La Carta sobre la tolerancia de Locke es
una obra muy importante, de esas que marcan y describen perfectamente una época. Un famoso fragmento dice así: "No es la diversidad de opiniones (lo que no puede evitarse), sino la negativa a tolerar a aquellos que son de opinión diferente (que podría ser permitida) lo que ha producido todos los conflictos y guerras que ha habido en la Cristiandad a causa de la religión". Releyéndola hoy para sacar algún texto que usar en clase, me ha asaltado un
pensamiento perturbador. Se me ha ocurrido que, tras la indudable buena fe de
sus ideas, se esconde una superstición: la creencia en que se puede separar lo que el
hombre piensa de lo que el hombre hace, que es posible imponer una divisoria
política entre el ser y el hacer. Por ejemplo: que podemos permitir que el
hombre piense aberraciones, exprese ideas equivocadas, pierda su interioridad,
y que ello no ha de tener repercusión alguna en nuestra convivencia social y
política. Su fórmula sería: “Piensa lo que quieras, pero actúa de acuerdo a las
leyes”. Pero, ¿no muestra precisamente nuestro tiempo que tal cosa es imposible? Desde la violencia de género al terrorismo yihadista, ¿cómo seguir creyendo que se puede mantener la paz entre los radicalmente diferentes con la sola fuerza de una ley abstracta y de unos ideales cívicos que precisamente no todos comparten? Esa idea -que es la esencia misma de la modernidad y que garantiza la separación del espacio público del privado- podría ser entonces un simple mito, uno de los últimos mitos de la Ilustración.
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