He escrito en alguna ocasión contra Podemos. Lo he hecho de una manera tan explícita que cualquiera podría pensar que mi posición oscila entre la antipatía personal y una distancia ideológica insalvable. Lo cierto, sin embargo, es que no hay partido en el espectro político español actual que me resulte tan simpático. Es decir, que estamos en el mismo pathos. ¿En qué radica este pathos? Básicamente en la repugnancia ante la degradación moral de la vida política en nuestro país y sus consecuencias para el bienestar de nuestros compatriotas. Vivimos gobernados por una casta parasitaria de tipo feudalista que crece consumiendo el cuerpo social que debería sanar y cuidar; una casta que impide prosperar en el ejercicio del poder precisamente a quienes conciben la política como una vocación de servicio público y, por tanto, estarían más capacitados para mejorar las cosas. La imagen de perversión que ofrecen, a día de hoy, las instituciones fundamentales del Estado es, sencillamente, insoportable, y la indignación ante dicha imagen crece sin cesar y es la energía que nutre a Podemos.
¿Dónde está, entonces, mi objeción? Conviene analizar este hecho: Podemos es a la política lo que el Cuadrado negro de Malévich al arte o el monolito de Kubrick al cine: es el triunfo de lo negativo, la victoria de un modelo de seducción basado en la negación de todo contenido. Cuando la entera imagen del ser es odiosa, la única esperanza está en la nada. Por supuesto, Podemos no es un partido meramente crítico y negativo: está lleno de propuestas concretas. Pero no son exactamente sus propuestas las que lo han llevado a donde está (cuarta fuerza política en las elecciones europeas y prácticamente al mismo nivel que PP y PSOE en intención de voto a lo largo de varias encuestas). Por ejemplo: todavía no sabemos exactamente en qué quedará su propuesta estrella de una renta básica universal y en los últimos tiempos el discurso de la formación se acerca peligrosamente en este punto a lo que ya nos suena por Rajoy: "nos hubiera gustado cumplir nuestro programa, pero la herencia recibida...". Tampoco sabemos bien cómo se concretará su reforma fiscal ni qué significa exactamente eso de un "proceso constituyente" como solución a las tensiones territoriales en las regiones con mayoría nacionalista. Pero lo más importante es que hay un gran número de votantes potenciales que fundamentalmente ignoran el contenido de las propuestas del partido: Podemos es la voz unificada de una indignación heterogénea. Lo que la ha convertido en una fuerza política de primer rango es su capacidad para seducir a padres de hijos en el paro, votantes conservadores desencantados del PP, decepcionados de los partidos tradicionales de izquierda e incluso a sectores con escaso interés en la política como los más jóvenes.
Podemos parece haber absorbido las posibilidades de UPyD y Ciudadanos (otros partidos que surgieron con ánimo regeneracionista) por medio de una genial maniobra estética: cuestionando la totalidad del sistema, presenta el reformismo como maquillaje del sistema, es decir, como hipocresía. La radicalidad del discurso crítico funciona conectando directamente con el comprensible resentimiento del pueblo: no valen medias tintas, es necesario extirpar el mal de raíz (de ahí las metáforas higienistas tan habituales en el discurso de Podemos: limpiar, barrer, extirpar...). Mientras -como parece pretender últimamente- la formación avance sutilmente hacia la socialdemocracia para seducir a los moderados, es posible que pierda parte de una fuerza magnética que ha funcionado precisamente gracias a no hacer concesiones a la moderación.
Y así nos vemos ante el siguiente panorama: la credibilidad en la política por los suelos, la desconfianza en la justicia por las nubes, una universal sensación de impotencia en los votantes, un gobierno ineficiente, inercial, carcomido por la corrupción, y frente a él una oposición hipócrita, en medio de un país empobrecido, desencantado y encima amenazado en su integridad territorial por el independentismo. La tragedia española, al menos de cara a las próximas elecciones, es que el único partido que se ha mostrado capaz de plantar cara a todo ello y que tiene la ambición de hablar de Política con mayúsculas, sea prisionero de los viejos prejuicios ideológicos de sus dirigentes y que toda esta exaltación de los grandes ideales termine siendo solo, como tantas veces en la historia, la máscara de una hiperpolítica liberticida.
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