domingo, 15 de marzo de 2009

La poesía y la música

No sé si será excesivo decirlo de este modo, pero hay pocos poemas memorables. Mientras la música triunfa, la poesía fracasa, pobre y desnuda, como la filosofía. No hay ningún poema estremecedor y definitivo, ninguno que pudiera cerrar el último capítulo de la literatura, ninguno en el que ya esté consumada y justificada la historia del lenguaje humano. Ésta sigue marchando a la búsqueda del poema que todos querríamos escribir: el que todos los poetas han imaginado una vez, el que algunos incluso han intuido, y pocos acariciado. Frente a la impotencia del lenguaje, tal vez la música sea una de las pocas tareas humanas realizadas, conclusas. Ahí están para probarlo la Pasión según San Mateo y según San Juan, el Magnificat (con su omnes generationes dejando caer todos los siglos sobre nuestros oídos), los abismos de Gesualdo, los solos de Hendrix, los discos de Paco de Lucía desde el 81 al 87 (por lo menos), el Morente de los años ochenta, pero también de Omega (gracias, Javi, por el descubrimiento), algunas óperas de Wagner (aunque a Woody Allen le den ganas de invadir Polonia), las primeras dos décadas del rock (The Doors, Clapton, Leonard Cohen, Led Zeppelin, Deep Purple, Jethro Tull...), las canciones que me cantaba en sefardí una amiga judía serbia (todavía hoy, al recordarlas, me recorre un escalofrío de los pies a la cabeza...) Si es verdad la definición aportada por Beades no sé dónde, citando a Lewis, de que la poesía despierta un deseo y lo satisface en parte, ¿no es la música el arte que despierta en nosotros un deseo y lo satisface del todo?

Tal vez el porqué de este hecho tenga que ver con el carácter total de la obra musical: es espíritu, como la palabra, pero espíritu encarnado en la madera, en el metal, en el viento, y espíritu que vibra y retumba en lo más profundo de nuestro estómago. Pocos rasgos tan diferenciadores de la música frente a otras artes como el hecho de que canse, especialmente -aunque no sólo- en el acto de su ejecución: la música consume energías físicas. Como partitura, como escritura fantástica, subsiste en un reino platónico de Ideas, pero aparece como fuerza natural, como aire, como tierra. Los instrumentos y los sonidos, pura materialidad más allá de todo símbolo, conocen sin embargo las claves secretas de nuestro cuerpo. Aunque no tienen significado, son significativos. Y pueden agitar todo el espíritu, hasta reconciliarlo de nuevo con el cuerpo en un último acorde, después de un viaje por el otro lado de nosotros mismos.

4 comentarios:

Jesús dijo...

Te arriesgas mucho al decir que "no hay ningún poema estremecedor y significativo", a no ser que se trate de un mera frase retórica. Yo creo que el Cántico Espiritual es un poema estremecedor, significativo y un millón de adjetivos más, una cumbre insuperable.
La reflexión, en cualquier caso, es magnífica, y se acerca mucho a las que, de cuando en cuando, en sus Paralipómenos (en la página web del arzobispado de Madrid) deja mi amigo filósofo-teólogo, Alfonso Pérez de Laborda, melómano entusiasta.
Un abrazo.

Alejandro Martín dijo...

Hola, Suso. Sabía que exageraba, al menos tomando literalmente mis palabras: de ahí mi titubeo inicial ("no sé si será excesivo"...) Pero no encontraba otra manera de decirlo.

A pesar de eso, no dije "estremecedor y significativo", sino "estremecedor y definitivo", tratando de poner de relieve que la poesía siempre deja "insatisfecho", en el sentido de la cita de Lewis.

Y ya que pones el ejemplo, y que me perdonen los filólogos: el Cántico espiritual gana mucho, en cuanto a la emoción, cantado por Morente...

Jesús dijo...

Perdón por mi error. El adjetivo definitivo da lugar a muchas interpretaciones. Si algo "maestro" es definitivo, hay cosas definitivas en todos los terrenos del arte: el Cántico Espiritual sería una de ellas, y cantado por Amancio Prado ¡¡el éxtasis!! No conozco la versión de Morente. Espero hacerme con ella.
Yo disiento de la cita de Lewis. Me he sentido totalmente satisfecho por muchas obras de arte: novelas, poemas, películas, cuadros, fotografías, canciones, partituras. Supongo que la textura espiritual de cada uno es la que tiene la última palabra en estas cuestiones.

Anónimo dijo...

Estoy muy de acuerdo contigo, Alejandro. Sobre la música, también es cierto que este lenguaje lo comenzamos a utilizar antes que el hablado, y, por lo tanto, mucho antes que el escrito, por lo que algo tendrá que ver.

Por otro lado, yo creo que ya que la música cumple su función y llega a su plenitud, la poesía (y mucho más la filosofía) debe seguir buscando, navegando en la introspección para profundizar más en los vericuetos del alma (como yo la entiendo. Cada cual que aplique su eufemismo o la falta del mismo). La asunción de la carencia nos tiene que impulsar.

Aunque a día de hoy me parece que nos hemos olvidado de qué es la poesía, y mucho más la filosofía (espero comprendas mi alusión sin ánimo de ofender, y en la que yo me incluyo como primero de la lista).

PD: No sé cuántas veces lo habré escuchado y todavía se me eriza el vello al escuchar Omega de Morente y Lagartija Nick