martes, 28 de abril de 2009

Hölderlin: la subjetividad extravagante

De Hölderlin se ha escrito mucho. A menudo es citado, junto con Rilke, como el poeta de los filósofos. Esto es cierto aunque sólo fuera en el sentido de que él mismo fue ambas cosas. En su famoso Urteil und Sein (Juicio y Ser) propuso, haciendo uso de una etimología dudosa, que todo juicio (Urteil) supone una separación radical u originaria (Ur-teilen): cuando tratamos de decir la verdad de las cosas, el entendimiento lanza su red sobre la realidad, y realiza una división entre sujeto y objeto que es previa, que por tanto es presupuesta, y que nos impide acceder a la dimensión nouménica de la realidad. Casi por los mismos años, Novalis explicaba que el lenguaje, en tanto producto del entendimiento, es siempre derivado, y que el entendimiento mismo se eleva cuando hemos dejado atrás el ser.

De ahí que Hegel opinase de estos autores que "en ellos la extravagancia de la subjetividad se convierte a menudo en locura". Pero nosotros sabemos por Don Quijote que la locura es a menudo una forma de conocimiento moral de la realidad, alienada y oculta por los esquemas establecidos y los supuestos universalmente aceptados. En Hölderlin, perder el juicio significa ganar la verdad. Y ello sólo puede ser obra de un lenguaje no enajenado, libérrimo, violentador de la sintaxis y los esquemas de la gramática: sólo la poesía, como lenguaje no sometido a las estructuras del entendimiento, puede obrar aquello que la filosofía vanamente desea: la presencia cegadora de la verdad.

Hölderlin mismo explica esto en un poema, que traduzco a continuación:

A las Parcas

Dadme sólo un verano, poderosas,
y un otoño que hagan madurar mis canciones,
para que el corazón se vea saciado
del dulce juego y pueda al fin morir.
El alma, a la que en vida fue negado
su sagrado derecho, ni en el Orco descansa.
Pero si alguna vez alcancé lo sagrado,
el poema, que tanto he deseado,
entonces bienvenido, oh silencio del mundo de las sombras.
Estaré satisfecho aunque mi lira tampoco me acompañe: una vez
viví como los dioses, y eso basta.

(Nur einen Sommer gönnt, ihr Gewaltigen! / Und einen Herbst zu reifem Gesange mir, / Dass willinger mein Herz, vom süssen / Spiele gesättiget, dann mir sterbe! / Die Seele, der im Leben ihr göttlich Recht / Nicht ward, sie ruht auch drunten im Orkus nicht; / Doch ist mir einst das Heil'ge, das am / Herzen mir liegt, das Gedicht, gerlungen, / Willkommen dann, o Stille der Schattenwelt! / Zufrieden bin ich, wenn auch mein Saitenspiel / Mich nicht hinabgeleitet; Einmal / Lebt'ich, wie Götter, und mehr bedarf'snicht).

Y aquí un poema que le dediqué en Aquel lugar, pensando que la poesía quizá tampoco tenga la última palabra:

La lira de Hölderlin

De qué me sirve haber vivido como un dios
si fue sólo una vez. De qué me sirve
saber que en un momento alcancé algo innombrable. Ahora vuelvo
por las calles gastadas por millones de pasos,
por sucias multitudes a través de los siglos.
Soy uno más. Recorreré esas calles
de la misma manera; como ellos
amaré a una mujer, y también frente a mí
estallarán las buganvillas cuando
llegue abril. Pasarán un par de cosas,
y nada más. Escribiré unos versos
que ya no tendrán luz, porque la luz fue tuya
solamente un instante.
Aquello será niebla,
desaparecerá
como un amanecer sobre las olas
en el recuerdo de un anciano.
Se perderá la luz. Te perderás.
Y serás desdichado, y no sabrás por qué.

lunes, 20 de abril de 2009

La Pasión según Bach

Para compensar el hecho de que yo escribí el poema sobre Gesualdo que Beades querría haber escrito, he de decir que Beades escribió, en Centinelas, el poema sobre Bach que querría haber escrito yo. Lo tenía en mente la noche anterior al Domingo de Ramos, mientras entraba en el Teatro de la Maestranza para escuchar La Pasión según San Juan. No sabría decir por qué Bach me parece como venido del otro lado de la galaxia y por qué las emociones que consigue despertar en mí son incomparablemente más profundas y salvajes que las que alcanza cualquier otro músico. Me parece que, de algún modo, todo el mundo, al sentir la emoción de las composiciones religiosas de Bach, debe lograr algo parecido a la fe: el sentimiento de pequeñez infinita, de redención incondicional, y de consuelo gratuito. Kant decía que el sentimiento de lo sublime surge en nosotros cuando contemplamos algo tremendamente grande o poderoso, para lo cual no tenemos concepto. Y como no tenemos concepto, buscamos vanamente en nuestro interior qué será aquello tan enorme que se manifiesta y oculta en esta música titánica. Sublime es el Herr, unser Herscher que da comienzo a la obra y que arrastra, desde la primera nota, a los abismos de la criatura diminuta e impotente, abrumada por aquello que la sobrepasa.



Pero el Dios de Bach no es sólo ese oceánico gobernante del mundo, sino también el Jesús doliente a cuya Pasión pudo dedicar un aria tan llena de ternura como ésta:



La fe de Bach es también la del alma que corre, como en San Juan de la Cruz, llena de alegría, trepando por todos los montes hacia su salvación:


Y la consumación de la Pasión misteriosamente nos devuelve a casa, allí donde las vides y los carneros, donde la mano amorosa del padre nos acaricia la cabeza. Pero eso es antes de que se enciendan las luces, rompan los aplausos, y volvamos, entre aturdidos y espantados, al reino de lo inane.


viernes, 17 de abril de 2009

La creación literaria en T.

La vida en T., mi pueblo de adopción, daría para un blog si yo supiera dedicar mi poco ingenio a ilustrar literariamente su excepcional idiosincrasia rústica. De hecho, daría para una novela, para un estudio antropológico, para una texis doctoral. No, no es una errata ni una falta de ortografía. En realidad, es el final de la historia que quería contar hoy. Así que empiezo por el principio:

Charo, mi novia, ha terminado su tesis. Como vivimos lejos de Sevilla, pensó que sería demasiado complicado hacerla encuadernar allí, así que se le ocurrió llevarla a una imprenta de T. Cogimos el coche y allí nos plantamos. De camino, yo iba algo escéptico:

-Charo, esta gente no va ni a saber lo que es eso...

Pero ignoraba cuán limitado era mi escepticismo. Entramos en la imprenta y preguntamos:

-Disculpe, ¿realizan ustedes encuadernaciones de tesis doctorales?

La mujer se sume en un silencio incómodo.

Por fin se lanza:

-Pero eso... como un libro, ¿no?

Yo me doy la vuelta para evitar reírme y me pongo a curiosear entre las carpetas y las clasificadoras. Charo, paciente aunque algo tensa, la corrige:

-Bueno, es una tesis, tiene que ser de pasta dura, ir cosida...

La señora, acostumbrada -supongo yo, en mi maldad- a editar folletos de ferias de ganado, está sobrepasada. Coge el teléfono:

-Mira, es que tengo que consultarlo.

Piii, piiii, piii...

-Oye, mira, que tengo una chica aquí que dice que si encuadernamos...

(A Charo) -¿Cómo has dicho? "Tesis", ¿no?

(Al interlocutor telefónico) -Una tesis. ¿Tú sabes lo que es? ... Bueno, vale, adiós.

(A Charo) -Mira, ahora mismo no sé, tenemos que verlo. Déjame tus datos si te parece.

Entonces la señora empieza a anotar en una libreta el nombre y teléfono de Charo. Y cuando los tiene, remata el episodio:

-Tesis... con "x", ¿no?

lunes, 6 de abril de 2009

Rilke: la palabra de los hombres

No hace falta adentrarse en las espesuras de las Elegías para entender qué hay de romántico en Rilke y por qué Heidegger, en "¿Y para qué poetas?", lo tomó como modelo de lo que él llamaba "pensar". La mirada postmetafísica que Heidegger admiró en él -esa mirada sabedora de que las estructuras del pensamiento y del juicio "olvidan el ser"- es la que nos abre este sencillo poema, perteneciente a la obra Mir zu Feier, escrita en los últimos años del siglo XIX. Existe -parece decirnos Rilke- una manera de mirar y decir el mundo que no es deudora de la voluntad de dominio: es la mirada que nos permiten los ojos de la piedad y la poesía. Aquí dejo mi propia traducción y abajo añado el original alemán.

(Preciso: como en su día traduje con ciertas licencias a Novalis y Jaime Siles me dijo de todo, esta vez seré más prudente: traduzco, contra el original, en endecasílabos, sustituyo "jardín y bienes" por "heredad", cambio un presente por un pasado, etc., y todo porque me parece que suena mejor. Es decir, que os dejo "mi versión" del poema. A ver si así me libro del severo tribunal de los filólogos).

Yo temo la palabra de los hombres.
Expresan cada ser con claridad:
esto se llama perro y eso casa,
aquí está el principio, allí el final.

Me hacen temblar su espíritu y su burla.
Lo saben todo: lo que fue y será.
Y ninguna montaña piensan única.
Y sólo Dios limita su heredad.

No os acerquéis a ellas, advertía.
Me gusta oír el canto de las cosas.
Queréis tocarlas, mudas y ateridas,
y así es como matáis todas las cosas.

(Ich fürchte mich so vor der Menschen Wort./Sie sprechen alles so deutlich aus:/Und dieses heißt Hund und jenes heißt Haus,/und hier ist Beginn und das Ende ist dort./Mich bangt auch ihr Sinn, ihr Spiel mit dem Spott,/sie wissen alles, was wird und war;/kein Berg ist ihnen mehr wunderbar;/ihr Garten und Gut grenzt grade an Gott/.Ich will immer warnen und wehren: Bleibt fern./Die Dinge singen hör ich so gern./Ihr rührt sie an: sie sind starr und stumm./Ihr bringt mir alle die Dinge um.)

miércoles, 1 de abril de 2009

Mateo

Mateo es mi gato. Es siamés, así que tiene los ojos azules y el cuerpo de ese color típico de su raza, que por lo visto se llama "pointed". Hace meses que desapareció, y sigo hablando de él como si tal cosa, aunque, teniendo en cuenta antecedentes y circunstancias, es casi seguro que esté muerto. Pasa como con las personas: enterrarlas es fundamental para despedirnos definitivamente de ellas, dejarlas pasar al mundo de los muertos, aunque ese mundo sólo exista en nuestra memoria. La memoria de los muertos: esa fortaleza rodeada de altos muros para evitar que quienes han entrado allí regresen a la memoria de los vivos.

Pero Mateo no está aún allí. Así que, cuando viajo a Sevilla, sigue alegrándome imaginar que lo veré al llegar a casa, caminado hacia mí con sus delicadas patitas negras posándose sigilosamente en las hojas del paraíso, extendidas como un manto cobrizo sobre el jardín. Me parece que estuviera en "algún sitio", a punto de saltar entre los setos y subírseme encima, para mirarme con sus enormes ojos azules un momento antes de dormirse plácidamente en mi regazo.

Insomnio

No poder dormir es algo típicamente humano. Envidio a mi gato cuando lo veo abrir perezosamente la boca, enrollarse como una oruga, y dormir en calma hasta que, horas más tarde, algún otro estímulo lo anima a desperezarse. Ahora que son las 4 y media de la mañana y no consigo conciliar el sueño, pienso que alguna razón espiritual debe haber para todo esto. Y como mis maldades, de cutres que son, no llegan a la altura de las que provocan severos cargos de conciencia, supongo que hay alguna otra causa de que no pueda dormir.

Antes de irme inútilmente a la cama, leía a Kierkegaard (¿será por eso que no puedo dormir?). Contaba, a propósito del pasaje evangélico de los lirios del campo, que el problema del hombre es que no se conforma con ser hombre (es decir: con ser lo que es y no alguna otra cosa). En buena parte, somos infelices porque nos pasamos la vida contrastando nuestro presente con todo lo demás: otros hombres, otros lugares, otras vocaciones, otras vidas posibles que hemos desechado con cada decisión. Esa ansiedad se adueña de nosotros y espera a que llegue la noche. Entonces nos asalta como un pequeño demonio que hubiera estado aguardando la oscuridad para comenzar a agitarnos en la cama. Cerrar los párpados es combatir a ese demonio, pensar que mañana será todo distinto, que por fin estará claro para qué he venido a este mundo, creer que cesará la seducción estruendosa de lo otro, y que -envuelto en una claridad cegadora- seré por fin lo que en verdad soy.

Y en la dulce paz de ese engaño, me duermo.