miércoles, 4 de febrero de 2009

Crónicas manchegas

Cuando volví de Viena a Sevilla, sentí que mi vida había perdido glamour. Sin embargo, esta pérdida la compensaba el hecho de estar otra vez entre los míos: perdía las alas de una vida bohemia y viajera, pero ganaba las raíces de la confianza y el amor. Por desgracia, esta situación no duró mucho: la Junta llevaba casi una década prescindiendo de filósofos, así que tuve que presentarme a las oposiciones en Castilla – La Mancha, que había ofertado treinta y tres plazas, lo que para mi gremio era todo un derroche de generosidad. No llegamos a setecientos los que nos presentamos, así que pronto me vi dando clases a pocos kilómetros de Ciudad Real. Este acontecimiento suponía una nueva degradación de mi hábitat. Y sin embargo, a todo se acostumbra uno y en casi cualquier sitio hay espacio para la belleza y la alegría.

Al cabo de unos meses conseguí olvidarme de las casas modernistas de Viena, del mercado de la Wienzeile con sus quesos turcos, sus especias árabes y sus vinos italianos. También dejó de parecerme grave no tener que pasar el puente de Triana para recoger a Charo e ir a tomar unas cervecitas junto al río, ni poder salir al jardín de mis padres al atardecer y fumar un cigarro debajo de las ramas del paraíso, allí, en la única casa a la que yo he llamado “mi casa”. Y me acostumbré incluso a que todas las personas que amo, salvo una, estaban a más de cuatro horas en coche por una carretera destartalada. Pero, entonces, descendí otro peldaño más en la escalera invertida de Jacob: el concurso de traslado nos obligó a mudarnos a T.

T es un extraño lugar en medio de la estepa castellana. Se llega a él atravesando un vasto erial de tierra amarilla, que tras las últimas lluvias verdea tímidamente. Al acercarnos, columnas de humo blanco y un extraño olor como a desechos anuncian que queda poco. Cuando el viajero alza la vista, ve siempre la ciudad bajo una insólita nube negra, y en ese momento sabe cómo debieron sentirse los dos pequeños hobbits que, tras superar la última montaña, vieron alzarse ante ellos los muros espantosos de Mordor.

Y cuando paro un segundo, por ejemplo ahora en que quiero escribir algo en mi blog, me doy cuenta de que precisamente aquí, en este lugar infame cuyo nombre nunca antes había oído y cuya imagen nunca asocié a nada mío, resulta que aquí, precisamente aquí, está ocurriendo mi vida. Y casi soy feliz.

11 comentarios:

José Miguel Ridao dijo...

Lo que indica que la felicidad la llevamos puesta, y no está esperándonos en ningún lugar.

Un saludo.

Ángel Ruiz dijo...

Yo estuve tres años en La Mancha (Valdepeñas / Almodóvar del Campo) de profesor de secundaria de griego y tengo un gran recuerdo de aquello (maravilloso paisaje) y de la gente que conocí.

Jesús Beades dijo...

Ese "casi" es sublime. De poeta.

Anónimo dijo...

Mis mejores deseos de felicidad en T., amigo Alejandro.

E. G-Máiquez dijo...

Y fíjate, Jesús, qué bien puesto en la frase. No sería lo mismo decir: "Y soy casi feliz", que le quitaría intensidad a la felicidad. Así el peso del "casi" recae sobre T y deja intacta la dicha, como una promesa.

Gran entrada.

Anónimo dijo...

Hola, Alejandro. Me gusta la sensación de descenso a los infiernos del post, como un Dante sevillano. Podrías poner como subtítulo de tu blog "De Viena a T.; viaje trágico vital"

Viena, Sevilla y el glamour... Todo es discutible, pero si juntamos la gracia, el calor, la vida y el color, no creo que irse de Austria para ir a Sevilla sea una pérdida de glamour o, más en general, de encanto. Pero esto es opinable, claro.

Haces bien en llamar a tu destino "T.", sin más, porque si yo fuera un vecino de T. me sentiría un poco molesto por la descripción. ¿Un poco? Creo que iría a buscar mi navaja albaceteña. En todo caso, la libertad para poner a parir al pueblo me hace presuponer que ninguno de tus convecinos o alumnos se ha molestado en buscar tu nombre en internet y, posteriormente, en seguir tu estupendo blog.

Me alegro de que seas casi feliz. Es un grave error, que mucha gente no supera nunca, el pensar que lo realmente interesante está lejos de la vida que vive uno.

Anónimo dijo...

Podría hablarte de PT. Cuando los orcos quieren hablar del coco, dicen PT y los orquitos braman y se retuercen.
En PT no hay sol, ni nubes ni lluvia ni viento.
Cuando Chuck Norris viaja a Ronda circunvala PT.
Y a pesar de todo, hay héroes que se adentran en sus muros.

Alejandro Martín dijo...

Hola a todos y gracias. No os preocupéis: a pesar del erial, las nubes, Mordor y demás hipérboles necesarias en un texto así, lo cierto es que me encantan muchas cosas de La Mancha: la maravillosa costumbre de las tapas, la gastronomía, los vinos, la gente que conozco, y mis alumnos, que son lo mejor. Un día escribiré una entrada sobre las virtudes de mi tierra de acogida.

Anónimo dijo...

Hola soy Fatemeh desde Iran

José Luis Sánchez Domínguez dijo...

Felicidades por tu blog, amigo. Eres el poeta joven actual, junto a otros, que más fascina. Enhorabuena.

Alejandro Martín dijo...

Gracias, José Luis. Un abrazo