Una falacia es un
argumento que viola las reglas de la lógica. Los profesores de filosofía las explicamos en clase a nuestros alumnos para que estén atentos a los malos
hábitos de nuestros políticos y tertulianos. Hay falacias de muchos tipos y
casi todas proceden del hecho de que la gente tiende a utilizar la razón para apoyar
lo que interesadamente le conviene a cada uno. Para entendernos, la falacia es
a la lógica lo que la prostitución al amor y la esclavitud al trabajo: una
forma más de dominación que pervierte y degrada en beneficio propio lo que
podría ser una oportunidad de libertad. Veamos algunos ejemplos en nuestro
conflicto político más candente.
1.
La falacia de la ventana rota. La propone Bastiat en
el siglo XIX: un niño rompe la ventana de un comerciante y, aunque lo lógico
sería compadecer al comerciante, el argumentador falaz convence a la gente de
que, en realidad, la acción del niño obliga a comprar una ventana nueva, lo que
es bueno para el cristalero, que a su vez comprará otras cosas con ese dinero
y, finalmente, redundará en beneficio de todos. Al final, la infracción es
presentada como un bien social, de la misma manera como los procesistas tratan de convencernos de
que la violación de la ley responde a una acción bondadosa cuyas consecuencias
serán estupendas, y de que romper la ventana nos beneficia a todos.
2.
Ad nauseam. Tal como suena: la técnica consiste en repetir mil
veces algo hasta el agotamiento, de manera que se produce la certeza emocional
de que ese algo es así, sin aportar un argumento verdadero que lo sostenga. Se
consigue, por ejemplo, repitiendo consignas una y otra vez hasta que estas
se convierten en lugares comunes que todo el mundo da por sentados. Del “España
nos roba” al “nada más democrático que poner las urnas”, las grandes consignas del
independentismo no aguantan la confrontación con la realidad: tributar más por producir
más no es ser robado, y la democracia no consiste en votar sobre cualquier cosa
de cualquier manera.
3.
Ad populum. Es un argumento típico en las concepciones degradadas
de lo que es la democracia y se repite mucho a la hora de exigir “derechos”.
Consiste en basar la verdad en la convicción de un grupo cualitativamente
numeroso. Si tanta gente considera que tiene derecho a crear un nuevo estado
vía referéndum, debe ser verdad. Obviamente, esto es tan arbitrario como
afirmar que un municipio de seiscientos habitantes tiene derecho a eso mismo.
En los estados democráticos, los procedimientos de toma de decisiones están
legalmente determinados.
4.
Ad ignorantiam. Razona así: “No vamos a salir de
Europa, no vamos a dejar de usar el euro, no vamos a perder nuestra
nacionalidad, no vamos a hundir el país en el caos administrativo ni la
economía va a verse dañada, y la razón de todo ello es que nadie ha demostrado
lo contrario”. En efecto, basar una afirmacion –especialmente sobre futuribles–
en el hecho de que nadie ha demostrado lo contrario permite defender fenómenos
paranormales tan diversos como el independentismo, los extraterrestres y la
vida inteligente en Gran Hermano.
5. Mi madre me dice que
coma sano. Puedo responderle que es una persona autoritaria que no quiere que
disfrute libremente de la variedad gastronómica que me ofrece la vida urbana.
Pero si lo hago estoy cometiendo la falacia
del hombre de paja, que consiste en convertir al adversario –tergiversando
la realidad– en un pelele fácilmente vapuleable: así, en lugar de afirmar que
el gobierno autonómico tiene límites en el ejercicio del poder, puedo decir que
“los catalanes somos inquilinos de un casero hostil” (Artur Mas), o en lugar de
decir que hay un conflicto de competencias, puedo afirmar que “España ha
declarado oficialmente la guerra a Cataluña y a partir de ahora los combates
serán directos, feroces y diarios” (Víctor Alexandre), y también puedo, en vez
de reconocer la realidad tributaria de un país, exclamar indignado que “no
tenemos que pedir limosna a los ladrones” (Alfons López Tena). Suele funcionar
bastante bien.
6. Post hoc ergo propter hoc. Suena como una cafetera cayendo por unas
escaleras, pero es el nombre de la falacia más querida por el pensamiento
mágico: un tipo en taparrabos mueve unas maracas, después cae la lluvia,
ergo... el tipo en taparrabos es un poderoso chamán capaz de hacer llover. La
razón de que Cataluña quiera la independencia es el hecho de que una vez fue un
reino autónomo. Dejando al margen lo cuestionable del dato histórico, es obvio
que el deseo de independencia es mucho más reciente y tiene que ver con causas
bien distintas a una mera causalidad histórica que no tiene relevancia en el Reino de Navarra ni en el de Granada, por ejemplo.
7. Petición de principio. Es un argumento circular que da por supuesto aquello que pretende demostrar. El
nacionalismo –y su fiel aliado, el autodeconstruido socialismo catalán– afirman
que la necesidad de la independencia viene causada por las acciones del
gobierno central, pero ocultan que esas acciones a su vez fueron causadas por una
política que buscaba deliberadamente el conflicto. La estrategia nacionalista es:
crear un problema, provocar una reacción y luego decir que la reacción ha
provocado el problema.
8. La falacia de la falsa analogía es muy habitual en
política. La usó Rajoy cuando dijo aquello de que la economía de un país es
como una casa: no se puede gastar lo que no se tiene. En esa línea de
comparaciones arriesgadas, los independentistas argumentan que la relación
entre España y Cataluña es como un matrimonio en el que uno de los cónyuges quiere
forzar al otro a mantenerse en una relación que ya no desea. La analogía podría
hacerse con un padre que quiere romper el matrimonio sin hacerse cargo de los
hijos, con una aldea que decide prenderse fuego con el cincuenta y tantos por ciento de los votos o con cualquier otra ocurrencia que, en realidad, no hace más que
desvirtuar la complejidad del problema y llenar las cabezas de la gente de una
indignación injusta. Lo cierto es que un Ayuntamiento está subordinado a una Comunidad Autónoma como esta
lo está al Estado y este a los organismos y tratados internacionales. Es
precisamente la fragmentación del poder lo que garantiza un estado democrático.
Los independentistas quieren un poder absoluto. Al no aceptar un límite al
propio poder ni una autoridad de mayor rango, son absolutistas, es decir,
reaccionarios. Pero una buena falacia siempre sirve para disimularlo todo.
9. La incoherencia no es propiamente una
falacia, pero sí una condición que imposibilita el discurrir lógico. Incurren
en ella quienes pedían respeto a la legalidad y a las instituciones cuando el
pueblo indignado cercaba el Parlamento de Cataluña pero ahora afirman, en
nombre del pueblo, que no tienen que respetar la legalidad ni las
instituciones.
10. Lo mismo ocurre
cuando utilizamos en la argumentación conceptos
abstractos o metafísicos que no tienen un referente claro en la realidad
empírica. La voluntad de los ciudadanos puede medirse, hasta cierto punto, en
unas urnas. Pero que a los nacionalistas la voluntad popular les importa
bastante menos que una concepción metafísica de lo que son España y Cataluña lo
evidencia el hecho de que Joan Tardá afirmara hace solo un año que “cuando
hayamos proclamado la república en Cataluña seguiremos viniendo al Parlamento
español, por supuesto; porque hay dos territorios, el País Valenciano y las
Islas Baleares, dos territorios de los Países Catalanes, que seguirán siendo
todavía territorio del Estado español”.
11. Falacia naturalista. La proponen los
filósofos británicos para criticar el empeño en identificar lo bueno con “lo
natural”, como si de un determinado tipo de realidad pudiera deducirse el bien.
Es muy propio de ciertas morales religiosas: la homosexualidad no es natural,
luego debe ser mala. Para entender en clave independentista esta identificación
metafísica entre bien y naturaleza baste recordar las palabras de Josep María
Pelegrí: “Comer en clave catalana es comer en clave saludable”. Y a la inversa:
si el bien emana del ser catalán, el mal emana necesariamente del ser español,
que es su antítesis metafísica: “La corrupción en Cataluña es una consecuencia
de su españolización en las últimas décadas” (Salvador Cardús).
12. Falacia de la alegación tendenciosa, que yo llamaría, para nuestro caso, la falacia del conquistador. Es el
argumento más viejo y también el más falaz. Identifica a Cataluña –o al País
Vasco o whatever– como un territorio
ocupado, colonizado por una potencia imperialista. La falacia consiste en
seleccionar los datos que confirman la propia tesis (la guerra de Cataluña en
1714, por ejemplo) mientras se obvian aquellos hechos que desmienten la propia
tesis (por ejemplo, el abrumador apoyo de Cataluña a la Constitución del 78 o
el hecho de que fue una guerra –imperialista, ¿o esta no?– la que llevó a Jaime I el Conquistador a
conformar eso que ahora los nacionalistas asumen como su nación, la de los Països
Catalans).
13. Además de las falacias lógicas, existen ciertas actitudes argumentativas que podríamos llamar falacias psicológicas. La que voy a explicar ahora –aclaro desde ya que no existe en ningún tratado de lógica– yo la llamaría la falacia del chivo expiatorio. Si hay
una barbaridad intelectual que no falta en la historia de las barbaridades políticas
es esta. La explica muy bien Girard en su famoso libro del mismo nombre. Se
trata de coger a un pueblo en un mal momento –económico, social, político– y
convencerlo de que sus males tienen un culpable fácilmente identificable: el
chivo expiatorio. Toda la frustración, el descontento y la rabia –hasta
entonces metidos en la olla exprés del resentimiento colectivo– ya pueden salir
al exterior en una dirección bien dirigida. Es el momento de la euforia, de las
masas, de la barbarie.
14. La mentira del independentismo no nacionalista. Se trata de otra desviación
psicológica. Decir que odias a tus vecinos y que te sientes superior a ellos es
políticamente incorrecto, algo que uno no puede reconocer ni ante sí mismo, y
solo pensable en conflictos bárbaros como los de Palestina o Ruanda, donde la
gente termina tirándose granadas y amputándose miembros con machetes. Así que
se dice: “no tenemos ningún problema con el pueblo español”. O, en palabras de
la CUP, “no somos nacionalistas, sino independentistas”. Pero a menudo los
argumentos son la superestructura intelectual que oculta la estructura emocional
de la repulsa etnicista. Esto se ve en el hecho de que Barcelona y su cinturón
industrial no piden independizarse de Cataluña a pesar del enorme dineral que
invierten en subvencionar la Cataluña rural: allí no se ha inducido el veneno
del cálculo fiscal para justificar la segregación nacional. El independentismo,
como sus prestos aliados de la extrema izquierda, considera a España una mezcla
de cosas casposas de la que hay que escapar: ejército, tauromaquia, personajes
grotescos y corrupción política. En el fondo de la caverna psicológica
nacionalista una voz dice: “Nosotros seremos diferentes porque... siempre hemos
sido diferentes”.
4 comentarios:
Muy bueno. Las falacias ganan en número y densidad en la medida en que hay intereses (cuanto más sectarios, mejor) que tratan de imponerse. Preparando el siguiente vídeo:
https://www.youtube.com/watch?v=ViUNDiUx1Cw
encontré abundante material, particularmente procedene de políticos y tertulianos (en ocasiones estos coinciden). Allí pude constatar quiénes tenían menos escrúpulos a la hora de tratar de imponer su postura. Insistentemente todos ellos apelaban a la dignidad de esa misma gente a la que torticeramente trataban de manipular.
Como la pretensión del vídeo no era polémica, sino didáctica, finalmente no colgué esos vídeos y elaboramos otros más desenfadados.
Lo dicho, muy interesante la entrada.
Un cordial saludo
Qué bueno el video, muchas gracias por compartirlo!!
Breve corrección:
Ad populum: adular al auditorio para atraerlo a nuestra posición. Ejemplo: Ustedes, seres inteligentes, saben perfectamente que nuestro mayor problema se llama España.
Ex populo: intentar hacer creer que la verdad corresponde con la opinión mayoritaria. Ejemplo: Si tanta gente considera que tiene derecho a crear un nuevo estado vía referéndum, debe ser verdad.
Muy buena aportación, mensajes como este tendrían que difundirse entre la población catalana para contrarrestar el lavado de cerebro que día tras día lleva a cabo el independentismo (vivo allí)
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