viernes, 14 de noviembre de 2008

Laicismo en la res publica

La tesis fundamental del laicismo progresista consiste en la exigencia de sacar del terreno público todo discurso incapaz de dar razones que no puedan ser asumidas por todos, o como dice Victoria Camps, en “la voluntad de no llevar al espacio público y a la discusión nada que no se pueda razonar y cuyas razones no puedan ser comprensibles para todos” (Hablemos de Dios, Taurus, 2007, p. 204). Se entiende: la influencia de los astros, los poltergeist, las apariciones marianas, las preferencias culinarias, y la religión. Esta tesis da pie a apartar del mundo público una enorme cantidad de ritos y discursos: negarse a conceder una placa a una monja perseguida en la Guerra Civil, suprimir funerales de Estado, censurar al clero su osadía cuando manifiesta consideraciones políticas, negar a los anti-abortistas el derecho a participar en el debate ético o en la vida pública. Todo eso forma parte, dicen, de la “esfera privada”.

Lo inaceptable de este planteamiento no son las razones morales o personales que podamos abrigar, sino el hecho de que es teóricamente inconsistente: porque, a priori, nadie puede saber qué es “comprensible para todos” antes de que “todos” escuchen todas las opiniones y argumentos. Dejando al margen el hecho de que la “religión” incluye una multitud de fenómenos dispares e irreductibles entre sí, sacarla de la discusión pública implica excluir un tipo de discurso antes de someterlo al foro del debate: sacarlo justamente del único lugar en que éste podría demostrar -o no- su racionalidad y su validez. Es esta razón la que hace del laicismo, así entendido, algo incompatible con todo aquello que sus defensores dicen defender: el pluralismo, el diálogo, la racionalidad comunicativa.

8 comentarios:

Jesús Beades dijo...

La intención es buena, y el tiro es errado. La intención: no dejar que un fundamentalismo nos marque lo que deberíamos ser. El error: decidir a priori qué es fundamentalismo y qué no. Por que ya esta actitud es fundamentalista. Por ejemplo: quitar la religión del currículo escolar (incluso como optativa) sería descabellado si la mayoría de los ciudadanos quisieran su presencia en el currículo. Si todos lo quieren ¿por qué no va a estar? ¿no son los ciudadanos quienes pagan la educación pública? El problema es que muchos entienden "educación pública" a una visión muy concreta, laica y "progresista", y no el concepto de "educación accesible a todos". Tan público es un colegio concertado como uno público, si puedo acceder a ambos. Y, sin embargo, los concertados muchas veces se eligen por motivos de formación religiosa. Es una discusión interminable, en cierto modo, que vuelve a empezar una y otra vez.

Alejandro Martín dijo...

Exacto, Jesús. Además, creo que detrás de determinadas pretensiones políticas (quitar símbolos religiosos, excluir la religión del curriculo...) se esconde una valoración moral, y por tanto una falta de neutralidad: no es que esas cosas sean privadas, sino que son "malas". Los laicistas no se quejan de que el Estado se gaste la pasta en pabellones deportivos que no usa todo el mundo, pero sí de que se lo gaste en los profes de religión. Es absurdo todo.

Anónimo dijo...

El tema es que algo que vive de un dogma de fé es inconsistente con el diálogo y con el acuerdo.

No se puede acordar lo que para una persona religiosa "es". Por tanto, la religión no puede formar parte de lo público entendido como el contrato que hacermos y firmamos entre todos. Luego, cada uno en su cabeza, que se ate las correas donde quiera.

Alejandro Martín dijo...

Hola, Anticuario:
evidentemente el dogma no puede ser racionalmente compartido por todos. Pero no hablamos de la Trinidad, la Virginidad de María o la Transubstanciación. Hablamos de la educación religiosa, de placas conmemorativas o de debates éticos donde sí caben consideraciones racionales. Excluir a priori y por principio todo cuanto pueda tener un matiz religioso me parece una triste muestra de exclusión y de fanatismo. Si excluimos del debate ético las morales y los valores privados, ¿sobre qué se debate?
Por lo demás, si sostener una fe religiosa implica una creencia que no todos tienen que compartir, sostener lo contrario implica una creencia igualmente no compartida por todos. De manera que poner entre paréntesis lo religioso no es nunca neutralidad, sino que siempre inclina la balanza del lado de los no creyentes (tanto si hablamos de inversiones públicas como si se trata de dilemas morales).
Un saludo

Anónimo dijo...

No, hablamos de principios morales. Y en esto estamos cruzando tierras confusas siempre. Es por eso que la moral en los centros de enseñanza tiene que ser siempre... aunque suene tonto... un discurso de mínimos.

La moral, como muchas otras cosas que se están dejando de lado en cuanto a la educación de los hijos, es un asunto privado. La escuela no forma personas (en cuanto conjunto de normas morales) porque no puede: porque son muchos los factores. No es que la educación moral no se tenga en cuenta, sino que es más bien un asunto de puertas para dentro, y no se puede hacer de otro modo si queremos englobar en la educación todas y cada una de las posiciones del tapiz. Y no puedo evitar pensar que lo que enriquece el tapiz es precisamente esta diversidad que la educación no debe allanar o uniformizar. La sociedad forma diversidad, y luego cada cual escoge dónde quiere o puede situarse.

Si en algún momento la educación tiene que tomar partido es... por la tolerancia con todas las tendencias o posiciones dentro del marco legal. Porque luego cada cual tomará sus propias decisiones que serán más o menos tolerantes, y estarán justificadas dentro del marco experiencial de cada uno (al menos para cada uno, claro). En una sociedad uniforme tiene sentido (entre comillas) una educación uniforme, en una poliédrica no tiene sentido alguno.

El tema no es que la balanza se incline en contra de la religión o la fé religiosa o la experiencia religiosa, porque si para mí lo más relevante del mundo es Nirvana y Bukowski (por caricaturizar) no puedo pretender que haya una asignatura de Nevermind y Cartero, por mucho que yo haya puesto el centro del péndulo ahí mismo (otra cosa es que estos autores se estudien englobados en historia, literatura o historia de la música como elementos existentes).

La educación, si pretende serlo, y dentro del ámbito institucional, debe serlo a modo de marco en el cual todo lo demás se desenvuelva. La religión se estudiará como parte de la historia, al igual que Marx, el Budismo y un montón de etcéteras. La religión no está en desigualdad con todo lo demás en un sistema laico, está justo en la posición de todo lo demás. Poner entre paréntesis a la religión sucede del mismo modo que poner entre paréntesis a Nirvana y Bukowski, por mucho que tú pienses que son incomparables. Y yo no pienso que el no levantar un monumento a Hank incline la balanza a favor de los no Hank-creyentes.

Alejandro Martín dijo...

Hola, anticuario:
“Lo que enriquece el tapiz es precisamente esta diversidad que la educación no debe allanar o uniformizar”. Me parece una premisa perfecta para la siguiente conclusión: por eso la escuela debe reflejar la diversidad social con una amplia oferta educativa, que no responderá a una visión moral única de la sociedad, sino a las múltiples demandas de ésta. Y entre esas demandas está la enseñanza de la religión. Por eso no sólo no pienso que tus ejemplos sean incompatibles con este tema, sino que me parecen estupendos: sólo que ni Nirvana ni Bukowski –y lo lamento por ambos, aunque más por el último- tienen tantos seguidores como la religión, ni densidad suficiente para convertirse en asignaturas de la educación obligatoria.

El pensamiento laico (entendido tal y como lo critico en la entrada, y no en un sentido de mera "aconfesionalidad" que es el que yo defiendo) es el que uniformiza. Por decir algo concreto: a mí que la monja Maravillas ésa, de la que no había oído hablar en mi vida, tenga una placa en el Congreso es algo que me trae sin cuidado. Pero que su condición religiosa sea la razón esgrimida por determinados grupos políticos para excluirla de un homenaje que se hace todos los días a toda clase de ciudadanos (músicos, artistas, médicos, etc.) me parece una perfecta muestra de marginación laicista. Porque dudo que Nirvana o Bukowski pudieran llegar a padecer eso. Y dudo por tanto que la religión esté "justo en la posición de todo lo demás".

En fin: todo eso respecto a educación, placas y demás concreciones. Respecto a principios generales: yo dudo que exista una moral de mínimos que sirva para algo. Porque las divergencias y los problemas sociales no surgen en cuestiones de mínimos, sino precisamente en cuestiones de máximos (uso de la violencia, activismo social, guerra, aborto, dilemas bioéticos, etc.). Es ahí donde realmente tiene sentido lanzar la razón al ruedo del diálogo. Quedarse en mínimos acaba por dar lugar a las éticas tautológicas y de perogrullo de gente como Camps o Valcárcel, por citar ejemplos de la tierra. Si un tipo de discurso laico pretende excluir toda consideración que tenga un origen religioso (y digo origen, no justificación, que es algo que se alcanza –o no- en el diálogo racional) está condenado al monólogo y a la esterilidad.

Un saludo y gracias por tus aportaciones

Jesús Beades dijo...

Un apunte: la clase de religión, ahora convertida en casi nada (ya no puntúa, que es lo mismo que no ser nada), desde hace muchos años era optativa. Nadie tenía que estudiarla en una escuela pública si así lo decía, o lo decidían sus padres si era menor de edad. Pues hasta eso ha sido perseguido. La clave la da Alejandro al desenmascarar esa pretendida neutralidad: en el fondo es una declaración de que algo "es malo", y no debe ser alcanzable por todos a través de los dineros públicos. Pero es que los dineros públicos también los ponen los millones de españoles que sí quieren formación religiosa para sus hijos. Y que no tienen por que pagar "extra" (en un colegio privado), para disfrutar de ella.
Si la constitución de 1978 dice que los padres tendrán derecho a elegir la formación religiosa y moral de sus hijos ¿qué entienden los laicistas? ¿que si es religiosa la deben pagar aparte? Entonces no sería un derecho a la educación para todos, que consagra también la Constitución. Al final, es una contradicción, y en estadíos más bajos que los que aquí tratamos. Simplemente es una cuestión de legalidad constitucional, que es conculcada, una y otra vez.

Ana A dijo...

muy interesante debate el de estos comentarios, pero me parece que obviáis la realidad histórica española, que es el del privilegio de una determinada confesión religiosa, más, la defensa de esa confesión religiosa incluso como identidad nacional. Ese es el lastre.
Lo de que la mayoría quiere formación religiosa, mira, me río bastante de la formación religiosa que hoy se da en las escuelas, y de los "deseos" de esa mayoría. La mayoría no quiere dejar a su niño sin su fiesta de comunión.

Porque la formación en la fe no es cuestión de clase de religión.
Y si los profesores de religión quieren ser como todos, O-K que hagan oposiciones como todos, dictamen de lugar de trabajo por parte de la administración, acreditación por parte de la administración, no por parte de instituciones al margen de lo público.

La cuestión religiosa en España no se puede discutir en abstracto y de tapadillo, hay intereses.
Tenemos una religión muy politizada y eso es lo que molesta, que cuando se quieren hacer avances en este país, entonces salen los defensores de la fe a sentirse agraviados.

Pero si sólo es cuestión de fe, no tiene sentido sentirse agraviado por admitir que en el estadio de la historia y de sociedad plural en el que deberíamos de situarnos, la fe, las creencias religiosas son asuntos cuyo lugar no es la enseñanza pública.

Además de que muchas de las tesis defendidas como de fe habría que examinar si realmente son de fe o más bien no esconden prejuicios polvorientos del clericalismo pasado de moda e hipócrita.

Y también la iglesia debería de admitir que el estado tiene que hacer leyes y gobernar para todos, no siguiendo sus dictados como en el pasado. En esta España hemos cambiado en muchas cosas menos en estas que son esenciales para el consenso y la convivencia ciudadana.