La foto está hecha desde el lado sevillano del puente de Triana (que viene a significar, en términos no geográficos pero sí simbólicos, casi el pleno centro de la ciudad). Sé que no es de muy buena calidad, pero se entrevé que los dos animales se encuentran en medio de un parterre de flores, van montados por dos jinetes en traje corto, y están frente al Isbiliyya, conocido bar de ambiente. Como no doy crédito a lo que veo, me paro, hago la foto y sigo mi camino. Mientras me alejo, escucho un breve fragmento de la conversación que uno de los jinetes mantiene con alguien del bar. Y esa frase se me queda en la memoria:
-Claro que soy maricón, miarma, maricón, maricón, pero de verdá...
Bien. La siguiente escena no es tan divertida, es bastante menos folclórica, pero en todo caso igual de surrealista. Se trata de la estampa que nos dejan en la carretera las concentraciones de motos de Jerez. Con los años, uno se hace enormemente tolerante con las aficiones y gustos de los demás, por muy extravagantes que parezcan. Acepto con relativa calma que haya gente que disfrute viendo los gladiadores americanos, las obras del metro, o las peleas de gallos. Así que lo de las motos, vale, pase. Lo que me sigue impactando de estas escenas es que ponen en cuestión toda mi jerarquía de valores, según la cual hay cosas que merecen más la pena que otras. Jerarquía resbaladiza, sin duda, pero en cuya base se encuentran actividades que no repercuten en una intensificación de mis energías vitales (físicas o espirituales). Por ejemplo: ver pasar motos. Y es que no puedo evitar preguntarme: todas estas personas congregadas en los puentes de hormigón de las autopistas, ¿no tenían nada mejor que hacer aquel hermoso y radiante domingo de primavera? ¿nada había mejor que aquella retahila monótonas de máquinas motorizadas pasando -una y otra y otra más- bajo el cegador sol de mayo? Ay, qué vida.
4 comentarios:
Da la impresión de que el que manejaba la cámara era el que estaba conduciendo...
Menos mal que la Guardia Civil no nos oye (espero).
Joder Alejandro, hay ciertas partes concretas de tu texto que firmaría yo mismo. Respecto a lo de las aficiones, nada que decir, pienso exactamente igual.
Respecto a lo de Sevilla, me ha causado mucha satisfacción tu texto, porque a mí me pasa que no me considero un sevillano típico, pero ni mucho menos llego a tus extremos. Sin ser un sevillano clásico de montar a caballo en la Feria, ir al Rocío cuando toca, salir de nazareno y cumplir con el resto de tópicos clásicos de la imagen tradicional del sevillano, sí te puedo decir con pleno orgullo que me encanta mi ciudad. Recorrerla, mirarla, admirarla, pensarla, intentar poetizarla... no me canso de pasear por la Avenida de la Constitución, admirando la Catedral y la Giralda, proveniente de la zona de Triana y perderme por las callejuelas máginas del barrio Santa Cruz. Por esto, muchas veces ni yo mismo sé a qué modelo de sevillano pertenezco. Creo que se confunden cosas que no deberían confundirse. Sin ser una sevillano plenamente clásico, o eso creo, amo plenamente Sevilla. Un saludo y gracias por tu entrada, que me ha dado que pensar sobre mí mismo.
No, no, Jaime, es una ilusión perspectivista. La cámara la llevaba el copiloto. (Lo prometo, agente)
Rubén, ¿cuáles son exactamente mis "extremos"? A mí me encanta Sevilla, sólo hay que ver los lamentos que le dedico en este blog a mi destierro...
Alejandro, creo que no me habré explicado bien. Ya se ve que te encanta Sevilla, pero me refiero al hecho de ni tan siquiera sesear, algo raro en un sevillano, de no usar expresiones típicas o de no pisar la feria en diez años. Pero yo mismo te digo, que yo entiendo que para amar Sevilla, no hace falta cumplir con los requisitos tradicionales del sevillano de pro.
Un saludo y perdona el malentendido.
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