miércoles, 27 de mayo de 2009

Origen, justificación y motivación de la moral

(Esta entrada es una respuesta al Prof. Jesús Zamora. Me disculpo ya porque mi exceso de trabajo me impide de momento desarrollar mejor este asunto ni, llegado el caso, entrar muy a fondo en una discusión sobre un tema que, por lo demás, lleva siglos de debate)

Ignoro cuál es el origen de la moral. Puede que tenga razón Kant y sea una ley inscrita en la conciencia de cada hombre desde el principio de los tiempos, aunque lo dudo. Puede ser que tenga razón Dawkins y sea el producto de una mejora adaptativa, aunque dudo también que eso sea suficiente para explicarla del todo. De todas formas, y aunque es un problema interesante, me parece que es en último término secundario. Porque, con independencia de dónde proceda la moral, lo que nos importa es justificar nuestros juicios morales aquí y ahora. El hecho es que hay diversidad de criterios morales en el mundo, y nos vemos frente a la cuestión de su justificación: ¿son unos preferibles a otros? ¿preferibles para quién? Y si lo son, ¿cómo justificar que efectivamente lo son, si ni el bien ni el mal tienen una realidad objetiva, empírica e intersubjetivamente controlable?

Muchos intentan partir de las emociones, aunque yo, que tengo en mucha estima a Hume, creo que es un callejón sin salida. En último término, y dejando al margen el problema de la falacia naturalista, en muchas ocasiones realizamos acciones que consideramos buenas aunque estén radicalmente enfrentadas a nuestras emociones, e incluso radicalmente enfrentadas a los instintos de supervivencia y autoafirmación más elementales. Por eso creo que hay que analizar algo que yo creo que muchas veces se ignora porque se piensa que el placer es un asunto meramente emocional y físico. Me refiero al hecho de que la razón siente un tipo de placer muy particular: el placer en el orden, en la regularidad. En último término, ése el placer del conocimiento. Por eso tiene razón Kant: encontramos el bien en la constatación de una máxima que podría ser aceptada por cualquiera. Y es que, cuando la razón se encuentra con el problema de la acción, su funcionamiento se modifica, porque carece de hechos empíricos que pueda someter a leyes, sistemas, etc. Se las ve con un tipo particular de realidad: los valores. Pero también ahí la razón busca orden y universalidad. Por eso todas las normas morales se expresan universalmente. En este sentido, la búsqueda de un criterio moral que pueda aceptar cualquiera (aunque esto sea un ideal nunca realizable del todo), implica renunciar a la arbitrariedad y someter los dilemas a un debate que exige consistencia. (En el caso que nos ocupa: si todos consideramos a los homo sapiens sujetos del derecho a la vida, resulta difícil justificar que no debamos considerarlos tales a los tres meses de su desarrollo, porque si esos derechos no van unidos a su ser homo sapiens, sino, por ejemplo, a la conciencia, deberíamos negárselos a las personas con daños cerebrales, a los retrasados profundos, etc. Cuando se quiere justificar que un individuo de la especie homo sapiens carece de los derechos que les reconocemos a los homo sapiens, entonces hay que decir por qué. No son los antiabortistas los que tienen el onus probandi en este caso. Y cuando el abortismo trata de argumentar su opción moral, se ve enredado en la cuestión de qué parte de nosotros nos hace humanos y, por consiguiente, sujetos de derechos, y por consiguiente, hace que los fetos no sean merecedores de los mismos).

Queda la última pregunta: la motivación. Si conseguimos establecer el bien, ¿qué puede motivarnos a realizarlo? Porque una cosa es conocer el bien y otra hacerlo y querer hacerlo. Al fin y al cabo, como dice el propio Kant, ésa es la dialéctica natural en que se enreda la razón práctica, porque el bien no siempre garantiza la felicidad (al menos la propia), sino que incluso la dificulta. Para unos, Dios es el único garante de una motivación moral. Para otros lo es la presión social, el condicionamiento educativo, etc. Y queda la vía –débil e insuficiente, pero no veo otra universalizable– de considerar que la única satisfacción del bien (y por tanto, la única motivación moral) es el placer que siente la razón al actuar en el mundo conforme a unas leyes que ella misma se ha dado. El placer de vencer la arbitrariedad y el caos (aquí podría decir mucho el evolucionismo) con la libertad, la universalidad y el reconocimiento mutuo de los seres humanos en eso que Kant llamaba el reino de los fines. Entusiasmar al hombre en ese proyecto es, desde mi punto de vista, la verdadera tarea de la educación.

5 comentarios:

Jesús P. Zamora Bonilla dijo...

Hola, Alejandro:
Hay que preguntar dos cosas importantes: ¿PARA QUÉ queremos "justificar" un juicio moral?, y ¿QUÉ HACEMOS cuando "justificamos" un juicio moral?
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Por empezar por lo segundo: "justificar" un juicio moral consiste SENCILLAMENTE en deducirlo de OTROS juicios morales (es decir, mostrar que el juicio que estamos defendiendo SE SIGUE de otros juicios que aceptamos, o que acepta la persona ante quien estamos "justificando" nuestra opinión). De aquí se sigue que debe haber inevitablemente algunos juicios morales que NO podemos justificar. Estos últimos juicios los aceptamos simplemente porque nos PARECE que son aceptables (lo SENTIMOS así al pensar en ellos; nos produce una intensa emoción de repugnancia moral pensar en su violación).
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Respecto a la segunda pregunta, "para qué": normalmente intentamos justificar un juicio moral ante alguien que no lo comparte; en ese caso, intentamos DEMOSTRAR que ese juicio se sigue de otros juicios que ÉL acepta. Pero, ¿qué pasa si la otra persona DE HECHO no piensa ni siente lo mismo (e incluso SIENTE lo contrario)? Pues que no hay JUSTIFICACIÓN posible: simplemente, él tendrá esa opinión (p.ej., "la mujer debe estar subordinada al hombre, porque así es la naturaleza" -eso es lo que él dice para expresar su SENTIMIENTO DE REPUGNANCIA MORAL ante una sociedad en la que las mujeres son libres-) y tú tienes la tuya, y no puedes DEMOSTRAR LÓGICAMENTE que tú tienes razón y él no.
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Finalmente, podemos justificar el juicio "ante nosotros mismos": este caso suele darse cuando tendemos a afirmar juicios morales contradictorios (un "conflicto"), y queremos resolverlo averiguando si UNO de los juicios es más correcto que el otro. Si conseguimos demostrar que uno de ellos contradice a la mayoría de nuestros "principios morales" (o sea, los juicios que SENTIMOS como apropiados, sin PODER deducirlos a partir de otros), pues tenderemos a eliminarlo, y daremos el otro por "justificado".
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Lo importante es que, en todo esto, no hay ninguna NECESIDAD de que la "justificación" de los juicios morales vaya NI UN MILÍMETRO más allá de lo que nos dicen nuestros SENTIMIENTOS morales.

Jesús P. Zamora Bonilla dijo...

Con respecto a la dificultad que dices sobre si las emociones son suficientes, el ejemplo que pones ("acciones radicalmente enfrentadas a nuestras emociones") es sesgado, porque OLVIDA que esas acciones están enfrentadas SÓLO A ALGUNAS de nuestras emociones, pero, si SENTIMOS que esas acciones "tenemos la obligación" de hacerlas, ese "sentir la obligación" ES una emoción. Así que lo que tienes en estos casos no es una contradicción entre "lo que te dice la razón" y "lo que te dicen las emociones", sino una contradicción entre lo que te dicen UNAS emociones, y lo que te dicen OTRAS.
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Por otro lado, hay MUCHAS clases de emociones. El deseo irresistible de ir a hacer pis es una emoción; el estremecimiento que siento al escuchar el solo de clave en el 5º concierto de Brandenburgo es otra emoción, el mal gusto que me dan las coles de Bruselas es otra emoción, el sentimiento de rabia al pensar en un violador es otra emoción, el sentimiento de obligación de cumplir con algo que creo que es justo es otra emoción, etc. De TODAS las emociones, sólo a unas POCAS las llamo "emociones morales": son emociones MORALES aquellas en las que lo que SIENTES es aprobación o reprobación, obligación o prohibición.
Naturalmente, las emociones MORALES pueden entrar en conflicto con las gastronómicas, con las sexuales, con las musicales, etc. Pero lo verdaderamente importante en la cuestión de la "justificación de la moral" es que LAS EMOCIONES MORALES PUEDEN (Y A MENUDO LO HACEN) ENTRAR EN CONFLICTO MUTUO: p.ej., tenemos dos opciones, y LAS DOS consideramos que tenemos la obligación de cumplirlas, aunque sólo podamos cumplir una.
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Esto es PERFECTAMENTE coherente con tu idea de que valoramos la universalidad. Lo que ocurre es que NO ES SENCILLO (ni unívoco) el universalizar una emoción moral. ¿Cómo justificas mediante un argumento de "universalización", que, p.ej., el derecho al voto se tenga al cumplir los dieciocho años, y no medio minuto antes? ¿Cómo justificas que las mujeres no puedan ordenarse como sacerdotes? ¿Cómo justificas que la probabilidad de que el hijo de un presidente de banco tenga una probabilidad millones de veces más alta de convertirse en presidente de banco que el hijo de un albañil? ¿Cómo justificas que la frontera de un país pase por tal sitio, y no veinte kilómetros más allá? ¿Cómo justificas (insisto, con argumentos de "universalización") que Jesús predicara en Israel, mandando a tomar por saco las posibilidades de salvarse de los habitantes de México hasta muchos siglos después? En todos estos casos, lo que ocurre es que, DE HECHO, hay que tomar PREMISAS NO UNIVERSALIZABLES (sino que consisten en "accidentes históricos") como elementos en el argumento por el que justificas el juicio que tienes que justificar. Y lo que haces es basarte en el HECHO de que tienes, o no, ciertas emociones (p.ej., al Papa no le conmueve el que las mujeres no puedan ser curas, o a mucha gente no le da un subidón de jacobinismo al pensar en quién puede llegar a ser presidente de un banco, o no consideramos injusto fijar la mayoría de edad de manera ARBITRARIA, aunque aborrecemos de la arbitrariedad en muchos otros casos).

Jesús P. Zamora Bonilla dijo...

Además, TODO argumento de universalización se basa en adoptar ARBITRARIAMENTE algún conjunto AL que quieres "universalizar" tu criterio moral.
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Si dices que hay que respetar por igual a todos los homo sapiens, ¿se sigue de ahí que hay que respetar por igual a los PADRES de cualquier homo sapiens? ¿Y a los padres de sus padres? ¿Y a los abuelos de sus padres? ¿Y a los nietos de sus bisabuelos?... "Tacita a tacita", o sea, "universalización a universalización", llegarás a la conclusión de que HAY QUE RESPETAR POR IGUAL LA VIDA DE TODOS LOS SERES VIVOS (desde la de Leo Messi a la de una bacteria), porque TODOS estamos relacionados por parentesco.
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Ahora bien: seguro que no quieres UNIVERSALIZAR "tanto" (no te parece TAN MAL matar una planta de trigo para hacer pan, como matar un embrión humano). Pero, ¿con qué criterio UNIVERSALIZABLE te detienes en algún punto, y dices "a partir de aquí, ya no es TAN MALO no respetar la vida de este ser"?. Y el FRENO no te lo pone un argumento de universalización (claro), sino una EMOCIÓN (el hecho de que, después de aplicar el argumento, miras la conclusión y SIENTES que has llegado DEMASIADO lejos).
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El criterio que me dictan MIS emociones morales es que el bicho al que estoy considerando si es legítimo matar, debe tener al menos SENSACIONES CONSCIENTES. Por eso, la eutanasia a una persona que esté en coma irreversible no me parece que tenga que considerarse un delito. (La eutanasia a OTROS TIPOS de personas, la podemos discutir en otro momento).
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Jesús P. Zamora Bonilla dijo...

Por último, no estoy de acuerdo tampoco con tu último párrafo. Primero, dado que asumo que "el bien" es (para mí) aquello que MIS emociones de hacen experimentar como digno de aprobación y obligatorio, YO no tengo el problema que dices: para mí, reconocer que algo es bueno es LO MISMO que reconocer en mí los deseos de hacerlo (OJO: recuerda la distinción entre las emociones MORALES y las otras; puedo tener DESEOS de hacer una cosa Y DE NO HACERLA).
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En mi caso, soy de los que no creen que HAGA FALTA algo así como "el garante de una motivación moral", como no hace falta que exista "el garante de una motivación musical": si te gusta muchísimo cierta música, pues la disfrutas y ya está, ¿PARA QUÉ quieres un "garante"?
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Por supuesto, las emociones morales nos dictan que tal o cual cosa es OBLIGATORIA, y por tanto, nos imprimen una sensación de RECHAZO cuando vemos a gente que hace lo contrario. Así que tener una cierta emoción moral conlleva el DESEO de que se convierta en una ley (afortunadamente, la lucha entre unas emociones morales y otras, y entre las de unos y las de otros, hace que este deseo de que todos cumplan LO QUE TÚ CREES QUE ESTÁ BIEN no pueda llevarse a la práctica la mayoría de las veces: ¡hay que ver la cantidad de cosas abominables que mucha gente cree que deben ser obligatorias, o de cosas agradables que mucha gente cree que deberían prohibirse!).
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Y, por último, lo de "el placer que siente la razón" es una frase TERRIBLEMENTE oscura para mí. YO siento placer, pero no "mi razón". YO puedo sentir placer al considerar ciertos razonamientos, pero no es "mi razonamiento" el que siente placer. De todas formas, es lógico que la práctica natural de nuestras capacidades naturales produzca placer, así que es lógico que el considerar algo como coherente con nuestra capacidad de razonamiento, nos proporcione cierto gustirrinín. Pero dudo que "el placer de vencer la arbitrariedad y el caos" sea algo que compartamos con TODA la humanidad: tú y yo lo compartimos, posiblemente, pero hay mucha gente que no, y no veo cómo puedes DEMOSTRARLES que "deberían" sentir ese placer. Y tampoco veo que una educación que hace a los niños sentir ese placer sea más "natural" que una educación que les hace sentir el placer de dominar a los "inferiores". Yo QUIERO que predomine la otra, pero mal vamos si tenemos que DEMOSTRAR que TIENE que ser así. A los que están en contra del orden y de la justicia, hay que VENCERLOS antes (o además) de CONVENCERLOS (porque, si no, nos vencerán a nosotros). Es como si intentas frenar una violación utilizando SÓLO argumentos lógicos: pues no, primero detén al violador y ponle las esposas.

Alejandro Martín dijo...

Querido Jesús:

perdona el retraso en responder. Y sobre todo perdona que no conteste puntualmente a todo lo que dices. Son demasiadas cosas y estoy hasta arriba de trabajo...

Creo que estamos fundamentalmente de acuerdo en el tema de las emociones, siempre y cuando aceptemos que la "emoción" que pueda causar la racionalidad de un hábito es de naturaleza distinta a las emociones particulares que tenemos que vencer precisamente para sentir la emoción de la libertad (la de guiarnos por principios y no por estímulos). Por eso utilicé la expresión –imprecisa, como con razón me reprochas– “el placer que siente mi razón”, por contraponerlo al deseo que puedo tener en determinado momento de no hacer aquello que a mi razón (o a mí en cuanto ser racional) “emociona”.

Pero yo matizaría algunas cosas: Supongamos el siguiente juicio: "un rifle con mira telescópica es mejor que un arco". ¿Se trata de un juicio meramente emotivo? Parcialmente lo es. Pero no sólo: procede también de una valoración de los propios fines del objeto: las armas se hacen para matar seres vivos y el rifle cumple mejor que el arco esa función. Por eso es mejor la meteorología que la astrología, la medicina que la brujería. Habría que preguntarse lo mismo en el caso de la moral: ¿es mejor cortar clítoris o nombrar ministras? Para eso hay que analizar cuál es la función de la moral en las sociedades humanas. ¿Por qué hacemos juicios morales? Y aunque la respuesta venga dada, en último término, por una emoción inicial, al final siempre tendremos que justificarla racionalmente según criterios. Y, lo que es más importante, habrá que juzgar (racionalmente) la adecuación de una moral concreta a los fines reales (biológicos, por así decir) de la moral en general.

Y claro que no es sencillo universalizar una emoción moral. Pero los ejemplos que planteas no son muy buenos, porque la mayoría atañe a cuestiones no susceptibles de enjuiciamiento moral. Con lo que estoy de acuerdo es con tu referencia a la historia. Que nosotros hayamos inventado el “universalismo” (permíteme hablar así, por ahorrar tiempo) es un accidente histórico, cierto. Pero no por eso deja de ser “mejor” que el aldeanismo (tradicionalista, teocrático, o del tipo que sea), en el sentido de que responde mejor a la necesidad que hizo surgir la moral en las sociedades humanas. Por tanto, hay morales “mejores” que otras, aunque lógicamente según un criterio no estrictamente moral. Pero es algo que se corresponde con las necesidades del organismo humano, y estas necesidades se sobreponen a inercias históricas. Planteadas con inteligencia y pragmatismo, nuestras convicciones políticas y morales son muy exportables a otras culturas con otras tradiciones, porque la gente prefiere espontáneamente la seguridad, la libertad y la igualdad, a la arbitrariedad, la sumisión y la injusticia. Sólo hay que ver que incluso los más fanáticos de las sociedades más fanáticas se han visto forzados a asumir nuestro vocabulario moral, aunque sea para darle un sentido retorcido y perverso.

Lamento la respuesta caótica. Cuando vuelva a tener vida, quizá podamos retomar este asunto de la moral. Un saludo