martes, 7 de diciembre de 2010

Los buenos ideales

Como es sabido, la izquierda política tiene su origen en la posición que ocupaba el Tercer Estado frente al Rey desde 1788. Originalmente, la izquierda encarnaba, pues, la mayor parte de políticas progresistas, así que, obviamente, su enemigo no era el liberalismo, sino el conservadurismo (o más exactamente: la "reacción"). Literalmente, la oposición se establecía entre quienes querían cambiar el statu quo y quienes querían conservarlo. Sin embargo, el cambio propugnado por la izquierda tenía un contenido bien definido: universalización de derechos, libertades individuales, abolición de privilegios. Incluso en los años de Marx, donde las condiciones socio-económicas habían cambiado sustancialmente, la izquierda significaba aproximadamente eso mismo. Ser de izquierdas significaba universalizar los derechos en un mundo donde la posición social era un destino casi religioso. Entonces, ser de izquierdas era, efectivamente, casi sinónimo del compromiso ético, como defienden aquí.

Sin embargo, todas las ideologías se petrifican rápidamente en catecismos de lugares comunes y tópicos mal disimulados. Y tan pronto como se erigen a sí mismas en jueces de la realidad, sucumben a la tentación totalitaria. Los buenos ideales son buenos como lo son los cómics de superhéroes: no hay placer que supere al de imaginar la aniquilación absoluta e incondicionada de los malvados por encima de todos los límites que impone la condición finita del hombre. Sin embargo, el bien ético sólo lo es en la realidad: sólo es bueno aquello que efectivamente hace el bien. O sea: crea condiciones de vida más justas, hace a la gente más feliz. En esto soy poco kantiano: no me interesan demasiado las buenas intenciones, y desconfío especialmente del entusiasmo con que actúan los iluminados por un bien que les habla siempre sotto voce: ese agustinismo que tan mal les sienta a los líderes revolucionarios y a los directores espirituales. Colectivizar los medios de producción no es, a priori, más ético que dejarlos en manos privadas: es el resultado de ambas acciones, siempre a posteriori, el que determina su idoneidad. Y ese resultado puede incluso variar según las circunstancias: en un determinado momento puede ser necesario colectivizar; en otro momento puede ser un simple despotismo. El izquierdista que cree que la intervención del Estado siempre amplifica el bienestar colectivo es tan dogmático como el liberal que cree en una "mano invisible" que corrige indefectiblemente los defectos del mercado libre, y saca bien de todo mal. Es la realidad la que debe juzgar la validez de nuestras ideas, no al revés. Malos son los buenos ideales que creen poder prescindir de la naturaleza de las cosas, porque se creen artífices de una nueva naturaleza: "En verdad -enseñaba Zaratustra- sus salvadores no surgieron de la libertad y del séptimo cielo de la libertad! En verdad, jamás marcharon sobre las alfombras del conocimiento. El espíritu de estos salvadores estaba lleno de lagunas".

4 comentarios:

Rafael dijo...

Yo me quedo con la reflexión de Ortega (quien por cierto fue un lector entusiasta de Nietsche): "Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejia moral."

Son conceptos que pese al uso (abuso) que tiene, han quedado ampliamente desfasados.

(Me ha gustado tu blog. Si me "ajuntas", ¡me quedo!)

Héctor Meda dijo...

Humm... como una vez traté de demostrar, yo no creo que el liberalismo sea apriorista, ahora, tanto más da, en lo que de veras se distancia de la izquierda es en su negativa a ser maniqueísta y juzgar entonces que el oponente está no sólo equivocado sino que -y como da muestras de ello la repelente y sectaria mujer de izquierdas que citas- se creen que es mala persona.

Lleva al terreno de la moral cualquier cosa es síntoma inequívoco de fanátismo (no puede dejar de pensar, por ejemplo, en los futboleros que quieren decir que Guardiola es mala persona o fulanito o quien sea) y también y las más de las veces de victoria pírrica, de escamoteo, de revancha de una pelea que no se consigue ganar en el terreno de la razón

Alejandro Martín dijo...

Hola, Rafael: bienvenido y gracias por la cita de Ortega, que comparto, por supuesto.

Héctor: el liberalismo es apriorista cuando cree haber descubierto la esencia metafísica de la economía: lo es Smith cuando cree en la mano invisible, lo son Mandeville y sus abejas, y lo es Tocqueville, aunque sólo en su concepción de la historia. En todo caso, lo es todo aquel que piensa que la privatización o la liberalización son los únicos medios de crear prosperidad, y que quienes se oponen a ello son simples liberticidas.

Por suerte, la mayoría de los liberales defienden hoy un liberalismo a lo "Popper", que a mí me parece mucho más saludable y más fiel al sentido mismo del liberalismo.

En todo caso, creo que las ideas no son tan importantes para definir a las personas como la actitud que las personas toman ante sus propias ideas.

Marisol Cragg de Mark dijo...

Te dejo un proverbio que me gusta mucho que dice así:
"Es difícil decir quién hace el mayor daño: los enemigos con sus peores intenciones o los amigos con las mejores."
Edward George Bulwer-Lytton (1803-1873) Escritor inglés.

Te deseo desde ya muchas cosas buenas para el 2011