sábado, 16 de octubre de 2010

La inmortalidad como ideología

Hace un par de días pusieron en La 2 un interesante programa en el que se entrevistaba a varios científicos que trabajan en el problema del envejecimiento. La idea es que la vejez no debe ser considerada un proceso natural inevitable, sino que puede y debe ser tratada como una enfermedad más: un deterioro orgánico cuyas causas pueden ser estudiadas, y sus consecuencias, revertidas. Destaca, sobre todo, el famoso Aubrey de Grey, con sus trabajos sobre "senescencia negligible ingenierizada" para rejuvenecer el cuerpo humano y conseguir un tiempo de vida indefinido. No pretendo entrar ahora en las consecuencias de esta posibilidad: cómo afectaría a la procreación, a los sistemas de división del trabajo, por no hablar de la enorme carga moral que supondría que el hombre tuviera que decidir su propia muerte. No quería hablar de todo eso, como digo. Tan sólo pretendo anotar cómo, una vez más, se perpetúan discursos que no hacen más que rediseñar -con el más sutil de los maquillajes: el de la ciencia- los viejos trasmundos de la metafísica: una nueva vuelta de tuerca a la incapacidad humana (occidental, al menos) de aceptar la finitud y a su vicio de postergar la felicidad a un mañana incierto. Como al Fausto de Goethe, el demonio promete belleza y felicidad al hombre moderno. Promete, pero nunca da. Mientras, esa promesa sirve como opiáceo para olvidar que las condiciones de vida material en el planeta empeoran. (En este sentido, es curioso constatar cómo las nuevas utopías relegan a un segundo plano la vieja cuestión social -que sí aparece aún en Campanella, o en un cientifista mesiánico como Bacon- para pronunciarse sólo sobre las mejoras científico-tecnológicas, sin responder a la cuestión de quiénes tendrán acceso a esas mejoras). Y, lo que es más importante, esa promesa sirve para olvidar también que el hombre occidental ya no concibe su propia felicidad como un estado corporal presente, sino que la sublima como un multiverso virtual. El resultado es la ansiedad del perpetuo consumidor: el trabajador que toma bayas del Goji con zumo de arándanos antes de acostarse y que, tras escuchar hablar a los biólogos sobre la senescencia, se duerme soñando con que mañana -siempre mañana- le espera la vida eterna.

5 comentarios:

Nicolás Fabelo dijo...

Una de las muchas implicaciones sociales de una supuesta inmortalidad por detenimiento del envejecimiento sería el enorme agravamiento legal de un homicidio, ya fuese voluntario o no. Viviríamos con mucha más angustia la eventualidad de un fatal accidente o del encuentro con un atracador a mano armada...

soy... dijo...

Es lo mismo que decir que no somos lo que somos, que somos "algo más" y que en un futuro de distancia incierta sabremos lo que somos...

El uso de la palabra inmortalidad suena hermoso y actractivo a la percepción humana; confunde. La manera de entender semejante disparate es que si vives 10 elevado a 500 años este periodo de tiempo es un lapso imperceptible con respecto a la inmortalidad, diminuto; no hay diferencias significativas desde el punto de vista del tiempo entre vivir 5 años y 10 elevado a 500.

Hás hecho un buen enfoque del tema, que por cierto no es nuevo, pues vi varios documentales hace unos 4 años sobre el tema y me reia solo escuchando esa necedad.

soy... dijo...

"...Tan sólo pretendo anotar cómo, una vez más, se perpetúan discursos que no hacen más que rediseñar -con el más sutil de los maquillajes: el de la ciencia- los viejos trasmundos de la metafísica: una nueva vuelta de tuerca a la incapacidad humana (occidental, al menos) de aceptar la finitud y a su vicio de postergar la felicidad a un mañana incierto..."

Iba a dejar pasar esta parte.

Por observaciones como esas, que tienden a pasarse por alto, siempre estoy esperando lo que publicas.

Alejandro Martín dijo...

Muchas gracias a los dos por vuestros amables comentarios. Es curioso cómo, por el hecho de presentarse como ciencia, este tipo de discursos pasan tan a menudo desapercibidos al ojo de la crítica filosófica.

Mercuzzio dijo...

¿A qué llamamos ciencia? ¿Cuál es, cuál debe ser, su estatuto epistemológico? ¿Todo vale? ¿Todo es relativo? ¿Existen absolutos? ¿Debemos cargar con nuestra propia debilidad, defectos, incapacidades? ¿Podemos llegar a ser semidioses (o sin el "semi")? ¿Cuál es el límite? ¿Acaso existe? ¿Por qué hay quien decide por mí? ¿Acaso no existe la libertad individual? ¿...?

Se nos aportan las "soluciones" bajo un halo de cientificismo. Pero, ¿quién hace las preguntas?

Un saludo.