viernes, 13 de octubre de 2017

Cosas varias al hilo de Cataluña

1. A uno pudiera parecerle incomprensible, a la vista de las noticias sobre el proceso electoral, sobre los resultados, la abstención, la fuga de empresas, la respuesta internacional, etc., que un soberanista no se plantee, al menos, que tal vez no sea el momento ni el modo de llevar hasta el final sus aspiraciones políticas. La razón de que esto no sea así y que sigamos viendo muy exaltada a la hinchada nacionalista es que vivimos en universos informativos diferentes. Los lectores de Ara y los lectores de El Mundo viven realidades distintas. En las redes sociales, el asunto es aún más grave: recibidas en su origen por ciertos intelectuales postmodernos (Vattimo, por ejemplo) como herramientas potenciales de comunicación universal, las redes sociales se han degradado hasta convertirse en microcosmos donde uno ya solo lee, mira y comparte lo que refuerza su sentido de la identidad y de la verdad. Literalmente, no vivimos en el mismo mundo. Y eso es jodido para el futuro de nuestras sociedades, más allá de la movida catalana.
2. El mito de “La Gente”, “El Pueblo” o “Nosotros”. Es la superstición más extendida por la Weltanschauung ibérica. El argumento nacional-populista dice así: son los catalanes los que deben decidir el futuro político de Cataluña, lo que equivale a decir: un tipo en Soria o en Sevilla no tiene derecho a votar la autodeterminación catalana. En cambio, nadie cuestiona que los ciudadanos de los pueblos del Pirineo leridano, independentistas hasta la médula, condicionen con su voto el futuro del cinturón industrial de Barcelona, de Badalona, de Lloret del Mar o del Valle de Arán, ciudadanos a los que la erótica soberanista les pone bastante menos. Puestos a ser escrupulosamente respetuosos con la voluntad popular, ¿por qué no radicalizar la consulta y preguntar a las comarcas, a los municipios, para al menos constatar el absurdo de que un país pueda estar preguntándose a sí mismo permanentemente su identidad? ¿Por qué se cuestiona tan alegremente la nación legalmente constituida y se respeta con temor religioso la nación mitológicamente inventada? En los sistemas políticos no totalitarios, no hay "nosotros" más allá de la suma de "yoes". Lo que me lleva al siguiente punto.
3. “Autodeterminación” es un concepto ilustrado y tiene un sentido individual: Solo el individuo puede ser sujeto de autodeterminación. Es el núcleo indivisible, el átomo, de cualquier exigencia de libertad. La cuestión política solo entra en escena en relación a si el Estado favorece o entorpece el ejercicio de esa libertad individual, de esa autodeterminación. En Kant y en los ilustrados, de hecho, significa la capacidad de actuar de acuerdo a una norma que es pensada como común a todo el género humano, la capacidad de actuar por encima de las pasiones, las inclinaciones, las creencias. Así aparece históricamente también el concepto de nación, en el contexto de la Revolución Francesa: Cuando el pueblo se rebela contra una concepción patrimonialista del territorio y de los recursos y lleva a cabo la superación del Antiguo Régimen. Dicho de otra forma: Autodeterminación y nación representan justo lo contrario del nacionalismo.
4. Otra cuestión casi metafísica: El mito del “Referéndum” como solución a las tensiones políticas. Como es bien sabido, en 1995 Quebec organizó un referéndum de eso que la gente llama autodeterminación. La pregunta era tan ambigua que el legislativo terminó elaborando una ley (nacional) de transparencia (el "Clarity Act") para hacer frente a las escaramuzas dialécticas del particular Procés quebequense, ley en la que además se fijaba la participación del Parlamento nacional canadiense. Quebec respondió con su propia ley de autodeterminación en la que se evidencia que el referéndum no ha resuelto en absoluto la tensión política. Un referéndum soberanista es siempre una trampa: Solo sirve si el nacionalismo alcanza el poder total e impide cualquier marcha atrás. En el otro gran espejo del nacionalismo periférico español, Escocia, sucedió lo mismo: Poco después de celebrarse un referéndum de autodeterminación (ojo: concedido y regulado por el Estado de acuerdo a las leyes británicas) los nacionalistas escoceses ya estaban reclamando otro para aprovechar el tirón del descontento post-Brexit. El referéndum -no importa el resultado- jamás resuelve la tensión política. Solo la eleva a un nivel diferente.
5. En democracia creemos que solo el consenso disuelve -o al menos rebaja- la tensión: El acuerdo en que todos, al abandonar sus puntos de partida individuales y sus exigencias maximalistas, ganan un espacio común. La famosa convivencia. Pero el nacionalismo no dura mucho tiempo en el consenso. Por eso únicamente lo acepta como medio para acumular más poder y permitirse la creación de nuevas tensiones futuras. Es su ciclo natural. Ya había en España un consenso nacional: Es la historia de la democracia española y la fragmentación del poder nacional para dar sitio, espacio y cauces a las sensibilidades y aspiraciones nacionalistas. La situación actual es la negación del consenso alcanzado.
6. Otra cuestión metafísica: El mito de la “Mayoría”. Todos los políticos, sin excepción, intentan hacer suyo el sentir de la mayoría, como si esa fuera la cuestión decisiva. Pero no es exactamente así: La democracia es el gobierno de la gente, sí, pero a través de las leyes; la democracia es el gobierno de las mayorías, sí, pero con respeto a las minorías. Hay democracia donde el gobierno está sostenido por la mayoría, pero solo si ese gobierno está sometido a ciertos mecanismos de control. Una cuestión emocional, económica, política y socialmente tan compleja como la secesión de un territorio no puede ser dirimida en un referéndum por mayoría simple. La fórmula autonomista es precisamente una solución donde cohabitan varios sentidos de pertenencia.
7. El respeto. La izquierda es muy sensible: Se pone muy indignada cuando ve a unos ultras diciendo barbaridades en la calle o en las redes sociales. El otro día, la plana mayor de Unidos Podemos compartía por Twitter el video de un hombre en Sanlúcar de Barrameda al que le quitan con violencia un cartel pidiendo diálogo. Y me parece muy bien que sea tan intolerante con los intolerantes. Tiene, sin embargo, una doble vara de medir: todos estos periodistas, intelectuales, políticos, tuiteros, que se llevan las manos a la cabeza por las manifestaciones de violencia que consideran inaceptables, ¿se indignan igual cuando las juventudes nacionalpopulistas atacan los puntos de información de Ciudadanos, cuando las amenazas de muerte en las sedes de los partidos que no comulgan con el dogma identitario, cuando piden la violación en grupo de la líder del principal partido político de la oposición catalana, cuando las presiones en la Universidad, en los colegios, en los medios, cuando llaman "falangistas" y "fascistas" a quienes se manifiestan en defensa del orden constitucional? Se ve que, también aquí, el respeto depende sobre todo del cariz ideológico de las víctimas y los verdugos.
8. Otra constante en nuestra nueva izquierda: La falacia de los nacionalismos simétricos. La bandera de España, agitada en la manifestación constitucionalista, no es el símbolo de otro nacionalismo excluyente. No se ondea como símbolo identitario frente a otros (no deja de ser llamativo que apareciera tan a menudo acompañada de la senyera y de la bandera europea). La defensa de la unidad y la legalidad, del consenso y la convivencia, no puede ser puesta al mismo nivel que la defensa de una ruptura unilateral, el desprecio a las leyes, la imposición de una identidad sobre otra y la tensión social.
9. Qué le pasa a la izquierda de la izquierda. Lo explica muy bien Zizek, el gurú de los revolucionarios europeos: La izquierda que carece de criterio político propio se dedica a negar sistemáticamente el discurso de sus adversarios ideológicos. Son incapaces de compartir un espacio discursivo con los demás. Irene Montero salió el otro día en televisión para explicar que la declaración unilateral de independencia no tenía legitimidad, pero que la aplicación de un artículo de la Constitución, ¡mucho menos! Cuando se conviertan en una fuerza política irrelevante y Rajoy vuelva a ganar las elecciones generales, tal vez tengan tiempo de pensar cómo lograron -en medio de la peor crisis económica, social y moral de nuestra historia democrática- la animadversión de la mayoría social de este país y la perpetuación del PP en el gobierno in saecula saeculorum, amen. Deberían echar un vistazo a los barrios obreros de las principales ciudades españolas y preguntarse por qué esos balcones desvencijados llevan días ondeando la bandera nacional.
10. Cuestión final. El nacionalismo no puede domesticarse. La cesión de competencias ha sido tan amplia que ya solo queda lo que Artur Mas reconocía el otro día precisamente como necesario para ejercer una independencia completa: jueces, hacienda, aduanas. Si consiguen eso, el camino a la secesión será imparable por la vía de los hechos consumados. Ayer, los líderes de los principales partidos nacionales hablaban de una reforma de la Constitución: ¿será para dar respuesta a las necesidades de todo el país, se abordarán las reformas institucionales que desea una mayoría de españoles, o supondrá solo una enésima cesión a las fuerzas centrífugas, a la espera de que la siguiente crisis tenga que resolverla otro?

5 comentarios:

Jesús dijo...

¿Tendrías ganas y tiempo de explicar lo que Rajoy debía haber hecho y no hizo y lo que no debía haber hecho e hizo con respecto al problema catalán?
Un abrazo, Alejandro.

Alejandro Martín dijo...

Pues en realidad, querido amigo, el asunto es muy complejo y ya he dicho mucho más de lo que mi conocimiento me permite y la prudencia aconseja. Ojalá nuestros gobernantes acierten en la vía más justa y beneficiosa para todos. Un abrazo!

Jesús dijo...

Mi pregunta pretendía entender el porqué de tu calificación de Rajoy como "el presidente más inepto...", que, en su contexto, supongo relacionada con el problema catalán. Dado que mi información es mínima en este asunto, como en tantos otros, iba a la caza de un juicio ponderado sobre la actuación de nuestro actual presidente. Pero sólo puede hacerlo quien cuente con un conocimiento suficiente del asunto, como tú bien dices.

Alejandro Martín dijo...

A veces se me va la mano. No sé si ha sido "el más inepto" porque la competencia ha sido ardua. En todo caso, no lo decía en concreto por el problema catalán, sino por su tendencia a no dar la cara, su falta de iniciativa para poner en marcha grandes reformas, como la educativa o la de la justicia, la pésima gestión de la corrupción en el propio partido, la pérdida de casi la mitad de votantes...

Jesús dijo...

En cualquier caso te agradezco enormemente tus reflexiones, oro puro en medio de los océanos de irracionalidad que nos invaden. ¿Qué es lo que está matando un día sí y otro también a la reflexión, a la razón, al logos, al argumento? ¿Estamos ante una de las típicas idas al otro extremo a la que tan acostumbrados nos tiene la historia: después de un "exceso" de Razón Ilustrada toca ahora un exceso de Pasión Des-Ilustrada? Yo pensé que el fiel estaba de vuelta hacia su centro pero veo que no. Supongo que hay que escribir varios libros para responder a mi pregunta.