sábado, 12 de diciembre de 2015

Ideología, violencia machista, emancipación


¿Qué es la ideología?

En la tradición marxista, la ideología tiene como misión garantizar la pervivencia del orden económico y las estructuras de dominación que le son inherentes. Se trata de un conjunto de ideas, más o menos coherente, producido por las clases dominantes para defender sus intereses. Así que la ideología es, por su propia naturaleza, reaccionaria. Voy a poner un ejemplo de nuestros días: un producto ideológico –que inunda el cine, la literatura, las redes sociales, la televisión, el discurso político– es la idea de que “cualquiera puede alcanzar sus sueños si se esfuerza lo suficiente”. Es ideología porque, mientras la gente cree que eso es así, no se da cuenta de que el sistema mismo en que vivimos impide de hecho que cualquiera pueda alcanzar sus sueños. Mientras creemos en el mito de una voluntad omnipotente, se nos escapa la verdad de un sistema que rara vez premia el mérito. En una carta a Mehring, fechada el 14 de junio de 1893, Engels definía la ideología del siguiente modo: «La ideología es un proceso realizado conscientemente por el así llamado pensador, en efecto, pero con una conciencia falsa (mit einem falschen Bewusstsein); por ello su carácter ideológico no se manifiesta inmediatamente, sino a través de un esfuerzo analítico y en el umbral de una nueva conyuntura histórica que permite comprender la naturaleza ilusoria del universo mental del período precedente». Si Engels tiene razón, la ideología solo es percibida como tal, solo es desenmascarada, cuando el período histórico llega a su fin. Mientras tanto, es incuestionable, al menos para la sociedad en su conjunto. Por eso está llena de tabúes. Por muchos análisis filosóficos que pueda hacer un pensador adelantado a su tiempo, la ideología es –para la sociedad en general– la verdad misma.


Violencia machista

Eso es, a mi juicio, lo que ocurre con la violencia machista en una cultura que no dispone de ningún paradigma moral ni andamiaje emocional para sus individuos y que, en lugar de soluciones capaces de alterar el orden social, ofrece en su lugar una ideología cosmética incapaz de disminuir significativamente los casos de violencia contra la mujer. Estos días hay una gran polémica por el tema de la violencia machista y la postura de Ciudadanos al respecto. Polémica excesiva, en mi opinión, dado que el programa de Ciudadanos recoge un alto número de propuestas encaminadas a terminar con esta lacra y el propio Albert Rivera se encargó de aclarar que lo que pretenden es elevar las penas de todas las violencias domésticas. Aún así, el socialista Antonio Hernando reprochaba hace unos días a Marta Rivera lo siguiente: "Si ustedes no son conscientes de que las mujeres mueren y son asesinadas precisamente por su condición, es que no han entendido nada". Sin embargo, el problema que vivimos cada día con cifras espeluznantes tiene que ver casi siempre con mujeres maltratadas y asesinadas, no por cualquiera, sino por sus parejas. ¿Por qué se obvia entonces la cuestión emocional y sexual, volcándose todo en la cuestión del género? Después de tantos años de políticas infructuosas, podríamos hacer el esfuerzo de plantearnos si la ideología no nos deja ver el bosque. Encontraríamos más claves resolutivas mirando en otra dirección. Por empezar con lo más obvio, la dirección de nuestro sistema educativo, que margina totalmente la educación en el conocimiento de uno mismo, en el control de las emociones, en la autoestima. Yo doy clases en un instituto de secundaria y veo constantemente parejas adolescentes inmersas en relaciones insanas, y cómo los jóvenes, sin apoyo del sistema y de la sociedad, crecen pensando que su autoestima, su felicidad y su éxito social dependen de lo que logren de su pareja. ¿Pero contra esto puede hacer algo un sistema que vive precisamente del descontrol de nuestras emociones, de esa falta de autoestima que explota el mercado? Por poner otro ejemplo, ¿no encontraremos claves en la permisividad con que –por falta de coraje político– se permite a los medios de comunicación emitir programas y series donde se repiten patrones verdaderamente vergonzosos en las relaciones de pareja? ¿Tampoco hay nada que analizar en el hecho, científicamente constatado en multitud de ocasiones (fuente), de que la testosterona está en la base de la conducta violenta y que ni la sociedad ni las instituciones enseñan a los individuos formas de gestionarla y canalizarla? 
La ideología devora completamente este asunto: por ejemplo, desde los colectivos feministas se denuncia "que el catolicismo tradicional, así como el fomento de estructuras y políticas públicas heteronormativas, hacen que esta violencia se perpetúe cada día en nuestra sociedad" (fuente), ocultando los datos reales de que en los países europeos de tradición católica -en el Parlamento de Polonia no hay, a día de hoy, un solo partido de izquierdas- hay menos casos de violencia contra la mujer que en Reino Unido o Dinamarca (fuente). 
Un último apunte ideológico: Pablo Iglesias pidió en su día (fuente) que se terminase con la excepcionalidad de los presos de ETA y, sin embargo, parece que la excepcionalidad penal en la cuestión de género le merece más respeto. No voy a entrar en la cuestión. Solo constato, una vez más, que el análisis de la realidad se eclipsa por los intereses particulares de las ideologías.

Emancipación

Hay mucha falsa conciencia detrás de las ineficaces políticas que padecen las mujeres en nuestro país. Al fin y al cabo, un planteamiento sanador implica necesariamente enfrentarse a las grandes contradicciones de nuestras sociedades, a sus problemas irresueltos, a sus huecos. Enfrentar de verdad el problema de la violencia –en general, y de la llamada violencia machista en particular– implica toparse con las estructuras más sólidas y más arcaicas de nuestra sociedad y de nuestra naturaleza, estructuras que no estamos dispuestos a cuestionar. No hay progreso en la historia que no pase por arrancar de raíz los tabúes y los dogmas ideológicos en los que se asienta cada época. Tabúes y dogmas que tienen como meta desviar la atención. Cuando estemos en condiciones de pararnos a pensar qué está ocurriendo en la cara oculta de la realidad, veremos un horror vastísimo y prácticamente eclipsado. Hay que escarbar mucho para encontrar, por ejemplo, que en EEUU se suicidan 30.000 personas al año como consecuencia de un divorcio (de las cuales 22.500 son hombres y 7.500 mujeres). También estos datos nos hablan de una sociedad que no ha sabido integrar el matrimonio y la vida familiar en el sistema económico, laboral y jurídico occidental. Los datos son parecidos en España: solo en 2013 se suicidaron 3870 personas (un 22% más que en 2010), y de ellas 2911 fueron hombres, frente a 959 mujeres. ¿No hablan estos datos contra la supuesta emancipación y contra el modo como están integradas las relaciones de pareja en el orden social? El suicidio mismo está silenciado. No se habla de él, ni los datos aparecen en los informativos o en las primeras portadas de los diarios. Una sociedad donde la gente (sobre todo hombres) se suicida  tras un divorcio dice mucho contra el dogma ideológico de la emancipación y la felicidad occidental. Algo similar ocurre con la violencia infantil, otra realidad espeluznante en la que no se pescan votos y cuyo análisis nos obligaría a replantearnos unas cuantas cosas. En 2012 fueron atendidos en hospitales 1778 niños como consecuencia de agresiones físicas y abusos sexuales. ¿Cuántos casos puede haber de maltrato no atendido? La Fundación ANAR, que se dedica a este problema, realizó 13.106 intervenciones solo en 2012. Hace poco conocimos la noticia de que, en China, un padre asesinó a su hijo por haberse orinado en la cama y, según UNICEF (fuente) en Australia una de cada diez personas considera adecuado castigar a sus hijos con palos o cinturones. Solo en Reino Unido 17.000 niños tienen que recibir atención especial por casos de maltrato. Esta violencia no gana votos, así que ni tiene adjetivos ni merece agravantes. Entre las acciones bienintencionadas pero ineficaces y la pura hipocresía, lo cierto es que seguimos realizando políticas de maquillaje –como las políticas lingüísticas, las campañas de concienciación– que no podrán acabar con el problema porque están a galaxias de enfrentar sus causas. "La verdad os hará libres", decía el Evangelio. Políticamente esto significa que no hay emancipación real allí donde no hay una constatación amplia y un análisis sin prejuicios de la realidad. Una realidad que está muy lejos de la imagen que nos venden cada día.


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