jueves, 31 de marzo de 2011

La razón y el tabaco

Hace tres meses que no fumo. Es la tercera vez en mi vida que dejo de fumar: en las dos anteriores aguanté más de un año, así que supongo que no me será difícil resistir la tentación otros tantos meses más. Lo triste, de hecho, es que la tentación casi no existe; de manera que a veces me sorprendo a mí mismo buscándola. Es la sensación de no querer fumar lo que me inquieta, porque no desear es, al menos para nosotros los occidentales, la experiencia más cercana al vacío, a la nada. De hecho, superar un vicio es deshacerse de una parte muy real de uno mismo. Lo cual tiene severas consecuencias teológicas y éticas. Si cada día sintiera una débil -o incluso una poderosísima- pulsión de fumar, tendría al menos el placer de vencerla, confirmando así esa glorificada supremacía de la razón sobre la pulsión en la que hemos creído durante bastantes siglos. Pero la ausencia de la pulsión es desoladora, pues la razón se retira tan pronto como no tiene ningún obstáculo que vencer. Esto lo sabía Fichte cuando afirmaba que sólo hay Yo en la medida en que se pone a sí mismo un No-Yo. Sin esa tensión, compulsiva ella misma y en realidad neurótica, la imagen de un yo estable y distinto del mundo pierde consistencia. Por eso vuelvo una y otra vez a las puertas de los bares de copas y al rincón de la calle donde se reúnen los profesores que fuman: para estar cerca de lo prohibido que seduce, para vencerlo casi siempre, y para reconocer que sucumbir a la tentación es, sin duda, mucho más valioso que haberse desprendido totalmente de ella.

13 comentarios:

Jesús dijo...
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Héctor Meda dijo...

¿Y por qué no seguir la senda que hace desaparecer el Yo y sus alienantes cadenas? ¿Por qué no seguir de una vez la senda de Oriente?

Carlos dijo...
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Carlos dijo...
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Carlos dijo...

Para reconocer que sucumbir a la tentación es, sin duda, mucho más valioso que haberse desprendido totalmente de ella". ¿Cómo se traga esto, Alejandro?

Me da la impresión que hay que contextualizar la frase. Cuando consumimos una sustancia potencialmente adictiva, excepcionalmente; solemos experimentar un placer que pareciera de otro mundo. Sin embargo, cuando el consumo se vuelve consuetudinario, acaso diario, paulatinamente la búsqueda de placer se torna en un esfuerzo por evitar el dolor y esa experiencia (que es la del fumador) resulta mucho más intensa.

Y sí, en el momento de la tentación, el superávit de energía y la reminiscencia de la homeostasis deseada, hacen realidad el famoso dicho de Oscar Wilde.

Un saludo.

soy... dijo...

"Para reconocer que sucumbir a la tentación es, sin duda, mucho más valioso que haberse desprendido totalmente de ella". ¿Cómo se traga esto, Alejandro? ¿No pegas aquí un salto mortal irracional e ilógico, suicida?"

Está hablando emocionalmente.

soy... dijo...

"Lo cual tiene severas consecuencias teológicas y éticas. Si cada día sintiera una débil -o incluso una poderosísima- pulsión de fumar, tendría al menos el placer de vencerla, confirmando así esa glorificada supremacía de la razón sobre la pulsión en la que hemos creído durante bastantes siglos."

¿No es más comodo decir "hay cosas del corazón que la razón no entiende"?

jejeje

Jesús dijo...
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Alejandro Martín dijo...

Lamento la desaparición de los comentarios de Suso... En realidad, mi silencio se debe, además de a la exigencia de ciertas tareas mundanas, al hecho de que he estado reflexionando sobre lo que me planteábais vosotros.

Dije que "sucumbir a la tentación es mucho más valioso que haberse desprendido totalmente de ella". Y así lo creo. Pero hablo de "desprenderse de ella", no de "vencerla" o "superarla" o como se quiera llamar a esa resistencia al impulso. En un sentido teológico, es más valiosa la caída, por lo que tiene de felix culpa, que un estado sordo a la tentación, que ni siquiera Cristo conoció.

Se podría aprender mucho del camino de Oriente sugerido por Héctor. Por lo demás, ese camino está presente en la mística occidental, con matices. Pero no por ello deja de ser problemático: el vaciamiento del yo no puede hacerse sin vencer los registros introyectados por la sociedad en el mismo, y por tanto, sin merma de las capacidades sociales e históricas del hombre. Por eso el escenario de Oriente siempre es el hambre y la regresión, el desprecio de lo histórico y la condenación del devenir.

La cuestión es si sería posible una tercera vía, que para mí no puede ser otra que la de la introspección, en sus muchas variantes, que no renuncia a ese superavit de energía del que habla Carlos, pero no se deja consumir por él. Recuperar una educación del alma en medio de un mundo construido por un yo dominador que nos separa de la naturaleza (interna y externa) para posibilitar la civilización tal y como la conocemos. Tarea nada fácil, supongo.

Gracias a todos por comentar.

Felipe dijo...

Hermoso post. Tal vez la pulsión de fumar, astuta, se ha disfrazado de su contrario y se te aparece contantemente bajo la forma de su ausencia.
Por decir algo.
Saludos.

Fernando dijo...

Alejandro, no entendí por qué el vicio es "parte muy real de uno mismo" y no lo es la razón que nos lleva a obrar contra él. El miedo del fumador a la enfermedad, el deseo de ser aceptado por una sociedad bien pensante, el malestar por no saberse vencer, ¿todo ello no es tan "parte real" como el vicio? Y más aún si no es un vicio espontaneo (¡la gula!) sino artificial, logrado artificialmente hace mucho (como el tabaco o la droga).

Por lo mismo -perdón por mi ignorancia- ¿por qué va en pasado "supremacía de la razón sobre la pulsión en la que hemos creído durante bastantes siglos"? ¿Eso no sigue siendo así?

Alejandro Martín dijo...

Bien visto, Felipe. Muy posiblemente sea así.

Fernando: sí, la razón es parte de nosotros. Creo que en ningún sitio digo lo contrario. Precisamente mi referencia a Fichte tiene que ver con el hecho de que nuestra identidad se construye de ese modo "bipolar": entre un impulso racionalizador y un encuentro violento con la naturaleza, siempre reacia a encajar en las espectativas del primero.

En cuanto a lo otro: no, ya no creemos del mismo modo, como se creyó durante siglos, que la razón es la parte más auténtica de nosotros y que las pulsiones son embestidas de un otro demoníaco que hay simplemente que reprimir. Pero uso un plural sociológico, naturalmente. Cada uno cree en lo que quiere.

Fernando dijo...

Gracias por la aclaración, Alejandro.