lunes, 11 de mayo de 2015

Ganar el centro

Los seres humanos tenemos tendencia a identificarnos con etiquetas, símbolos, discursos. Es la manera en que construimos nuestra identidad y sabemos quiénes somos. Lo que sentimos es más importante que lo que pensamos, porque se actúa desde el sentimiento, no desde la razón. Hablando del posicionamiento de Ciudadanos en el espectro político, me preguntaron el otro día cuántas personas conozco que son de centro. Y la cuestión depende, en este sentido, del lugar desde donde se quiera responder: desde la razón, casi todo el mundo; desde el sentimiento, casi nadie. Es decir, la gente, cuando piensa, es de centro; cuando siente, vuelve a la polaridad. Por eso -a pesar del cacareado fin del bipartidismo- hay tantos que íntimamente desean poder votar a los de siempre y, si no lo hacen, es porque estos lo ponen muy difícil. Allí, en los de siempre, se encuentra un imaginario sólido (azul-rojo, derecha-izquierda, progresismo-conservadurismo, etc.) que atrae o repele. La gente, así en general, es de centro: piensa que el libre mercado es el sistema económico natural, basado en el derecho a la propiedad privada y en la libre iniciativa individual, pero también espera que el Estado sea capaz de corregir las desigualdades insoportables que ese sistema, eventualmente, pueda producir. En ciertas cuestiones sociales pasa algo parecido: la mayoría de la gente está tan lejos de considerar que cualquier aborto es un infanticidio como de pensar que se trata de un simple derecho sobre el propio cuerpo. Y si no piensan esto desde un punto de vista moral, entienden al menos, desde un punto de vista político, que la legislación debe cubrir un espacio de compromiso entre posturas irreconciliables. Hay quienes piensan que la moderación es indefinición y que el término medio es el resultado de la debilidad, como si hubiera que elegir entre ser caníbal y practicar el veganismo. Por supuesto, es justo lo contrario: las posiciones extremas y fanáticas suelen servir de compensación a quienes se sienten inseguros ante una realidad compleja en la que las cosas nunca son blancas o negras. El viejo Tales, casi con toda seguridad el filósofo más antiguo de occidente, ya lo vio claro: "sea tu oráculo la mesura". El reto consiste ahora en trasladar al corazón lo que ya está en la cabeza de la gente, transformar en esperanza la opinión y darle a las ideas mayoritarias de la sociedad un soporte discursivo, emotivo e ideológico: una mitología de la centralidad política.

2 comentarios:

Nicolás Fabelo dijo...

En algunas cuestiones hay que ser "radical", Alejandro: no se puede tener una posición intermedia razonable en torno a la esclavitud o la discriminación de las mujeres y los homosexuales. En esos casos, el "centrismo" es moralmente perverso.

¡Un saludo!

Alejandro Martín dijo...

Ese es precisamente el error al que me refiero: la moderación no es equidistancia. No puede serlo nunca y menos en los casos que citas. De hecho, es una opción radical (literalmente: que va a la raíz, frente al extremismo, que huye de ella). Gracias y un abrazo!