miércoles, 28 de octubre de 2009

Los patriotas

Javier Arzalluz nos vuelve a brindar, aquí, un buen ejemplo de aquello sobre lo que conversamos en una entrada anterior: lo impúdico, lo despreciable, lo antidemocrático del nacionalismo supuestamente moderado no es su deseo de construir un nuevo Estado para el territorio que él acota como "su patria". Lo indignante es ver cómo, una y otra vez, califican de "amigos" a quienes ni siquiera son capaces de denunciar que, para conseguir sus fines, se pongan bombas y se le pegue tiros a la gente. Para un demócrata, el orden de los valores es inverso: primero la vida, las personas, la incondicional defensa de lo más sagrado, de lo irrenunciable; después los programas, los deseos legítimos, las reformas políticas. Amigos: los que mueren a manos de los despreciables; enemigos: los que no levantan la voz o incluso sostienen la mano que debe apretar el gatillo. Pero para los patriotas la cosa va por otro lado: no se trata de reestructurar fronteras o desplazar competencias. Se trata de materializar una idea, de alumbrar un sueño escatológico. Este sueño es una obra de arte total, y para la consumación de esta visión mesiánica, el nacionalismo relativiza todas las contingencias del presente: seres humanos incluidos, por supuesto. Tener esto presente nos debe recordar que la civilización se encuentra siempre asediada por el mal, que hay fuerzas irracionales que acechan, como un ejército de insectos enloquecidos, los débiles pilares del bien. Que se debe sostener con firmeza los muros de la polis: pues más allá de ellos se extiende la barbarie.

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