A los que vivimos fuera del País Vasco, uno de los aspectos del problema que más difícil nos resulta comprender es por qué miles de personas siguen apoyando una opción política que no sólo no se desvincula de la violencia, sino que a menudo la aplaude y apoya. Nos parece obvio que, por muy fuertes e irracionales que sean determinados vínculos afectivo-simbólicos, la defensa de la vida es, en condiciones socio-económicas normales, un valor infinitamente mayor y absolutamente incomparable a cualquier apuesta política. En el fondo, no nos damos cuenta de algo esencial aquí: el fanatismo nacionalista es un reactor con un núcleo incandescente, si se me permite reciclar la metáfora que Sloterdijk usó para describir la religión. Ese reactor está fabricado para consumir y liberar energías, y quienes se acercan a su núcleo corren el peligro de "ponerse al rojo". Es un reactor hecho de lenguaje, de símbolos, de consignas, de mitos... y también de lógica. Una lógica imperfecta, si se quiere, pero con pocas fisuras si prescindimos de su desorden original.
El reactor emocional del nacionalismo no puede apagar el natural sentimiento de empatía de los seres humanos, pero puede canalizarlo, transformarlo. En su famosa obra Eichmann en Jerusalén Hannah Arendt se preguntaba por los métodos utilizados por los nazis para conseguir la aparente eliminación del sentimiento moral entre los miembros de las distintas organizaciones. Y decía lo siguiente: "(...) De ahí que el problema radicara, no tanto en dormir su conciencia, como en eliminar la piedad meramente instintiva que todo hombre normal experimenta ante el espectáculo del sufrimiento físico. El truco utilizado por Himmler -quien, al parecer, padecía muy fuertemente los efectos de aquellas reacciones instintivas- era muy simple y probablemente muy eficaz. Consistía en invertir la dirección de estos instintos, o sea, en dirigirlos hacia el propio sujeto activo. Por esto, los asesinos, en vez de decir: "¡Qué horrible es lo que hago a los demás!", decían: "¡Qué horribles espectáculos tengo que contemplar en el cumplimiento de mi deber, cuán dura es mi misión!"".
Es el mismo lenguaje que utilizan los adalides de la izquierda independentista cuando hablan de las "dolorosas consecuencias del conflicto". Esta técnica evita la confrontación moral con el hecho mismo y sus consecuencias, para dirigir el sentimiento moral hacia un todo simbólico (la patria) como sujeto del sufrimiento. De modo que, como el reactor nacionalista existe, lo único que se puede hacer con él es "refrigerarlo". Y ello se consigue destejiendo la red de símbolos, de discursos, de espacios rituales... Ojalá el próximo gobierno vasco sea ese refrigerador.
11 comentarios:
¡Ojalá! Hace tiempo que le tengo ganas al libro de Hanna Arendt y creo que hoy me has dado el empujón definitivo. Impresionante el texto, como tu reflexión.
Recuerdo haber leído en algún lado que, tras iniciarse las primeras matanzas de judíos en ¿Ucrania? mediante fusilamientos, se comprobó que a los soldados ejecutores alemanes se les hacía muy duro. Entre otras razones, ésta fue una más de las que empujaron a buscar un método de matanza más radical y rápido que evitase el "ensuciarse" las manos. Conseguir una aniquilación "industrial" que pudiese prescindir de una ejecución humana directa.
Da vértigo.
Extraordinaria entrada, en el razonamiento y en el tono. Me ha recordado mucho y bien al poema de Jon Juaristi "Spoon River, Euskadi".
Suso: el relato de Arendt es impresionante. Tiene sus críticos, incluso entre los judíos, pero a mí me parece muy recomendable. Hay fragmentos al alcance de Google. Y una de las cosas que dice es precisamente lo que tú anotas: que la mayoría de los nazis no eran sádicos sanguinarios, sino que tuvieron que ser disciplinados para percibir los "horribles espectáculos" como parte del deber. En fin... tremendo.
Enrique: gracias por el elogio y la comparación (que también es elogio). Ese fantástico poema de Juaristi lo dice todo.
Hola Ale, soy Alberto, de Dos Hermanas. Brutal la entrada, es duro comparar la situación con un reactor, aunque aquí estemos lejos de un Chernovil, lo que se padece día a día hace que la comparación sea correcta. El hombre que explotó hace no muchos días puede verse como una muestra simbólica de la desesperación de la gente pacífica frente a la liberación opresiva de esas energías. El testimonio de Arendt es muy fuerte, supongo que habrás visto el Pianista, que siendo más leve, presenta también algunos nazis humanizados. Lo que dudo, supongo que como tú, es que se pueda apagar un reactor de golpe, o que si se apaga estemos a tiempo. Porque tantos años de pnv pueden haber contaminado de uranio muchas raíces. Por lo menos, eso sí, me parece muy esperanzador que se pueda ir cambiando algo, aunque de momento parece que no la tienen todas consigo. Un abrazo.
Aunque también sucede otro problema a mi juicio, y más ahora, que las elecciones han apenas finalizado. Oigo, leo el concepto de nacionalismo referido casi con exclusividad al nacionalismo vasco, gallego, catalán, etc. (también hay excepciones). (Casi) nunca se considera el nacionalismo español como tal, y yo creo que también está presente.
Si me permites la apreciación, hay una delgada línea entre el concepto de nación y nacionalismo, tanto de una región como de un país. Yo creo que es uno de los problemas de hoy en día. Se quiere vencer al fuego con fuego, y así se aviva más la llama. Cierto es que cuando hay un incendio, hay cortafuegos que se hacen con fuego, pero el viento es muy caprichoso, y como cambie de sentido multiplica su efecto destructor.
Del mismo modo, pienso que es una manera fácil de hacer votos, de alentar a la población (como has escrito: "(...) De ahí que el problema radicara, no tanto en dormir su conciencia, como en eliminar la piedad meramente instintiva (...)").
Este escrito es una excelente introducción a la reciente película "El lector".
Alberto, me alegra "verte" por aquí. Gracias por tu comentario, que completa muy bien este asunto. El PNV ha sido el gran artífice del reactor, claro. Y, aunque es un partido de indudable tradición democrática y pacífica, ha extendido un discurso y una mitología del resentimiento, del que se podía predecir la deriva violenta de parte de sus seguidores (al fin y al cabo, Ekin, que luego sería ETA, surgió de sus juventudes...) Si me paso el día diciendo que Euskadi está oprimida y que no se respetan sus derechos democráticos, es predecible que surjan gudaris dispuestos a su liberación.
Oliver, entiendo tu matización, pero no la comparto. En este asunto no creo en las equidistancias. Creo que el "nacionalismo español" existe, que fue fuerte hace años, y que es parcialmente responsable de los nacionalismos periféricos actuales. Pero, a día de hoy, está tan "refrigerado" que parece un cubito de hielo.
A este respecto es muy recomendable la lectura del magnífico ensayo de Adan Kovacsics "Guerra y lenguaje", referido a la Gran Guerra. Hasta los poetas de ambos bandos utilizaban los versos para inflamar los ánimos. Y habla del elocuente silencio de algunos como Benjamin, silencio como respuesta, como único refugio.
Hola, Alejandro, ni soy vasco ni nacionalista vasco, y el más mínimo síntoma de violencia me produce vértigo, pero tu brillante análisis omite un elemento importante, como es la desesperación.
Imagina algo que sea muy importante para tí, imagina que te sintieras desgraciado si ese algo no sucediera, imagina que comprendieses que por culpa de otros, por culpa de los políticos, eso no va a poder realizarse nunca. Caerías en la desesperación, que es un motor siniestro de la mente humana.
Así ocurre con los batasunos, auténtica religión laica (ésta sí que sí), que tras haber sido convencidos (como todos los demás nacionalistas) de que son diferentes y que están sometidos y que han de tener derecho a elegir, se les niega esto, sin posibilidad real de arreglarlo. Uno del PNV podrá resignarse, ser un poquito cínico, hacer su vida y sus negocios, pero hay al parecer 100 mil tíos que no se resignan.
Espero que entiendas que no justifico ser batasuno, y me alegro mucho que 50 mil de los 150 mil que les votaron hace 4 años no hayan segudio ahora la consigna del voto nulo. Sólo apunto a que al analizar un tema así, es preciso incluir todos los elementos.
Incluida la desesperación.
Hola, José Miguel: ahora que lo apuntas, creo que Zweig, o Jünger, o los dos, también mencionan eso mismo en el contexto de la primera guerra mundial.
Fernando: un tema así es tan complejo que una entrada de blog omitirá necesariamente muchos elementos. En todo caso, la desesperación no es un atenuante, sino un síntoma de la perversidad de su origen: si yo me convenzo de que España debe ser una teocracia y me desespero porque no lo es, no puedo culpar a los demás de mi frustración, sino a mi absurdo e ilegítimo deseo.
Por lo demás, Fernando, yo me cuido muy mucho de que las "cosas que son muy importantes para mí", sean personas y no ideas.
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