miércoles, 25 de marzo de 2009

La tierra prometida

Quienes vivimos desterrados corremos el peligro de dejarnos llevar por el sentimiento mosaico de espera de la tierra prometida. Pero el destierro tiene un sentido que se agota en sí mismo y que no puede justificarse sólo por el retorno a casa. Ocurre lo que en la vida misma, que no debería entenderse únicamente como un estar a la espera (como sugiere la famosa y escalofriante sentencia del Hermano Rafael, según la cual “toda nuestra ciencia consiste en saber esperar”). Creo que no, que la ciencia de la vida tiene más que ver con cierto goce intenso del presente, animado, si se quiere, por esa línea ascendente que lo lleva más allá de sí: el instante intensificado que, al solidificarse, esculpe la única imagen posible de la eternidad. Así que ahora estoy, otra vez, en mi terraza, escuchando el Groaning the Blues de Clapton que Beades me ha enviado por email, pensando que hoy, en este trozo de tierra inundado de luz en que me encuentro, podría decir: “¡que se repita eternamente!”. Aunque no todos los días sean de oro. Aunque ya huela a azahar en la tierra prometida.