Luego está esa ridícula autocomplacencia con que rápidamente se glorifican, unidos, el nombre del partido, la ideología, el bien y hasta lo sagrado, acompañada de la sorprendente ceguera con que algunos sólo ven errores y maldad en los demás partidos, y honradez y benevolencia en el propio. Mientras que el derechista se cree dueño de una visión realista y seria de la economía, el progresista cree sinceramente formar parte de una cadena histórica de defensores de la libertad. No hay manera de hacerles recordar, por ejemplo, que en el marxismo tradicional, la homosexualidad era vista como una aberración propia de la decadencia capitalista. Y lo sigue siendo, a juzgar por los discursos oficiales en China, Cuba y Bolivia. El marxismo, pues, tenía poco que ver con la libertad tal y como la entendemos nosotros: se basaba, más bien, en la necesidad con que se imponen las leyes de la historia. Las ideas, las consignas, los valores mismos atraviesan la historia, se entrecruzan, cambian de significado, crecen, y se pierden. Así que la idea de que cada uno puede hacer lo que le dé la gana mientras no haga daño a los demás es más bien liberal; y, con todo, encontramos que los liberales tampoco se quedan cortos cuando deciden ponerse a prohibir. Muchos militantes de partidos políticos sienten una verdadera fe eclesiástica en las bondades de su propia tribu, y una fidelidad fanática por encima de lo que desvela el más rudimentario sentido común. Cuando las ideas son perfectas y la realidad se resiste a reconocerlo, el pensamiento partidista se enfada con la realidad. El verdadero progresismo consistiría aquí, simplemente, en abandonar las ideas. Al menos, por ahora.
Y con esto llego al final. ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿De qué sirve la izquierda si, cuando la realidad dice "hola", se apura a dinamitar la política social, y de qué la derecha si lo primero que hace cuando llega al poder es subir los impuestos? O bien nos engañan con el discurso de que "sólo se puede hacer esto" -y, entonces, ¿por qué votarles?- o bien efectivamente sólo se puede hacer "esto" -y, entonces, ¿para qué sirven?-. O nos mienten para servir a soberanías que nada tienen que ver con la nacional, o la soberanía nacional es superflua tan pronto se impone el hecho de que la gente no sabría dirigir la economía. Y si la sustitución de la democracia por una tecnocracia es un hecho, uno no termina de ver para qué demonios afiliarse a un partido si, al fin y al cabo, vamos a terminar dándole la razón al paisano más bruto de la tasca del pueblo, cuando mira al televisor y, tras apurar el carajillo, sentencia: "no sirven pa na".
7 comentarios:
Haz mezclado dos temas, uno en cada párrafo. En el primero, tendría que decirte que sí que hemos comprobado "qué resultados tiene en la realidad" ciertas ideologías. El intervencionismo extremo ha llevado a muchos países en el último siglo a la ruina, amén de la falta de libertad de sus ciudadanos. Hasta la crisis financiera actual (que nos han querido colar que es por la "codicia de los banqueros") se genera en las políticas intervencionistas de los años 90 en E.E.U.U., cuando la Administración inventó un modo de que se dieran hipotecas a personas que seguramente no las pagarían. Eso es intervencionismo, no liberalismo. Y así, podríamos seguir valorando "en atención a los efectos".
En el segundo párrafo parece que partes del hecho reciente de la subida de impuestos. Pues claro que es una barbaridad: si te pasas todo el tiempo diciendo que lo que crea riqueza es, no sólo no subirlos, sino bajarlos (como hizo Aznar, por ejemplo, con resultados notables), ¿cómo llegas al Gobierno y los subes? Pero eso no es un fallo de la derecha en cuanto que derecha; eso es que en España el partido mayoritario de derechas está regido hoy día por alguien que no es liberal, aparte de que nos ha mentido. Lo que tiene conexión con otra afirmación del primer párrafo, la de que "los liberales tampoco se quedan cortos cuando deciden ponerse a prohibir". Entonces, no los llames liberales, pues no lo son. Ni lo es Rajoy, ni lo es Arenas. Son socialdemócratas, en todo caso.
Muy interesante tu entrada, Alejandro. Pero... ¿Marxismo en Perú? Jejé.
Carlos, qué fallo. Gracias por la indicación. Ya lo he corregido.
Jesús: también sabemos a qué nos ha llevado la ausencia de un control económico por parte del Estado en forma de un marco legislativo laboral. Sin ir más lejos, es lo que llevó a la población europea al borde de la hambruna tras la Revolución Industrial, y lo que explica precisamente el surgimiento de los movimientos obreros. Si el liberalismo ("extremo", por añadir el adjetivo que tú pones al intervencionismo) se convierte en un enésimo dogma sobre qué cosas se pueden y qué cosas no se pueden hacer en política económica, deja de ser liberalismo y se vuelve, sin más, ideología, en el sentido peyorativo del término.
Alejandro, me pareció excesivo el relativismo de tu primer párrafo. Decir que "la decisión (...) sólo puede tener lugar en atención a los efectos" me parece algo exagerado. Todos tenemos una visión de la vida a partir de vivencias personales, todos tenemos opinión sobre los temas de la vida pública (el pago de impuestos, el papel de la Iglesia, las competencias de las Comunidades Autónomas, los Estados Unidos, el aborto, el coste del despido) que nos colocan -querámoslo o no- en una posición ideológica.
Por lo mismo, no comprendo tu juicio tan éxtremo sobre los partidos políticos. Tienes razón en que la gente de partido puede caer en actitudes ridículas, al menos en España. Pero el partido es la vía normal para que toda la gente que comparte una ideología intente influir en la vida política y social. Creo que negar esto lleva a una resignacion muy peligrosa.
Bueno, ya me conoces... me entusiasmo y acabo siendo "excesivo"... :-) Tal vez he dado la forma de una teoría general a lo que en realidad no es más que una justificación de mi propia toma de postura personal.
A mí me costaría mucho militar en un partido. Incluso ser "simpatizante". Mi posición respecto a los impuestos, la Iglesia, los EEUU, o las competencias de las comunidades no es rígida. Puedo considerar sensato subir determinados impuestos en ciertos momentos, y veo la lógica de bajarlos en otros. Entiendo que la actitud con respecto a la Iglesia variará en función del asunto de que se trate. Me parece tan aberrante el antiamericanismo como apoyar a los EEUU hasta cuando sus soldados se mean en los cadáveres de los afganos. Puedo aceptar una descentralización si la realidad me convence de que mejora económica o socialmente la vida de los ciudadanos, pero no lo haré por motivos ideológicos (esto es, por convicciones partidistas). Pero sobre todo: meter a los EEUU, la Iglesia y la bajada de impuestos en una coctelera y sacar de ahí la ideología de "derechas" me deja tan atónito como sacar la ideología de "izquierdas" aplicando el mismo procedimiento con Palestina, los gays y el gasto social. Y, por último, me vería incapaz de votar a un idiota incompetente antes que a un político honrado y valioso con el único motivo de que aquél es de "mi partido".
Un ideario político responsable con la realidad, no por tanto dogmáticamente ideológico, sería fiel al arte de la composición de un mosaico, o de un collage, o de un mecano: esta pieza para este problema en este momento, esta otra pieza para este otro problema en este otro momento, etc. Un marco ideológico sí, pero abierto y flexible a las realidades sociales diferenciadas, no tomadas en bloque.
Soy el que amenazaba con golpearte si no volvías a publicar una entrada. Nos encantaría que manifiestes tu opinión de la adopción de hijos por parte de padres homosexuales. Ya sea en entrada o comentario. Muchas gracias y todo es con cariño.
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