miércoles, 11 de marzo de 2009

La razón y la muerte (un sueño)

Hace tiempo tuve el siguiente sueño: voy subiendo por una escalera de metal a la azotea de mi casa. En el sueño, mi casa es desorbitadamente alta y tardo mucho tiempo en llegar arriba. Mientras avanzo, siento un vértigo enorme, por lo que subo con mucho cuidado, paso a paso. Cuando ya estoy arriba y vuelvo la vista, me doy cuenta de que mi padre viene detrás de mí, y de que sube dando grandes zancadas. Tengo mucho miedo de que se caiga. Cuando le falta poco por llegar, da un extraño y temerario salto, y resbala.

Ha caído desde muy alto y, aunque no lo veo, sé que ha muerto. Siento un enorme dolor. Me dejo caer al suelo y lloro desconsoladamente. Pero cuando logro sobreponerme lo justo para asomar la vista, aparece mi padre, vivo y sonriendo, detrás de mí. Entonces lo observo e intento que me explique cómo es posible que se haya salvado, que esté realmente vivo. Aunque insisto en mi pregunta, él sólo masculla unas palabras, y rehusa darme una explicación, de manera que, a pesar de tenerlo otra vez allí, no consigue tranquilizarme del todo ni apagar mi sentimiento de tristeza, que me dura hasta en las primeras horas del día.

He interpretado el sueño así: ante el hecho brutal de la muerte y la frágil esperanza de la resurrección, la razón se ve arrastrada en el torbellino del porqué. Frente a ella (¿sobre? ¿tras? ¿bajo?), el desesperado deseo de negar la posibilidad de que mueran aquellos que amamos, y al mismo tiempo, la incapacidad absoluta –incluso para el inconsciente, tan poderoso fingiendo anhelos– de explicar cómo podría eso ser posible.

2 comentarios:

Jesús Beades dijo...

Muy bueno. Esa es una de la pesadillas más universales, y que no logramos espantar ni con la fe en la Resurrección (si no, ¡qué fácil sería hacerse cristiano y permanecer fieles!)

Anónimo dijo...

¿Sueñas con la resurrección? Caramba. Realmente, los poetas, los buenos poetas, sois distintos a los demás hombres, que sólo soñamos que nos quieren o no nos quieren, que comemos o que tenemos hambre, que perdemos el tren, que hay alguien raro en la puerta de casa, que nuestro jefe nos pilla fumando aunque no fumemos, que hablamos con alguien que murió hace mucho.

Ya sabes lo de Shakespeare: “Somos del mismo tejido que nuestros sueños”. Así que enhorabuena.