Me gustó mucho el debate de ayer en a3media, y no tanto por lo que allí se dijo, que fue poco y poco nuevo, sino por su contexto: en este país la política está dejando de ser un tabú conversacional y vuelve a provocar más interés que hartazgo. Más de nueve millones de personas vieron el debate y en Twitter no se hablaba de otra cosa. Muchos jóvenes que aún no han terminado el instituto ven los últimos debates y hablan de política. Y esta misma mañana, en una cafetería de barrio en Dos Hermanas, las señoras comentaban las propuestas en educación. Este país necesita una política nueva, y eso que precisamente los candidatos de la "nueva política" mostraron ayer qué fácil es caer en la vieja política del vacío: un discurso de mínimos para no pillarse los dedos con nada. En este sentido, he visto a Albert Rivera mucho más concreto y sólido en otras ocasiones, teniendo en cuenta que me sigue pareciendo la alternativa más viable al impasse político de este país. Hay que decir lo que se piensa de la guerra, de la contratación y de los impuestos. Precisamente ahí estuvo muy bien Pablo Iglesias cuando, por ejemplo, defendió el referéndum soberanista. Decir esas cosas nos aclara a los ciudadanos a quién no debemos votar si no queremos que una sola legislatura dinamite la gran conquista histórica de la unidad nacional. Los ciudadanos quieren oír discursos sólidos, propuestas viables, proyectos tangibles, para no correr el riesgo de que el discurso político se convierta, como decía Popper respecto de la pseudociencia, en un conjunto de afirmaciones infalsables, y por tanto, completamente irrelevantes. Ayer Rajoy, como siempre, se ausentó. Es el presidente que se oculta a sí mismo, el Sanctasanctórum, la Kaaba: en su no manifestarse, intenta crear la ilusión de su propia divinidad. Y como lo Absoluto no puede manifestarse (Éxodo, 33:18-23), mandó a su profeta Soraya, que no estuvo nada mal teniendo en cuenta que iba camino del Gólgota. Recibió a tres bandas, con cierta dignidad. A Rajoy, en cambio, no le gusta que le pregunten cosas. Las divinidades no dan explicaciones a la chusma. Por el contrario, sí estuvo en casa de Bertín Osborne, otra divinidad, en un bochornoso acto de propaganda grosera donde se alternaban relatos enternecedores de su infancia con fotos antiguas y música nostálgica. Pero de los sobres y de los pobres, de la política económica y de la economía politizada, de las aulas y los hospitales, no tiene nada que decir. La estrategia estética de Rajoy es la de los emperadores japoneses y los faraones egipcios: solo exponerse ante el populacho en escenificaciones de su propia grandeza. Con independencia de los frutos que pueda recoger de esta estrategia, ayer fue el peor del debate y demostró, una vez más, que no está a la altura de lo que merece España. Y eso que ni siquiera estaba.
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