aquino, Kant) que tiene necesariamente la forma de un acto individual. El pensamiento crítico conlleva necesariamente una atomización de la vida social. El hombre recupera parte de la libertad robada por la cultura, pero a costa de hacerle perder el sentimiento de seguridad, cohesión e integración. Eso explica que, "después de la Cristiandad", la angustia y la Geworfenheit pasen a convertirse en categorías ontológicas de primera magnitud. El hombre occidental está solo porque su cultura no le ofrece un horizonte colectivo, sino que justamente ahonda la división. A ello contribuye indudablemente -pues es sólo la otra cara de lo mismo- la dinámica económica del consumo, que exige individuos emancipados para crear en ellos expectativas y deseos siempre nuevos, con los que alimentar la maquinaria del mercado. Pues "lo nuevo" es aquello que la razón, en los orígenes de la modernidad, concibió como el mundo propiamente mejor, y que ahora, en la soledad de una cultura atomizada, nos es ofrecido por la fiesta hedonista de la publicidad. Esa fiesta (Weltverjüngungsfest llamó Novalis al mañana) es el único espacio de universalidad por el que aún formamos parte de lo mismo.
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5 comentarios:
Y sin embargo no nos hace felices. Despiertan en nosotros ansias cuya respuesta parece estar en el mercado, pero apenas las vemos cubiertas descubrimos que no nos satisfacen, que no era lo que en el fondo deseábamos.
Y ahí resurgen los clásicos: ¿Y la felicidad?
Muy interesante tu escrito. Un abrazo.
"El hombre occidental está solo porque su cultura no le ofrece un horizonte colectivo, sino que justamente ahonda la división."
Aquí difiero contigo.
Horizonte colectivo sí lo encuentras, si no no existirían las asociaciones culturales, ONG's y tantos grupos de ayuda o de apoyo de distintas índoles para justamente no dejar al hombre solo con sus problemas.
Te dejo un cordial saludo desde Alemania.
Como bien dices, la razón nos emancipa del 'yugo' de la cultura, pero a cambio nos deja desnortados, desamparados...
Lo cierto es que no se puede tener todo en esta vida: tomar un camino es no seguir otro, elegir siempre es renunciar (en este caso, a certezas que dan abrigo), todo tiene un precio.
Alejandro, de la lectura de tus textos -no solo de este- se desprende una preocupación por que la religión pierda su papel de elemento cohesionador de la sociedad. No es tanto una preocupación por la religión en sí como por su funcionalidad social.
"La libre crítica individual siempre termina socavando los mitos que ha construido la cultura para mantener intactos los lazos sociales", escribes. Da la impresión de que no confías mucho en la capacidad del ser humano para vivir en sociedad sin ese 'pegamento' (yo no confío, lo reconozco con tristeza).
Un abrazo
Se me olvidó apuntar esto: la libre crítica individual podría también acabar socavando el consumismo ya elevado a nuevo mito, ¿o no?... Algo de eso ya hay, aunque se trata de un fenómeno muy minoritario.
Efectivamente, Rafael: ahí está de nuevo abierto el tema de la felicidad.
Marisol: pero esas asociaciones muestran precisamente que la cultura no ofrece un horizonte colectivo. Por eso surgen aquéllas, para crear nuevos lazos comunitarios allí donde no los hay. Esto vale para las ONGs tanto como para los clubes de fútbol.
Nicolás: no me preocupa que la religión pierda su papel de elemento cohesionador de la sociedad. Simplemente reconozco las consecuencias de esa pérdida. Creo, de hecho, que esa pérdida es buena y necesaria, y que es el resultado de la secularización que el cristianismo trae consigo, y quiero creer que la libertad, en su avance contradictorio y complejo, termine encontrando nuevas formas de emancipación, de solidaridad social y de sentido. Por ejemplo, en la línea que apuntas, desmitificando la nueva religión del consumo, pero también volviendo sobre sus propias condiciones de posibilidad, sobre la naturaleza del hombre y sus necesidades emocionales de cuya satisfacción depende su felicidad, etc. Quiero ser, aún, optimista.
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