miércoles, 26 de noviembre de 2008

Berlín, la ciudad reinventada

Envidio a quienes odian viajar. Para mí es una tortura pensar que, ahora mismo, podría estar de pie en la cumbre más alta del Himalaya, sentado en una playa de Cefalonia, tomando vino nuevo en un Heuriger tirolés, paseando por alguna de las callejas limpísimas de Friburgo, sudando en alguna selva sudamericana... Me entristece no ser el misionero que cuida niños en Calcuta, el escritor que compone versos desde un ático de Siena o el ingeniero que proyecta estaciones eléctricas a los pies del Medjerda. Y al mismo tiempo ¡qué tristeza si yo no fuera yo: este profesor de filosofía, con mis cuatro o cinco amigos de siempre, mis clases, mis poemas, mi sobrina Carmen... Hay algo nihilista en viajar, una especie de Nada que crece en tu interior, un desasosiego, un descontento crónico. La belleza está siempre en “otro sitio”, igual que la lluvia de Borges siempre sucede en el pasado.

Ahora, en esta noche del destierro manchego, me acuerdo de mi último viaje: Berlín. Y repaso fotos. A quienes procedemos de ciudades con cascos históricos más bien amplios y cuidados, lo más sorprendente de la capital alemana es que allí no queda casi nada anterior a la Guerra. Todo está reinventado según el espíritu caótico y ecléctico de nuestra época.


La racionalidad y la seriedad prusianas se diluyen en esta anti-utopía postmoderna en la que ni siquiera las calles respetan el viejo orden alemán:


Éste es el laberinto de hormigón que hizo Eisenmann para recordar el Holocausto:



Y éstas mis dos instalaciones favoritas del Museo Judío. La primera representa algo más que obvio:


La otra es un jardín de pilares colocados en la azotea del edificio. Los pilares están levantados perpendicularmente con respecto al suelo, pero éste se encuentra inclinado en relación a la superficie de la tierra, de manera que, aunque el visitante ve todo normal, se encuentra de pie sobre lo más alto de un edificio inclinado. Y su cuerpo lo nota: siente vértigo. Una ilusión muy bien lograda por el arquitecto.



Ah, ¿y qué decir de las pastelerías alemanas? Esas galerías de arte para las glándulas salivares...



Un último apunte para chestertonianos: esta belleza rubia, auténtica cerveza de trigo (Weizenbier) nos fue servida en una taberna llamada... “Los doce Apóstoles"

¿Qué nos hace volver a casa a quienes estamos siempre soñando con abandonarla? Parecería que fuera una cierta pereza, una débil pero constante pulsión del origen, de la raíz que finge un muro frente al tiempo. Sin esa pulsión, sería fácil dejarse llevar por los caminos del mundo, en un incesante ir y venir, buscar aquí y allá. Pero ¿buscar qué? ¿Qué busca o de qué huye el viajero? Todo es inmensamente fascinante como sueño. Sin embargo, como realidad cansa pronto. Y al escribir esto, recuerdo las palabras de Novalis: “buscamos por todas partes lo incondicionado, y sólo encontramos cosas”. A éstas añado las del gran sabio Montaigne: "A quienes me preguntan la razón de mis viajes les contesto que sé bien de qué huyo pero ignoro lo que busco".

9 comentarios:

Anónimo dijo...

El inicio del post recuerda mucho a algunos poemas de D´Ors que apuntan esa idea. Aunque hay un vitalismo aquí que te separa indudablemente de él (al menos de esos poemas concretos).
Gran blog, no lo dejes esta vez porque hay muchos (me consta) que te leemos aunque no comentemos...

Jesús Beades dijo...

A mí me ha ocurrido dos veces enamorarme de una ciudad a primera vista: la primera vez que estuve en Lisboa me quise quedar a vivir. Y con Nueva York fue aún más grave: sin haber estado allí, ya quería irme a vivir, una temporada. Cuando estuve este verano, lo más sorprendente fue que ¡no me decepcionó! Es fascinante, enorme, oferente, acogedora. Todo a la vez. Y al volver a Sevilla, pienso en mis dos ciudades, y también en Cracovia, esa Venecia sin canales, y me relamo de gusto al saber que, si Dios quiere, puedo volver a ellas, en cuanto ahorre un poco. Quizá en la potencia antes del acto (pero creyendo que existe el acto, habiéndolo gustado), radica el encanto y el deseo.

Anónimo dijo...

Me encanta cómo escribes, Alejandro, y me he sentido muy identificado con tu reflexión sobre el viajero. Un abrazo.

Jesús dijo...

Tu hermosísima prosa, tu incitante pensamiento, animan a uno a dejar una nota a pie de página que se alargue y alargue... No quiero caer en esta tentación. Un inmenso placer leerte, leeros. ¡Menudo tándem, tú y Jesús Beades, qué prosistas, qué pensadores!

Estuve en Berlín en la Semana Santa de 2004, si mal no recuerdo. ¡Cuántos recuerdos ahora que la evocas!

Alejandro Martín dijo...

Víctor: efectivamente, D´Ors es otro romántico. Me acuerdo ahora del poema "Insisto" de "Es cielo y es azul", y ese otro que ahora no recuerdo, en el que, desde el tren, D´Ors ve un campesino y siente deseo de ser él y acaba con un verso que dice algo así como "nostalgia de ser yo". ¿Se acuerda alguien?

Jesús: me gusta eso de la potencia. Es el eterno dilema realidad-posibilidad, que Kierkegaard resolvía del lado de la última. Pero, claro, lo posible (la libertad de poder ser todos los hombres) al final sólo tiene sentido si nos sirve para decidirnos por ser "un" hombre. La realidad siempre lleva consigo una renuncia (1ª lección moral de la naturaleza). Es nuestra tragedia, ¿qué le vamos a hacer?

Rafa, Suso: muchas gracias por los amables comentarios. Yo también encuentro mucha belleza e inteligencia en vuestros blogs. Espero que sigamos en contacto.

Jesús Beades dijo...

"Parada de diez minutos", de Hacia otra luz más pura, Ed.Renacimiento.

Alejandro Martín dijo...

Gracias, Beades, sabía que podía contar con tu ingente conocimiento de la obra del maestro.

Ignacio dijo...

Vengo a devolver la visita y me va gustando lo que leo a vuelapantalla.

De viajes me pongo a hablar y no paro, así que mejor haré un solo comentario. Una vez leí un artículo de Alfonso Ussía en que ¿alardeaba? de no moverse de casa si no iba a poder ser en businessclass y cincoestrellasgranlujo. Los viajes, sin comodidades, son un coñazo, pontificaba el memo. Yo no envidio, no, a los que piensan así.

Cristian dijo...

A mi me encanta viajar y recorrer distintos lugares. Yo llevo un libro de anécdotas, fotografías, boletos de subte, de avión, etc. Cada vez que viajo me guardo toda la información para luego ponerla en ese libro. Mi ultimo viaje fue a Antofagasta y tengo guardado los Pasajes a Chile . Fue un viaje espectacular.