domingo, 22 de febrero de 2009

La ciudad y los árboles



No es necesario ser un fiel votante de Los verdes para desear que las ciudades estuvieran llenas de árboles. En la dimensión estética de las urbes modernas se repite la vieja contraposición, forjada en los comienzos de la modernidad, entre naturaleza y cultura. Hace mucho tiempo el hombre conquistó cierto espacio de seguridad y libertad arrancándoselo al que entonces era el reino de la arbitrariedad, el miedo y la incertidumbre. Pero ese espacio acabó convirtiéndose en la jaula de hierro de la que hablaba Weber. Freud lo explica de una forma hermosa y triste: la renuncia cultural a la satisfacción ciega de nuestros deseos nos otorgó seguridad al precio de la infelicidad y el desasosiego. Por eso ahora, de cuando en cuando, miramos con melancolía aquel útero del que una vez salimos para no volver nunca. Tuvimos que matar a la terrible madrastra que fue un día la naturaleza para hacer surgir de ella la imagen de una madre amorosa. Por eso, cuando paseamos por las calles geométricas de asfalto, rodeados de máquinas, símbolos y normas, parece como si los árboles nos dejaran respirar de nuevo, en la fingida paz de un mundo que sabemos para siempre perdido en el pasado.

1 comentario:

José Miguel Ridao dijo...

La entrada es muy evocadora. No conocía la cita de Freud; es hermosa, triste y certera. Los antiguos llevaban una vida muy sacrificada, pero sospecho que el desasosiego no lo conocían; la infelicidad seguramente sí, pero otro tipo de infelicidad, más enraizada en la tierra. Cuando puedo me escapo a mi refugio en un pueblecito de la sierra y me sumerjo en un ritmo de vida distinto, de otro tiempo. Un saludo.