De aquello hace ya siete años. Yo tenía, por tanto, veinticinco. Pero los largos días neblinosos en La Mancha me han traído de repente aquella imagen: camino por el Türkenschanzpark, que mi querido y ya fallecido profesor Manuel Pavón me había descrito como "el más hermoso de Europa". Los árboles están robustos y verdes como nunca antes los había visto, aunque el buen tiempo no termina de llegar del todo: la hermosa luz de mayo en Viena, que muestra de pronto los cuerpos femeninos, largos meses ocultos, y llena las terrazas de gentes, y el aire de músicas y de idiomas que apenas reconozco. Pero, al mismo tiempo, se pierde el romanticismo de los cementerios y su niebla, los grajos negros sobre los tejados de las casas, y los pueblos nevados entre los montes de Austria.
Y en este preciso momento, siete años después, mientras levanta la niebla al final de la tarde, vuelve aquella misma emoción: que el dolor de toda pérdida es mayor que la alegría de una hermosura nueva.
3 comentarios:
Espero que no.
Qué extraña es la última frase en un tío de tu edad, Alejandro.
Cómo sois... no dejáis que me ponga elegíaco ni un rato.
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