lunes, 31 de diciembre de 2012

La melancolía de todo lo terminado

Con este sintagma termina Nietzsche un fragmento de Más allá del bien y del mal. Cuando las cosas comienzan a declinar, es entonces cuando se vuelve evidente todo aquello que pudieron ser y no fueron. La luz de su propio crepúsculo ilumina su imperfección, su vejez, su fracaso. Como los ancianos que, al final de sus días, abandonan el cuidado del presente y se adentran en la cueva de la memoria, como si allí nunca nada fuera demasiado tarde. Y, sin embargo, lo es. Hay una dimensión del mundo que está dada. Y el tiempo es su núcleo vivo. Allí donde percibimos momentáneamente que toda permanencia es ilusoria, es donde más evidente se vuelve nuestra finitud. Y nada hay, en verdad, tan desolador para nuestro ego postmoderno que este encuentro con su propia impotencia. No todo está en nuestras manos. El fin del año es un momento para el remordimiento o el anhelo. Pero entre estos dos modos rencorosos de estar en el tiempo, entre la añoranza de lo que no pudo ser y el deseo de lo que será, está esa estancia que describe Eliot en sus Cuatro Cuartetos, en la que todo el tiempo está contenido en el ahora. En la fuerza extraída del dolor pasado y en la energía conquistada por nuestro propio proyecto. Y así, en el tránsito de un año a otro aprendemos que vivir es el tránsito mismo, la habitación serena del ahora, por cuyas ventanas contemplamos cómo fuera brillan las flores cubiertas de rocío, distintas pero iguales cada año, como bocas de pájaros cantando una liturgia secreta en la mañana.

1 comentario:

Nicolás Fabelo dijo...

¡Feliz 2013, Alejandro! Disfrútalo con la ilusión de todas las cosas por empezar este año.