1) Las argumentaciones gremiales tienen mala fama. Parece que defender la filosofía debiera ser algo más excelso que defender las condiciones laborales de los filósofos. Y lo es. Pero tan legítimo es que los agricultores protesten cuando se les retiran subvenciones como que los filósofos protestemos cuando se nos quitan horas. Porque la cuestión es ésta: uno dedica cinco años de su vida para sacarse una carrera, malgasta otro en el CAP -ahora máster- y se encierra otra temporada en una biblioteca para aprobar unas oposiciones. Y esta inversión de vida, de tiempo, tiene lugar porque uno confía en la estabilidad del puesto al que opta. Opositar es como invertir en un fondo garantizado (poca rentabilidad, máxima seguridad), pero cada vez se parece más a uno de alto riesgo (sin contraprestación económica). Incertidumbre, bajadas de sueldo, desplazamientos, absorción de horas en asignaturas distintas a la propia... En mi caso -y cada uno tendrá su historia- descarté otras posibilidades laborales en el ámbito privado y me decidí a opositar, entre otras razones, porque la filosofía era una materia que se enseña sobre todo en Bachillerato, y la Ética, en el último curso de la obligatoria. Opté a eso, y no a cualquier otra cosa. Tenemos derecho a protestar por el ataque injustificado que supone la reforma de Wert a nuestro puesto de trabajo. Pues ¿qué se supone que haremos para completar nuestro recién engordado horario, ahora que la Ética y Filosofía II pasan a ser optativas, es decir, a desaparecer? Lo sabemos: daremos clases de materias para las que no estamos cualificados y para las que no optamos al opositar. Esto es malo para nosotros y malo para los estudiantes. Es malo para todos. Nadie quiere esta reforma, salvo Wert y aquellos a cuyos intereses sirve.
2) Hablemos del Ministro. Sus intervenciones públicas (desde Cataluña, pasando por la ratio de alumnos en las aulas, hasta su reciente autodesignación como toro bravo) revelan una personalidad zafia, sin profundidad, manipuladora y desafiante. Justo lo contrario de lo que cabría esperar de un Ministro de Educación y Cultura. Pero voy a intentar no convertir esto en un simple ad hominem. El universo educativo (padres, alumnos, profesores) lleva años esperando a ese mesías que se sentará en una mesa con la oposición y con los agentes educativos para dar de una vez una solución nacional y radical al problema educativo, una solución con vocación de permanencia y sin lastres partidistas. Esto es una urgencia nacional cuya desatención ha provocado y provocará el empeoramiento de la calidad de la enseñanza y, consiguientemente, de la vida económica, laboral, social y cultural de este país. Wert, como sus antecesores, va a perder la oportunidad de revertir el curso histórico de las leyes educativas españolas. En lugar de comportarse como un toro bravo, debería coger el toro por los cuernos y crecerse ante la verdadera adversidad, que es la de la situación educativa española. Pero Wert es un sociólogo, y su reforma es la reforma de un sociólogo. El borrador de la nueva ley educativa exhala ese aroma de la sociología decimonónica, según la cual la filosofía es sólo una etapa superada en el desarrollo del pensamiento. Pero mientras que para Comte la filosofía se superaba en la ciencia, para Wert la filosofía se supera en la sociología misma: "el fin de la enseñanza es la socialización de los alumnos", dijo. Esta es la monstruosidad ideológica que se esconde tras su reforma.
3) ¿Para qué sirve la filosofía? En clase siempre traigo un texto de Deleuze que se puede leer aquí. Pero hoy quisiera comentar otro aspecto. Si hay algo en el sistema educativo que está bien hecho es -con algunos matices- las asignaturas que en él se imparten, porque si el fin de la enseñanza es hacer humanos a los seres humanos, esto se consigue dándoles las herramientas para desarrollar aquello que son. El hombre tiene diferentes habilidades (físicas, lógicas, imaginativas, morales, estéticas) y las asignaturas clásicas han desarrollado estas habilidades. Yo no sé matemáticas, pero sé que no sería la misma persona de no haber estudiado matemáticas. Y, así, la filosofía es ya prácticamente la única asignatura que permite trascender el orden de lo fáctico para reflexionar desde un lugar distinto. Combina la inteligencia lógica y la imaginación poética en la experiencia que da origen al pensamiento occidental, a la ciencia y a la subversión política: ¿es éste el único mundo verdadero o es posible "salir de la caverna"? ¿Quién va a dar a los alumnos esa perspectiva cuando Wert corra su lápida sobre la entrada de la caverna?
Cierro con una anécdota: en cierta ocasión me mandaron a un alumno de 2º de la ESO castigado a la clase de 2º de Bachillerato. Lo sentaron en la última fila y le dieron tarea. Era un chico noble, pero muy conflictivo, que vivía en unas condiciones muy difíciles que no voy a detallar. Yo explicaba a Descartes mientras él garabateaba algo en su cuaderno. De pronto, alzó la cabeza y dijo: "Hostia, es verdad, ¡qué paranoia!". Al día siguiente me buscó y me dijo: "ayer estuve toda la tarde sentado en un banco con mis amigos y no podía quitarme de la cabeza lo que contaste. Hasta me decían: ¿qué te pasa hoy?...". Esto es sólo una anécdota. Pero es una entre otras muchas. La filosofía despierta algo en el hombre. Algo radical. Hace que la mente se turbe, que no dé por sentado aquello en lo que acostumbraba a creer. Es el inquietante y doloroso despertar del espíritu lo que nos hace más libres, más críticos, más profundos, más radicales, más exigentes con aquello que podemos esperar de nosotros y del mundo. Más humanos, en fin. No debemos prescindir de ella.
3 comentarios:
Alenjandro, ate una vuelta por aquí
Meme Historia de la filosfía
Bienvenido de nuevo a la guerra
Ojalá todas las guerras tuvieran tan buenos compañeros de filas en la trinchera!
Exactamente lo que pretendía decir era, "Alejandro date una vuelta", pero veo que lo has comprendido. jejeje
Si lo corriges, te lo agradezco.
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