lunes, 12 de octubre de 2009

Ecce comu. Cómo se llega a ser lo que se era

Quien conozca la trayectoria intelectual de Gianni Vattimo, estará familiarizado con su famosa Kehre cristiana, sorprendente para quienes leíamos a este autor como un liberal de izquierdas postmoderno que, desde una posición hermenéutica, se interesaba por temas como la democracia y los medios de comunicación. En Creer que se cree (y más tarde en Después de la Cristiandad), Vattimo ofreció una sugerente idea que implicaba reflexiones de Nietzsche, Heidegger, Girard y otros autores en una interpretación del destino de Occidente que ganaba el esquema secularizador de Löwith para la causa postmetafísica. En resumidas cuentas se trataba de lo siguiente: pensar el círculo que se manifiesta en el hecho de que el fin heideggeriano de la filosofía haya sido históricamente posibilitado por una religión (la cristiana) cuyo acontecimiento fundamental es la kenosis, el vaciamiento de Dios entendido como una entidad metafísica sólida. La propuesta de Vattimo era, pues, un reencuentro con el cristianismo, pero sólo como nihilismo, como aquello que nos ha posibilitado librarnos por fin de la metafísica.

Pues bien: si fue sorprendente aquella tesis que vinculaba esencialmente la filosofía de Nietzsche y Heidegger a la religión cristiana, más sorprendente le resultará ahora al lector de Ecce comu. Cómo se llega a ser lo que se era enterarse de que el discurso postmetafísico heredado de aquellos autores no sólo nos reconduce a la esencia cristiana de Occidente, sino que también nos devuelve a un posicionamiento político comunista. Pero lo que antes era una necesaria vinculación histórica entre cristianismo y nihilismo, ahora se reduce a “la recobrada (o redescubierta) esperanza comunista”, que ya no va unida a la escatología cristiana, sino meramente “a la predicación de la fraternidad que está presente en todas las grandes religiones” (pp. 10-11).

En este nuevo libro, Vattimo da rienda suelta a su gusto (a veces heideggeriano) por las generalizaciones y los vínculos imposibles, en virtud de los cuales el mismísimo Marx se pone del lado del pensiero debole para atacar la creencia soviética en leyes objetivas de la historia (p. 18). Además, Vattimo se alinea con las más burdas posiciones antisistema: abandona su pacifismo evangélico para preguntar “¿y si de una vez por todas constatásemos que todas las revoluciones, o las resistencias, han dado comienzo bajo la forma de actos terroristas?” (p. 26). Los medios de comunicación de masas, otrora elementos de emancipación (La sociedad transparente), ahora –¿no pudo prever Vattimo lo que Berlusconi haría con ellos?– son vistos a través de las lentes pesimistas de Adorno (p. 31). Después de celebrar el mundo heraclitiano de lo nunca igual, ahora se queja de que el nuevo proletariado oprimido sea “toda la masa de gente que, cuando trabaja, ejecuta tareas difícilmente clasificables, según modelos variables, flexibles, que por lo general no requieren y, además, ni siquiera permiten (dada su flexibilidad) adquirir un oficio y una identidad de clase” (p. 31). Frivoliza Vattimo con los atentados del 11 de septiembre (p. 113), asume sin tapujos la falta de proyectos de la izquierda cuyo único deber es “derrocar a la derecha, y luego ya veremos” (p. 115). Dedica casi tantos elogios a la Venezuela de Chávez (p. 151) como a la Cuba de Castro “por su resistencia al imperialismo estadounidense” (p. 87). Incluso exime al régimen de sus ataques contra libertades y derechos: “el embargo y la hostilidad activa y constante de los Estados Unidos impiden a Cuba desarrollar una política de cariz más democrático (la amenaza de invasión y de ataque por sorpresa obligan a la isla a un clima de alerta permanente, como si se tratase de un país en guerra y, por esta razón, los cubanos aceptan tantos sacrificios que en circunstancias normales no aceptarían)” (p. 87). Y este crescendo reivindicativo alcanza su paroxismo cuando el autor relativiza el totalitarismo staliniano, cuyo verdadero mal fue –según se nos informa– el afán por imitar el industrialismo capitalista (p. 144).

Es verdad que esta retahíla de consignas políticas no constituye, por sí misma, ningún pecado filosófico. Lo que sí resulta menos fácil de aceptar es el modo como Vattimo se aventura más allá de su retórica anterior –que le llevaba a vincular continuamente sus argumentaciones con referencias biográficas, desde sus catequesis juveniles hasta su homosexualidad–, para ahora prescindir de argumentos y reducir el discurso a un relato de la propia “experiencia”, unida a la esperanza de que el lector casualmente la comparta.

Tal vez hayamos malinterpretado el libro de Vattimo: quizá su público, su gestación, su necesidad, tengan más que ver con el debate político italiano que con las preocupaciones de los filósofos “profesionales”. Mucho nos tememos, sin embargo, que esta alianza de radicalismo ideológico y derrotismo filosófico sean todo lo que nos deparaba un pensamiento que quizá renunció a demasiadas cosas demasiado pronto.

3 comentarios:

Rubén Muñoz Martínez dijo...

Hola Alejandro, hace tiempo que no pasaba por aquí, acabo de volver de vacaciones y de viajes y ya va tocando volver al trabajo.
Gracias por la síntesis crítica de este último libro de Vattimo. Si fuera de otro autor me sorprendería, pero en este caso ese giro, y el que dé pasado mañana diciendo "nuevas Verdades" no me sorprende ni me sorprenderán demasiado. Para mal, este autor es de esos que debido a la "debilidad" de su fundamento intelectual, tiene permiso para decir lo que quiera. Me gustaría, no obstante, tener tiempo alguna vez de leer el libro, pero tengo todavía tantos clásicos, de esos que Vattimo supera, por leer que no creo que nunca llegué a poder ojear el susodicho libro. En cualquier caso, ahí queda la posibilidad.

Saludos cordiales.

Anónimo dijo...

Querido Alejandro:

No he tenido la ocasión de hacerme aún con el libro, pero por lo que cuentas parece que Vattimo dice cosas sin ton ni son. Por un lado, no sé si será del todo así, aunque es cierto que sus frecuentes extrapolaciones exigen que más de una vez no argumente, en realidad, su discurso.
Por otro lado, con respecto a las ideas que parece haber modificado con respecto a libros anteriores, parece bastante sensato que lo haya hecho. Pienso sobre todo en la interpretación de los medios de comunicación, que inicialmente eran para él la mejor manera de deconstruir el discurso político dominante: que ahora mantenga que constituyen una forma de alienación me parece lo menos que podía hacer.
Reconozco, por otro lado, que hacer alabanzas de Castro o de Chávez es muy aventurado. En cuanto al segundo, estoy seguro de que carecen de todo fundamento y además son ridículas; con respecto a Castro lo creo también, pero es cierto que es una cuestión más debatida.

Por lo demás, desconozco la precisión de tu análisis. Quizá el libro sea tan malo, o quizá sólo sea una respuesta a la falta de proyecto de la izquierda italiana (o europea en general). No obstante, yo tenía la impresión que sus intereses seguían siendo más bien filosóficos, a juzgar por unas entrevistas con Girard que se publicaron en Francia recientement. Pero esto tampoco es seguro.

Alejandro Martín dijo...

Hola, Olegario: tal vez haya sido yo excesivamente crítico con el libro. No lo sé. Pero sí puedo decir que he considerado siempre a Vattimo un autor interesante y sugerente, y que, sin embargo, este libro me ha decepcionado bastante. Las correcciones que hace a ideas anteriores (por ejemplo, respecto a los medios) están bien, sin duda, pero da la impresión de que es Berlusconi el que le hace cambiar de opinión, y que no patalearía tanto si la "intoxicación" informativa le fuera más afín... Hay poco análisis y, en resumen, poca filosofía.