Mis alumnos del instituto no quieren para su viaje de fin de curso ningún destino donde haya cosas “que ver”. Realmente la saturación estética de los medios ha traído consigo que la visión agote, y que agote hasta tal punto que las técnicas publicitarias tengan que afinarse cada vez más para evitarlo. A los más jóvenes no impresionan especialmente las pirámides ni las cataratas del Niágara, así que mucho menos la Catedral de Burgos o las Meninas de Velázquez. Pero hubo un tiempo en que la visión era algo tan placentero que San Agustín llegó a otorgarle una categoría especialísima de pecado: la “concupiscentia oculorum”, el momento en que la belleza de una cosa nos hace esclavos de ella.
Contemplar es el último reducto de una piedad primigenia. En la contemplación celebramos el hecho puro y gratuito de que las cosas sean, y de que sean como son y no de otra manera. No hay relación más sincera, más noble, más desinteresada, más amorosa con el mundo. Vueltos hacia el brillo mágico de las cosas, detenemos la espiral rutinaria de la utilización, del consumo, del dominio. Todo lo contrario de la cultura de la imagen en que vivimos, donde la belleza es siempre sierva de un deseo que ella nunca puede satisfacer. Por eso en la publicidad toda belleza implica dolor, frustración y lejanía. Pero al otro lado de la pantalla, todo es distinto. Por ejemplo, en este atardecer del invierno manchego, donde crepita un cielo entrecortado por las nubes, y bajo cuyas llamas los hombres tiritamos, igual que pajarillos hambrientos, con las bocas abiertas ante el Misterio.
11 comentarios:
Yo, sin embargo, disfruto enormemente con sólo mirar. Sobre todo en los viajes (pero cada vez más voy por la calle cada día como si paseara por una ciudad extranjera) me doy verdaderos festines de mirar, y hasta ahora no me he aburrido.
Tus alumnos no quieren sitios "para ver", sino un sitio para beber, dormir, aparearse, que tampoco está mal. Pero no habría que gastarse tanto dinero en un viaje a Punta Cana; Zahara de los Atunes viene mejor. En mi Facultad pasa lo mismo.
Da gusto ver una entrada así.
Alejandro, no creo que el problema de tus alumnos sea de "saturación estética", sino de mera incultura, de falta de preparación: un cuadro de Murillo de la Inmaculada puede ser algo absurdo, salvo que te hayan enseñado a apreciar su belleza.
Muy bien la contraposición con el mirar frívolo, insatisfactorio, de los anuncios.
Y muy bien, pero que muy bien, el elogio del mirar cotidiano. Es una experiencia mística descubrir belleza en un banco de la calle, en una fachada vulgar, en un escaparate pobre que has mirado mil veces y que nunca te había parecido especialmente interesante.
Es que cuando contemplas algo, a alguien -todavía mejor aún- hay silencio. Pero hay voces a la vez. Te oyes e incluso oyes a otro, a Otro también. Y da miedo. Tú y el otro, o el Otro, tú y el mundo, da yu yu. Mejor ruido. ¿no? Mejor la acción... para nada.
No estoy de acuerdo con Fernando.Uno puede ser un perfecto analfabeto y no ser esto óbice para quedar abrumado por la belleza de una obra de arte.Ejemplos hay muchos, pero me viene a la cabeza Miguel Hernández, que recitaba sus primeros poemas ante un auditorio de pueblerinos iletrados entregados (o eso se dice).
PD: No sé si fue Kant quien dijo que la belleza es el único placer desinteresado que puede tener el hombre.Todos los demás placeres responden a alguna necesidad (normalmente fisiológica.
Hola a todos:
En realidad, lo de mis alumnos era una mera anécdota para empezar a hablar sobre la contemplación, que es el verdadero tema de la entrada. De todas formas, creo que en la anécdota hay que buscar algo más que el simple deseo de alcohol y apareamiento, o la mera incultura.
Pienso de verdad que estamos saturados de imágenes y que ello le quita a la visión su antigua capacidad seductora. Yo he llegado a oir (no sólo en boca de jóvenes): "¿para qué voy a ir a París? ¿Es que no he visto fotos de la torre Eiffel o de la Catedral de Notre-Dame?" Y es cierto: es como cuando estamos viendo un documental y decimos "me gustaría ver esos sitios". ¡Pero los estamos viendo ya!
De acuerdo con Yarg Naroid: Kant decía que la belleza satisface sin concepto, es decir, sin necesidad de entender nada (esto habría que recordarlo a propósito de las vanguardias: un cuadro de X es un buen cuadro si da cierto placer "desinteresado", por la pura belleza de su forma, si hay que explicarlo, mal vamos...) Aunque este asunto del desinterés en el arte es complejo y habría que discutirlo a parte.
Hum, me parece que estoy en minoría; quizá convenga matizar.
La obra de arte (en concreto, la pintura) tiene una belleza que llamaríamos natural, en la medida en que coincide con la belleza de la naturaleza: el retrato de una señora guapa, un paisaje de un lugar hermoso... En esta coincidencia, es cierto, uno puede ser total analfabeto y apreciar esa belleza, igual que aprecia la belleza de la mujer o del paisaje que han sido el modelo.
Junto a ello, hay una belleza artística, que es la que aporta el artista sin que exista en el modelo. Pone Alejandro, el anfitrión, el ejemplo de las vanguardias, y es un muy buen ejemplo, porque en una obra cubista o abstracta la coincidencia con la belleza natural es poca o nula. Ahí sí que interviene lo que dije en mi comentario anterior: o te han enseñado a valorar eso, ese trabajo artístico, o te parece algo ridículo.
Matización aceptada, Fernando. Aunque, a su vez, matizable, porque un cuadro de Kandinsky puede ser bello sin explicación y sin ser lo que tú llamas "natural". Pero bueno, esto ya es bizantinismo :-)
Un saludo a todos
Qué amable en volver a contestar, cuando la procesión ya ha pasado de largo.
Reitero lo dicho:no creo que a la gente normal nos guste mucho Kandinski,pese a sus bonitos colores y cuadrados: nos falta educación.
Pero sí, quizá sea algo bizantino.
Hasta pronto.
Enhorabuena por el blog y por la entrada. Estoy de acuerdo, después de un fin de semana en Madrid necesité un día y medio para que el tráfico desbocado de imágenes y sonidos me dejara vivir en paz. Saludos.
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