viernes, 31 de diciembre de 2010

Feliz 2011

Y que el nuevo año sea, de verdad, nuevo...

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Mentiras y bien gordas

A ver si lo entiendo... Hacer una birria de peli vale tres millones de euracos. Vale. Es una inversión más, y la frivolidad es tan cara...

Luego la gente va a verla al cine, y en taquilla se sacan cuatro milloncejos. Vale. Peor es lo de Ana Rosa y lo de Lady Gaga, cada una en su ámbito.

Pero es que, entonces, el Ministerio le concede otro millón de euros, para redondear la cifra: ya sabéis, esos euros que no son de nadie. Vale que mi torso no vale lo que el de Hugo Silva, pero yo pedí hace unos meses apenas unos trescientos eurillos para apoyar la publicación de mi tesis. Me lo denegaron, ¡y eso que yo me hubiera metido en la ducha con cualquiera! Claro que debe importar que la guionista del bodrio sea la actual Ministra de Cultura. ¿O soy un envidioso malpensado?

sábado, 25 de diciembre de 2010

Feliz Navidad

Ninguna religión -y especialmente la cristiana- debería ser tratada meramente como un conjunto de juicios o proposiciones acerca de cosas, de tal manera que analizarla consistiera en mostrar si cada una de esas proposiciones describe, o no, un hecho. Siempre me parecerá más interesante, y más justo con relación a su objeto, que la filosofía trate de entender, en nuestro caso, qué puede significar que lo máximamente trascendente se haya hecho (y sea, por tanto, en todo tiempo y antes de todo tiempo) carne: y pensarlo precisamente hoy, en un mundo máximamente metafísico (es decir, máximamente abstracto) donde parece consumarse la división platónica entre dos mundos. Del mismo modo, asumir, pensar e interiorizar, con el cristianismo, que el hombre tiene una vocación, y que esa vocación no es, como me sugirió en cierta ocasión un amigo teólogo, otra cosa que el deseo: hacer sitio a ese deseo íntimo que trata de ser tapado por el autodesprecio, las idealizaciones de nosotros mismos, las exigencias morales y sociales, etc. Confiar en ese deseo y no dejar todas nuestras decisiones en manos de la previsión y del control: conocer esa moral cristiana que está más allá del discurso sobre el resentimiento. Por último (por ir a lo que creo esencial), comprender que existe una forma de autoafirmación que no sólo no es incompatible con el reconocimiento del otro, sino que tiene lugar en y por él: que el hombre se hace efectivamente humano cuando renuncia a afirmarme a sí mismo negando al otro y descubre la alegre afirmación de la caridad: la servidumbre da paso al servicio, y el otro es reconocido como igual ("hermano").

Así que creyentes y no creyentes -todo aquel que ha sido tocado por la palabra del Evangelio- tenemos motivos para alegrarnos: ¡Feliz Navidad! Hodie Deus natus est!

lunes, 13 de diciembre de 2010

Nacionalismo chic

El nacionalismo lo inventaron, en el fondo, los franceses: la idea -revolucionaria entonces- era no dejar dividido el país por las ambiciones de clérigos, nobles, terratenientes: sólo hay un soberano, el Pueblo. Tampoco perdió su aura romántica y su vocación progresista cuando sirvió de soporte intelectual a las luchas que llevaron a cabo los pueblos sometidos por el colonialismo (en la India de Gandhi, por ejemplo). Todo eso terminó tan pronto como el nacionalismo se convirtió en lo que es hoy, al menos en este país: un instrumento de confrontación manejado por élites económicas, que crece sobre una retórica de la violencia. Y entonces es posible ver a un multimillonario como Laporta adoptar, sin rubor, la retórica de un campesino de Chiapas, o a una actriz porno colaboradora del Programa de Ana Rosa, como Lucía Lapiedra, clamando contra la opresión. Ya nadie se esfuerza por tapar el hedor clasista que exhala, y cuyas reivindicaciones no se diferencian de las de una clase de banqueros que decidiese crear un Estado propio para no tener que financiar los subsidios de los camioneros. Adeu Espanya! no es la voz dolorida de Maragall, sino la voz ronca por el Bombay Sapphire, despidiéndose desde un yate privado que ya ha partido.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Igualdad animal

He de reconocer que me fascinan las cosas que hace el movimiento animalista. "Rescatar" once gallinas de una granja o llorar en plena calle con el cadáver de un bicho muerto sacado de la basura son acciones que me dejan pensando en qué cosa tan extraña es el ser humano. Por mucho material genético que compartamos con las otras especies animales, no hay, desde luego, ninguna que haga cosas tan extravagantes. Por mucha empatía que los primatólogos descubran en los chimpancés, ninguno de éstos rescata gallinas ni ensaya coreografías con cadáveres de gatos. Entre lo estúpido y lo sublime, la generosidad y el odio, no cabe duda de que la intención parece, por lo menos, buena. Ocurre, sin embargo, que nuestros propios prejuicios morales nos hacen creer que toda lucha por la felicidad ajena es generosa y digna de alabanza. Nos ocultan, en cambio, qué complejos y perversos mecanismos psicológicos llevan a los miembros de una especie inteligente a ir contra sus propios intereses vitales: renunciar al consumo de animales es, ante todo, una victoria sobre uno mismo. Recuerda a esa exaltación que, según Freud, siente el Yo cuando se ve capaz de renunciar al instinto: esa falsa superioridad que crea la moral cuando somete al cuerpo. Pero querer salvar precisamente a los animales: ésa es la cuestión interesante. Salvar a aquellos que no tienen ideas distintas, que no atacan mis convicciones, que no niegan mi deseo, que no molestan, que no se comportan impredeciblemente, que no ensucian el mundo, que no mienten: toda esta pureza rousseauniana rezuma tanto odio a lo humano... Se ve qué largo es el brazo del autodesprecio ascético, incluso allí donde todo rastro de la religión parece haberse esfumado. Mientras todos los animales de la tierra se esfuerzan en perseverar en su ser, el ser humano se sacrifica a extrañas exigencias morales y mueve cielo y tierra para realizarlas.

Decididamente, no somos iguales.

sábado, 11 de diciembre de 2010

C.G.T.

Concurso General de Traslados de profesores: enésimo motivo para odiar el sistema de las Autonomías y el artículo 2 de la Constitución.

Ala, ya lo he dicho.

martes, 7 de diciembre de 2010

Cuando el bien es noticia

Estos días no logro quitarme de la cabeza dos conversaciones: en la primera, estoy sentado hablando con los representantes de una Mesa Electoral Sindical, y empezamos a reflexionar sobre el hecho de que, cada cierto tiempo, aparece en televisión la noticia de que alguien se ha encontrado una cartera con dinero y la ha devuelto a su dueño. La reflexión es fácil: ¿qué demonios pasa en una sociedad cuando el bien es noticia? La segunda conversación tiene lugar con un amigo, que me cuenta que alguien ha roto el cristal del coche de su padre para robarle la acreditación de minusválido que permite aparcar en las zonas habilitadas para ellos. La reflexión también es fácil: ¡cuántos hijos de puta andan sueltos! Leyendo el periódico, me encuentro con el informe PISA, que vuelve a demostrar lo lerdos que somos, pero que no recoge ningún dato sobre la atrofia moral. Me pregunto si ambas cosas irán unidas: al fin y al cabo, una sociedad que vive de incentivar el consumo aporta todos los medios posibles para crear hedonistas preocupados por esa felicidad con la que sueñan las vacas y los ingleses (decía Nietzsche), pero carentes de generosidad, de capacidad de trabajo, de sentido para el bien colectivo. Ese hombre del que nada dice el informe PISA es el mismo que ahora se pretende domesticar con dos horas semanales de Educación para la Ciudadanía: ese narcisista en que se cumplen -si no escatológicamente, sí al menos sociológica y psicológicamente- las palabras de Cristo: "el que quiera salvar su vida, la perderá".

Los buenos ideales

Como es sabido, la izquierda política tiene su origen en la posición que ocupaba el Tercer Estado frente al Rey desde 1788. Originalmente, la izquierda encarnaba, pues, la mayor parte de políticas progresistas, así que, obviamente, su enemigo no era el liberalismo, sino el conservadurismo (o más exactamente: la "reacción"). Literalmente, la oposición se establecía entre quienes querían cambiar el statu quo y quienes querían conservarlo. Sin embargo, el cambio propugnado por la izquierda tenía un contenido bien definido: universalización de derechos, libertades individuales, abolición de privilegios. Incluso en los años de Marx, donde las condiciones socio-económicas habían cambiado sustancialmente, la izquierda significaba aproximadamente eso mismo. Ser de izquierdas significaba universalizar los derechos en un mundo donde la posición social era un destino casi religioso. Entonces, ser de izquierdas era, efectivamente, casi sinónimo del compromiso ético, como defienden aquí.

Sin embargo, todas las ideologías se petrifican rápidamente en catecismos de lugares comunes y tópicos mal disimulados. Y tan pronto como se erigen a sí mismas en jueces de la realidad, sucumben a la tentación totalitaria. Los buenos ideales son buenos como lo son los cómics de superhéroes: no hay placer que supere al de imaginar la aniquilación absoluta e incondicionada de los malvados por encima de todos los límites que impone la condición finita del hombre. Sin embargo, el bien ético sólo lo es en la realidad: sólo es bueno aquello que efectivamente hace el bien. O sea: crea condiciones de vida más justas, hace a la gente más feliz. En esto soy poco kantiano: no me interesan demasiado las buenas intenciones, y desconfío especialmente del entusiasmo con que actúan los iluminados por un bien que les habla siempre sotto voce: ese agustinismo que tan mal les sienta a los líderes revolucionarios y a los directores espirituales. Colectivizar los medios de producción no es, a priori, más ético que dejarlos en manos privadas: es el resultado de ambas acciones, siempre a posteriori, el que determina su idoneidad. Y ese resultado puede incluso variar según las circunstancias: en un determinado momento puede ser necesario colectivizar; en otro momento puede ser un simple despotismo. El izquierdista que cree que la intervención del Estado siempre amplifica el bienestar colectivo es tan dogmático como el liberal que cree en una "mano invisible" que corrige indefectiblemente los defectos del mercado libre, y saca bien de todo mal. Es la realidad la que debe juzgar la validez de nuestras ideas, no al revés. Malos son los buenos ideales que creen poder prescindir de la naturaleza de las cosas, porque se creen artífices de una nueva naturaleza: "En verdad -enseñaba Zaratustra- sus salvadores no surgieron de la libertad y del séptimo cielo de la libertad! En verdad, jamás marcharon sobre las alfombras del conocimiento. El espíritu de estos salvadores estaba lleno de lagunas".

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Informe semanal

La semana avanza. En la pared de la sala de profesores hay un reloj cuyo segundero se mueve con un ritmo homogéneo: no hay segundos distintos, todo es un flujo constante en el que cada instante engulle al anterior. Me parece un reloj heraclitiano: el mío, que pasa de segundo a segundo discontinuamente, es claramente atomista. Escucho la radio, que es, con la televisión, la Fenomenología del espíritu postmoderna, que narra en directo el devenir de la época: la Bolsa explota la burbuja europea de felicidad social, pone y quita leyes como Dios ponía y quitaba emperadores. Definitivamente, se acabó el tinglado. Es el fin del fin de la historia. La izquierda privatiza empresas públicas y limita las ayudas a los parados, mientras que la derecha hace ruido protestando por los recortes sociales. Todo fluye, en efecto. Entretanto, se cumple el viejo sueño democrático de la sociedad transparente: los trapicheos más inconfesables del gobierno más poderoso (¿aún?) del mundo, al alcance de las amas de casa y el Dalai Lama. Pero lo peor llega con la noticia de la muerte de Leslie Nielsen (viendo cómo crece el caos alrededor, uno recuerda aquel gran Aterriza como puedas, y el momento en que el director del aeropuerto confiesa: elegí un mal día para dejar de esnifar pegamento). Tempus fugit. El ser y el no ser se engendran mutuamente: los días y las noches, la riqueza y la pobreza, la vida y la muerte. Como el verano ha engendrado este invierno hostil y anticipado que, tampoco él, durará eternamente.