viernes, 1 de octubre de 2010

El irresistible encanto de la revolución

La huelga ha servido, al menos, para una cosa: hemos podido constatar la calaña de quienes pretenden erigirse en contrapeso al modelo económico y social vigente. En Sevilla, el responsable de Economía y Empleo del Ayuntamiento manifiesta ante las cámaras, con acento de paleto e ideas de paleto, estar orgulloso de participar en un piquete violento, y de paso, aprovecha para culpar a la policía de la "provocación". Mientras, en Barcelona, una panda de niños de papá se lo pasa en grande luchando contra el sistema y, de paso, llevándose unas cuantas chupas guapas del Zara. En Madrid, los huelguistas gritan: "¡Policía, asesina! ¡Policía, asesina!". Un observador imparcial se sentiría horrorizado y buscaría ansioso los cadáveres que han dejado a su paso los antidisturbios. Pero mostraría no entender nada de la metafísica revolucionaria: no es el lenguaje el que debe adaptarse a la realidad, sino al revés. No se trata de hechos, sino de algo mucho más real: se trata de ideas. Todos los poderes de la vieja Europa (recuerdan el manifiesto de Marx, ¿verdad?), esto es, el Papa y el Zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los espías alemanes, se han unido en Santa Alianza: no importa que esa vieja Europa ya no exista. El enemigo de la revolución está siempre ahí: es el orden presente. Es la naturaleza fáctica de las cosas. Es la estabilidad de lo real. Encuentra una satisfacción morbosa en la agitación, y sobre todo en la destrucción de un chivo expiatorio hecho a medida. Se trata, por tanto, de una forma colectiva de neurosis, basada en el odio a lo real y en la negativa a aceptar su primacía. Pero si las revoluciones clásicas (la bolchevique incluida, por supuesto) estaban cargadas de positividad y de proyectos, nuestros revolucionarios no tienen nada que oponer a lo real. Frente a la destrucción creadora de los genios, la destrucción resentida de la plebe. La exaltación de lo otro, de la pura posibilidad desencarnada. En cierto sentido, nada hay tan postmoderno y tan sistemático como estos revolucionarios nuestros: se tira piedras contra la policía como se asiste a un partido de fútbol o se reservan una vacaciones en Tailandia. La vida es una multiforme aventura sensorial: ¿acaso no es emocionante formar parte de los oprimidos de la tierra, al menos por un día, y sentir arder en el pecho el celo de la justicia? Cuando la aventura termina, la pantalla queda oscura: volvemos a nuestras vidas rutinarias, sistemáticas: los niñitos, a pintar grafitis; los liberados, a tomar café. El Caos era sólo una ilusión más, en medio de anuncios de cosméticos y noticias sobre la vida sexual de los murciélagos.

4 comentarios:

Adrián Rguez. dijo...

Maravillosa entrada.
Yo siempre recuerdo a Lacan, y su: "Estos histéricos lo que andan buscando es un nuevo amo... y lo encontrarán". Me parece que es el que mejor lo expresó.

E. G-Máiquez dijo...

Do ut des. Ahora eres tú el que ha expresado de maravilla lo que a mí me hubiese gustado decir. Muchas gracias.

Masgüel dijo...

"El enemigo de la revolución está siempre ahí: es el orden presente. Es la naturaleza fáctica de las cosas. Es la estabilidad de lo real."

Ese enemigo es un hombre de paja. La realidad no es estable. La acelaración de los cambios históricos no necesita ser espoleada. La revolución está en marcha. Se llama Internet. El que se haya perdido la Declaración de Independencia del Ciberespacio, llega tarde. Como decía John Perry Barlow, ya no pedimos "Let the people go". Nos limitamos a afirmar "We already gone, dude".

Anónimo dijo...

¿Has tenido ocasión de leer "Los demonios" de Dostoievski?